-Dos días después-
La forma en que el padre de Sabina conoció a Cho fue en verdad desafortunada, pero, al parecer, así tenía que ser. Ya que el acontecimiento marcaría por completo la relación entre Sabina y él, y lo que llevaría al gimnasta de dieciocho años a hacer un doble esfuerzo; no solo tenía que conquistar a la hija, sino ganarse al padre.
El día que se conocieron, Cho tenía días de comprar su nuevo auto, uno que le había costado años de ahorros, trabajos de modelaje y anuncio de productos y uno que otro regalo de cumpleaños por parte de sus familiares. Así que al joven se le ocurrió manejarlo un rato por las calles de Madrid y presumirlo a su amigo, antes de entrar a trabajar a la cafetería.
Así, Adrián Cho, presumía a Camilo su Ford Focus ST compacto deportivo, color azul, de dos puertas, mientras escuchaban la radio donde tocaba en ese momento “Bobo” de C.Tangana, lo que hizo que él subiera el volumen e invadiera el sonido del lugar mientras él cantaba a todo pulmón “que ahora tenía un nuevo amor, con un hermoso acento que le sonaban a son, unas grandes caderas y con andares de diva que se clavaban en su corazón”, mientras el ritmo de bachata que tanto le gustaba resonaba por todo el auto y le hacía bailar.
―¡Al parecer la Sirena te ha pegado duro!― habló Camilo, mientras venía siguiendo él rimo de la música pegando los dedos sobre el techo del auto, ya que traía abierta la ventana.
―¿Por qué lo dices? ― preguntó Cho, entre risas.
―Porque cantas las canciones como si en verdad te llegaran, y digo, las caderas son herencia, ¿has visto a su madre?
Cho le dio un ligero golpe sobre el pecho― ¡Ey!, qué no te metas con mi suegra.
―¿Tu suegra?, ni siquiera te conoce, y Sabina no te da bola…¿qué te hace pensar que será tu suegra?
Cho se mordió un labio― tengo mis encantos, además, Sabina en verdad me gusta, no, no me gusta, me fascina… y sé que la conquistaré. Al igual que a mis suegros.
―Esa niña es difícil.
―Es porque vale la pena, ¿cuándo las cosas difíciles son fáciles de obtener?, ¿eh?
Camilo se rió. Su amigo Adrián llevaba días hablando de lo maravillosa que era Sabina Carter, provocando los celos de su hermana Sam, quién en secreto estaba enamorada de él y que ahora sabía que era imposible que él se fijara en ella. La verdad, es que Sabina era hermosa y tenía ese “quién sabe qué”, dulce pero firme que atraía a los hombres; además del increíble y envidiable cuerpo. Sin embargo, había un pequeño “defecto”, su carácter. Al ser tan segura, decidida, la hacía un poquito obstinada y terca, por lo que pocos se atrevían entrar a ese terreno.
Adrián Cho no, él estaba fascinado con esa personalidad porque sabía que era la actitud de una mujer que competía, que estaba segura de que pronto llegaría a la meta y que conseguiría todo lo que ella deseaba. Además, Cho, era insistente, mucho muy insistente y le gustaban los retos; Sabina se había convertido en su reto favorito.
―Oye, parece que está manejando un abuelo― le dijo Camilo―¿qué te parece si le aceleras un poco, eh?, presúmeme bien, o qué, ¿te da miedo?
―¡Jamás!― contestó Cho, y piso el acelerador a fondo haciendo que pasara de 60 a 100 en segundos y que su amigo gritara emocionado mientras sacaba la cabeza por la ventana para sentir el aire.
―¡Más!― gritó.
Cho, piso un poco más hasta que de pronto vio una camioneta a los lejos y al tratar de frenar hizo que el otro auto derrapara un poco y luego frenara― ¡mierda! ― dijo.
―¡Eso es lo que decía! ― gritó Camilo feliz.
Adrián se paro en el alto y al ver por el espejo lateral que la camioneta venía detrás de ellos, con la intención de reclamarles, subió el vidrio y le bajo a la radio ―mierda― volvió a decir.
―¡Uy!, a ver como sales de esta ― se burló Camilo.
―¡Abre la ventana!, ¡ábrela! ―le gritó el otro conductor de al lado, mientras abría su propia ventana.
―¡Oh, por Dios! ― expresó Camilo al ver que era Sabina Carter la que estaba al lado de él y que era su padre furioso el que gritaba a todo pulmón que bajara la ventana.
―Pa, please…no― le pidió la chica con el rostro rojo.
