Sabina abrió los ojos cuando escuchó a sus hermanos corriendo por el pasillo y a su madre llamándolos para desayunar. Se despertó en un salto y al voltear a su derecha se percató de que Cho no se encontraba dormido a su lado. 

⎯¿Guapo? ⎯ murmuró, porque sentía que posiblemente su padre podría estar al otro lado de la puerta ⎯¿estás? 

Sin embargo, no hubo respuesta alguna. Sabina se paró de la cama, se puso unos shorts del pijama y luego caminó hacia el baño para averiguar si Cho seguía ahí. No estaba. Así que su imaginación comenzó a volar, tratando de encontrar una respuesta ante la desaparición de Cho. 

¿Qué tal si mi padre lo encontró por la noche y lo corrió?, ¿A lo mejor Cho se dio cuenta de que no era lo que buscaba en una relación?, ¿le habrán llamado sus padres?, pensó, y miles de cosas más que la estaban haciendo caer en un ataque de ansiedad que parecía sería imparable. 

De pronto, se vió frente al espejo y sonrío al recordar lo que había pasado con Cho la noche anterior. El color rojo subió por su rostro y al cerrar los ojos recordó con detalle cada una de las cosas que había visto y sentido. Todo, absolutamente todo había sido maravilloso y jamás en la vida había sentido tanto deseo y excitación como lo hizo en ese momento. 

Sabina juró que su cabello brillaba un poquito más que ayer, que su piel se sentía suave y tersa, no precisamente por las cremas especiales que usaba para proteger su piel del cloro, si no por todas las sensaciones que la habían recorrido. Su novio no solo era divertido, atlético y cariñoso, si no también excitante, habiendo despertado en ella el gusanillo del placer, ese que deseaba volver a sentir pronto. 

Entonces, salió del baño, se puso el albornoz de color verde esmeralda y tomó su móvil para, de inmediato, enviarle un mensaje a su novio con la esperanza de que le contestara y le diera respuesta de su paradero. 

DESPERTÉ Y NO ESTÁS, ¿TODO BIEN?, CONTÉSTAME CUANDO PUEDAS. 

Escribió, para después, abrir la puerta de la habitación y oler los waffles que su padre había preparado para ese día. Bajó las escaleras con cuidado y al entrar a la cocina, vio a su padre y a sus hermanos decorando con frutillas y crema batida los waffles que, minutos después serían devorados por todos. 

⎯¡Ey! ⎯ dijo su padre, al verla entrar por la puerta ⎯ you woke up! Pensamos que te despertarías como típica adolescente a las cuatro de la tarde ⎯ le comentó. 

⎯¡Bina!, yo te decoro tu waffle ⎯ le gritó Jon, mientras tomaba otro recién hecho y comenzaba a untarle chocolate. 

Sabina se sentía confundida, aún en su mente pensaba en Cho y además, no sabía si su padre sospechaba algo de lo que había pasado ayer por la noche. ¿Qué tal que su padre olía sexo?, ¿la habría escuchado gemir como lo hizo? 

⎯¿Todo bien? ⎯ le preguntó, mientras cuidaba que Jo no se quemara con la sartén. 

⎯Sí, claro.. todo bien ⎯ respondió. 

⎯Ok ⎯ respondió su padre, para luego dedicarse a los mellizos. 

Tranquilízate Sabina, te estás comportando como si acabaras de matar a alguien, o robar un banco, pensó para, en seguida, ir a la alacena y sacar los manteles y cubiertos para poner el servicio de la mesa y así olvidarse de lo que estaba pensando. 

Su móvil vibró y, al ver el nombre de su novio en la pantalla, sonrío. 

CHOU 

FINGE… 

¿Fingir? , ¿fingir qué? 

En eso el timbre de la puerta sonó, y los ladridos de Poncho se escucharon al fondo de la sala. Sabina fue hacia la puerta y en ese preciso instante su madre, ya estaba abriéndola. 

⎯¡Pero Cho!, ¿qué te pasó? ⎯ preguntó María Julia preocupada. 

Sabina corrió para encontrarlo y al ver el rostro herido no tuvo que fingir mucho, en verdad Cho se veía inflamado y con el labio partido. 

⎯¡Guapo! ⎯ expresó Sabina, y fue hacia él para abrazarlo ⎯¿te sientes bien?, ¿estás bien? 

⎯Sí, no pasa nada ⎯ respondió Cho, y le sonrío. 

