Sabina Carter Ruíz de Con, se había ganado su apodo de “La Sirena” por dos razones: por ser amante de las sirenas desde muy pequeñita y por ser increíblemente talentosa para el nado. Ella, desde temprana edad, desarrolló un amor por el agua, por el mar, debido a que su abuelo solía llevarla a nadar cuando vivía en Ibiza y luego en Puerto Vallarta, México, donde vivió hasta los cuatro años antes de volver a Europa. 

Hija única de María Julia Ruíz de Con Caballero, adoptada a los cuatro años por Robert Carter y concebida por Eduardo Jaz, los inicios de Sabina habían sido únicos. Ella fue consecuencia de un embarazo adolescente de su madre con Eduardo Jaz, que en seguida dio como resultado algo completamente negativo para él, por lo que las abandonó tan solo se enteró de la noticia, dándole a María Julia toda la responsabilidad de la niña a la corta edad de los diecisiete años. 

Sin embargo, María Julia tomó las riendas con miedo, pero segura de lo que estaba haciendo, y junto con sus padres criaron a la pequeña, mientras ella iba y venía de Estados Unidos, ya que había ganado una beca para estudiar en Nueva York. Ahí, conoció a Robert Carter, un hombre doce años mayor que ella, maestro en economía y profesor de la universidad, del cual se enamoró perdidamente a primera vista. Años después se casaron, todos se fueron a vivir a Edimburgo y Robert adoptó a Sabina como suya, dándole más que su apellido, si no el padre que ella tanto necesitaba. 

En Edimburgo, ahí, fue donde comenzó la carrera de Sabina para convertirse en “La Sirena”, ya que a la edad de los seis años dijeron que si lo hacía bien podría, incluso, ganar una medalla olímpica. Así, lo que empezó como un sueño, con el paso de los años, se convirtió en una meta; uno que planeaba lograr, aunque fuera a la edad de los ochenta años. 

Con esa meta en mente, Sabina Carter creció entre entrenamientos exhaustivos combinados con sus estudios escolares, lo que formó un carácter de firmeza, independencia, responsabilidad y seguridad en ella. Sin embargo, también la alejó de las experiencias que las personas de su edad tenían, desde ir al cine hasta salir a fiestas, por lo que tuvo un poco de dificultades para hacer amigos y relacionarse con personas que no fueran parte de su familia. 

Su familia materna era una bastante grande, no solo por el hecho de que sus miembros eran tantos, que a veces se pueden llegar a confundir, sino por los apellidos tan importantes que le respaldan. Ellos siempre habían estado a su lado, por lo que la relación era bastante estrecha y amorosa. Sin embargo, cuando Sabina tenía la corta edad de diez años, su padre biológico, Eduardo Jaz, volvió a buscarla para poder entablar una relación con ella, pedirle perdón por haberla abandonado antes de nacer y por el chantaje que años atrás le había hecho a su madre con tal de sacarle dinero. 

El perdonarlo no fue tan fácil para Sabina, pero lo hizo porque su carácter honesto y bueno se lo permitió. No obstante, también lo hizo porque Jaz había cambiado y no solo por el accidente que había tenido tiempo atrás, en el que perdió una pierna, sino porque ahora era padre de familia y sin querer le había dado a la niña -en esa época- algo que deseaba desde hace mucho tiempo atrás, hermanos: a Pilar, Eduardo y años después a Santiago. 

Ahora, Sabina, era hermana mayor un papel que se tomaba muy enserio y que la llevó a pensar aún más sus decisiones y actos ya que su media hermana, Pilar, la admiraba mucho y le copiaba cada cosa que ella hacía en su día a día. Asimismo, esas decisiones le ayudaron cuando, por fin, después de recuperarse de una tragedia y de intentarlo, sus padres Robert y María Julia le dieron sus propios hermanos, dos mellizos a los que llamaron Jon y Jo y que se convertirían en su adoración. 

Así que Sabina, a sus dieciséis años, no solo era un ejemplo a seguir para sus cinco hermanos, sino también para otros atletas del ramo, ya que su perseverancia, disciplina y constancia, habían llegado a sus oídos, y muchos querían copiarle la fórmula. Lo que ella no sabía es que eso también había llegado a Adrián Cho, desde hace años atrás, pero que, debido a circunstancias de vida, edades y posiblemente proyectos aparte, no había podido coincidir con ella; pero ahora había llegado el momento. 

La fiesta, había sido el inicio de una búsqueda incansable, para el gimnasta de dieciocho años, del paradero de Sabina Carter. Adrián Cho, acababa de regresar a Madrid después de pasar dos años en Corea del Sur, donde había tenido que viajar urgentemente porque su padre debía hacerse cargo de las últimas voluntades del abuelo quien estaba enfermo y se deterioraba rápidamente. Ahí pasó dos años de su vida, tratando de adaptarse al lugar y seguir con su carrera deportiva que había comenzado desde los cuatro años, además de convivir con su hermana que llevaba años sin verla ya que estudiaba allá. 

