Inmadurez, era la única palabra con la que se podía describir lo que estaba pasando entre Cho y Sabina. Una inmadurez bastante grande pero, por razones de primera vez, justificable. Era verdad lo que Jaz le había comunicado a Cho, para él esta era su tercera relación y para Sabina la primera, por lo que aún no sabía bien cómo comportarse y mucho menos como arreglar las cosas; así que le tocaba a Adrián hacerlo. 

Por primera vez, desde que era novio de Sabina, no había ido por los mellizos al colegio ni comido uno de los deliciosos platillos que María Julia dejaba preparados para que todos pudiesen comer al llegar de la escuela. Cho, no había ido a cuidar a los mellizos pero, eso no le impedía ir a casa de su novia para hablar. 

Así que, esta vez, en lugar de tomar su auto, le pidió a Camilo la moto prestada para poder ir más ligero y así poder llegar más rápido. Sabía que las posibilidades de ser bienvenido eran bajas pero, Cho no se iría de ahí sin al menos hablar con ella, ya fuese para bien o para mal. 

Sin embargo, como era de esperarse, Sabina no le abrió la puerta, por lo qué, tuvo que recurrir a los otros Ruíz de con que seguro le ayudarían a entrar a la casa sin ningún problema. Así que Cho, se dirigió a casa de Manuel y Ainhoa, sus tíos, para pedirles que le dieran paso por el jardín para entrar al lugar. 

⎯¿Eso no es allanamiento de morada? ⎯ le preguntó Daniel con una voz tan tierna que juró que ese término no se había escuchado tan bonito jamás. 

⎯No, porque no estoy entrando ilegalmente ⎯ explicó Cho. 

Daniel volteó a ver a su hermano Héctor, el pequeño que practicaba las escalas mayores y menores en el piano que se encontraba en medio de la sala. Luego regresó su mirada a Cho y estiró la mano. 

⎯Dame cincuenta y yo te dejo pasar. 

⎯¿Es en serio?, eso aquí y en Corea se llama soborno. 

⎯Pues si tu vas a hacer un allanamiento de morada, yo puedo hacer un soborno, ¿no crees?, cincuenta si quieres pasar, cien si quieres que abra la reja que separa los jardines. 

⎯¿Abrirla?, pero si siempre está abierta.. y, ¿ahora qué pasó? ⎯ preguntó Cho sorprendido ⎯ me voy solo unos días y ya cerraron la frontera ⎯ bromeó. 

Daniel lo vio con cara de pocos amigos, al parecer hoy no estaba de humor ⎯ Solovino tiene un parásito y el veterinario le prohibió tener contacto con otros perros, por eso cerramos la reja para que no contagie a Poncho Dog. 

⎯¡Vaya! ⎯ expresó Cho y, en ese instante saco un billete de cincuenta y se lo dio. 

⎯¿Seguro que no quieres que te abra la reja? ⎯ le comentó Daniel, tratando de que le diera cincuenta más. 

Cho negó con la cabeza y presumido contestó ⎯ no hay barda u obstáculo que no pueda saltar. Lo dicen mis veinte medallas de oro, quince de plata y cinco de bronce. 

⎯Bien… ⎯ habló Daniel, para darse la puerta y dejarlo pasar. 

Él entró a la casa y caminó con seguridad por la tan conocida sala de los Ruíz de Con Canarias, ya que había estado ahí muchas veces, sobre todo cuando Ainhoa les pedía que también cuidaran a sus hijos mientras ella y Manuel salían a hacer compras o tenían reuniones como María Julia y Robert. 

⎯¿Cómo van esas escalas *Schroeder?⎯ le preguntó para darle un beso tierno sobre el cabello. 

Héctor sin desconcentrarse ni un segundo simplemente le sonrió y siguió tocando. Detrás de él iba Daniel, expectante a lo que iba a pasar. Así, los dos, cuando llegaron a la parte del muro, Cho se remangó la camisa y luego dio unos pasos atrás para agarrar carrera. 

⎯Observa y aprende, querido Padawan⎯ le dijo, haciendo a Daniel reír. 

