Debo admitir que la respuesta de Fátima me afectó al principio; a nadie le gusta que le rechacen una propuesta de matrimonio de esa manera. Sin embargo, las razones que me dio son tan válidas que no puedo sentirme mal. Sus aspiraciones de superación personal tienen un objetivo claro y admirable.

Decidimos que la boda sí se llevaría a cabo, pero hasta nuevo aviso. Planearemos cada detalle con calma, reflexionando completamente en cada paso y decisión que tomemos. Fátima no quiere una boda vacía, llena de personas que no conoce, sino una ceremonia grande pero íntima.

Mientras tanto, estoy seguro de que me dedicaré a verla triunfar y a descubrir un lado de mi esposa que antes era desconocido para mí. Esto sentará las bases de una vida larga y próspera, llena de reconocimiento, donde el apellido Lafuente será sinónimo de poder, moviendo las esferas de la sociedad española a niveles inimaginables.

La idea de Fátima de crear una fundación para promover las artes, especialmente la música, la ópera y las artes escénicas, surgió al mismo tiempo que una idea que yo también deseaba: hacer de mi empresa parte de un conglomerado que me permitiera posicionarme en un nivel inalcanzable.

Aunque la guerra, la caída de la moneda y otras circunstancias no acabaron con mi empresa, sabía que debía adaptarme a tiempo para prosperar. Hasta ahora, solo los Santander y yo habíamos superado los obstáculos. La empresa del padre de Tristán seguía su curso, pero él estaba alejado de mi alcance, disfrutando de una vida sencilla y próspera al lado de la mujer que le conquistó en Las Vegas meses atrás.

Tuve que frenar mi idea y adaptarla a lo que tenía. Mientras tanto, ayudaría a Fátima en su proyecto, que tomó forma rápidamente y se difundió por toda la isla gracias a las relaciones sociales de mi esposa, sobre todo porque ella utilizó esas relaciones para conseguir patrocinios.

Fátima apadrinó una escuela de música local, donde Rafael de la Mora tocaba el violín junto con un pianista. Allí, estaba en formación una orquesta que necesitaba instrumentos nuevos, material e incluso lugares para dar exposición, y ella consiguió todo. Con ayuda de la empresa, Fátima hizo un presupuesto, habló con las casas de música y, para principios del siguiente mes, ya tenía todo listo para donar.

No hizo una ceremonia importante, ya que no buscaba fama, sino reconocimiento. Se conformó con un sencillo artículo de periódico; no quería parecer una persona rica tratando de gastar su dinero.

Después, empezó a promover al joven de la Mora, organizando pequeños conciertos en los eventos de la empresa e inventando otros para darle continuidad. Incluso, organizó uno en la escuela de David, donde asisten los hijos de las personas más poderosas y acaudaladas de Ibiza, sabiendo que esto podría posicionar al chico en un nivel más alto que una simple orquesta juvenil.

Para finales del año, el chico ya había recibido más patrocinios, y Fátima era conocida como una filántropa importante. Se alió con un cazador de talentos para buscar los talentos escondidos de España y darles la oportunidad de triunfar, cambiando nuestra dinámica familiar de la noche a la mañana.

Debido a esto, Fátima se vio obligada a desplazarse por todo el país, lo que implicaba viajar y ausentarse de casa durante algunos días. Yo quedaba a cargo de mi hijo David, siendo responsable de atender todas sus necesidades mientras su madre no estaba presente. Admito que esto me generó cierto temor, ya que la convivencia con mi hijo siempre ha sido algo tensa.

⎯Pero, ¿qué es lo que te preocupa? ⎯me dice, mientras veo como se aplica el tratamiento para los rizos frente al espejo⎯. David es un buen niño, es aplicado en la escuela y prácticamente se entretiene solo. 

⎯No me preocupa nada. ⎯Miento, aunque en realidad me preocupa todo. 

Fátima voltea a verme y sonríe levemente. 

⎯No me digas que eres de los típicos esposos que no puede quedarse a cargo de un niño. 

⎯No, por su puesto que no. Puedo quedarme a cargo del niño solo que… 

⎯¿Qué? ⎯insiste. 

⎯Solo que no sé si el niño quiera quedarse a cargo mío. 

