– Tiempo después- 

Con una medalla de oro en su cuello, Cho y Sabina regresaron a España y fueron recibidos con todo el júbilo del mundo, no solo por la familia de ella, sino por las personas que les habían visto ganar y hacer todo su esfuerzo para conseguir las preciadas medallas. 

Ambos estaban felices, realizados, en pocas palabras, eufóricos. Sabina se soltó a llorar cuando su madre y abuelos la fueron a recibir al aeropuerto, y a Cho le dio mucho sentimiento cuando Jo se acercó a él y le abrazó como nunca en la vida lo habían hecho. Aunque también la familia de Sabina le había dado una bienvenida espectacular que opaco la evidente frialdad de sus padres. 

Cho, había logrado esto solo al lado de su entrenador, con un mínimo apoyo de su papá y con nada de su madre, por lo que no se le hizo raro que nadie estuviera ahí cuando llegase. Y, aunque él decía que no le importaba, claro que si lo hacía, sobre todo porque toda su vida pensó que si ganaba todo sería diferente; pero no fue así. 

El ganar una medalla les cambió la vida a ambos de maneras diferentes, aunque los dos habían logrado su sueño. Sabina se dio cuenta de que era capaz de lograr todo lo que quisiera y Cho, de que no importaba lo mucho que tratara su familia no estaría nunca satisfecha, así que dejó de importarle lo que ellos pensaran de él. 

Entonces Adrián, hizo sus maletas y sin más se fue a Ibiza a pasar la semana de vacaciones que los Ruiz de Con, Canarias y Carter pasaban cada año ahí. Si Cho ya adoraba a la familia de Sabina, la adoró más con la cálida bienvenida que le dieron en casa del abuelo de Sabina, donde entre colchonetas y cojines, acampó con el resto de los primos en la sala, y disfrutó de la compañía de todos.

***

⎯ Y aquí tenemos a Jo Carter, representando a México en un clavado con mil millones de dificultad ⎯ exclamó Cho, mientras se encontraba dentro de la piscina de Tristán y Ximena jugando a las Olimpiadas.

⎯ ¡Pero me coges, eh! ⎯ gritó la niña de cinco años desde el trampolín de la piscina.

⎯ Dale, confía en mí.

Jo dio dos saltos y con la inercia del trampolín se dejó caer al agua, haciendo un giro tan preciso que todos en ese momento pensaron que tenía futuro como clavadista. La niña salió de inmediato buscando las manos de Cho y él la cargó para ponerla a salvo.

⎯ ¿Cuánto saqué? ⎯ fue lo primero que preguntó, mientras sonreía y se quitaba el agua del rostro.

⎯ Señor juez, ¿cuánto sacó? ⎯ le pregunto a Daniel, quién llevaba los puntajes desde la orilla de la piscina, aunque en realidad leía una novela gráfica.

⎯ Todos los jueces votan diez ⎯ dijo, y Jo se alegró de inmediato.

⎯ ¡Viste papá, saqué diez! ⎯ le gritó a Robert, quién se encontraba en el pequeño bar exterior tomando una cerveza con David Canarias, el tío de Sabina, y con Tristán.

Very good! ⎯ exclamó su padre.

⎯ ¡Ahora yo! ⎯ dijo Jon, quién esperaba paciente a la orilla para hacer su salto.

⎯ Niños, ¿por qué no dejan a Cho un ratito para que descanse? ⎯ interrumpió María Julia, mientras salía junto con Sabina con un platón lleno de botanas.

⎯ No pasa nada ⎯ comentó Cho, simpático.⎯ Venga, el último clavado. Señor juez, atento que esté clavado, es definitivo ⎯ le alentó Cho a Daniel.

El chico levantó la vista y vio como su primo de cinco años se preparaba para saltar. Sabina se acercó al filo de la piscina y se sentó con los pies dentro. Jo nadó hacia ella y le pidió que la sentara a su lado.

⎯ Aquí va, Jon Carter, representando a México ⎯ comenzó Cho.

⎯ ¡No!, quiero representar a donde vive Shrek ⎯ le corrigió.

⎯ Venga, entonces… aquí viene Jon Carter, representado a la tierra de Shrek, con un clavado de dificultad que tiene un porcentaje muy, muy lejano ⎯ jugó con las palabras, haciendo al niño feliz.

⎯ ¡One, two, Three! ⎯ Contó el niño y se echó de panza hacia el agua haciendo que salpicara por todas partes.

Cho lo buscó de inmediato, y con las manos lo sacó del agua. Jon comenzó a toser como loco, mientras se cogía del que, él no sabía, era su cuñado.

