Abro los ojos al sentir el olor a café. Me veo de nuevo en la habitación de Karl, pero esta vez no me levanto desesperada, sino que me fijo en el techo mientras estiro mis brazos y mis piernas. Aún estoy desnuda bajo las sábanas de algodón, y veo que el sol está por salir. Tomo mi móvil y marca as 6: 45 am, así que prácticamente he dormido toda la noche.  Volteo a mi derecha, Karl no está aquí. 

Me levanto de la cama, me pongo de nuevo la braga y la camisa de Karl que me queda a la perfección. Salgo de la habitación y lo veo sentado en el comedor prestando atención a lo que parece una figura de barro o algo por el estilo. 

Volteo a mi alrededor, de nuevo me llaman la atención la cantidad de cajas que están perfectamente ordenadas en el piso. Su falta de decoración, también se me hace raro, o tal vez es que yo estoy acostumbrada a la sobre decoración de la mía, siempre de colores, llena de fotos y esa colección de figurillas y artesanías de los viajes de mis padres. 

⎯  Buenos días ⎯ escucho su voz, para luego alzar la vista y sonreírme ⎯ hay café en la cocina. 

⎯ Gracias ⎯ respondo, y camino hacia él para ver lo que realmente hace. Lo veo dándole los últimos toques a lo que parece la figura de una mujer. Me siento a su lado, y lo observo. ⎯ Desde temprano haciendo cosas de aburrido ⎯ comento. 

Karl sonríe. ⎯  Así es, pervertido por las noches, aburrido por las mañanas, cardiólogo en algunos horarios ⎯ bromea, para seguir haciéndolo. 

Lo observo, veo sus manos grandes tallando con tanta delicadeza la figura que hace, para después darle los últimos detalles y dejar el instrumento, parecido a un bisturí, al lado. 

⎯ ¿Te gusta? ⎯ me pregunta. 

⎯ Es bello, ¿lo hiciste tú? 

⎯ Así es, tengo afición por esto, me tranquiliza, y me ayuda a mantener la precisión en los cortes. Mantengo mi habilidad. Por cierto, tu hermana Sila así recupero el movimiento total de su mano. 

⎯ ¿Haciendo figuras? ⎯ pregunto, ignorando la información. 

⎯  No, ella lo hizo cociendo, tengo una amiga neurocirujana de confianza que me pasó los ejercicios. Si tu hermana puede realizar todo de nuevo, es por esto. 

Sonrío. Después tomo un poco de la tostada que tiene en frente y le doy una mordida. Él, guarda sus cosas, toma la figura y se aleja para ponerla sobre una repisa donde tiene dos más. Va hacia la cocina y se lava las manos. 

⎯ ¿Puedo preguntarte algo? ⎯ le digo, y él se sirve café en una taza enorme. 

Debo confesar que verlo en pantalón del pijama, sin camisa y mostrando ese torso tan bien formado, es demasiado sexi. 

⎯  Entonces va en serio eso del cambio de reglas. 

⎯ Muy en serio. Es más, puedes preguntarme algo personal, si gustas. 

Karl se ríe, saca del refrigerador un vaso de yogurt y lo lleva hacia la mesa.

⎯ ¿Qué tan personal es? 

⎯ No sé, pero es algo que siempre me pregunto cuando entro aquí ⎯ confieso. 

⎯ ¿Tienes tiempo de preguntarte cosas?, creo que no estoy haciendo bien mi parte ⎯ bromea. 

Me río.⎯ No, no es por eso. Lo que pasa es que es muy evidente, así que tengo que preguntar. 

Karl come un poco de yogur y yo le robo otra tostada con mantequilla y mermelada.⎯ Vamos, pregúntame. 

⎯ Bueno, ¿por qué tienes tantas cajas en tu piso?, ¿no te ha dado tiempo de desempacar? ⎯ inquiero. 

Karl ve las cajas, y luego me ve a los ojos. ⎯ Es un secreto de estado, si te digo, después tendrás que pasar por muchas pruebas para ver si no hay traumas. 

⎯¿Qué? 

⎯ Así es… ¿Recuerdas el vestido de la mujer en mi armario? ⎯ murmura, y me ve a los ojos. 

⎯ Venga Karl, sé que no eres así… 

⎯ ¿Cómo lo sabes? 

⎯ Eres demasiado aburrido para hacer eso.

⎯ Dicen que los calladitos son los peores, y los que más hacen gritar ⎯ me asegura, para luego gueñir el ojo. 

⎯ Basta, me vas a contar o no, si no, no me interesa.

Karl se ríe bajito.⎯ Es una larga historia, no sé si estás dispuesta a escucharla. 

En ese momento me pongo de pie, voy hacia la cocina y tomo la única taza que sobre en los anaqueles y me sirvo el café. Abro el refrigerador, le pongo un poco de la leche que hay y vuelvo a mi lugar a sentarme. 

⎯ Listo, te escucho ⎯ respondo coqueta, para luego, seguir comiendo la tostada. 

⎯ Bueno, cuando era pequeño mi familia viajaba mucho. Te podría decir que viví en 6 países distintos antes de los 10 años. Mi padre es embajador. 

Abro los ojos en señal de sorpresa, es la primera vez que me entero de la procedencia de Karl. De pronto, miles de preguntas brotan en mi cabeza, pero sé que solo, por ahora, tengo derecho a esta. 