Fátima ríe suavemente. Voltea nuevamente hacia el espejo y toma la mascada de seda, comenzando a envolver su cabello con destreza, creando un elegante turbante que revela por completo su rostro.

Luego, se levanta, apaga la luz del tocador y se dirige hacia la cama, despojándose del albornoz plateado y revelando el hermoso camisón a juego. Se sienta a mi lado, toma un poco de la crema para manos y comienza a untarla, quitándose los anillos primero. 

⎯¿Ya no me dirás nada? ⎯le pregunto, porque los silencios de mi esposa es a lo que más temo. 

⎯Es que… no sé qué decirte. Si quieres lo puedo llevar conmigo. David está a punto de salir de vacaciones y no le haría nada mal uno que otro viaje para distraerse. No sé si no lo has notado, pero tu hijo es… diferente. 

⎯¿Diferente, cómo? ⎯inquiero, algo preocupado.

⎯Diferente… casi no tiene amigos y los que hace son más grandes que él. Prefiere pasar sus días leyendo en su habitación y estudiando, que afuera con sus amigos jugando. Pensé que las clases de equitación y de natación lo ayudarían a ser más sociable, pero, al parecer, no es así. Incluso, lo he llevado a la orquesta varias veces para saber si le interesa y se anima a tocar un instrumento, pero tu hijo tiene talento para todo, menos para la música. 

⎯¿Talento? ⎯pregunto, bastante interesado. 

⎯Sí, es sumamente talentoso. ⎯Fátima suspira⎯. Tal vez si pasaras más rato con él lo notarías. 

⎯¿Qué clase de talento? 

⎯Pues, solo con decirte que tu hijo tiene sus logros propios. Ayer ganó en primer lugar el concurso de ciencias en su escuela. 

Sonrío. 

⎯¿En serio?, ¿por qué no me enteré? 

⎯Porque no nos dijo. David es un niño que le gusta tener logros pero no decirlos en alto. Con decirte que Mandy también se enteró ayer junto conmigo. Tu hijo hizo su propio proyecto de ciencias en el invernadero, por eso jamás me di cuenta. 

⎯¿En el invernadero? 

⎯Sí, ganó el concurso con “el efecto del agua en las plantas”. Examinó cómo diferentes cantidades de agua afecta el crecimiento de las plantas. Él solo plantó varias semillas en macetas idénticas y las regó con cantidades diferentes de agua, y registró como crecían diariamente. Si me preguntas, creo que es un gran proyecto para un niño de tan corta edad. 

⎯¿Cómo? ⎯pregunto, mientras siento un increíble orgullo. 

⎯Es David ⎯comenta mi esposa. 

Fátima se recuesta a mi lado y apaga la luz. Después, se acerca a mi cuerpo y lo abraza. 

⎯Ese niño quiere llegar a lugares y lo va a conseguir. A veces me impresiona de la rápida madurez con la que se mueve. Me da miedo. 

⎯¿Qué te da miedo? 

⎯Que crezca tan rápido. No quiero que lo haga y se pierda de lo que es verdaderamente importante, que se divierta. A veces me da la impresión de que se está preparando para huir de aquí en cuánto pueda. 

⎯No, no digas eso, David te adora y te ama, no querrá huir lejos de su madre. 

⎯No hablo por mí ⎯contesta y yo sé a lo que se refiere. 

Suspiro hondo, tratando de sacar la preocupación y la frustración que estoy sintiendo en el momento. 

⎯No te preocupes. Yo me encargaré del niño. 

⎯¿De que no huya o de él por unos días? ⎯pregunta. 

⎯Una cosa a la vez, amor. Una cosa a la vez ⎯le comento, sin saber lo que estoy diciendo. 

Fátima suspira. 

⎯¿Crees que lo estemos haciendo bien con David? ⎯habla. 

⎯¿Dudas? 

⎯A veces.

⎯Imagínate, si tú dudas, ¿qué me queda a mí? ⎯pregunto, para luego reír.

Fátima se aferra más a mi cuerpo.

⎯Solo espero que sea feliz. Que crezca siendo un buen hombre y feliz. 

