Cho era un hombre que no se rendía tan fácil, era bastante competitivo y no por ser deportista sino porque venía de familia; en pocas palabras lo traía en la sangre. Adrián Cho, era el hijo mejor de dos abogados, Hyo Cho e Isabel Barbet, quienes se habían conocido en un viaje de intercambio, cuando él vino a Madrid para aprender español y lo continuaron cuando ella fue a Corea del Sur a aprender coreano. Después de un enamoramiento intenso y rápido, tuvieron a su primera hija, Nara Cho, y mucho tiempo después a Adrián Cho, que se llamó así tras su abuelo materno, Adrián Barbet.
Adrián, desde pequeño, había aprendido a competir y sobre todo a trabajar duro por lo que deseaba. Sus primeros años los pasó en Seúl, ya que su padre trabajaba en al bufete de abogados de su madre, por lo que Cho creció en ese ambiente escolar estricto, uno que también se impartía en la casa, ya que todos vivían con los abuelos y eran muy tradicionales. Así que él no conocía otra cosa más que competir, tener disciplina y seguir reglas.
Sin embargo, Cho siempre fue diferente en muchos aspectos a su hermana Nara. Él siempre pensó que era debido a que lo “español” de su madre influía en él, más que la cultura de su padre. Desde que pudo expresarse dejó claro que no le gustaban muchas cosas que la familia de su padre el imponía e incluso que no le agradaba el ser parte de una familia donde todos fuesen abogados, por lo que todo el tiempo quiso ser diferente. Así, a los cuatro años, Cho vio en televisión las clasificaciones de gimnasia varonil y quedó maravillado al ver cómo los competidores hacían piruetas por los aires, se colgaban de las barras y hacían giros increíbles. Dándole una señal al niño de lo que sería su futuro, él sería gimnasta.
Así, Adrián, entró en su propio mundo, uno muy aparte del que le imponía su familia paterna. Él comenzó a competir, ganar medallas y formarse una carrera en el deporte, lo que empezó a darle el respeto por parte de su padre y de su abuelo, que admiraron la voluntad del niño. Entre más medallas ganaba, más respeto tenía por lo que competir por una medalla olímpica, para él, sería el máximo galardón para demostrarles que era alguien importante, que era digno del apellido Cho.
Sin embargo, a los ocho años, las cosas para Cho cambiaron. Su madre Isabel tenía que regresar a Madrid, por lo que toda la familia lo hizo y él tuvo que volver a adaptarse a otra cultura. Él lo hizo sin problemas, incluso le fue fácil, ya que al tener la influencia de su madre lo hizo navegar en ella como si siempre hubiese vivido en España. En cambio, para su hermana Nara fue muy difícil, así que tan solo terminó el grado escolar que estaba estudiando, tomó sus cosas y se regresó a Seúl a vivir con sus abuelos.
Con este suceso, prácticamente Cho creció solo en Madrid junto con sus padres, lo que le ayudó a desarrollar so propia personalidad. Siendo tan simpático y lindo desde niño, no le costó nada hacer amigos y mucho menos volverse el objetivo de las mujeres mientras iba creciendo. Al ser gimnasta, de toda la vida, tenía un cuerpo envidiable que al entrar a la adolescencia le dio una hoja en blanco para poder conquistar y tener las mujeres que quisiera. Tanto jóvenes como no tanto, estaban encantadas por Cho y, aunque él no era todo un conquistador, tampoco le desagradaba el hecho de ser atractivo.
Tuvo varios amores, pero solo dos novias, la primera a los trece que solo le ayudó para explorar su intimidad y la segunda a los quince años, una guapísima rubia que había conocido en una de las tantas eliminatorias de gimnasia que llevaba por nombre María Soler. Ambos en verdad eran la pareja ideal, envidiada por muchos y amada por otros pero jamás ignorada, y al ser ella una campeona también en su rama, le había dado cierto estatus a Cho, lo que le hacía muy feliz; hasta que llegó Sabina Carter.
Cuando Adrián vio por primera vez a Sabina entrando el gimnasio, supo que era una mujer especial. No solo le llamó la atención por ser bonita, sino por ese carácter fuerte, independiente, impetuoso y desafiante que se le notaba a simple vista. También se percató que era una “buena niña”, ya que siempre se veía bien cuidada por sus padres e incluso su tío, que de vez en cuando la llevaba a los entrenamientos mientras él también lo hacía.
