David

¡Por fin había pasado lo peor!, ahora si lo puedo decir con todas sus letras, porque siento que no me estoy equivocando. Estoy en remisión de mi enfermedad, mi empresa va bien y la confianza depositada en mí medio hermano ha valido la pena. Siento como si mi vida hubiese dado un giro y arreglado por completo; ahora solo necesito seguir para adelante. 

Quiero volver a ser el hombre de antes, ese extraordinario David Canarias que tanto extraño, por lo que sé que debo comenzar por algo y ese algo es cumplir la tercera cita que le debo a Fátima, esa que quedó pendiente en Nueva York; pero de forma extraordinaria. Así que, sin pensarla mucho, adquirí un yate. 

⎯¿Un yate?, ¿no se te hace algo excesivo? ⎯ me pregunta mi medio hermano, bastante sorprendido por mi decisión. 

⎯Así es. Siempre he querido uno, y qué mejor para festejar que comprándomelo. Las finanzas de la empresa están bien, los socios están contentos y tenemos éxito, ¿por qué no consentirme de tal manera? ⎯ explico. 

⎯¿No es un derroche? 

⎯Derroche sería si me comprara cinco. Además, solamente será uno y tiene un propósito muy especial.

⎯¿Especial?, ¿surcar los mares?⎯Mi medio hermano rompe a carcajadas. 

⎯No… pedirle matrimonio a Fátima. 

⎯¿Qué? 

⎯Sí, matrimonio, tengo el anillo y todo. 

Mi hermano no entiende, y tal vez no muchos lo harían, ¿por qué le pediría matrimonio a una mujer que ya es mi esposa?. Sin embargo, para mí es importante hacerlo, porque siento que la cuna de nuestros problemas fue precisamente eso, la forma en como empezó todo. Es necesario que empiece bien. 

Burgos suspira. Se pone de pie del asiento y camina por mi oficina.⎯ Ustedes los ricos siempre hacen cosas como estas, no lo entiendo. 

⎯Y no lo entenderás. Esto no se trata del yate o del dinero, sino de la manera especial en la que le pediré a Fátima que sea mi esposa. La primera vez que nos casamos, solo fui y le di un anillo. La ceremonia fue en privado y ni siquiera pudo cumplir con sus tradiciones. Esta vez, tiene que ser algo que ella pueda recordar. Que Fátima pueda planear y esperar con ilusión. No simplemente aceptarme como si no tuviese de otra. 

⎯Es que en realidad no tenía de otra.⎯Me recuerda Burgos. 

⎯Y es por eso que debo hacerlo de nuevo, porque nos amamos y tiene que ser diferente. Sin embargo, no tengo por qué discutirlo contigo.⎯ Sentencio. 

Burgos suspira, aún no lo entiende. Desde aquí lo observo. Puedo ver su imponente estatura que lo destaca en cualquier multitud. Él es unos centímetros más alto que yo, pero nada que me haga sentir acomplejado. Su cabello castaño claro es diferente al mío, ya que es ondulado, y hace que sus ondas enmarquen su rostro. 

Sus ojos color miel, como los míos, reflejan una mirada penetrante que parece que traspasa superficies, almas o pensamientos. Su barba prominente le otorga un aire de misterio y cierta rudeza, acentuando su semblante duro y serio. Sin embargo, aunque su aspecto puede parecer intimidante, hay una chispa de vulnerabilidad en sus ojos, como si ocultara una tormenta interna.

La impresión que tengo sobre mí medio hermano es: la de una bomba a punto de explotar. Lo que no lo hace un candidato para quedarse con el Conglomerado por si algún día me muero. Cada gesto es energético y tenso, ya que confunde eso con liderazgo, cuando en realidad se puede ser líder sin comportarse como un capataz en brama.  Aunque intenta mantener el control, es evidente que hay una lucha interna que se manifiesta en pequeños destellos; pequeños destellos que no me gustan para nada. 

⎯Como sea, hermanito. Si eso te complace, compra el yate y pídele matrimonio, ¿quién soy yo para ir contra los deseos del presidente de esta empresa? ⎯ Con cada palabra, puedo notar el sarcasmo en su voz. A veces quisiera correrlo de aquí, pero a mi mente vienen las palabras de Fátima y desisto: Mantén una cercanía prudente para vigilarlo y acompañarlo, pero dale el espacio suficiente para que puedas observar sus acciones y planes con claridad.