⎯Un buen hombre… ⎯murmuro, al recordar lo que me propuse desde que nació. 

⎯Prométeme que pasarás tiempo de calidad con el niño, ¿si? ⎯me dice. 

⎯Lo haré… 

La voz de Fátima se apaga y su respiración comienza a ser pesada. Volteo para darle un beso sobre la frente y respirar el rico perfume que siempre emana de su piel. 

⎯No te preocupes, yo cuidaré al niño. ⎯Le prometo, para después caer dormido.

***

Fátima se fue al amanecer, y confieso que verla partir con sus maletas listas despertó en mí un sentimiento que no sabía que tenía. Desde el momento en que ella y yo nos casamos, no ha habido ni un instante en el que ella haya viajado sola, dejando el hogar. Así que ahora, me toca asumir el papel de verla partir, añorando su regreso, como sé que ella añora el mío cuando me voy.

Entonces, de inmediato, se sintió su ausencia. Como si el alma de la casa se hubiese ido y ahora, de nuevo, quedábamos mi hijo y yo en una enorme casa, separados. No desayuné con David porque tuve que irme a trabajar y al regresar al mediodía, el niño no se veía por ningún lugar. Tuve que recurrir a preguntarle a Mandy dónde se encontraba, ya que me parecía extraño no verlo en el nivel de abajo. 

⎯El niño David se encuentra en su habitación, jugando ⎯me comenta. 

⎯¿Jugando?, ¿no lo hace en el jardín? 

⎯No, lo hace en su habitación. Le gusta jugar ahí. 

«Otra cosa que no sé de mi hijo», pienso mientras subo las escaleras para dirigirme hacia su habitación. 

Tan solo entrar, me encuentro con muñecos envueltos en vendas, un maletín del doctor de juguete, y a mi hijo de rodillas con un muñeco recostado sobre el suelo. 

⎯¿Qué haces? ⎯pregunto. 

⎯¡No, papá!, ¡estoy operando! ⎯Me prohibe la entrada. 

⎯¿Operando? ⎯inquiero. 

⎯Sí, y estás contaminando el quirófano. 

Observo a mi alrededor y me percato que la decoración de su cuarto ha cambiado significativamente. Donde antes había decenas de barcos piratas, ahora hay esquemas del cuerpo humano, entre otros dibujos y apuntes que el niño toma con la letra aún torpe. 

⎯Si te vas a quedar, tienes que desinfectante ⎯me dice. 

⎯Vale… 

David me pide que estire las manos y tomando una botella de plástico del maletín me lo echa en las manos. Lo veo tan concentrado que me hace sonreír. 

⎯Listo, ahora ya puedes quedarte. 

⎯Bien… gracias ⎯le contesto. 

⎯Mamá siempre se queda en la sala de espera. ⎯Y me señala un pequeño sofá que está en la esquina. 

Así que voy hacia la esquina y a duras penas me siento en el pequeño sofá. Me quedo quieto, viendo la increíble concentración que David le pone a la operación y la manera en la que forma los instrumentos para tomarlos uno por uno como si ya se los supiera de memoria. 

⎯Mamá dijo que ganaste un concurso de ciencias ⎯comienzo la conservación. 

⎯Sí. 

⎯Pues, felicidades. 

⎯Gracias ⎯responde, aun con la mirada concentrada en el muñeco. 

⎯También me dijo que pasáramos tiempo juntos. 

David no me responde nada. Simplemente, toma una venda y comienza a envolver la pierna del muñeco. No sé cómo interpretar su silencio, si como una respuesta positiva o negativa.

⎯David, ¿hay algo que quieras hacer conmigo? ⎯pregunto. 

Mi hijo se voltea y en un acto honesto me dice que no con la cabeza. Después continua con el vendaje y me ignora por completo. Observo su expresión, su concentración en la tarea. A veces, la conexión parece estar aquí, esperando por ser descubierta. Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones somos dos almas solitarias compartiendo el mismo espacio, pero sin lograr cruzar el abismo que se interpone entre nosotros. 

⎯David… 

⎯No sé, papá ⎯responde⎯. Hagámos lo que tú quieras. 

⎯¿Lo que yo quiera? ⎯pregunto. 