⎯ Así que toda la vida me la vivía, mudándome, de aquí, para allá. Siempre un nuevo país. Nueva casa, nuevo todo. Lo que me llevaba a mudanza, tras mudanza, tras mudanza. Al principio, si desempacaba mis cosas, ya que vivía ahí. Sin embargo, cuando cumplí siete años fui a un internado.

⎯ ¿Un internado? ⎯ pregunto, interesada.

⎯ Así es, mis hermanos ya estaban allá, así que lo más normal era enviar al hijo menor. En fin, cada vez que regresaba de vacaciones, era mudarnos. Pasaba todo el verano o el invierno guardando cosas de mi habitación, ya que sabía que al regresar del internado estaría en otro lugar. Un día, cuando tenía catorce años, me harté. Recuerdo que vivíamos en París por esa época y yo deseaba conocer esa ciudad, hacer amigos, disfrutar de todo. Así que llegué del internado y en lugar de desempacar dejé las cajas así, sin abrir. Le dije a mi madre que si al final tenía que empacar de nuevo para irnos de aquí, mejor no desempacaba. Y de pronto, se hizo costumbre. Jamás volví a desempacar mis cosas, las dejé así por si las dudas y por desgracia la vida me llevó a que de esta forma se quedaran.

⎯ ¿Eso es verdad?

⎯ Lo es. Ni siquiera cuando me fui a estudiar la carrera lo hice. Las dejé así, y siempre cargo lo indispensable en una maleta. Cuando me vine a vivir a Madrid, mis padres simplemente me enviaron las cajas.

⎯ Pero, ya llevas como cinco años viviendo aquí, ¿por qué no desempacas? ⎯ insisto.

Karl sonríe. ⎯ Porque no estoy seguro de que me quede aquí.

Al escuchar sus palabras me quedo verdaderamente sorprendida, ¿cómo es que no sabe si quedarse?, ¿a caso no tiene un contrato en el hospital?

⎯ Hoy estoy aquí, mañana puede que me llamen y me ofrezcan algo en Turquía y yo acepte y me vaya. O tal vez me canse del lugar donde estoy y decida irme. Siempre he dicho, que el día en que pueda sacar mis libros y ponerlos en un libro, ese día sabré que pertenezco a ese sitio. Mientras tanto, solo tengo lo indispensable.

⎯ Lo último sonó bastante melancólico ⎯ admito.

⎯ Tal vez, pero así son las cosas ⎯ toma un sorbo de café ⎯, tú tienes suerte, ¿sabes?, tienes una casa bonita, donde puedes dejar tus cosas sin pensar que en algún momento las tienes que mover.

⎯ Imagínate, mover miles de fotografías, me muero ⎯ bromeo, y ambos nos reímos ⎯ aunque cuando nos venimos a vivir de México nos trajimos bastantes. No sé cómo le hace mi mamá para tener tantas partes para exponerlas. Debería tener su propia galería personal y exponerlas ahí.

⎯ Créeme, tu familia la visitaría a diario ⎯ me contesta.

Me río. ⎯ Es chistoso, tú buscas establecerte y yo, lo único que quiero es ser libre y hacer lo que desea, no preguntar a nadie.

⎯ No confundas ⎯ me comenta de inmediato ⎯ yo soy libre, hago lo que deseo, solo que creo que sería bonito tener un hogar que fuese mío, y no estoy hablando de una casa, un hogar puede ser también una persona ⎯ me alecciona. ⎯ Una a la que veas y sepas que todo es constante, es todo. La libertad, Alegra, no es hacer lo que deseas sin que nadie te detenga, sin tener obstáculos o cadenas, la libertad es hacer lo que deseas consciente de que puedes hacerlo, y tú querida, puedes. Nadie te detiene, tú eres tu propia prisión.

Sonrío ⎯ ¡Guau!, además de pervertido y aburrido, eres gurú.

⎯ No, simplemente tengo más experiencia que tú ⎯ me comenta ⎯ porque además soy anciano.

⎯ No eres anciano… ⎯ admito, y él sonríe.

Karl y yo nos quedamos un rato en silencio, mientras terminamos el café y el desayuno. Al parecer, mi pregunta de las cajas destapó muchas cosas sobre él que me agradaron. Jamás me había tomado el tiempo de conocer a la persona con la que tengo tan buen sexo, supongo que siempre hay una primera vez.

⎯ Espero que algún día puedas desempacar tus cosas ⎯ le hablo.

Él asiente.⎯ Gracias, espero que un día puedas comprender el sentido de libertad. Ahora, ¿nos damos una ducha?

⎯ ¿Una ducha? ⎯ inquiero.

⎯ Sí, o piensas que te llevaré así a tu casa.

⎯ No es necesario que me lleves a mi casa, yo puedo ir sola ⎯ contesto, ya que solo de pensar que mis padres me verán con él, me hace querer evitar todo el drama.⎯ Pero, acepto la ducha.

⎯ Bien… ⎯ responde él, para dejar la taza de café sobre la mesa, ponerse de pie e ir hacia mí. Karl me carga entre sus brazos, y yo casi tiro el café sobre el suelo.

⎯ ¡Karl! ⎯ le reclamo entre risas.

⎯ Venga, que tengo solo quince minutos, después debo ir al hospital.

⎯ ¿Quince minutos? ⎯ inquiero.

⎯ Te demostraré que puedo hacer en quince minutos ⎯ contesta, para después llevarme al baño.

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