Cho había llegado para quedarse y Sabina lo sabía, pero aún no tenía ni idea de cómo sobrellevarlo. De un día para el otro él había entrado a su vida por la puerta grande, con una sonrisa sincera y una personalidad arrasadora que invadía todo el lugar. Ahora Cho trabajaba con ella, sabía en qué escuela iba y conocía aparte de su familia, no faltaba mucho para que llegara a otras partes de su vida, incluso a su corazón. 

Todos, absolutamente todos en su trabajo, se habían enamorado de Cho de inmediato, Jaz, su esposa, su hermana Pilar, todos, y ella solo se la pasaba evitando estar sola con él, porque no le gustaba sentirse nerviosa y él lo podía lograr en segundos. Así, los primeros días en el trabajo, Cho y Sabina se la pasaron como al gato y al ratón, ella huyendo de él y Cho tratando de estar con ella. Sin embargo, a veces les era imposible no encontrarse en el mismo lugar, ya que la cafetería era pequeña y los lugares como la barra y la bodega eran tan reducidas que apenas ambos podían caber. 

 Varias veces, los dos se encontraban y las miradas lo decían todo, no había necesidad de palabras, además de que Cho le daba una de esas sonrisas encantadoras que terminaban por sonrojarla. Sin embargo, Sabina no se dejaría conquistar tan fácil, ya que él estaba acostumbrado a eso, a que con una sonrisa y una palabra las chicas cayeran a sus pies. Sabina no sería el caso, si Cho la quería de verdad debía demostrarlo y ella no se lo pondría fácil. 

Entonces, un día Cho entró a su casa, él ultimo lugar a salvo de su presencia. Pero, no lo hizo de manera presencial si no a manera de rumor, uno que su madre trajo y que fue la antesala para que el joven se apreciarse días después en ese lugar, instalándose con su presencia para siempre. 

―¿Sabi? ― escuchó su nombre cuando iba entrando a su casa con la mochila sobre la espalda y la maleta de nado en la mano ―¿puedes venir? 

Ella le dio las cosas al personal que trabajaba en su casa y luego caminó hacia el despacho de su padre, ese que se encontraba en la parte de abajo y tenía vista hacia el jardín. Al entrar, la vio sentada en la silla de su escritorio, con un café sobre la mesa y a sus hermanos de dos años dibujando sobre el suelo. 

―¡Bina! ― gritaron al verla entrar y de inmediato corrieron a abrazarla. 

―¡Mis güeritos!, ¿cómo están?, ¿cómo se portaron hoy?

―¡Mira! ― le indico su hermana que le mostraba rayones sobre la hoja ―eres tú. 

―¡Guau! ― pretendió verse Sabina en ese arte conceptual de su hermana ― me encanta. 

Luego Jon, su hermano mejor le enseño otros rayones que según él, eran los animales de la granja. Ella, tomó ambos dibujos y con su preciosa letra les puso sus nombres y sus edades. “Jo y Jon, dos años”. Los mellizos regresaron de nuevo a su arte y Sabina al fin pudo ir a ver a su madre. 

―¿Cómo pusiste que ya estaba aquí? ― inquirió divertida. 

Su madre sonrió ― la cámara, te vi entrar. 

Ella suspiró, sabía que si algún día planeaba algo como escaparse o huir de la casa le sería imposible, no solo por las cámaras si no que vivía rodeada por sus tíos Manuel y Ainhoa y dentro de unos años Luz y David, quienes ya habían comprado la casa de al lado para venirse a vivir cuando el tiempo fuera el indicado. 

María Julia abrazó a su hija y le dio un beso sobre la frente ―¿Cómo te fue con Jaz?

―Bien, mucho trabajo y buenas propinas. Ahora si Pilar y yo tendremos dinero de sobra para nuestras compras “para consentirnos” del mes ― dijo Sabina con alegría. 

―Me alegra… ― le contestó su madre ― amo que te lleves tan bien con tu hermana, te admira mucho. 

―La quiero, así como adoro a mi güerita… ― respondió viendo a su hermana Jo. 

Maria Julia suspiró y Sabina supo que esa era la señal que su madre tenía cuando le quería pedir algo y/o comunicárselo. Se quedó pensando por un segundo y supo de lo que se trataba. 

―Dime. 

―Sabi… ― contestó su madre. 

―Dime… ya te lo dijo Jaz. 