⎯Sí… da igual ⎯susurra, y esa última respuesta hace que mi corazón se encoja. 

En ese momento, la imagen de un joven David Canarias Donato surgió en mi mente, evocando mi propia infancia. Recordé una ocasión en la que le respondí lo mismo a mi propio padre, y él me obligó a disculparme. La ironía no escapó a mi atención cuando escuché a mi hijo replicando esas mismas palabras. Fue como si un balde de agua helada se derramara sobre mí. Sentí la urgencia de tomar medidas; no podía permitirme perder a mi hijo tan temprano en su vida.

⎯¿Cuánto falta para que termine la operación? ⎯inquiero. 

David suspira. 

⎯Ya casi pasa a observación. 

⎯Bien, haré unas llamadas y luego saldremos. Cámbiate de ropa. 

⎯Pero papá…

⎯David… solo hazlo, ¿quieres? No hagas esto tan pesado. 

Así, salgo de la habitación para justo encontrarme a Mandy caminando por el corredor. 

⎯Mandy, asegúrate que David esté listo para salir. Los veo en la puerta en diez minutos. 

⎯Sí, señor. 

⎯Mandy, iremos solos, así que tienes el resto de la tarde libre. 

⎯Muy bien, señor ⎯me responde. 

Al entrar a mi despacho, el aire parece cargado de la tensión que dejé en el pasillo. Siento la responsabilidad de actuar, de hacer algo que pueda, una vez más, salvar la relación con mi hijo. La oficina, normalmente un sitio de decisiones empresariales, ahora se convierte en el escenario donde intento reconstruir los lazos familiares.

Con determinación, cojo el teléfono y marco los números necesarios. La esperanza de que estas llamadas puedan cambiar la dinámica entre David y yo es lo que me impulsa. Sin embargo, este sentimiento se repetiría cientos de veces a lo largo de mi vida, incluso, estaría presente en mis últimas palabras. 

Para mi fortuna, la respuesta es positiva, y, con alegría, salgo del despacho para dirigirme hacia la puerta, donde Mandy yace arreglándole el cuello del suéter a David, en la entrada de la casa. 

⎯Verás que te divertirás ⎯le habla bajito, mientras el niño la ve a los ojos⎯. Sé el buen niño que eres y ve con tu papá, ¿vale? 

⎯Solo lo hago porque te quiero, Mandy ⎯le responde. 

La honestidad de mi hijo me hiere, pero no puedo hacer nada para obligarlo. Tengo que ganarme yo ese cariño. En ese instante, Mandy se percata que estoy presente y poniéndose de pie, me muestra a David, perfectamente vestido, y con el cabello peinado. 

⎯Listo, vamos. 

Camino hacia allá, y le tomo la mano a David. Por un instante, siento como si lo estuviera jalando hacia el auto, pero luego me percato que aún no puede seguir la velocidad de mis pasos y debo bajar el ritmo. 

⎯¿Dónde vamos? ⎯me pregunta, con la voz agitada por seguirme el paso. 

No respondo nada, simplemente lo subo en la parte de atrás del auto y cierro la puerta. Momentos después, subo al asiento del piloto, cierro la puerta y enciendo el auto. 

⎯¿No irá Santillana con nosotros? 

⎯No, esta vez tu padre manejará, porque te llevará a un lugar especial e importante. 

⎯¿A la empresa? ⎯pregunta. 

Yo niego con la cabeza. 

⎯Es una sorpresa ⎯le conesto. 

⎯No me gustan mucho las sorpresas ⎯me dice, sin vergüenza alguna.

⎯Pues, esta te gustará. 

⎯¿No me puedes dar una pista? ⎯insiste. 

⎯No. 

Entonces, arranco el auto y sin decir ni una palabra más, piso el acelerador para salir de ahí. David, de inmediato, voltea la cabeza hacia la ventana y va observando el paisaje. El silencio pesa, pesa más que la vibración del motor, más que el rugir de los neumáticos sobre el asfalto. Es un silencio denso, lleno de palabras no pronunciadas que se quedan suspendidas en el habitáculo del automóvil como fantasmas sin forma.