Las expresiones de su madre y de ella, hicieron que su padre saliera y al verlo se sorprendió bastante, por lo que Sabina intuyó que no lo habían visto ni llegar y al parecer, salirse de la casa. Cho entró a la casa, acompañado de los Carter quienes empezaron a ofrecerle ayuda, incluso, llamar al doctor de la familia para que lo atendiera sin problemas.

⎯No, no… en verdad estoy bien ⎯ insistió el chico, mientras entraba a la cocina. 

⎯¿Qué pasó? ⎯ preguntó Robert ⎯¿les pasó algo a ti y a Sabina? ⎯ dijo, y volteó a ver a su hija que inmediatamente se quedó sin saber qué contestar. 

Sabina, no sabía mentir, en realidad, nunca fue buena para eso y no había necesidad. Por muchos años había sido hija única y sus padres eran su compañía, así que sabían todo lo que hacía y con quién, por lo que ahora se encontraba en un aprieto.

⎯No, no fue a los dos, fue a mí ⎯ interrumpió Cho, y vio a Sabina a los ojos para que ella le siguiera el juego. 

Sabina se quedó callada y luego reaccionó ⎯¿qué te pasó? ⎯ preguntó. 

⎯Pues, te vine a dejar y después, de regreso a mi casa se me ocurrió pasar por algo de comer. Resulta que asaltaron el lugar y yo por no querer dar mi móvil, recibí una paliza. No pude ir a mi casa así que manejé un buen rato hasta estacionarme y dormir un rato en el auto. Luego vine a verte. 

⎯¡Oh! ⎯ expresó Sabina, haciendo que su madre volteara a verla con ojos de sospecha ⎯¡qué mal!

⎯Sí, pero no pasa nada… supongo que hielo y un ungüento lo resolverá, o eso espero ⎯ comentó Cho. 

Todo se quedó en silencio, hasta que la voz de Jo lo rompió ⎯ qué malos, ¿verdad?, ¿por qué no mejor vamos a desayunar? ⎯ preguntó, haciendo que la tensión bajara en el ambiente. 

⎯Yo le preparo a Chou su waffle ⎯ ofreció Jon, y corrió hacia la “estación de decoración” para hacerlo. Minutos después, todos se encontraban comiendo como si nada. 

Sabina y Cho se habían salvado…o eso pensaban, porque tan solo Jo y Jon se retiraron de la mesa, el interrogatorio verdadero comenzó. Sobre todo cuando los ojos azules del padre de Sabina se enfocaron en los rostros de ambos, que aún comían despacio. 

⎯¿Seguro que no les pasó nada anoche? ⎯ inquirió Robert. 

⎯No, seguro… ⎯ contestó Cho, y lo hizo con tanta seguridad que en ese momento podría haber convencido a Robert. 

⎯¿Seguro? ⎯ insistió. 

⎯Seguro… ⎯ respondió Sabina. 

⎯Sure, sure… sure… ⎯ continuó. 

Sabina sabía que cuando su padre se ponía así, podría arrancarle los más obscuros secretos al mismo demonio, y por ende a dos jóvenes que estaban tan nerviosos que no paraban de mover el pie, por debajo de la mesa. Robert volteó a ver a María Julia y luego ella vio a Sabina. 

⎯Lo dices o lo muestro. 

⎯¿Decir qué? ⎯ inquirió Sabina, tratando de no salir corriendo de ahí. 

⎯Bien, lo muestro. 

María Julia trajo el control remoto de las cámaras de seguridad, y les puso frente a sus ojos el momento en el que Cho salía corriendo por el jardín para saltarse el muro de los Ruíz de Con Canarias con ayuda de Daniel y sorprendentemente de Jo Carter, que según ella le ayudaba a que no le descubrieran. 

Sabina casi muere de risa, al ver como su hermanita le prestaba a Cho su cobija favorita para cubrirle la cabeza y que no le vieran delante de las cámaras. Después vio a Daniel negociando con él, y a Cho dándole el dinero mientras le dejaba pasar a su jardín y justo a las seis de la mañana. 

⎯Puedo explicarlo ⎯ Dijo Cho. 

⎯¿Cuánto te costó? ⎯ preguntó Robert. 

⎯Cincuenta euros y una entrada a al zoológico para Jo. Pero le juro, le juro que no es lo que parece… ⎯ trató de explicar Cho. 

⎯A mí me parece que tienes pequeños cómplices… ¿dormiste aquí?

⎯Sí, pero en tu estudio ⎯ contestó Sabina de inmediato ⎯ ahí durmió. 

⎯Veremos si es cierto ⎯ habló María Julia, para después voltear a la puerta ⎯¡Jo! ⎯ le gritó. 