Sin embargo, a Robert, el padre de Sabina no le importaba el espectáculo que le estaba haciendo a su hija y continuaba gritando ―¡Abre la ventana!, ¡Ábrela ya!
―Mierda― volvió a decir Cho, mientras veía el rostro de Sabina y el de su padre al lado.
―¡Qué la abras hijo de la chingada!― expresó Robert en un acento chistoso que hizo que Camilo se riera.
―Shhhh, ya, que me has metido en problemas ― le reclamó.
Cho, abrió la ventana de su lado y cuando los rostros se vieron frente a frente Sabina se puso roja de la vergüenza ―¿Cho?― preguntó un poco sorprendida, mientras escuchaba unos llantos en la parte de atrás.
―Sabina― murmuró, tan apenado que quería que la tierra lo tragara y lo escupiera en Corea del Norte para no poder volver jamás.
―¡Él es Cho! ― escuchaba a su papá gritar molesto, y con mucha razón, su estupidez pudo causar un accidente―¡Él es Cho!, ¿es él?
―Pa― murmuró Sabina.
Cho no sabía que hacer, solo se quedó en silencio mientras el padre de Sabina seguía gritando como loco ―¿Sabes lo que acaba de pasar atrás?, ¡te pasaste un alto!, casi nos chocas y yo traigo a mis dos hijos de dos años, atrás.
―Lo siento― dijo por fin Cho apenado― estaba presumiéndole el auto a mi amigo.
Entonces Camilo se asomó para que lo vieran y Sabina pronunció su nombre igual de sorprendida ―¿Camilo?
―Hola― le saludó, para luego voltear a ver a Cho―creo que la cagaste, tío― le reclamó.
―¿Tu auto?, este es tu auto― preguntó Robert molesto.
―Lo siento señor, en realidad yo no manejo así, solo que…― trató de hablar.
―La próxima vez tengan más cuidado, ¿quieren?, pudieron causar un accidente― habló el padre de Sabina para después cerrar la ventana y arrancar, perdiéndose de vista.
―Eso estuvo cerca― habló Camilo entre risas.
―¡Bájate!― le pidió Cho.
―¿Qué?, pero si yo no hice nada.
―¡Bájate!, ya voy a llegar a mi trabajo, bájate ya.
Camilo abrió la puerta y Cho le aventó su mochila para que la atrapara― ¿Y cómo me voy a ir yo a mi casa?― le preguntó.
Cho le lanzó una moneda ―ahí está el metro― dijo y luego cerró la puerta para alcanzar el auto de Sabina que se había estacionado en frente del café donde trabajaban― mierda, mierda, mierda― repitió varias veces arrepintiéndose de lo que había hecho.
Cuando vio a Sabina bajar del auto, él aprovechó para bajarse por igual e ir a hablar con el que momentos atrás decía sería su suegro y presumía de poder conquistarlo. Después de esto supuso que ganarse a Robert Carter sería toda una odisea.
Mientras se iba acercando escuchó que Robert dijo―Y, ¿ahora qué?
―Pa, te acuerdas del pequeño detalle que te estaba diciendo…― explicó Sabina, al ver que Cho se acercaba a ella.
Pero Sabina ya no pudo completar la frase, ya que Cho se acercó a ellos y entre los nervios y la vergüenza, habló ―lo siento señor, mi nombre es Adrián Cho, y en mi defensa yo jamás manejo así, manejo muy bien, incluso mi amigo dice que manejo como abuelo, así de lento y bien como usted… no es que sea abuelo― trató de arreglar.
―Sabi…― trató de decir Robert.
―Pero venía presumiendo el auto a Camilo y no vi el alto, sé que soy un idiota― se expresó sin tomar aire ― en verdad, me gusta mucho su hija y mi intención no tiene nada de malo, además trabajamos juntos y quiero que el ambiente laboral y familiar sea siempre el mejor entre los dos y espero que este pequeño accidente no lo arruine― habló Cho tan rápido que ni siquiera pensó lo que había dicho. Sin querer le había confesado al padre de Sabina que le gustaba, haciendo que ella enrojeciera de vergüenza.
Entonces, el silencio entre Robert Carter y ellos fue profundo, sobre todo porque hasta los hermanos mellizos de Sabina, Jo y Jon se quedaron en silencio como si hubiesen comprendido la situación de lo que estaba pasando.
―¿Dijiste que trabajas con Sabina? ― preguntó Robert.
―Y ese es el pequeño detalle… ― agregó Sabina, que al parecer venía explicándole algo.