Cada kilómetro que recorremos parece extender la distancia entre nosotros. La carretera se convierte en un testigo silencioso de la brecha que se está ampliando, una brecha llena de preguntas sin respuesta y emociones sin explorar. El paisaje, que debería ser un acompañante enérgico de nuestro viaje, se ve ensombrecido por la opresión del silencio.

Mientras conducimos, siento la urgencia de romperlo, sin embargo, cada intento de formular palabras se queda atrapado en mi garganta, como si el silencio mismo las absorbiera y las hiciera desaparecer. La incomodidad es palpable, y aunque David mantiene la vista fija en el paisaje, puedo percibir la tensión en su postura.

⎯Sabes, hijo, tú y yo tenemos algo en común ⎯le hablo y él, al fin, voltea a verme. 

⎯No lo creo ⎯responde. 

⎯Claro que sí. Yo también fui niño y yo también soñaba con lo que quería ser de grande. 

⎯¿Un empresario? ⎯pregunta, como si fuese obvio. 

⎯No, otra cosa. Pero soñaba, al igual que tú. 

⎯Bueno… ⎯me dice, para después volver la mirada hacia la ventana. 

⎯Sin embargo, mi padre decía que existe una brecha grande entre soñar y ser lo que uno sueña. Según él, soñar era solo el primer paso, un destello de inspiración que encendía la imaginación. Sin embargo, para convertir esos sueños en realidad, se requería un esfuerzo constante, dedicación y, a veces, superar obstáculos que pueden ser insuperables. 

David me pone un rostro de completa confusión. Supongo que todo lo que estoy diciendo es demasiado para un niño o las palabras que estoy utilizando no son las adecuadas. 

⎯En pocas palabras, para hacer un sueño realidad no basta con solo soñarlo, hay que trabajarlo. ⎯Finalizo. 

Justo, en ese instante, voy entrando al área de la ciudad donde me dirijo y, momentos después, entro al área de hospitales donde hago la parada en uno de los más grandes y lujosos. 

⎯Llegamos. 

⎯¿Qué es esto? ⎯me pregunta mi hijo, bastante confundido. 

⎯La sorpresa, ven. 

Así, salgo del auto y después de abrirle la puerta, David me toma la mano para bajar y comenzar a caminar hacia el área de visitas. Tan solo entramos, uno de los doctores nos da la bienvenida. 

⎯¿El doctor Canarias? ⎯pregunta, y David abre los ojos, sorprendido. 

Entonces, me pongo a la altura de mi hijo y le digo al oído: 

⎯Creo que te llaman a ti. 

David voltea a verme y sonríe. 

⎯¿A mí? 

⎯Sí. El doctor Castellanos es un buen amigo y le comenté que tengo un hijo que quiere ser doctor. Así que, se ofreció para mostrarte el hospital y que pasemos unas horas como voluntarios. De esta manera sabrás si en verdad quieres ser doctor de grande y pasar del sueño a la realidad. 

David me regala una sonrisa, la más amplia que jamás haya visto en su rostro. En ese instante, la conexión entre nosotros, tan esquiva como las olas del mar, vuelve a manifestarse con fuerza. Mi hijo expresa su gratitud con un abrazo cálido, y en ese gesto, experimento una alegría indescriptible. Es como si, por un breve momento, todas las barreras que nos separan se disiparán, dejando solo un lazo fuerte y genuino entre padre e hijo.

⎯¿Doctor Canarias? ⎯preguntan una vez más. 

David con fuerza responde: 

⎯Soy yo. 

⎯Bien, doctor. ⎯Y en ese instante le ponen una bata para que el niño entre en papel. 

⎯¿Cuál es su especialidad?

⎯¡Pediatría! ⎯ contesta emocionado. 

⎯Bueno, hoy quieres ser pediatra. Tal vez mañana quieras ser cardiólogo ⎯comento. 

⎯No, pediatra, quiero ser pediatra ⎯habla seguro. 

⎯Bien, entonces vamos… que la ronda nos espera ⎯habla, Castellanos, para invitarnos a caminar junto con él. 

Mi hijo, entusiasmado por la experiencia, recorre los pasillos del hospital, preguntando todo tipo de cosas y señalando algunos aparatos que hay en el lugar. El doctor, le explica con paciencia cada detalle, y en muchas ocasiones le permite que toque para que pueda experimentarlo. 

