Dejando atrás todos los malentendidos que hubo en esos días, Cho y Sabina se concentraron en lo que verdaderamente importaba, clasificar a los juegos olímpicos y, así, hacer realidad ese sueño que tenían cada quien por separado, pero que ahora se cumpliría en conjunto. 

Tanto Cho como ella habían trabajado en todo, llevando en conjunto sus actividades escolares, su trabajo en la cafetería y el cuidado de Jon y Jo los jueves por la tarde. Podría decirse que ambos estaban agotados pero no, no lo estaban, mas bien estaban emocionados y nerviosos por lo que estaba a punto de pasar ya que era una oportunidad única en millones y ninguno de los dos estaba decidido a perderla. 

Las competencias de ambos, por fortuna, eran en diferentes días, así que prácticamente uno podría estar en la del otro sin problema, la única diferencia, es que uno de ellos dos ya estaría clasificado y tendría que observar si el otro lo haría también. Grandes planes tenían Sabina y Cho con respecto a su viaje, no solo de manera deportiva sino también romántica, ya que este serías su primer viaje juntos, aunque no fuera solos. Lo único que tenían que hacer para que esto pasara era clasificar. 

Así, un jueves por la tarde, los rituales de Sabina antes de echarse un clavado a la piscina y nadar, comenzaron. Después de ponerse el traje de bajo azul con el número 05 y de ponerse la capucha en el cabello. Sabina, se sentó en medio del vestidor, en una de las tantas bancas, tomó sus casquillos y se puso la canción de “Bohemia Rhapsody” lo más fuerte que pudo para no escuchar los rumores que llegaban de afuera. Se quedó ahí, concentrada, tratando de no pensar en nada mas que clasificar. 

No necesito un primer lugar, solo necesito los segundos, pensó, aunque estaba segura de que si lo quería podría conseguir eso más el primer puesto. 

Sabina movía el cuello de un lado para el otro estiraba sus brazos hacia arriba para sentir el estirón por toda su espina dorsal y, cuando la parte energética de la canción comenzó a sonar, movió la cabeza de arriba para abajo al ritmo, cantando en la mente la letra que se sabía de memoria gracias a su padre. En ese preciso momento, se imaginó de pequeña, en esa pequeña casa en Edimburgo, cantando Queen con la pala de madera de la cocina mientras ella saltaba sobre el sofá; sonrío. 

Sabina había adoptado ese ritual de Queen, por su padre, quién le dijo en su primera competencia que cuando él se sentía nervioso antes de una lectura o de algo importante lo escuchaba para liberarse de la frustración. Ella lo hizo una vez con “Another one bites the dust” y le sirvió; ahora era su ritual y su padre un fan muy orgulloso. 

PAPÁ 

SIRENA, ¿ESTÁS LISTA?  

Recibió mensaje de Robert que a sabía perfectamente en qué momento podía hablarle y darle ánimos. 

SABI 

LISTA… 

PAPÁ

VELOCIDAD SIRENA… TE AMO. 

SABI 

TE AMO… 

CHOU

¿CREES QUE PUEDAS SALIR? 

Le sorprendió el mensaje de su novio y, de inmediato, ella sonrío y se puso de pie para acercarse hacia la salida del vestidor y ver al guapo Cho, vestido de con su uniforme de gimnasia porque, seguro, él también venía de su último entrenamiento ya que su clasificación era mañana. Ella se lanzó a sus brazos y le di aun beso sobre los labios al ver que su padre no estaba viendo para allá…al menos eso pensaba. 

⎯¡Ey!, no tan cariñosa, que oficialmente soy tu asistente⎯ bromeó Cho 

⎯¿Mi asistente? 

⎯No me dejaban pasar al menos de que fuera algo importante, así que… te traje esto⎯ le dijo, y entre sus manos estaba una de las medallas que le había hecho a Jo, llena de diamantina⎯ te la mandan los diablillos, están arriba junto con tu madre, tus tíos, Jaz, Pili y Eduardo. 

⎯¿Jaz está aquí?⎯ preguntó ella de inmediato. 

El rostro que hizo Sabina asustó al chico por un momento⎯ ¿Qué?, ¿hice algo mal? 

