Cho tuvo una conexión inmediata con los hermanos mellizos de Sabina, Jon y Jo. Esos chiquillos de dos años y medio, le había robado el corazón y ahora que los conocía no quería separarse de ellos.
Él, desde el principio, entendió que los mellizos eran sumamente importantes para Sabina y que si quería conocerla mejor, debía hacerlo a su manera, en su mundo, para después mostrarle el suyo. Así que esa tarde no solamente se quedó después de las competencias, si no hasta más tarde para ayudar a Sabina con el cuidado de sus hermanos.
Después de las carreras y de ganar las famosas mellallas -unas medallas tejidas que Sabina les hacía a sus hermanos- ambos jugaron a las escondidas, a perseguirlos por el jardín y Cho pidió de cenar una pizza que hizo a los niños gritar de emoción. Se encontraban felices, y él pudo ver una personalidad de Sabina que le encantó. Ante sus ojos ya no era Sabina la competidora, la necia -como decían algunos-, o la guapa, era Sabina la natural, la hermana, la tierna, ella.
Cuando el día se terminó, Cho quedó aún más prendido a ella y era evidente que había llamado su atención y no podía esperar para conocerla más, para decirle que no importaba cuantas veces ella le rechazara, estaba dispuesto a estar ahí. Porque un día Sabina se enamoraría y más le valía que fuera de él.
Así, después de cenar, Sabina llevó a sus hermanos a tomar una ducha y a dormir, algo que hicieron de inmediato tan solo tocaron la almohada. Mientras tanto, Cho la esperó afuera, recostado sobre una de las tumbonas al lado de la piscina, viendo a las estrellas y pensando en todo lo que había pasado, en lo bien que se sentía, en lo maravillosa que era Sabina Carter.
—Pensé que te habías ido — escuchó la voz de Sabina al lado de él.
Cho, se levantó de inmediato y se sentó sobre la tumbona para verla mejor — no quería irme sin despedirme.— Habló educado.
Sabina sonrío levemente — llegaste sin avisar, ¿cuál hubiese sido la diferencia?
Ella se sentó a su lado, sobre la otra tumbona que había frente a él, y sus miradas se cruzaron directamente por primera vez en toda la tarde. En ambos se presentaron pequeñas cosquillas en sus estómagos, en sus mejillas y, sin querer, se sonrojaron.
—¿Qué haces aquí? — preguntó Sabina, tratando de evitar que los nervios le ganaran. La presencia de Cho la ponía muy nerviosa, sobre todo porque en realidad era guapo, alto y con una sonrisa que hacía que sus ojos brillaran.
— Ya te dije, no quería irme sin despedir.
—¿Qué haces aquí? — insistió ella sin creer la respuesta anterior.
—Estaba preocupado por ti— cambió la respuesta, haciendo a Sabina esbozar una pequeña sonrisa.
—No, en serio, dime ¿qué haces aquí?
Cho tomó un suspiro. Al parecer era imposible engañar a Sabina y no planeaba hacerlo, así que habló con la verdad — cuando Jaz me dijo que faltaste por cosas o asuntos personales, pensé que tu padre te había prohibido ir a trabajar porque yo estaba ahí.
—Y, ¿venías a enfrentarlo? — preguntó ella, un poco curiosa.
—Venía a disculparme una vez más y decirle que no te dejaría renunciar, yo lo haría primero. Jaz y pilar te necesitan más a ti que a mí y, no quería arruinarlo.
Sabina se rio bajito — ¡Ay Cho!, en verdad me sorprendes cada día más.
—Y tú me gustas cada día más.— Se atrevió a decirle.— Sé que yo te gusto, pero, no entiendo por qué no quieres nada conmigo, ¿tan malas referencias tienes de mí?
Sabina negó con la cabeza — no.
—¿Entonces?
—Dirás que es una tontería— habló ella con vergüenza, porque pensó que ese pensamiento no valía la pena que saliera de su mente.
Ella era una chica de dieciséis años, inmadura antes los ojos de algunos, demasiado madura para otros y para Cho, un apuesto y experimentado hombre de dieciocho, sería una tontería.
—Pruébame— respondió él, viéndola a los ojos y preparado para lo que fuera.
Sabina se quedó un momento en silencio y luego habló —sé que sabes que mi madre conoció a Jaz cuando ella tenía más o menos mi edad. A los diecisiete quedó embarazada de él y la abandonó sin querer saber nada.
Cho asintió, al parecer Jaz le había dado una buena pista por donde iba la situación; aun así, respondió— vaya, ahora entiendo muchas cosas.
—Mi madre se casó con Robert, es feliz, pero, toda la vida se quejó de la mala experiencia que tenía en el amor, con su primer amor y siempre deseó que fuera Robert y no mi padre biológico. Así que, cuando empecé a interesar en los chicos, me dijo “has que tu primer amor valga la pena, que te trate como te mereces, como tu padre te trata, no esperes menos”— dijo y luego suspiró profundo— lo que quiero decir Cho, es que estoy buscando eso. Quiero a alguien que me quiera, no para cosas vanas, sino que comprenda que soy una mujer que vale, que tiene metas y expectativas, que me trate como merezco.