Su madre esbozó una sonrisa y asintió con la cabeza ―¡por qué no me lo dijiste!, ¡por qué no me dijiste que Cho había regresado y que ahora trabaja contigo! 

―Porque no es importante, mamá. Solo trabaja para Jaz y yo, no tiene trascendencia alguna. 

―¿Qué no tiene trascendencia?, pero hija, si hace unos años atrás no hacías más que hablar de él todo el tiempo y ahora, ¿no tiene trascendencia? 

Sabina negó con la cabeza. Algo que amaba y odiaba a la vez de su familia es que todos supieran todo en segundos y que no hubiese paso para la discreción. Ella se sentó sobre el escritorio de su madre y la vio a los ojos. 

―Es diferente, he crecido, él es un presumido y yo soy muy diferente; no tenemos nada en común ― agregó ― además, no tengo interés en él. 

―Pero él sí en ti. Me ha dicho Jaz que te ve con unos ojos de borrego enamorado, y que tú te la pasas huyendo de él todo el tiempo. 

―¿Todo eso te dijo?, creo que Jaz debería hacer mejor su trabajo, en lugar de estar ahí de huele moles viendo el “enamoramiento” de Cho ― la madre de Sabina comenzó a reírse, luego fue hacia ella y le dio un abrazo tan fuerte apretando a su hija ― ya ma. 

―¡Déjame abrazarte! ― habló en un tono de melancolía ― no puedo creer que ya no seas esa niña pequeñita que antes no quería dejar mi regazo. Ahora eres una mujer y el chico que te gusta está haciendo todo lo posible por estar contigo. 

―¿Pedir un trabajo es hacer todo lo posible?― preguntó Sabina― además no le gusto, solo está ahí por el trabajo― trató de convencerse. 

―Sí claro, él pudo pedir trabajo en cualquiera de las cafeterías de Madrid pero fue ahí y se quedó contigo. Eres afortunada el chico que te gusta, le gustas. 

―Me gustaba ― aclara Sabina ― pasado, no presente. 

María Julia se río ―¿en serio te gustaba? ― preguntó en un tono de voz que denotaba que no se lo podía creer ― más bien, te gusta tanto que te asusta y tienes miedo a caer en sus encantos. 

―Las Sirenas no tenemos miedo, y no caemos en los encantos de Cho. 

―Pero él sí cayó en los tuyos. Como todo un Odiseo se enamoró del canto de la Sirena y ahora, está moviendo sus cartas para poder conquistarte ― mi madre suspira ― me recuerda a cuando era joven. 

―¡Guau!, ¿en serio?, ¿te recuerda al enamoramiento que acabó tan bien que apenas 16 años después pudiste perdonar al hombre que te abandonó con tu hija? 

―Sabina, bájale al sarcasmo y sí, Jaz pudo ser un cabrón al final, pero para conquistar era muy bueno. En fin, creo que es momento de tener la plática. 

―¿Disculpa? ― preguntó Sabina, rompiendo el encanto del momento. 

―Sí, la plática ― reafirmó su madre. María Julia abrió el cajón de su escritorio y sacó un folleto y se lo dio. 

Sabina lo tomó entre sus manos y al leerlo se sonrojó. Al parecer últimamente sus padres hacía todo por ponerla en vergüenza―”¿Así que quieres tener relaciones, eh?” ― dijo― ¿es broma?, ¿quieres que lea esto? 

―Así es, es un folleto que me dieron en la clínica, habla sobre como prevenir el embarazo y los métodos anticonceptivos que existen. Si quieres podemos ir al ginecólogo para que te recete unos que se adaptan a ti y a tu cuerpo, es más fácil que el preservativo, aunque no protege de enfermedades… ¿deberías usar los dos? 

What! ― expresó Sabina sin poderlo creer. Ella sabía que sus padres Robert y Julie, eran bastante open-minded con respecto a la sexualidad, sexo entre otras cosas, pero esto era demasiado. 

―Ma… 

―Mira Sabina, no hay de qué avergonzarte, es normal y lo único que quiero prevenir es que… ya sabes… 

―Ma… 

―No te estoy prohibiendo nada, tampoco alentando, pero al menos quiero saber que estás prevenida, no quiero tener todavía un Chosito corriendo por aquí. 