⎯Lo haré. 

⎯Espero que me invitas a la boda. Digo, puedo ir como “tu primo”, si gustas. 

⎯Estarás invitado, no te preocupes.⎯Me pondo de pie⎯. Ahora, si me disculpas, tengo cosas que hacer. 

⎯No tienes que decirlo de esa manera. Sé que ya debo retirarme ⎯ contesta con ese tono de reto que siempre tiene conmigo⎯. Iré a trabajar en los proyectos, tengo dos que creo te pueden interesar. 

Burgos me da una mirada que me confunde. No sé si le gusta su trabajo o simplemente lo finge muy bien, pero juro que pude ver un poco de ilusión en sus ojos. Quiero pensar que, por lo menos, acerté en ponerlo en ese puesto, y que por mucho tiempo no tendré que preocuparme de esa área que, no es fácil.

Ser el jefe de proyectos de un Conglomerado es un trabajo que necesita bastante concentración, porque la planeación estratégica, la gestión, coordinación, el análisis de riesgos, y todo lo que conlleva se requiere de una garra especial. Una que sé él cumple, pero, no como yo espero. Si tan solo Tristán estuviese aquí. 

El timbre del teléfono me interrumpe. De inmediato volteo y tomo la bocina. La voz de mi asistente se escucha del otro lado, se escucha un poco sobresaltada, al grado que me asusta. 

⎯Dime.

⎯Señor Canarias, habló su esposa Fátima. Dice que si puede ir al hospital, al parecer, su hijo David se rompió el brazo. 

⎯¡Cómo! ⎯ expreso, más que preguntar. 

⎯No lo sé. Solo me pidió que fuese. 

Termino la llamada, tomo mi saco y sin mirar atrás, salgo de mi oficina hacia el hospital, sin imaginarme que este sería el comienzo de las travesuras de mi hijo David, unas que me sacarían más de una cana verde, aunque la mayoría de las veces, serían por ayudar más que por molestar. 

***

Entro a la sala de urgencias, y a lo lejos veo a Fátima, con ese cabello ondulado y piel morena que me encantan, acariciando el cabello rizado de mi hijo. David se nota feliz, al parecer, los hospitales no le asustan. Siento que está como un niño en dulcería, pero, en lugar de caramelos, tiene acceso a todos esos aparatos e instrumentos quirúrgicos; supongo que Alegra tiene algo que ver con esto. 

Llegó al cubículo, y de inmediato, ambos voltean a verme.⎯¡David! ⎯ expresa mi mujer, y me abraza. 

⎯¿Qué sucedió?, ¿estás bien, hijo? ⎯ inquiero, al ver que tiene el brazo enyesado. 

⎯¡Subí por la escalera! ⎯ expresa feliz. 

⎯¿Cuál escalera? ⎯ pregunto. 

⎯La del jardín. El jardinero la dejó fuera y David la movió de lugar y trato de subirla. Sin embargo, no la puso bien y se cayó para atrás. Por fortuna puso las manos antes que la cabeza y se rompió el brazo en dos. 

⎯¡Dios niño!, te dije millones de veces que no hicieras eso ⎯ hablo enojado. 

La mirada de David se baja hacia el suelo.⎯ Pero… 

⎯¡Nada de peros!, te dije que te ibas a caer y mira… 

⎯Pero…

⎯Ya te dije que no hay un “pero” que valga. Quisiste hacerlo el fin de semana pasado y te dije que no. Al parecer, solo esperas que yo me vaya a trabajar para poder hacer tus travesuras. 

⎯Pero, no fue travesura… tenía que hacerlo⎯ insiste mi hijo. 

⎯No, no tenías. Tienes que ser un niño bien portado, ¿qué no ves que tu madre sufre de ansiedad? 

⎯Ya David, fue solo una travesura. Los niños de su edad las hacen.⎯ Justifica Fátima. 

Suspiro.⎯¿Por qué siempre lo defiendes? 

⎯Porque creo que a veces exageras. Fue una travesura. No puedes tener a David atado todo el día en una silla, ¿entiendes? 

Cierro los ojos. De pronto cientos de imágenes pasan por mi mente. «Malditos traumas de la infancia», pienso. Doy otro suspiro, abro los ojos y puedo ver a mi hijo completamente apagado. El niño que se reía con su mamá, no existe más. 

⎯Lo siento, David. 

