Sabina nunca había conocido el amor, hasta que conoció a Adrián Cho. Ella había visto el amor en distintas formas y situaciones, pero, jamás lo había vivido por su cuenta, por eso cuando él llegó, no supo cómo reaccionar. 

Adrián, ese joven alto, guapo, seguro de sí mismo y simpático, captó su atención cuando ella tenía apenas catorce años. Su primer encuentro fue en el gimnasio, donde ambos entrenaba todos los días, a las seis de la mañana, para poder ganarse su medalla de oro en las próximas olimpiadas. 

En ese momento no hubo comunicación, solo miradas, algunas más intensas que otras que se esfumaron cuando él dejó de ir de un día para el otro, haciendo que Sabina perdiera su rastro y se olvidara por unos años de que existía. 

Sin embargo, dos años después, él regresó a Madrid, un poco más maduro, increíblemente atractivo y con ganas de comerse al mundo, al igual que Sabina, por lo que, al volverse a ver, la química entre los dos fue verdaderamente explosiva. 

Cho, como le decían todos los que le conocían, esa noche en la fiesta no estaba buscando a nadie, ni siquiera tenía porque estar ahí, solo había ido para hacer de chaperón del amigo de su amigo; cuándo Sabina captó su atención. 

Vistiendo una chamarra de mezclilla con un bonito dibujo de una sirena en la espalda, un top tejido de color amarillo, y unos jeans azules que dejaban ver su marcado abdomen, Sabina Carter se paseaba por la fiesta en busca de algo para beber que no tuviera alcohol, ya que al siguiente día tenía que ir a entrenar y luego a trabajar en la cafetería de su padre. 

Ella entró a la cocina y al ver unas latas de Sprite en el refrigerador, decidió tomar una y abrirla cuando Cho entró de inmediato y se lo prohibió. 

—¡Eh!, ¡Eh!, ¡Eh!— escuchó Sabina y al voltear pudo ver a Cho, ese chico alto, de cabello negro, ojos rasgados y sonrisa simpática que en ese momento reconoció; sin embargo, no dijo nada —siento decirte, pero, esas latas son mías. 

Sabina sonrío, luego dio un vistazo a la lata y le preguntó —no veo que digan tu nombre, ¿las marcaste, quizás? 

—No, pero sé que son mías porque lo las compré — le aseguró para luego sonreír coqueto. 

Él entró por completo al lugar, se acomodó el cabello lacio, perfectamente peinado y se recargó en la barra que se encontraba en medio de la cocina. 

Sabina, a pesar de que se sentía nerviosa, no se dejó intimidar y simplemente le sonrío —¿tienes el recibo? — preguntó. 

Cho, comenzó a buscarlo entre sus ropas y luego negó con la cabeza, sin quitar esa sonrisa que a cualquier mujer conquistaría de inmediato. 

—No, pero son mías— habló en tono sensual y remató el acto de coquetería guíñenlo un ojo. 

Sabina, le respondió con otra sonrisa y se quedó en silencio por un momento. Cho, no sabía que Sabina era necia, una necedad que se había transmitido desde generaciones pasadas, iniciando con su abuela, por lo que volteó a ver a la lata y comenzó a leerla. 

—Vale, si son tuyas de verdad, dime al menos dos números del código de barras y si le atinas, te creo— lo retó. 

Cho, amaba los retos, había crecido en medio de ellos, pero supo que ese no era uno, sino simple coquetería de esa joven que ya tenía su atención desde la primera vez que la había visto entrar. 

Él se acercó a ella, y se cargó ahora en la encimera que había al lado, para en tono seductor decirle — vale, el primer número es dos. 

—¡Nah, mal! — dijo ella entra risas — tienes una oportunidad más. 

Él se mordió los labios — Hmmmm, pensé que lo tenía seguro, en fin, el siguiente es, ¿Cero?— preguntó con duda. 

Sabina volteó a ver el código y al percatarse de que sí estaba ese cero le dio la lata haciéndolo sonreír triunfante — listo, ahora tomaré agua— le dijo decidida. 

