DAVID
⎯ No puedo creerlo, ¡no puedo creerlo! ⎯ expreso, enojado, mientras me paseo de un lado para el otro de la sala.⎯ ¡Cómo puede esto ser posible!, ¡en la escuela!, ¡en la escuela!
⎯ ¡Basta ya David, que me pones nerviosa! ⎯ me pide Fátima.
Me acerco a ella y le doy un abrazo ⎯ lo siento, es que nuestro hijo está en peligro y hace horas que no aparece, estoy fuera de mis casillas y estoy cansado de esperar a que la policía no nos dé noticias.
Fátima se aleja de mí, y se llevan una mano al vientre y otra a la cabeza.⎯ Te juro David, te juro que jamás había pasado algo así. No entiendo qué pasó, me siento mal, culpable, tal vez si le hubiese dicho a Mandy que me siguiera que se mantuviese cerca.
⎯ No, no fue tu culpa, no digas eso ⎯ le consuelo.
⎯ Ya pasaron muchas horas David, ¿dónde estarán?, ¿estará bien mi pequeño?, ¿se sentirá mal?. Y Mandy, ¿qué tal si ya no está con él?
⎯ No digas eso. Verás que Mandy también está bien y que lo está cuidando como siempre lo hace, ¿sí?
Fátima suspira y asiente con la cabeza, claro que acepta, pero aún no está segura de si es cierto o no. Podemos decir que esto es un tipo placebo que nos está ayudando a los dos a no perder la cabeza. De repente, el teléfono suena y corro a cogerlo antes de que Esme lo haga.
⎯ Diga ⎯ respondo.
⎯ Señor Canarias, hemos encontrado a su hijo, a la niñera y al culpable ⎯ dice el policía.
⎯ Voy de inmediato ⎯ respondo, y termino la llamada.
⎯ ¿Qué pasa?, ¿qué es? ⎯ pregunta Fátima, desesperada.
⎯ Los encontraron.
⎯ ¿Bien?, ¿les pasó algo? ⎯ me pide que le diga.
⎯ No, no me dijo nada. Tengo que ir a la jefatura, espera aquí con Esme…
⎯ Estás loco si voy a esperar ⎯ habla Fátima, para tomar su bolsa y adelantarse hacia la puerta.
***
El viaje a la jefatura, es un rumbo que no quería repetir, ya que hace años atrás lo hice cuando tuve que identificar el cuerpo de Alegra y para ver a Fátima con el caso de Lina; hoy de nuevo me dirijo hacia allá. Voy nervioso, pero manejando con cuidado porque no quiero causar un accidente del que me tenga que arrepentir después.
Tan solo llegamos, me estaciono y Fátima se baja antes de que pueda apagar la marcha del auto. ⎯ Fátima, espera ⎯ le pido, pero es inútil, ella ya está adentro.
Me bajo, camino a paso agigantados hacia la puerta y al entrar veo a Mandy sentada en una banca y a Fátima abrazando a David fuertemente y llenándolo de besos.
⎯¡Papá! ⎯ grita David, quién al parecer viene bien y feliz.
⎯ ¡Hijo! ⎯ exclamo, y me pongo de rodillas para abrazarlo fuerte y darle besos ⎯ ¿estás bien?, ¿te pasó algo?
⎯ No, no me pasó nada ⎯ admite el niño.
Veo a Mandy que aún se encuentra en shock, y a Fátima tratando de consolarla. ⎯ Le juro, señora, que no fue mi culpa, no tuvimos otra opción.
⎯ No te preocupes, Mandy, lo sé ⎯ le dice mi esposa.
Me acerco a ellas y veo a Mandy a los ojos ⎯ ¿Qué pasó?, ¿estás bien? ⎯ inquiero.
⎯ ¡Ay señor Canarias!, no sabe, no sabe… nos estuvieron dando vueltas por Ibiza para luego encerrarnos en un hotel. No nos tocó ni nos hizo nada, pero, nos tuvieron ahí un buen rato. Después llegó alguien y nos liberó y nos llevó por algo de comer.
⎯ ¿Qué? ⎯ pregunto extrañado.
⎯ Y por un sorbete ⎯ agrega David, feliz.
⎯ ¿Sorbete?, ¿comida?, y ¿cómo llegaron hasta aquí? ⎯ continúo.
⎯ Estábamos en la calle y los policías nos subieron al auto ⎯ agrega David, emocionado.
⎯ Nos cogieron en la calle ⎯ habla Mandy, y nos trajeron para acá.
Fátima la abraza.⎯ Está bien Mandy, ya pasó.
⎯ Voy a ver quién es el desgraciado ⎯ les digo, para luego voltearme e ir hacia donde está el inspector y me acerco.
⎯ ¿Quién es? ⎯ pregunto, ⎯ quiero que se pudra en la cárcel ahora mismo, ¿comprende?
⎯ Su nombre es Felipe Burgos ⎯ pronuncia, y al escuchar ese nombre, siento cómo la presión se baja completamente de mi cuerpo.