Cho sonrió — Dios, cuando pienso que he visto todo de ti, me sorprendes.
Sabina se sonrojó y agradeció la poca luz que había a su alrededor para que él no lo notara, aunque si estoy seguía así, la temperatura de su cuerpo se lo avisaría.— Cho, sé que te gusto pero, quiero que comprendas que no soy como las chicas de mi edad o con las que sales o salías. Soy una hija de familia, hermana mayor, niñera, nadadora, competidora y decidida y necesito a alguien que no me desconcentre, que me apoye, que no traiga dramas a mi vida y que podamos descubrir esto juntos, ¿entiendes?. Mi vida, puede ser en verdad aburrida y por un tiempo seguirá así. Necesito a alguien que encuentre la diversión en la rutina, que pueda ver lo que valgo, alguien que me trata excepcionalmente, no menos.
Cho suspiró ante las palabras de Sabina. Él se puso de pie y ambos quedaron a la misma altura. Sabina, al ver la escena, supo que al decirle la verdad, lo que ella esperaba y lo que deseaba, Cho se iría de inmediato, ya que ningún hombre de dieciocho años busca eso. Sin embargo, él la sorprendió tomándola del mentón y dándole un beso sobre la mejilla con cariño.
Sabina, cerró los ojos por unos momentos, se mordió los labios al sentir como las cosquillas aumentaban y recorrían toda su piel, y de nuevo, su calor corporal subía al grado que quería derretirse— tienes razón— le dijo él en un murmuro — te mereces a alguien que te trate excepcionalmente.
Ella asintió con la cabeza y supo que justo en ese momento era la despedida de una tarde excepcional y el final de un romance que no estaba destinado a darse— gracias— murmuró ella como respuesta.
—Así que lo haré— finalizó Cho, sorprendido a Sabina una vez más.
—¿Cómo dices? — preguntó ella tratado de esconder ese ligero grito de emoción que tenía ganas de expresar.
—Te trataré excepcionalmente porque, después de lo que vi hoy, no pienso perderte. Eres una mujer, no niña, por la que vale la pena luchar y quedarse, solo te pido que me des la oportunidad.
Sabina sonrío, esta vez fue un poco mas amplio que las otras veces y automáticamente dio un ligero “sí” con la cabeza. No podía creer lo que el guapo Cho le había contestado pero, aún tenía que ser cuidadosa, porque no sabía por completo todas sus intenciones.
—Gracias por el día de hoy y por las medallas— le agradeció.
—Mellalla — corrigió ella entre sonrisas— así le dicen mis hermanos.
Cho se muerde los labios, la ve a los ojos, acaricia la mejilla de Sabina y suspira— mejor me voy, no quiero meterte en problemas con tu padre, otra vez. Lo menos que quiero es que piense que aprovecho que no están para verte.
—No te preocupes, yo le diría que no es así— respondió Sabina, aún sintiendo la varonil mano de Cho sobre su rostro y esos ojos brillantes acompañados de la sonrisa que, aunque ella no quiera aceptarlo, ya la comenzaba a soñar.
—Bien, entonces me voy— le dijo Cho.
El móvil de Sabina vibró y después de leer el mensaje que le había llegado, vio hacia la cámara que estaba sobre el techo de la sala y murmuró “No”.
—¿No qué? — preguntó Cho, viendo hacia el techo como ella lo hacía.
Lo que Cho no sabía es que todo el tiempo habían estado vigilado por cámaras, ya que sus tíos, Ainhoa y Manuel, quiénes eran sus vecinos, tenían acceso a ellas cuando se quedaba sola con sus hermanos- por motivos de seguridad.
—No te puedes ir sin pedirte que vengas a la cena familiar que hará mi tío Manu, será divertido— habló ella, para luego suspirar.
—¿En serio?— preguntó Cho, ilusionado.
—Muy en serio— respondió ella, y le sonrió.
Cho, aunque no lo demostraba, se encontraba feliz, ya que había ido solo para verla y ahora había conseguido una de las grandes oportunidades de su vida porque, cuando una chica te invita con su familia, te está abriendo un espacio que, si quieres, puede ser el definitivo para muchas cosas en una relación.
—Entonces, aquí estaré— aceptó. Sabina sonrío y suspiró levemente para que Cho no notara que estaba feliz de que hubiese aceptado. Cho caminó hacia la puerta y antes de salir se volteó y le dijo —no te desaparezcas, ¿quieres?
Ella negó con la cabeza — lo prometo, hasta luego, Cho.
—Adiós, Sirena— se despidió él con una voz tan sensual y profunda, para luego salir de la casa y dejarla sola.
Mientras Cho caminaba hacia su auto, no podía dejar de sonreír. Jamás en la vida se había sentido así por alguien, por una mujer como Sabina Carter y hoy, viniendo solo para saber sobre ella, había obtenido la oportunidad de su vida. Sabina, le había abierto las puertas de su hogar, le estaba invitando a entrar y él, lo haría. Cho estaba decidido en enamorar a su Sirena, así pasaron años, ella se enamoraría y sería de él y de nadie más.