Antes de que ella se moviera para buscar un vaso, Cho abrió la lata y se la ofreció— de un deportista a otro — habló seguro, sorprendiendo a Sabina al escuchar esa frase —¿crees que no reconocería a Sabina “La sirena Carter” al verla? 

Ella tomó el Sprite y le dio un sorbo sin apartar su vista de la de él —¿cuándo supiste que era yo? — inquirió. 

Él suspiró — pues, desde que íbamos al mismo gimnasio juntos, ¿recuerdas?, siempre estabas la caminadora de al lado; solo que ahora eres más grande y más bella— recitó, en un tono tan dulce que casi la hizo sonrojar. 

Sabina levantó la ceja y esbozó una ligera sonrisa. Ella jamás pensó que Adrián Cho, el chico que era su amor platónico hace años atrás, la reconocería y menos se acordaría de ella después de tanto tiempo. 

En ese momento de reflexión, mezclado con alegría, Cho se acercó al refrigerador y tomó otra lata de Sprite. Él al abrirla la chocó inesperadamente con la de ella brindando — salud— le dijo. 

—Salud— respondió ella sin titubear. 

Ambos tomaron un sorbo, de nuevo, sin despegar la vista uno de otro, ya que parecía que solo podían hablar con la mirada y al sentir los nervios se rieron. 

—Te preguntarás que estoy haciendo aquí— habló él. 

—La verdad no— contestó Sabina en tono sarcástico — pero, supongo que me lo quieres contar, ¿cierto? 

—Estás en lo cierto, Sirena— admitió él. Cho, se sentó en uno de los bancos y luego jaló otro a su lado, tan cerca que apenas y alguien se podía subir sin rozar su pierna — ¿gustas sentarte? — le preguntó señalando con la mano el lugar vacío. 

Sabina se quitó la chamarra de mezclilla ante los ojos de Cho, y él cuando vio esa escena no dudo en conservarla en su mente para después analizarla en privado. 

Sabina era bella, hermosa en verdad, no solo por ese cuerpo marcado que parecía tallado por los dioses, sino por el precioso rostro que tenía, esos ojos café claro que brillaban, sus labios carnosos y rojos y ese hoyuelo en la mejilla que cada vez que se reía se dejaba ver, dándole un toque coqueto. 

Cho, no dejó de admirar ni por un segundo la imagen que ella le regalaba, sin querer o a propósito, y trató de disimular el hechizo que ella le había puesto. 

Sabina se sentó a su lado y cuando estuvieron frente a frente, él se acercó y le murmuró — en verdad, estoy aquí por mi mejor amigo, ¿recuerdas al chico del gimnasio? 

—Algo…— respondió ella sin interés, una estrategia que había leído en esas revistas de ligues. 

—Bueno, él conoce a Camilo, el hermano de la chica que hizo esta fiesta, y está aquí para cuidar a Camilo de que no regrese con su ex, que justo se encuentra aquí, yo lo estoy acompañando — explicó. 

Sabina entrecerró los ojos — en pocas palabras eres como un agregado a la fiesta. 

—¡Exacto! — le dio la razón — soy el que va por los Sprite y los cuida celosamente. 

—¿Entonces?, si eres el que los cuida, ¿por qué me viste entrar y no me dijiste nada? 

—Estaba viendo tus intensiones y cuando vi lo que querías hacer dije “no, no, no… mis Sprite, no”. 

El cuerpo de Cho cada vez estaba más cerca del de la joven, casi tanto, que él podía percibir un rico olor a naranja que emanaba de su piel. Sabina comenzó a ponerse nerviosa y antes de que algo más pasara tomó un sorbo de Sprite y dejó la lata sobre la barra —Y, ¿ahora? 

—¿Ahora? — preguntó Cho, simpático. 

—¿Cuáles son tus intensiones de esta plática? — preguntó. 

Cho centró sus ojos en los de ella, se perdió en esa bella mirada que ya no podía dejar de admirar ¿Qué tenía esta joven que le hacía sentir tanto sin ni siquiera tocarlo? 