Así Cho, corrió lo más rápido que pudo y cuando llegó cerca del muro dio el salto más alto que pudo y, apenas, se cogió de la orilla de la barda. Cuando trató de apoyar los pies sobre el muro para empujarse, estos se resbalaban debido a que traía zapatos de suela lisa; Daniel comenzó a reírse. 

⎯Esto lo tienen que ver los otros⎯ dijo, y tomó su móvil para comenzar a filmarlo. 

⎯¡Ey!, ayúdame⎯ le pidió a Daniel quien no dejaba de reír. 

Héctor ya se había unido a la fiesta para reír junto con su hermano mayor. Cho, sufría, pero si se bajaba no tenía otra oportunidad para volver a trepar, por lo que se mantuvo con la mayor fuerza posible de sus brazos. Después de filmar y enviarlo a su primo David que seguro lo recibiría en México en segundos, Daniel se acercó a Cho. 

⎯¿Te ayudo? 

⎯¿Tú que crees? ⎯ le preguntó Cho, pujando del esfuerzo.

Daniel le acercó la escalera que estaba en el cuarto de herramientas y de cosas del jardín y se la puso. 

⎯¿Tenías una escalera? ⎯ preguntó Cho enojado⎯¿por qué no me lo dijiste? 

⎯No preguntaste⎯ contestó Daniel sin más. 

Cho, por fin logró subir la barda solo para, ver, que del otro lado estaba igual o peor. ¡Me vas a matar, mujer!, pensó para él mismo. 

⎯¿Quieres la esca…? ⎯ preguntó Daniel. 

⎯¿Tú qué crees?⎯ interrumpió Cho. 

Entre los dos pasaron la escalera del otro lado y por fin Cho pudo bajar al jardín de Sabina. Momentos después cargó la escalera para que Daniel la recibiera del otro lado de la barda, cuando Héctor apareció a su lado. 

⎯¿Y por qué mejor no pasaste por la reja, Cho?⎯ preguntó con su tierna voz. 

Cho, vio que la reja estaba semi abierta y que se pudo haber ahorrado todo. Él caminó hacia allá y vio a Daniel riéndose.⎯Dijiste que la reja estaba cerrada. 

⎯Pero nunca te dije que con llave… ⎯ contestó para reír. 

Cho, en ese momento no tenía tiempo para ponerse a discutir con el mayor de los Ruíz de Con Canarias y simplemente negó con la cabeza para, después, continuar a casa de Sabina, una que parecía obscura pero en realidad era por los vidrios de doble vista que no dejaban ver para dentro. 

Él rodeó la piscina, luego fue hacia el ventanal que daba a la sala y lo abrió con cuidado para percatarse que la sala estaba desocupada. 

⎯¿Sirena?, ¿estás por ahí? ⎯ preguntó en un murmuro, pero la casa se encontraba en un silencio total, como si no hubiese nadie⎯¿Sabi?

Cho fue hacia las cámaras de la entrada y movió las manos para ver si Sabina lo veía en la parte de arriba y sabía que se encontraba ahí. Sin embargo, no hubo respuesta de su parte. Por lo que decidió ir hacia el área de habitaciones para ver si no estaba solo. 

Cuando entró por el pasillo, un olor a medicina invadió el lugar para luego escuchar al fondo que los mellizos se quejaban. 

⎯Pero es que no me gusta, Bina⎯ escuchó en la habitación. 

⎯Yo sé, pero ahora regresa mamá con la medicina que sabe rico, ¿vale?, ahora debes tomarte esto. 

⎯No… ⎯ se quejó Jo. 

⎯OK, ¿la quieres en leche de sabor?, ¿quieres una leche de sabor fresa? ⎯ habló Sabina. 

No hubo respuesta por parte de la niña y con un “ahora vengo, no se levanten”, Sabina abrió la puerta para pegar un grito tan alto que asustó a sus hermanos. 

⎯¡Ahhhhhhhhhh! ⎯ expresó asustada para luego darle una patada en la ingle a Cho que lo hizo caer de inmediato lleno de dolor. 

*Schroeder es el personaje de Charlie Brown que toca el piano de juguete.

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