Sin embargo, Cho, por alguna razón, jamás olvidó a Sabina Carter, incluso por un breve instante llegaba a su mente y varias veces veía las transmisiones en vivo de sus carreras clasificatorias. Él no sabía si la extrañaba, o si en verdad estaba enamorado, era muy pronto, lo que sí sabía era que ella le fascinaba y le atraía, por lo que se prometió que al regresar la buscaría para volver a tener contacto con ella. Por eso su reacción inmediata al verla entrar en la fiesta, porque sintió que el destino le había escuchado. 

Después de coincidir, Cho se arrepintió terriblemente de no haberle pedido su número de móvil o más bien insistido en que se lo diera, por lo que comenzó a formular todo tipo de tácticas para intentar hacerlo por su cuenta antes de recurrir a amigos en común que se lo dieran. Primero busco en la guía telefónica los apellidos, Carter y Ruíz de Con, pero no tuvo éxito, por lo que decidió entrar a redes sociales para ver si conseguía algo. Sabina tenía sus redes en privado, por lo que la única manera de contactarla era vía mensaje o agregándola, algo que no haría para no perder ese toque enigmático que habían dejado aquella noche. 

Así, pasaron los días, varios para su mala suerte, y Cho no tenía nada que pudiese llevarle a ella por lo que pensó que era momento de recurrir a su última opción. Sin embargo, la oportunidad tan deseada llegó inesperadamente poniéndole todo en bandeja de plata. Resulta ser que su amigo, el que también era de Camilo, lo había llevado de regreso a la casa de la fiesta para ver algunas cosas del “grupo de rock” que según ellos querían formar. 

Ahí Cho se encontró a Sam, la amiga de Sabina y quién comenzó a platicar con él con la intensión de agradarle y después invitarle a salir. Cho era guapo, muy guapo para ser verdad, alto, con un cuerpo muy bien trabajado debido a su estilo de vida, bonita sonrisa, cabello negro, ojos negros brillantes y con ese “quién sabe qué”, que a muchas atraía. También el aroma de su colonia era atractivo, ya que le daba un olor varonil y seductor, que en pocas palabras gritaba testosterona, lo que era un imán de mujeres. 

 Finalmente, entre una anécdota y otra, el nombre de Sabina Carter salió a relucir y, la reacción de Cho fue instantánea, por fin, después de tanto tiempo, podría hablar de ella y averiguar dónde estaba sin que fuera tan evidente. Entonces, Adrián haciendo las preguntas correctas, pudo averiguar el paradero de Sabina, que hasta ahora había sido un misterio, y pudo ir a encontrarse con ella por segunda vez, una tan esperada, que cuando iba manejando hacia allá no podía dejar de pensar en como sería. 

Sabina, no estaba escondida, simplemente trabajaba en la cafetería de su padre biológico, Eduardo Jaz, como mesera, barista e incluso cocinera cuando era necesario. Ella, pasaba casi todas sus tardes ahí, se iba directo después de la escuela, ya que había cambiado sus entrenamientos temprano por la mañana e incluso algunos fines de semana también iba a trabajar. Sin querer la amiga le había dado mas información de la necesaria lo que le convenía al joven que estaba buscando maneras de poder acercarse a ella. 

Entonces Cho sin dudarlo, fue a buscar a Sabina Carter a la cafetería que le habían dicho. Al entrar, observó el pequeño y sencillo lugar que tenía tres mesas en la parte de afuera y otras diez adentro, una barra donde se encontraba la cafetera y atrás la cocina, cuya puerta se abrió dejando ver a un hombre rubio, de ojos marrón, y un rostro que se notaba cansado. Entre sus manos, venía cargando una caja que parecía de algo pesada y parecía cojear más de lo habitual. 

—¿Puedo ayudarte en algo? — se escuchó una voz bastante dulce a su lado. Cuando Cho volteó, vio a una niña de más o menos nueve años, de cabello castaño claro y sonrisa sincera, vistiendo un delantal que le quedaba algo grande y con una libreta y pluma en sus manos. 

—Sí, vengo a tomar un café— inventó Cho. 

—¿Para llevar o tomar aquí? — inquirió la niña, para luego sonreírle. 

—Para tomar aquí. 

La niña buscó entre las mesas desocupadas y luego señaló una que estaba cerca de la ventana— si quieres, puedes sentarte allá. 

—Gracias— respondió, para caminar, después, hacia la mesa indicada. 

Cho se sentó y la niña le dio un menú donde venían todas las opciones para comer y tomar. 

—Mi nombres es Pilar y voy a ser su mesera. 

—¿Ah sí? — inquirió Cho con simpatía. Le dio ternura que la niña le estuviera atendiendo. 

—Sí— dijo segura— puedes leer el menú o yo puedo decírtelo. 

—¿En serio?, a ver. 

Pilar, con toda el profesionalismo que caracterizaba a una niña de su edad, comenzó a decirle todos los platillos del menú, mientras Cho la veía atento, tratando de buscar con el rabillo del ojo a Sabina que por ahora no daba pistas de estar ahí. Quería detener a la niña, decirle que si la conocía, cuando de pronto la vio salir por la puerta de la cocina y sonrío. 