Mi hijo no contesta. Creo que le he dicho tantas veces que lo siento que ya no me cree, espero que algún día lo haga. 

⎯Mi niño, tu papá te está pidiendo perdón, ¿qué le contestas? ⎯ le habla Fátima con cariño. 

David levanta la mirada y esboza una ligera sonrisa, tan ligera que puedo ver que se siente obligado.⎯ Está bien, da igual. 

⎯¿Cómo que da igual? ⎯ pregunta ella. 

⎯¿Podemos irnos ya? ⎯ Desvía la pregunta, para luego quedarse en silencio. 

Fátima voltea a verme y me siento terriblemente culpable. Ese sentimiento me perseguiría el resto de mi vida. No puedo creer que no pueda tener una conexión con mi hijo como Fátima la tiene, pero, es mi culpa o más bien de Alegra. Desde que estaba en el vientre jamás me dejó tocarlo, hablarle y mucho menos establecer ese lazo tan importante. 

Aunado a eso, están los recuerdos de mi infancia, el hecho de que siento que no soy buen padre y los ojos de David, esos que heredó de su madre y que cada vez que me ven me provocan un sinfín de emociones: amor, ternura, coraje, odio, pensar en ella. David es el fantasma de la mujer que no se me desprende del corazón por más que trate de arrancarla.  

⎯Vámonos, cari.⎯ Escucho su voz, interrumpiendo por completo mis pensamientos. 

⎯Vamos ⎯ respondo. 

David toma de la mano a su madre y lo hace con fuerza. Se aferra a ella como si fuera el bote salvavidas que necesita para sobrevivir. Yo también necesito a Fátima, ella es nuestro bote, pero no quiero que ella se hunda con el peso de nuestros traumas. Supongo que David la necesita más. Dejaré que sea su salvavidas. 

***

El regreso a casa se desenvolvió en un silencio inusual. Al entrar, David no pudo contener su entusiasmo y se apresuró a dirigirse a la habitación de Mandy para compartir la noticia del yeso. Estaba completamente fascinado con la idea de tener un brazo roto, haber visitado el hospital y experimentado estar en el área de urgencias.

Después, se dio una ducha y se fue a dormir. Antes, vestido con una pijama color azul, fue a dar las buenas noches. A Fátima la abrazó y le dio un beso, a mí, me estiró la mano y se trató de despedir como si fuera un socio. 

⎯¿Por qué haces eso? ⎯ pregunto. 

⎯Porque así te despides de tus amigos. Yo te he visto. 

⎯Pero, eres mi hijo. 

⎯Lo sé ⎯ responde en un hilo de voz. 

David es lo suficientemente inteligente para darme lecciones o expresar lo que siente simplemente con sus actitudes, por lo que debo tomar esto como un pacto de paz entre los dos, y el hecho de que se considera un socio y no mi hijo. 

Lo abrazo. En verdad lo hago con cariño. Quiero, quiero a mi hijo, ¿cómo no lo voy a hacer si tiene sus ojos y ese cabello rizado que tanto me gustaba? ⎯ Te quiero, David. 

⎯Te quiero, papá ⎯ responde. 

Él se aleja de mí y yo le digo.⎯ Hasta que las espadas vuelvan a cruzarse en batallas, amigo. 

David sonríe.⎯ Buen viento y buena mar ⎯ habla, para luego alejarse y salir de ahí. 

Fátima exhala un suave suspiro, se pone de pie con gracia y se acerca hacia mí. Con un gesto lleno de confianza, se acomoda sobre mis piernas y enlaza sus brazos alrededor de mi cuello. Nuestras miradas se encuentran en un poderoso instante de conexión. El aroma de su delicioso perfume inunda mis sentidos, y la dulzura de su loción para manos impregna mi piel, dejando un rastro de su presencia incluso horas después de acostarme a dormir.

⎯Lo siento ⎯ me disculpo. 

⎯¿Por qué? 

⎯Por lo del hospital. En verdad no quería comportarme así pero… 

⎯David es un niño normal, David. ¿Qué tú no hacías travesuras de pequeño? ⎯ inquiere, con una voz suave. 

⎯Sí, pero no de esa forma. Sabía que mi madre sufría del corazón y lo mejor que quería era causarle algo que le causara alguna molestia. Así que me comportaba como era debido y así debería hacerlo David. 

⎯Lo quieres tener amarrado. 