Después, entramos en una sala donde una enfermera, amablemente, le explica con paciencia a David como tomar el pulso correctamente, y haciendo que él pruebe haciéndolo conmigo. Al saber que lo ha tomado bien, se emociona y me promete que me tomará el pulso seguido para practicar, lo que me hace reir. 

Luego, nos dirigimos a otra área donde nos explican para qué sirven los diferentes aparatos médicos: desde el funcionamiento de un tensiómetro hasta la utilidad de un estetoscopio. David, con ojos brillantes y una sonrisa constante, absorbe cada palabra como esponja y estoy seguro de que su pudiera tomaría apuntes de todo lo que le están diciendo. 

El niño se encuentra completamente fascinado, al grado de que voltea a cada rato para agradecerme y soltando la mano del doctor, toma la mía y lo hace con fuerza. 

Debo admitir que me siento feliz de haber logrado que mi hijo pasara de la antipatía y el silencio, a la alegría y la felicidad en tan poco tiempo. Al fin siento que hice algo bien con él. 

La visita prosigue por las diversas áreas del hospital. Al llegar a la sala de emergencias, David parece ansioso por adentrarse y observar todas las actividades en marcha. Sin detenernos demasiado tiempo, el doctor nos muestra el funcionamiento de ciertos equipos médicos y explica la importancia de mantener la calma en situaciones críticas.

La jornada alcanza su punto culminante en el área de pediatría. Mi hijo, con los ojos llenos de admiración, observa cómo los médicos y las enfermeras trabajan con el cuidado de los pequeños pacientes. La atmósfera rebosa de ternura y esperanza, y David absorbe cada lección sobre el delicado arte de brindar atención médica a los niños.

⎯No cabe duda que tu hijo será un excelente doctor, y un gran pediatra ⎯me dice mi amigo, y David sonríe. 

⎯Lo será. Sé que será el mejor médico de su regeneración ⎯contesto, dándole con una pequeña palmada un toque de destino. 

⎯Bueno, pues seguiremos su carrera muy de cerca, doctor Canarias. ⎯Le prometen, para después salirse y dejarnos solos en la entrada del hospital. 

David se voltea y lleno de emoción, me da un abrazo cálido. Su cuerpo apenas llega a la altura de mi cintura, pero, aun así, siento que me llega hasta el alma. 

⎯¡Gracias, papá! ⎯ me agradece. 

⎯De nada, me alegra que te haya gustado. 

⎯No solo me gustó, me encantó. Ya quiero crecer para ser doctor. ⎯Me asegura. 

Yo, me pongo a la altura de su rostro y le contesto: 

⎯No quieras crecer tan rápido, tómate tu tiempo. 

⎯Pero es que solo de grande seré buen doctor. 

⎯Lo sé, pero tienes tiempo. Además, todavía tienes mucho que aprender. Verás que lo harás y podrás ser lo que tú desees. David, al contrario de mi padre, yo te estoy permitiendo que sueñes y cumplas de verdad ese sueño. Pero hay una cosa muy importante, una que quiero que siempre tengas grabada en tu mente y en tu corazón. 

⎯¿Cuál es? 

⎯Que no importa cuál sea tu sueño, que profesional llegues a ser, lo importante es que seas mejor hombre que tu padre, mucho mejor en todos los sentidos, ¿me lo prometes? 

David sonríe. 

⎯Pero, ¿cómo puedo ser mejor hombre que tú? ⎯me contesta⎯, si ya eres el mejor. 

Me quedo en silencio unos segundos y la imagen de ese día en Gran Canaria vuelve a mí. David pequeño en mis brazos, Mandy al borde del llanto, y ese hombre sin idea de lo que había pasado. 

⎯Estoy seguro de que serás el mejor de los hombres… ya lo verás. 

David me sonríe. Después toma mi mano y me sigue hasta el auto. 

⎯Papá, ¿tú con qué soñabas? ⎯me pregunta. 

⎯Bueno, yo soñaba con tocar las estrellas. Quería ser astronauta y explorar el espacio. 

⎯¡Vaya! ⎯me contesta, bastante sorprendido. 