Al principio, Cho no le hizo caso a Sabina o más bien, hizo como que no le importaba, pero, entre más la veía, más le gustaba y cuando ella comenzó a acercarse a él, supo que podría haber algo entre los dos por lo que decidió que lo mejor sería dejar a María para intentar algo con la nadadora. Lo que él no sabía es que, justo el día que ese pensamiento había pasado por su mente, sus padres le darían la noticia de que su abuelo estaba muriendo y que debían regresar a Seúl, alejándolo por dos años de Sabina Carter.
Tiempo después las cosas habían cambiado, una vez más, para Adrián Cho y no únicamente porque había regresado a Madrid, si no que a tan solo unos cuantos meses de su regreso había encontrado a Sabina, tomándolo como una señal de que lo que había dejado pendiente hace tiempo atrás, debía continuar. Así, como Cho no creía en el destino tanto como Sabina, se hizo el suyo propio aceptando ese trabajo en la cafetería, haciéndolo sentir el hombre más afortunado del mundo ya que estaba a punto de conquistar a su Sirena; al menos eso pensaba.
En su primer día de trabajo, un lunes por la tarde, Adrián entró a la cafetería de Eduardo Jaz y notó que estaba completamente vacía, ni siquiera Sabina estaba ahí, por lo que se acercó a la barra y con una voz firme dijo un “hola” que de inmediato tuvo respuesta.
—¡Dame un momento! — escuchó, y minutos después el hombre rubio, bastante parecido a Sabina, salió con una caja entre las manos. Cho caminó hacia él y en seguida le ayudó a cargarla— gracias— le agradeció.
—De nada, es mi trabajo— respondió Cho simpático.
Ambos fueron hacia la barra y cuando estuvieron con las manos desocupadas, Jaz se la dio — bienvenido Cho, espero que te guste el ambiente de trabajo. Es una cafetería completamente familiar y no solo por el ambiente, si no por quienes trabajan aquí, Sabi, yo y el cocinero, que es mi cuñado.
—Y Pili— agregó Adrián, simpático.
Jaz se rió— ahora puedo ver porqué le gustas.
—¿Disculpe? — pregunto Cho, mientras sentía como el corazón se le aceleraba con esa frase ya que esperaba que fuera Sabina.
La puerta de la cafetería se abrió, y Sabina Carter hizo su aparición alegrando definitivamente el día de Cho. Desde que la había visto de nuevo, no podía dejar de pensar en ella, así que el simple hecho de verla frente a él le hacía sonreír e imaginar tantas cosas que esperaba que nadie adivinara.
—Hola Jaz— le saludó con una sonrisa — dice mi padre que si puedes ir a verle, que tiene noticias de tu prótesis.
—Sí, claro hija— respondió el hombre, y después de abrazarla y darle un beso sobre la frente, salió de la cafetería.
Sabina volteó a ver a Cho y negó con la cabeza — pensé que había sido un sueño, ahora veo que no.
—Estoy seguro de que era un sueño precioso, ¿no? — habló Cho seguro, y regalándole una sonrisa que le puso nerviosa; Sabina odiaba que le pusieran nerviosa.
Ella dejó la mochila debajo de la barra, se quitó la chamarra de mezclilla y en seguida se puso el delantal con su nombre— ven, te voy a mostrar donde es la bodega — dijo, sin responder a la pregunta de Cho. Él, la siguió por el local mientras veía como se amarraba, en un movimiento, el cabello rizado — tu trabajo es llegar, barrer y trapear el suelo, bajar las sillas y acomodarlas, llevar los platos sucios a la parte de atrás para que se laven y mantener las mesas limpias mientras la gente come— Sabina se volteó y le señaló con el dedo — te voy a pedir que por ningún motivo permitas que Jaz cargue, ¿vale?
—¿Por qué?— preguntó el curioso.
—Porque el peso lastima su muñón y mi hermana me ha dicho que le duele mucho por las noches y ella se pone triste. No quiero que Jaz sufra y no quiero que Pili esté triste— le dijo a Cho firme, viéndole a los ojos y él supo que hablaba en serio.
—Bien— accedió Cho— si eso es lo que deseas.
—No, no lo deseo, lo ordeno — habló Sabina cambiando a un tono más de mando, que hizo a Cho sonreír.
—Dios, eres tan cambiante, tan… — trató de decir.
—Cuida tus palabras porque prácticamente soy tu jefa, Adrián Cho… y no quieres hacer enojar a tu jefa, ¿o sí?