⎯Si es preciso. 

⎯David.⎯ Fátima llama mi atención, y nuestras miradas se juntan una vez más⎯. Comprendo que no te sepas la dinámica de padre e hijo porque jamás tuviste una. Sé que tus padres te mandaron a un internado a temprana edad y nunca conviviste con el de niño, pero, eso no justifica que lo trates así. David es un niño normal, travieso, alegra, feliz, ¿qué tiene de malo eso? 

⎯Nada, pero se rompió un brazo y pudo ser la cabeza. No quiero que le pase nada que pueda arruinar su vida. Él no puede arruinar su vida como yo lo hice ⎯ se me escapa de los labios. 

Fátima abre los ojos, sorprendida.⎯ ¿De qué hablas? 

⎯De nada. 

⎯Dime… ¿Qué significa eso? 

Lo odio. En el aspecto de los negocios, sé controlar mis palabras, pero, de forma personal, no puedo. Siempre digo algo que lo arruina o que complica más las conversaciones personales. 

⎯Nada. 

⎯David, no te cierres… dime.

Fátima acaricia mi rostro. Cuando la veo a los ojos siempre me acuerdo de la frase que Tristán me decía cuando éramos jóvenes: David Canarias, el hombre que lo tiene todo y siempre quiere más. Nunca sabe cuándo es suficiente. 

⎯Hablo de las decisiones que tomé en el camino. Nada que ver contigo mi amor… 

⎯Pero, ¿si con Alegra? 

⎯Tampoco. Son cosas mías, te lo juro.⎯Le doy un beso sobre los labios ⎯. Quiero que el fin de semana dejes tu agenda abierta para mí. 

⎯¿Mi agenda? ⎯ y Fátima se ríe ⎯. Solo debo llevar a David al fútbol, es todo. Aunque con el brazo roto, creo que no irá a ningún lado. 

⎯Bien, entonces, le diremos a Mandy que lo cuide este sábado y tú y yo iremos a una cita. 

⎯¿Cita? 

⎯Sí. Te tengo una sorpresa. Es momento de que estemos tú y yo solos y nos disfrutemos. Por mucho tiempo no lo hice y ahora creo que es el momento. 

Fátima se muerde los labios, un gesto encantador que muestra su coquetería natural, mientras sus ojos brillan con una mezcla de emoción y cariño al mirarme. Mi joven esposa es un destello de belleza y vitalidad, siempre irradiando energía y felicidad a su alrededor.

Sin esperar más, Fátima se acerca a mis labios con delicadeza y me besa con ternura. Cada contacto es una muestra de la conexión profunda que compartimos, y en ese instante, siento que el tiempo se detiene. Es un beso que trasciende lo físico, es un intercambio de amor puro y sincero.

«Lo tengo todo, absolutamente todo. La tengo a ella», repito en mi mente con gratitud. Fátima es mi ancla, mi refugio y mi mayor fortuna. A su lado, encuentro la paz y la felicidad que siempre había buscado. Sin embargo, ¿por qué sigo queriendo más?, ¿por qué no tengo un límite?, ¿por qué mis padres nunca me enseñaron a decir “es suficiente”?, o más bien: eres suficiente. 

Mis manos se deslizan por su fino camisón y empiezan a buscar esos lugares con piel para comenzar a acariciarla. Fátima sonríe sobre mis labios y echa su cuerpo hacia delante para que ambos caigamos sobre el colchón. No puedo esperar a pedirle matrimonio de nuevo, a hacerla mi esposa de la manera correcta, a pasar el resto de mi vida con ella. 

***

Son las tres de la madrugada y el llanto suave, pero persistente me arranca del sueño. Con los ojos aún entrecerrados, me giro rápidamente hacia el costado de la cama. Fátima descansa allí, desnuda y enredada entre las sábanas. Mantengo el silencio, tratando de discernir la procedencia del llanto. Al escucharlo nuevamente, me doy cuenta de que proviene de otro lugar; es David.

Me levanto deprisa y, aún medio adormecido, me visto con la ropa interior y me cubro con la bata que siempre dejo a mano. Salgo de la habitación y me dirijo al cuarto de David, pero al abrir la puerta, me encuentro con una escena vacía. El llanto, sin embargo, persiste, generándome angustia.

⎯¿Hijo? ⎯ pregunto, para ver si está escondido en algún lado. 