Ambos nos subimos al auto y cuando estamos listos para partir, él me continúa hablando: 

⎯¿Qué pasa si te digo que yo también puedo hacer tu sueño realidad? 

⎯Te diría que estoy interesado. 

⎯Vale… ⎯conesta para después volver al silencio. 

Acabamos de llegar a casa y, de inmediato, David se escabulle una vez más, dejándome completamente solo. Supongo que por hoy ha tenido suficiente de mi compañía, ya que son escasas las ocasiones en las que él y yo compartimos un tiempo prolongado juntos en la misma habitación.

Sin embargo, unas horas después, dos pequeños golpes en la puerta de mi despacho se hacen presentes y al pronunciar la palabra “adelante”, David aparece tímidamente en la entrada. 

 ⎯Dime… 

⎯¿Puedes venir a mi cuarto? ⎯pregunta. 

⎯¿Tienes algún problema? 

⎯Solo ven, anda… ⎯Insisite. 

Así, me pongo de pie y voy hacian dónde está él. David, vuelve a tomarme de la mano y me lleva hacia su cuarto. Tan solo abre la puerta, noto que todo está a obscuras. 

⎯Hijo, enciende las luces.

⎯No, recuéstate. 

⎯¿Cómo? 

⎯Recuéstate. ⎯Me pide. 

Hago lo que me pide, ya que lo veo bastante ilusionado. Él se recuesta a mi lado, y cuando menos lo espero, una luz sale de entre sus manos. David, trae un aparato que, al cambiar el disco, proyecta una galaxia en todo el techo. 

⎯Ahora estamos en el espacio, papá ⎯me comenta. 

Sonrío. 

⎯¿Te gusta? 

⎯Me encanta ⎯respondo. 

⎯Mamá me compró este proyecto de discos en Nueva York y trae uno con imágenes del espacio. Ahora, si estiras tu mano, puedes tocar las estrellas. 

⎯Puedo… ⎯contesto. 

Después de esa tarde silenciosa, David y yo permanecimos en la tranquilidad del momento, un instante que, al menos en mi corazón, quedó grabado con una mezcla de nostalgia y esperanza. La conexión entre mi hijo y yo, como predije, no siempre estaría presente, sería más como las olas del mar, una sucesión constante de idas y venidas. A pesar de ello, estas oscilaciones nos regalaban momentos importantes de alegría que actuaban como un bálsamo, salvando nuestra relación de la frialdad.

Durante mucho tiempo, nuestra dinámica de padre-hijo persistiría como una distancia silenciosa, un entendimiento tenso que se deslizaría en el aire sin necesidad de palabras. No obstante, un día, casi imperceptiblemente, esa tensión se disiparía, transformándose en un pacto de paz tácito que nos permitiría crecer juntos.

Fátima continuó dejándonos solos en diversas ocasiones, forzándonos a enfrentarnos a nuestra propia compañía. Sin embargo, la verdadera transformación llegó con un acontecimiento inesperado que alteró nuestra realidad. Y, finalmente, el tiempo nos otorgó el regalo más anhelado: nuestra adorada Ainhoa, quien trajo consigo una nueva dimensión de amor entre nosotros. 

5 Responses

  1. Wow, no se ni como expresar todo lo que sentí con este capitulo 🥹🥹gracias Ana por siempre darnos tantas emociones a través de tus libros 🥰🥰

  2. Wow q bello. Esa conexión será mágica. David padre lo alienta a ser lo que desee y David hijo en su pequeña edad decide hacer el sueño de su papa realidad con este simple gesto

  3. Gracias Ana por devolvernos la fe en la humanidad cuando los pequeños grandes gestos hablan por nosotros.

  4. De todo este conglomerado de familia David Canarias Donato es mi favorito, tuvo una vida dificil y complicada pero fue una persona maravillosa y por eso sus nietos lo recuerdan con tanto cariño. Este capítulo removió muchos sentimientos en mí, lo disfrute enormemente.

  5. David padre tuvo que cargar con tanto peso de las decisiones y la soledad y aún así logro mantener en su corazón espíritu de niño y permitirse soñar de vez en cuando. Mucha culpa en un corazón tan golpeado. Hermoso capítulo.

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