―¿No lo sabía? ― preguntó Cho y Sabina negó con la cabeza. Él se hizo para atrás y le murmuró a Sabina―¿lo arruiné, cierto?
―Oh sí, lo arruinaste bastante ― contestó su padre por él― ahora, ¿crees que pueda hablar con mi hija?
Cho asintió con la cabeza y luego se alejó de ahí para ir hacia su auto, tomar sus cosas y entrar al restaurante donde Eduardo Jaz veía la escena desde uno de los ventanales del lugar. Cuando vio a Cho sonrió.
―¿Es tu auto? ― preguntó.
―Sí― habló deprimido Adrián, en lugar de ese tono de presunción que traía antes.
―Me gusta. Yo solía tener uno clásico muy bonito que corría a los dieciséis años, con la madre de Sabina a mi lado. Tristán Ruíz de Con, su padre, me odiaba por eso. El hombre no hacía más que aborrecerme y con razón, era un cabrón hecho y derecho.
―Y, ¿cómo es su relación con Tristán Ruíz de Con ahora? ― preguntó Cho, pensando que podía tener una esperanza de arreglar las cosas.
Jaz se volteó a verlo― no puede verme en pintura, me odia.
―Vale…
―¡Ey!, pero Robert no es Tristán, puede que sea mejor, aunque, Robert y yo tampoco somos así que digas amiguísimos, nos llevamos bien porque bueno…
―Gracias Señor Jaz― le interrumpió Cho al ver que nada de lo que le decía, servía, y que él era la persona menos indicada para consejos sobre relaciones.
De pronto, Sabina entró a la cafetería y le dio a Cho un vistazo que tenía un rostro de saber que había restado puntos por andar de presumido con Camilo. Él se acercó a ella, tan rápido como los pies se le movieron.
―De verdad Sabina, no era mi intención, no vi el alto― se justificó.
―Casi provocas un accidente Cho, mis hermanos pequeños se asustaron mucho, y pudiste haberlos herido.
―Lo entiendo y ya me disculpé.
―Las primeras impresiones son importantes, y solo te puedo decir que la acabas de perder con mi padre― habló, enojada.
―Mierda― murmuró preocupado― ¿tus hermanos están bien?― habló en realidad apenado.
Sabina asentó con la cabeza ― sí, no pasó de un susto.
Ella caminó hacia donde está la barra y fue hacia la parte de atrás para pasar al baño y cambiarse el uniforme. Antes de entrar, Cho la tomó del brazo haciendo que la volteara a ver.
―Lo que le dije a tu padre es verdad― le aseguró.
―¿Qué eres un idiota? ― respondió ella y él esbozó una ligera sonrisa― sí, si lo eres.
Él se mordió el labio y negó con la cabeza ―¡Ay Cho!, en qué lío te metiste― habló, Sabiendo que estaba en un problema grande y no por lo que había pasado con su padre, si no porque cada día le gustaba más la Sirena, al grado que no podía pasar un momento sin pensar en ella.
―Todavía te puedes salir ― respondió ella y entró al baño.
―Jamás― respondió Cho y luego se dio la vuelta para irse de ahí.
Cho fue hacia la barra y comenzó a sacar lo que necesitaba para empezar a trabajar. Todo era un desastre, esa había sido una maldita coincidencia que le había llevado a un error que no sabía como iba a reparar. Si ya era difícil la Sirena, ¿qué tan difícil sería el padre?
Jaz se acercó hacía él y le dio una palmada en la espalda―no te desanimes, Cho. Al menos a un padre de Sabina le agradas ― confesó. Cho sonrío, porque era verdad, tenía a Jaz en el bolsillo―tu caso no es como el mío, eres un hombre sano, bueno y trabajador, no lo tomes como una catástrofe, fue un pequeño desliz. Si te puedo dar un consejo, tienes que ganarte primero a Sabina, cuidarla, quererla, respetarla y apoyarla…los padres solo queremos que sean feliz y respetadas.
―Gracias, Señor Jaz.
―De nada… me hubiera gustado haber tenido este consejo de mis padres cuando tenía tu edad… otra cosa para mí hubiese sido― habló con melancolía―en fin, Robert es un poco sobre protector con Sabina prácticamente por mi culpa, así que será difícil pero si crees que vale la pena…
―Vale toda la pena del mundo―le aseguró.
―Entonces…ahí está lo que necesitas.
Jaz se alejó de Cho dejándolo con una ligera sonrisa en su rostro. Era verdad, un pequeño desliz no era nada, solo tenía que probarle a Sabina que valía la pena todo y que, aunque pasaran años, se ganaría a su padre y al resto de su familia.