David sigue llorando. Comienzo a preocuparme. ¿Le habrá pasado algo?, ¿se habrá caído de nuevo?. Sin pensarlo dos veces, decido salir de ahí para buscarle. El llanto me conduce escaleras abajo, a través de la sala y finalmente al jardín. La oscuridad de la noche envuelve el entorno, y la única compañía es el sollozo de David, que parece resonar en el silencio de la madrugada.

⎯¡David! ⎯ expreso. 

⎯No, no, no te enojes ⎯ me pide de inmediato. El niño abre los ojos asustado. 

⎯No estoy enojado ⎯ le aclaro ⎯¿Qué tienes?, ¿te lastimaste de nuevo? ⎯ insisto. 

⎯No, no… 

Me acerco a él. Veo la escalera de nuevo recargada en la pared.⎯ Dios mío, David, ¡qué lata con esa escalera! 

⎯¡Se murió! ⎯ expresa, interrumpiendo el regaño. 

⎯¿Se murió? 

David se pone de pie y me enseña a una pequeña golondrina que yace inmóvil en su mano.⎯ Se murió, no la pude ayudar. 

⎯¿De qué hablas? 

⎯Te traté de explicar, pero no me escuchaste. 

⎯Solo dime, David. 

⎯El pajarito se cayó del nido.⎯ Y con la mirada, mi hijo me señala el nido que está debajo del techo al lado de la ventana. La escalera se encuentra justo al lado. 

⎯Eso fue… ⎯ murmuro. 

⎯ Le dije a la mamá que le subiría a su hijo, pero me caí y me rompí el brazo. Pensé que seguía vivo y quería subirlo ahora. Pero, se murió. No lo pude salvar, se murió solito aquí abajo. 

David se suelta a llorar. Lo hace con una fuerza que sé que ya no se trata del pájaro, sino de otra cosa. Incluso, toda la vida David lloraría así. No por lo que está sucediendo en el momento, sino por lo que sucedió antes y no pudo sacar. Lo haría con fuerza, con unas ganas de arrancarse todos los sentimientos y sacarlos de golpe. Lo haría de forma dramática, como si fuese la única oportunidad para poder expresar lo que siente. Después, caería en un momento de reflexión y luego, volvería a ser él. 

Si las personas piensan que las actitudes, acciones y palabras no afectan a los niños, es porque jamás han visto a un niño llorar por una madre ausente, por un padre que por más que trata no sabe cómo consolarlo, por las palabras de una tía despiadada que lo marcaron el resto de su vida. 

En un instante urgente, me acerco y lo abrazo. No encuentro palabras, no sé cómo calmarlo. Quisiera pedir ayuda a Fátima, pues siempre sabe cómo ayudarlo, pero sé que no debo hacerlo. Trato de controlarlo, pero, no puedo. Incluso, nunca me sería posible controlar a mi hijo, ni en la adolescencia o la adultez. Envolviéndonos en una relación de estira y afloje, constante. Mis actitudes y palabras me pasarían facturas imposibles de pagar. 

Sin embargo, en ese instante me prometí que hiciese David algo bueno o malo, siempre estaría ahí, siempre. Con la esperanza de que algún día, pudiéramos entendernos y vivir una vida en paz.  

⎯Perdóname por no escucharte.⎯ Al fin se me escapa de los labios. 

David no me responde nada, porque bien sabe qué pasarían muchos años para que yo lo escuchase de verdad. Sin embargo, mi consuelo sería que mi hijo, a pesar de todo, regresaría una y otra vez a mí para pedirme ayuda, lo que me daría un destello de esperanza de que lo había hecho bien, que no lo había arruinado. 

⎯Ven, vamos… ⎯ le comento ⎯. Vamos a enterrar al pajarito. 

⎯No, mejor al mar… ⎯ murmura. 

⎯¿Al mar? 

⎯Allá lo cuidará Alegra… ¿Qué no? 

⎯Allá lo cuidará… ⎯contesto, y me pongo de pie junto con él para llevarlo a la playa. 

Ahora no sé qué es lo que más me duele: el no tener una conexión con él, que no le haya escuchado o el hecho de que ya no la llame mamá sino, Alegra. 

Supongo que mi hijo también decidido seguir adelante a su manera. 

2 Responses

  1. Este capítulo me duele una y otra vez. David padre siendo sordo cuando David hijo tenía tanto por decirle y enseñarle siempre.

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