Por unos segundos sus miradas se cruzaron, pero él se concentró enseguida en Pilar que terminaba de repasar los postres. 

—¿Cuál es tu postre favorito? — le preguntó Cho, ya que en realidad no le había puesto tanta atención por estar viendo a Sabina. 

—El strudel de manzana con helado— habló sincera. 

Para ese momento, Sabina ya se estaba acercando a Cho y su mirada se encontraba clavada en ella como si quisiera recordarla de pies a cabeza. Le encantaba ese estilo tan natural y sencillo que portaba, y cómo se recogía ese precioso cabello quebrado en un peinado hacía arriba. 

—Que sean dos— le pidió a la niña sin dejar de ver a Sabina. 

Pilar comenzó a apuntarlo en su libreta y cuando vio que Sabina estaba a su lado le preguntó seria — hermana ¿cómo se escribe Strudel? 

— S-T-R-U-D-E-L— deletreó Sabina con ternura, mientras acariciaba el cabello de su hermana. 

La niña le prometió a Cho que regresaría con su orden y por fin, después de tanto buscarla, la figura de Sabina Carter estaba frente a Adrián Cho, y por un segundo lo sintió como el triunfo de su vida. 

—Tu número no tiene 18 ni 16, así que tardé un poco en encontrarte pero, te encontré— habló Cho, en una actitud relajada, pasando los dedos por la superficie de la mesa. 

—¿Sam te dijo dónde encontrarme? — inquirió ella, tratando de no sentirse nerviosa ante la presencia del guapo Cho. No quería que él notara que ella estaba feliz de volverle a ver —qué mal investigador eres. 

—Y tú eres muy mala mesera, porque haces que una niña de nueve años tome la orden en lugar de que seas tú. Mal, muy mal— finalizó viéndola a los ojos aún más intensidad. 

 —Pili es mi hermana menor, imita todo lo que hago y compartimos propinas, así que más vale que le dejes un muy buena.—Cho notó que Sabina traía en las manos una lata de Sprite, igual a la que ella había tomado en la fiesta, algunas noches atrás. Ella la puso sobre la mesa, frente a él, y después de darle la pajilla, agregó— deuda pagada, ahora disfruta tu strudel, gracias— finalizó y se dió la vuelta para regresar detrás de la barra y así poder respirar tranquila. 

Cho esbozó una sonrisa ligera y luego le dijo —Pedí dos, el otro es para ti. 

Ella volteó y negó con la cabeza — no puedo sentarme, estoy trabajando. 

—Entonces lo guardamos para cuando salgas de trabajar y lo comeremos juntos — respondió con un tono de coquetería— ¿a qué hora sales? 

Sabina respiró profundo tratado de guardar su emoción — salgo cuando tú ya estás en casa — dijo inteligentemente. 

Él lo supo, la Sirena no era una mujer fácil y admitió que le gustaba este estira y afloje entre los dos que hacía la historia interesante— ¡Dios!, en qué me he metido — dijo en voz alta lo que justo estaba pensando. 

—Todavía es buen momento para que te salgas— respondió ella— ahora iré por tu strudel. 

Sabina retomó su camino y se alejó de él desapareciendo por la puerta detrás de la barra. La sirena se le escapaba y rápido. Cho supo que con Sabina Carter el solo coquetearle y tratar de agradarle no era suficiente, sabía que tenía que hacer más para poder lograr su atención. 

Así, se puso de pie, se dirigió hacia la barra pensando en las palabras que le diría cuando ella saliera y al volver a ver su figura se puso tan nervioso que dirigió su mirada a un letrero que había en frente “se solicita joven para limpieza y manejo de almacén” y supo que esa era su siguiente movida. 

— ¿Se te ofrece algo más? — preguntó Sabina con profesionalismo mientras Eduardo Jaz lo veía por igual. 

Cho sonrió— Sí, estoy buscando trabajo, veo que solicitan a un joven de limpieza y manejo de almacén, yo quiero postularme— habló seguro. 

Cuando pensó que el dueño de la cafetería le haría una larga entrevista y pondría trabas para trabajar ahí, lo único que hizo fue verlo de los pies a la cabeza para luego decirle — contratado— cayéndole por sorpresa a Sabina que en verdad deseaba tener su espacio para asimilar todo esto.—Empiezas mañana — recalcó Jaz y después regresó hacia la cocina dejando a Sabina y Cho solos una vez más. 

Mientras caminaban juntos a la mesa, ambos intercambiaron miradas, unas llenas de tantas preguntas y emociones que decidieron que lo mejor sería desviarlas para poder tomar un respiro y continuar— ahora ya sé a qué hora sales, ¿quién es el mal investigador? — le murmuró Cho triunfante, provocando en Sabina ligeras cosquillas en el estómago que le indicaban lo feliz que se sentía en ese instante. 

El movimiento de Cho no solo le había conseguido un trabajo, sino la oportunidad de ver casi todos los días a Sabina y así conocerla mejor, esperando que pronto fueran más que solo amigos. 

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