⎯ ¿Felipe Burgos? ⎯ pregunto en un murmullo.
⎯ Sí, ¿lo conoce?
⎯ ¿Lo conoces? ⎯ escucho la voz de Fátima detrás de mí. Al voltear su mirada se fija con la mía.
Asiento con la cabeza. ⎯ Sí, lo conozco.
⎯ ¿De dónde? ⎯ inquiere.
Me quedo en silencio por un momento y vuelvo a recordar todo lo que me pasó años atrás. El intento de secuestro, descubrir su identidad y todo lo que tuve que hacer para alejarlos de mi empresa, a él y a mis primos.
⎯ Es mi “medio hermano”.
⎯ ¿Medio hermano? ⎯ pregunta Fátima ⎯, ¡cómo que Medio hermano! No me habías dicho eso, ¿no se supone que Ainhoa era tu hermana?
⎯ Sí, pero es una historia larga de explicar, Fátima, ¿crees que pueda hacerlo en la casa?, en este instante tengo que bajar a verle.
⎯ Me la explicarás, así te tenga que esperar hasta horas tardías de la noche ⎯ me amenaza, y sé que va en serio.
El inspector me pide que lo siga y una vez más caminamos por ese corredor que lleva a los calabozos o a la morgue.
⎯ Al parecer, señor Canarias, usted ya debería rentar algo por aquí cerca, ya que siempre regresa ⎯ bromea, pero no me ha caído en gracia por lo que me quedo en silencio.
La puerta del calabozo se abre y enseguida, veo a Burgos pegado a las barras y viendo hacia mí. ⎯ Tiene cinco minutos antes de que lo trasladen a otro lado ⎯ me avisan.
Espero a que el inspector se aleje y cuando estoy solo, me acerco aún más a Burgos. Confieso que ya le encuentro un parecido similar a mi padre y, con el corte de cabello que trae, se parece a mí.
⎯ ¡Quién demonios te crees para secuestrar a mi hijo y mi niñera! ⎯ le grito.
⎯ Un “Buenas noches, hermano, no vendría mal” ⎯ es su respuesta, y lo dice en un tono tan pedante que quiero ahorcarlo en el momento.
⎯ No eres mi hermano y jamás lo serás ⎯ le reitero.
⎯ Eso lo dices tú, pero sabes que el ADN no miente, David, y que pronto saldrá a la luz que no eres el único Canarias ⎯ me dice.
⎯ Claro, y estás tan seguro que mis primos y tío, te piensan ⎯ ataco. Burgos quita ese rostro de triunfo e ignora mi mirada. Al parecer he dado en el clavo ⎯ púdrete en la cárcel por secuestrador.
Entonces me doy la vuelta y me alejo. ⎯ Yo no lo hice ⎯ habla.
Al escuchar su voz, me regreso con fuerza y lo tomo del cuello de la camisa ⎯ ¿no lo hiciste?, primero yo, después mi hijo…
⎯ Yo no lo hice ⎯ habla apenas, ya que lo estoy apretando.
⎯ ¡Deja de mentir!, ¡déjame en paz!
⎯ Fue tu primo, Guillermo ⎯ confiesa, y al soltarlo él comienza a toser.
El silencio irrumpe en la habitación, y nuestras miradas no se apartan. ⎯ ¿Por qué debería de creerte?
⎯ Porque es verdad… ⎯ me responde ⎯ puedes preguntarle a la niñera que yo no fui quién los secuestró, fue Guillermo.
⎯ Pero tú sabías dónde estaban y eso te hace cómplice.
⎯ No, no… te juro que no, yo no sabía que sería tu hijo David, pensé que serías tú.
⎯ ¡Da igual! ⎯ expreso.
⎯ ¡Por favor!, ¡escucha! ⎯ me ruega ⎯ tu primo Guillermo me está persiguiendo y tuve que hacer algo para sobrevivir. Te juro que cuando me enteré de que era el niño fui yo mismo a liberarlos y estoy en peligro.
⎯ Pues esa es tu culpa, no dejaré que arruines a mi familia ⎯ defiendo.
Me doy la vuelta y voy hacia la puerta del corredor. Cuando escucho que la abren estoy a punto de pasar y el grito de Burgos me alerta.
⎯ ¡Tienen un infiltrado en tu empresa! ⎯ expresa, y yo me quedo paralizado en medio del lugar ⎯ si me sacas de aquí, yo te ayudo a desenmascararlo, pero te juro que yo no hice David, ¡yo no lo hice!, ¡pregúntale a la niñera!, ¡pregúntale! ⎯ es lo último que escucho, antes de que la puerta se cierre.
El inspector se queda frente a mí y con esa voz grave me pregunta ⎯ ¿todo bien?
⎯ ¿Cuándo dices que se lo llevarán?
⎯ Mañana temprano ⎯ agrega.
Y yo solo asiento con la cabeza. De nuevo, los problemas me persiguen.
Puede ser que falte un pedacito Ana? Dios! El pasado de los Canarias…