Dicen que los niños y los animales siempre dicen la verdad y Jo, era la fuente segura de su madre cada vez que pasaba algo en la casa. María Julia tenía un poder sobre los mellizos que con una sola palabra podría sacarles la verdad, bueno, en realidad con todos. Su madre podría sacar las mentiras hasta al mismo detector de mentiras. 

La niña entró a la cocina con una sonrisa, bailando al ritmo de una música imaginaria y sin saber qué era lo que le iban a preguntar. 

⎯Dime, ma. 

⎯Jo, cuando encontraste a Chou esta mañana, ¿dónde estaba? ⎯ inquirió. 

⎯En el estudio ⎯ contestó segura. 

⎯¿En serio?

⎯Sí, estaba dormido en el sofá, yo entré para tomar hojas blancas y me lo encontré. Me pidió que le ayudara a salir por la puerta pero, yo no me sé la clave ⎯ habló la niña con voz inocente ⎯ así que le dije que Daniel lo podía dejar pasar por la reja, si le pagaba. 

⎯¿Segura?

⎯¡Qué sí! ⎯ respondió viendo a María Julia a los ojos. 

⎯Y, ¿por qué lo tapabas de las cámaras? ⎯ siguió el interrogatorio. 

⎯Pues, no lo tapaba de las cámaras, lo tapaba porque hacía frío… era muy temprano mamá, ¿querías que se resfriara? ⎯ preguntó inocente. 

María Julia regresó a ver a Cho y a Sabina y ambos estaban igual de sorprendidos que sus padres. La versión era perfectamente bien estructurada, y la verdad era, que Cho salió de la habitación de Sabina y encontró a Jo en el pasillo saliendo del baño. Por su silencio le prometió lo del zoológico y fue la misma Jo, quién le dijo lo de Daniel y fijó el precio del escape. 

⎯Ves, ma… perdón por mentir pero, no queríamos que se hiciera un problema ⎯ habló Sabina, más segura. 

⎯¿Les crees? ⎯ preguntó María Julia a Robert y él vio a Cho y asintió. 

⎯Por hoy… ⎯ contestó y se puso de pie ⎯ voy a ver a Manuel, iremos al estudio de Ainhoa para arreglar algunas cosas. Cho, tenemos una plática pendiente. 

⎯Sí… ⎯ contestó, sabiendo que esto no era un adiós, si no un hasta luego. 

María Julia vio a Sabina y le dijo seria ⎯ prefiero que me digas la verdad a que me mientas. Cho es bienvenido aquí cuando lo desee pero, no así. Júrenme que no volverá a pasar así. 

⎯Lo juro ⎯ habló Sabina, aliviada. 

María Julia se puso de pie, y dejó a Jo sentada sobre la silla. Después, salió de la cocina dejando a los tres solos. Jo, después de un momento fue hacia la entrada de la cocina y, al percatarse que no había moros en la costa, regresó corriendo y se sentó apoyando los brazos sobre la mesa. 

⎯Esto no es free… ⎯ les comentó. 

⎯¿Nos vas a sobornar? ⎯ inquirió su hermana sorprendida, al ver que su hermanita de casi cuatro años se sentaba como toda una negociante. 

⎯No sé, yo lo llamo business ⎯ dijo segura. 

⎯¿Qué más vas a querer? ⎯ preguntó Cho. 

⎯Quiero que me enseñes a patinar y me compres los patines que salen en la televisión y me lleves todos los jueves a patinar al parque. Si me compras los dorados, cada vez que quieran puedo borrar los videos de la casa. 

⎯¿Sabes borrar los videos de la casa? ⎯ preguntó Sabina, impactada. 

Jo sonrío ⎯ ¿quién crees que borró los videos de Cho, entrando y saliendo de tu habitación? I did! ⎯ contesta con una sonrisa. 

⎯Y, ¿por qué no borraste el del Cho y el jardín? 

⎯¡Ah!, porque no tenía cómo sobornarlos… ⎯ contestó, pícara. 

Cho volteó a ver a Sabina y supo que lo que había hecho Jo les había salvado, pero que estaba mal ⎯ Vale, los compro y te enseño, pero… no borres los videos solo si es una emergencia ⎯ le pidió Cho. 

⎯Deal! ⎯ gritó Jo emocionada y luego le dio la mano a Chou. 

Ese día, Jo descubriría su primera pasión, el patinaje sobre ruedas y la segunda… sobornar y salvar a su hermana y novio cada vez que pudiera. 

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