—¿Cuántos años tienes? — finalmente Cho habló, al ver el rostro joven de Sabina. 

—Unos que no te gustarán, Adrián Cho— respondió Sabina, sabiendo que al decirle la diferencia de edad él se haría para atrás y esto quedaría como un simple fíltrelo en una fiesta. 

Ella se puse de pie y se acercó al refrigerador para tomar otro Sprite— prometo que la próxima vez que te vea, yo te invitaré uno— le prometió. 

Cho se mordió el labio y sonrío. Le encantaba esta actitud retadora y a la vez tan coqueta de Sabina; aunque estaba seguro de que la última no la hacía a propósito. Él trató de que se quedara más tiempo, ya que quería averiguar más de ella — Y, ¿cuándo será eso “Sirena”? — le preguntó. 

Sabina rozó la parte de arriba de la lata con uno de sus dedos mientras lo veía —Cuando me encuentres — contestó segura y a la vez tratando de dar una respuesta enigmática para formular misterio— suerte con tu misión. 

—¡Ey Sirena!— gritó Cho, tratando de que ella se detuviera, pero no le hizo casó y salió del lugar dejándolo solo en la cocina. 

Por unos momentos se rindió, pero al voltear a su lado se percató que había olvidado su chamarra de mezclilla y supo que era la única oportunidad que tenía para poder obtener, aunque fuese una pista para volverla a ver. 

La tomó, salió corriendo de la cocina y al ver que ella iba atravesando la sala, que servía como pista de baile, se adelantó para tomarle el brazo y hacer que volteara. 

En ese momento, cuando sus ojos volvieron a cruzarse de nuevo, el corazón de ambos latió tan emocionado que fue imposible esconder las sonrisas en sus rostros. 

—Se te olvidó — habló él, casi en un murmullo que solamente Sabina pudo escuchar. 

—Gracias— respondió y tomó la chamarra entre sus manos. 

Sabina se mordió los labios, en un reflejo de que esto le gustaba, por lo que Cho se atrevió a decir — también se te olvidó darme tu número de móvil. 

Ella se rio de inmediato — mi número de móvil tiene justo los números que no quieres escuchar, dieciséis y dieciocho. 

Al escuchar esto Cho entendió por qué Sabina se comportaba tan renuente con él. Supuso que el hecho de que él era mayor de edad y ella menor por unos años era uno de los primeros problemas que se podrían tener. Lo que Sabina no tenía idea, es que a Cho, eso no le importaba en absoluto. 

—Y, los otros dígitos— habló mientras sonreía. 

Sabina se soltó del brazo y negó con la cabeza — tal vez pueda ser tu próxima misión encontrarlos. Hasta luego Cho. 

Cho dejó ir a Sabina y cuando vio que ella volteaba discretamente le gritó — ¡iré por ese Sprite!

Él la observó mientras se alejaba. No podía creer que este reencuentro le había movido tantos sentimientos que no sabía que tenía por ella o que tal vez estaban profundamente escondidos. Sin embargo, a pesar de que era insistente, decidió no perseguirla, sino dejarla ir. 

Esa sirena no era para atraparse con una red y ya, era para admirarla, observarla de lejos, atesorarla y esperar a que ella nadara sola hacia él y, cuando estuviera a su lado, dejarse seducir. 

Tal vez en este momento, Cho y Sabina pensaban que este reencuentro había sido esporádico, pero no, este era puro y vil destino haciendo de las suyas. Y, mientras Cho no podía quitar su vista de ella, pensando en cómo la volvería a ver. Sabina no podía dejar de sentir cómo su corazón latía fuerte al acordarse de su sonrisa y cómo su piel se erizaba ante esa voz seductora. Definitivamente, Cho tenía algo, pero no sabía aún qué, lo que sí sabía es que deseaba que volviera a encontrarla para volver a mirar sus preciosos ojos de nuevo. 

One Response

  1. ¡Qué linda que es la juventud con esas emociones novedosas! Volver a disfrutar esta historia será un placer 🙂

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