Sabina negó con la cabeza ⎯ no, solo que Jaz nunca viene. 

⎯Pues, lo invité y con gusto dijo que sí⎯ aseguró Cho. 

Y era verdad, Jaz nunca venía porque Sabina jamás lo invitaba. Sentía que si sus padres y el se juntaban iba a haber un amargedón en el lugar y todo desaparecería. Sin embargo, al echar un vistazo se dio cuenta que incluso Jaz se encontraba platicando con su padre y tío y que su madre le hacía conversación por igual. Sabina esbozó una ligera sonrisa. 

⎯¿Todo bien?⎯ insistió Cho. 

⎯Sí, todo bien. 

Señoras y señores a sus lugares que la competencia está a punto de empezar. Se escuchó en las bocinas y Sabina suspiró. 

⎯Recuerda mi sirena, vamos a clasificar, vamos a ganar esa medalla⎯ le dijo Adrián con una sonrisa. 

⎯Sí. 

Cho la abrazó y luego la cargo por los aires apretando su espalda haciendo que los huesos de su espada se tronaran relajando el cuerpo; eso también ya formaba parte del ritual. 

⎯Te quiero, mi hombre⎯ le dijo Sabina con una sonrisa y acariciando ese hoyuelo que se le hacía a Cho cuando sonreía. 

⎯Yo más, mi mujer…Ahora ve y gana esa clasificación. 

Sabina le dio un ligero beso sobre los labios y después fue un poco hacia el frente para poder ver a sus padres y hermanos y con una señal con las manos les saludo. Su madre le dijo a sus hermanitos que la saludaron y tanto como Jo y Jon se emocionaron y comenzaron a saludar. 

⎯¡Bina!⎯ escuchó la hermosa voz de su hermano que le saludaba con alegría. Jaz y sus hermanos también la saludaron. 

Sabina regresó al vestidor, para dejar el iPod dentro del casillero y antes de dejarlo ahí los mensajes del resto de la familia llegaron en cascada. El resumen, todos estaban con ella, aunque no físicamente pero al fin, con ella. 

⎯Donde hay un Ruíz de Con, siempre está su familia⎯ murmuró. 

⎯¿Sabina?⎯ escuchó la voz del entrenador⎯ es hora. 

Ella dejó todo, se acomodó el uniforme que tenía su nombre y suspiro⎯ Velocidad Sirena. 

Entonces, con nervios, caminó hacia la entrada y se reunió con las otras competidoras que estaban a punto de competir. Sabina estaba acostumbrada a esto sin embargo, los que habían llegado hasta ahí eran lo mejor de lo mejor, y para vencerlas, tenía que ser solo un poquito mejor que ellos. 

En el carril número cinco, esperando la clasificación, Sabina “La Sirena” Carter. 

Escuchó su nombre en las bocinas del lugar y con toda la tranquilidad del mundo caminó hacia el área de la piscina donde se encontraba ya su entrenador esperándola y listo para darle las últimas indicaciones. Sabina saludó hacia arriba, donde se encontraba sus familia y vio como, además de ellos, se emocionaban al verla entrar; así es Sabina tenía sus fans. 

⎯Recuerda, mantén el ritmo para clasificar⎯ le habló su entrenador mientras se quitaba la chamarra⎯ necesitas dos segundos menos, dos. 

⎯Sí⎯ respondió ella nerviosa. 

El entrenador la tomó de los hombros y la vio a los ojos ⎯ ganes o no, es un honor ser tu entrenador. 

Sabina sonrió⎯ prepárese para ser entrenador de una próxima clasificada olímpica ⎯ respondió. 

Sabina, después de decir esto, se volteó para acercarse a la plataforma y ver las tranquilas aguas de la piscina que, pronto, se convertirían en un campo de batalla y se moverían a velocidades impresionantes. Ella volteó hacia el frente y como siempre encontró al mirada azul de su padre y sintió un nudo en la garganta ya que le daba mucho gusto que estuviera ahí para verla. Junto con esa mirada azul, la sonrisa de Cho apareció, y sonrió sin poder evitarlo. 

A sus posiciones. Se escuchó a lo alto. 