Sabina abrió una puerta de madera, prendió la luz y bajo dos escalones para entrar a una pequeña bodega llena de cajas y condimentos —esta es tu área de trabajo tu primera tarea, hacer el inventario, diviértete.
Ella pasó al lado de Cho y él aprovechó para tomarla del brazo y pegarla en la puerta de la bodega para cerrarla y quedar ambos encerrados. Él pegó su cuerpo al de Sabina tan cerca que hizo que ella se pusiera nerviosa y su respiración comenzara a aumentar. Era la primera vez que ella se encontraba en una situación así pero, para ser sincera, no le desagradaba tanto estar entre los brazos de Adrián Cho.
—¿Qué demonios haces? — inquirió.
—¿Por qué siempre quieres escapar de mi? — le murmuró —siempre que estamos solos sales corriendo como si me tuvieras miedo, ¿me tienes miedo? — le preguntó, pegando casi sus labios a los suyos.
Sabina comenzó a sentir cómo su corazón se aceleraba, las piernas le temblaban y casi era imposible que pudiese controlar su respiración. No quería que Cho supiese que le ponía mal y que tenerlo así de cerca en realidad le afectaba.
—No te tengo miedo, solo no tengo tiempo— respondió lo más recuperada que pudo.
—¿No tienes tiempo?
—No, tengo muchas cosas por hacer para quedarme contigo a solas perdiendo el tiempo.
—¿Perdiendo el tiempo? — repitió Cho, para luego soltar una carcajada—¿crees que pierdes el tiempo conmigo?
—No nos veo haciendo nada productivo, lo que se traduce en perder el tiempo— habló Sabina segura.
Cho, volvió a acercarse a ella y acarició con cuidado su rostro — y, ¿si yo te invito a hacer algo productivo?, ¿te quedas? — le sugirió.
—¿Cómo qué?
—Pues, si te quedas a escuchar que eres la mujer más bonita que he visto, que desde que te volví a ver no dejo de pensarte y que cuento las horas para verte… ¿te quedas?
Sabina se mordió los labios tratando de controlar que el color rojo subiese por su rostro pero, le fue imposible, las palabras de Cho le habían causado que se le acelerara el corazón mas de la cuenta. Sin embargo, Sabina sabía como darle la vuelta a las cosas de inmediato y después de suspirar dijo— ¿ya me puedo ir?
Cho levantó la ceja sorprendido con la respuesta —¿qué?
—Sí, dijiste que me quede a escuchar que soy la mujer más bonita que has visto y que no puedes dejar de pensar en mí, ya me lo dijiste, ¿ya me puedo ir?
Sabina supo que había dado en el clavo al ver que el rostro de Cho reflejaba una extrema confusión, incluso separó su cuerpo del de ella, dejándola libre— a ver, a ver, ¿qué pasó aquí?
—Lo que pasó Cho fue que tu selección de palabras fue errónea, eso es lo que pasa — respondió Sabina con una sonrisa— me hubiese gustado que mejor me invitaras a hacer el inventario contigo, así me hubiese quedado más tiempo, nos hubiéramos conocido, ya no habría necesidad de encerrarme en la bodega sin mi permiso y me hubieras evitado hacer esto.
—¿Hacer qué? — inquirió Cho.
De inmediato sintió un dolor en la ingle, tan fuerte, que le sacó el aire y lo dobló por completo haciéndole caer — eso— agregó Sabina. Ella le ayudó a levantarse y lo sentó sobre una de las cajas de madera donde guardaban el vino— no vuelves a arrinconarme ni a obligarme a nada porque este es el resultado. Esta patada estuvo ligera pero, así como medí la fuerza, pude darte mucho más fuerte, ¿estamos?
—Estamos— repitió Cho, recuperándose.
Antes de irse, Sabina lo vio a los ojos — di las palabras correctas y tendrás mi atención, haz los movimientos adecuados y me quedaré contigo, trátame como tratas a todas y jamás te haré caso, aunque me bajes la luna y las estrellas o me arrincones en la oscuridad, no obtendrás mi interés, piénsalo. Ahora, haz el inventario si no, no habrá propina— finalizó, para después salir de la bodega y dejarle ahí solo.
Tal vez Sabina no sabía mucho del amor, ni de las relaciones, pero, si sabía del respeto y de cuanto valía; si Cho quería conquistarla, debía aprender a ver ese valor en ella.