―Ma, ¿crees que pueda hablar? ― le pidió Sabina y María Julia asintió con la cabeza ― tengo tres cosas que decir, la primera, el título de este folleto parece sacado de una caricatura, segundo, no pienso tener relaciones sexuales hasta cumplir los dieciocho años y estar segura. Así que no habrá Chositos corriendo por aquí y tercero ya tengo mi anticonceptivo. 

―¿Pastillas? ― preguntó Julie. 

―Jon y Jo, cuidarlos todos los jueves son el anticonceptivo ideal para alejarme de eso ― afirmó Sabina, haciendo reír a su madre. 

―¡Ay Sabi!, te pareces tanto a mi que te juro me estoy viendo reflejada en este momento. Al menos no te pasó como tu abuelo Tristán que quiso explicarme esto con el cuento de la flor y la abeja que deja polen ― recordó para luego reír. María Julia se acercó a su hija y le vio a los ojos ― solo quiero que sepas, Sabi, que pase lo que pase puedes contarme todo. 

―Lo hago mamá. 

―No me constaste lo de Cho y es algo importante. 

―Para mí no lo es, no me gusta Cho, no tendré nada con Cho y jamás habrá algo. 

Su madre sonrió ― bueno, si tú lo dices, te lo creo. Así que supongo que el folleto fue en vano ― dijo ella decepcionada.

Sabina la abrazó ―no fue en vano, gracias por preocuparte mamá y por estar dispuesta a apoyarme y hacerme saber que puedo hablar contigo de cualquier tema. Te prometo que si algo pasa, serás la primera en saber, pero… 

―No es importante. 

―Así es… 

Sabina le dio un beso a su madre sobre la mejilla y luego se dio la vuelta para salir de ahí. Sin embargo, antes de atravesar el umbral de la puerta, la voz de su madre la detuvo. 

―Entonces supongo que no te importará que le cuenta a tu padre sobre Cho y su trabajo en la cafetería de Jaz ― dijo. 

Sabina se quedó paralizada, sintiendo cómo todo su cuerpo se enfriaba ante esa simple frase de su madre. Su padre, era un hombre algo especial con lo que respectaba a ella y a los chicos, y si su madre le contaba sobre Cho, las oportunidades de convivir con él eran de veinte a cero. 

Ella se volteó y vio a su madre con los brazos cruzados a la altura del pecho y con una sonrisa que denotaba triunfo ―¡Ah!, ¿no que no era importante? ― preguntó ella entre sonrisas ― si Cho no es nada para ti entonces, ¿qué tiene que tu padre se entere?

Sabina no supo qué decir, en ese momento su madre le había acorralado y no sabía cómo actuar ― Mierda ― dijo. 

―Shhhhh, no digas eso en frente de tus hermanos, son como esponjas. 

―¡Ay perdón!― expresó acordándose de eso y de la vez que dijo la palabra “idiota” y sus hermanos no dejaron de repetirla.  

María Julia sonrío ―no le diré nada, pero acepta que te gusta el chico, que en realidad estás feliz de que trabaje contigo y sobre todo, quiero que estés dispuesta a tratar. 

―Ma… 

―Sabi, eres una mujer hermosa, y estás en edad de que estas cosas sucedan. No te cierres a algo que puede ser increíblemente maravilloso para ti, ¿entiendes? 

Sabina asintió con la cabeza ― gracias, ma. 

―No olvides que pronto se lo tendrás que decir a tu padre y, si quieres que ese chico entre a la casa por la puerta grande y no por la del perro, debes ser honesta con él. Lo va a entender. 

―Eso espero… ― murmuró. 

―¿Entonces si te gusta? ― dijo Julie.

―¡Basta de juegos mentales!, me voy tengo muchas cosas que hacer… ― contestó Sabina, librándosela una vez más de las preguntas de su madre. 

Así, Sabina volvió a darse la vuelta para ir hacia su habitación, encerrarse y ponerse a pensar sobre el asunto. Sí, era verdad, puede que ella negara que Cho no le gustaba pero, una cosa era hacerlo para evitar caer tan pronto en sus encantos y otra que en verdad no le interesase. Porque era mentira, Sabina, todo el tiempo pensaba en Adrián Cho y empezaba a sentir ese deseo que se empieza a desarrollar en la adolescencia. Muchas veces soñaba con besarle y otras con su sonrisa. Entre más tiempo pasaba con él, más le gustaba y no le cabía duda que pronto, él, terminaría ganando su corazón. 

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