Sabina se subió a la plataforma, volteo lado a lado para ver a sus compañeros y luego perdió su mirada en el agua.⎯ Velocidad sirena⎯murmuró. 

En sus marcas, listos… ¡Ding! 

Se escuchó, y tan solo sonó la alarma todos saltaron al agua y comenzaron a nadar a una velocidad tan rápida que la dejaron en cuarto lugar de inmediato. Ella concentrada nadaba viendo hacia el frente, siguiendo su ritmo, acordándose de las recomendaciones de su entrenador y tratando de no cansarse antes de tiempo. 

¡Vamos Sirena!Escuchó a lo lejos la voz de su novio, ¡recuerda lo que entrenaste, mujer!, le animó. 

Sabina siguió nadando, escuchando los gritos de los demás mientras se mantenía en un cuarto lugar sin dejar que la otra competidora la pasara. Entonces, llego la última vuelta y justo cuando sus pies tocaron la pared y se dio la vuelta, como si una chispa se hubiese encendido en su interior, Sabina, se empujó fuerte hacia adelante y aumentó la velocidad. 

⎯ ¡Velocidad Sirena! ⎯ escuchó a su padre como siempre y como siempre le hizo caso. 

De pronto, sin que la chica del tercer puesto se lo esperara, sintió como Sabina le pasó al lado braceando y pataleando a una velocidad increíblemente rápida y con una fuerza que movía el agua alrededor. En eso, la chica del segundo lugar se vio retrasada cuando el cuerpo de la Sirena Carter pasó a su lado por el carril dejándola completamente atrás. 

⎯¡Ve por la primera!, ¡la primera! ⎯ le gritaba su padre emocionado desde las gradas ⎯¡Por la primera!, ¡recuerda quién eres! 

Sabina volvió a tocar la pared para darse la vuelta y aumentando a “Velocidad Sirena”, nadó tras la competidora del primer lugar, como si fuera una presa y ella una cazadora.

⎯¡Ya casi!, ¡ya casi!, ¡vamos mujer! ⎯ le animaba Cho, quien se volvía loco de la emoción. 

Su madre se había puesto de pie y los mellizos, contagiados por la emoción, yacía sobre la silla cuidados por ella y por Pilar que también estaba sumamente emocionada. 

Así, con el corazón latiendo a mil por hora Sabina alcanzó a la competidora y en un esfuerzo monumental la pasó por una cabeza para luego hacerlo con el tronco y finalmente con los pies llegando, así, a tocar la orilla de la piscina, y terminando así la carrera. 

⎯¡Primer lugar, Sabina Carter! ⎯ gritaron con una fuerza por las bocinas que Sabina lo escuchó aún con su cabeza dentro del agua. 

¡Clasifiqué!, ¡Clasifiqué!, pensó en su interior para luego posicionar sus brazos a la orilla de la piscina y de un brinco salir de ella. 

⎯¡Sabina Carter!, ¡Aranza Benites! Y ¡Salma Sánchez! ¡Son las clasificadas olímpicas! ⎯ se escuchó a lo alto y ella vio hacia las gradas donde se encontraba a su familia enloquecida y ahí, su padre Robert llorando de felicidad mientras traía a su hermana Jo en los brazos que aplaudía feliz.

Sabina estiró la mano y señaló con el dedo hacia donde estaba Cho, quién estiro el dedo por igual, como parte de ese saludo secreto que tenían entre los dos cuando uno de ellos estaba entrenando y el otro lo esperaba en las gradas; ella juró que sentía como la punta de su dedo se conectaba con la de él. 

Entonces Sabina volteó hacia donde estaba su entrenador y lo abrazó ⎯¡clasifiqué!, ¡clasifiqué!, ¡me voy a las olimpiadas! ⎯ exclamó y con lágrimas en los ojos; lo repitió una y otra vez porque no se lo podía creer. 

Sabina estaba a punto de cumplir uno de sus más grandes sueños y lo haría con su padre al lado de ella, con su familia y ahora con Cho, ese hombre que sin que ella supiera sería su más gran apoyo el resto de su carrera y tal vez, el resto de su vida. 

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