⎯ ¡Qué zabullida! ⎯ le dijo Cho entre risas.

⎯ Me duele mi tummy ⎯ se quejó.

⎯ Venga, vamos a fuera para que mamá te alivie ⎯ le animó Cho.

Al fin, después de casi dos horas en la piscina, los niños Carter se habían salido, Cho podía descansar y Daniel concentrarse en su libro que, al parecer, era mucho más interesante que un verano en la piscina en Ibiza.

Tan solo Jon dejó la piscina y él y su hermana fueron con su madre para que les secara y diera algo de comer. Cho se sumergió y nadó hacia Sabina para salir frente a ella y tomarse del filo de la piscina.

⎯ ¿Dónde andabas? ⎯ le preguntó, con una sonrisa.

Sabina acarició su cabello mojado.⎯ Me llamaron para hacer algunas entrevistas y bueno, estaba con mis primas, mis tías y mi abuela. Sila, ya vendrá a vivir con nosotros para empezar un diplomado en primeros auxilios, así que todas estábamos platicando. Se acaban de ir con mi tío Manuel al supermercado a comprar la comida para la semana y yo me quedé.

⎯ Debiste decirme para al menos cooperar ⎯ respondió Cho de inmediato, para luego salir de la piscina y sentarse a su lado.

⎯ ¿E insultar a mi abuelo y a mi padre?, ¡jamás!, ya eres parte de la familia y, además, ya haces mucho acampando en la sala cuando en realidad hay una habitación para ti solo en la parte de arriba.

⎯ Me gusta acampar. Además, aquí puedo escuchar los cuentos de terror del tu tío Manuel que son bastante buenos ⎯ le consoló.

Sabina le sonrío, se acercó a Cho y le dio un beso tímido sobre los labios. Uno pequeño, tanto que apenas Cho lo sintió. Desde que se habían ido a los Juegos, no habían podido estar a solas y ahora menos que tenían a toda la familia en la misma casa.

De pronto, a Sabina se le ocurrió una idea, y abrió los ojos y lo miró ⎯¿Sabes?, cerca de aquí, bajando por la playa, hay un lugar especial donde podríamos ir hoy por la noche solos, ¿te parece?

⎯ ¿Solos?, ¿en serio?… Sin primos, sin hermanos y tíos ⎯ se aseguró Cho.

⎯ Sí, sin ellos ⎯ guardó silencio, lo que a Cho se le hizo sospechoso.

⎯ ¿Pero? ⎯ inquirió.

⎯ Pero debemos escaparnos…

⎯ ¿Escaparnos?, o sea… ¿Está prohibido?

⎯ No, pero siento que si le decimos a todos no nos dejarán ir…

⎯ ¡Ah!, más vale pedir perdón que pedir permiso, ¿eh? ⎯ dijo Cho, y Sabina se mordió los labios.

⎯ Es que te quiero besar mucho y siento que si decimos mi padre nos estará espiando desde lejos…⎯ confesó la chica.

Cho sonrió.⎯ Mujer, no quiero que tu padre me mate, puede tirar mi cuerpo al mar y nadie saber de mi ⎯ bromeó.⎯ ¿Qué te parece si se lo decimos a tu mamá? Así no habrá problemas, no quiero abusar de su confianza. Te prometo que cuando estemos en Madrid nos escapamos.

⎯ Siempre tan correcto.

⎯ Tu familia me ha abierto las puertas y confiado en mí. No me gustaría que eso cambiara ⎯ confesó.

Sabina asintió con la cabeza. ⎯ Está bien, solo porque no quiero que mi papá te ahogue en el mar.

⎯ Ves, esa posibilidad es muy alta ⎯ bromeó Cho, para luego volver a la piscina y jalar a Sabina hacia el agua.

Ambos se sumergieron lo más profundo que pudieron y Cho le dio un beso en los labios. Sabina se dejó llevar por el momento, ese momento tan privado, pero a la vez, tan expuesto ante los ojos de los demás. Extrañaba tanto a Cho, estar a solas con él, poder besarlo y, al menos, tocar su perfecto pecho como siempre lo hacía.

Momentos después salieron a la superficie, ya separados, y Sabina sonrío.⎯ Yo también te extraño. Ve y pídele permiso a tu madre, que más tarde tenemos una cita ⎯ le pidió.

Sabina simplemente asintió y salió de la piscina. Cho, hizo lo mismo, y cuando fue por su toalla para comenzar a secarse, Daniel lo vio y sonrío pícaro ⎯ a ese clavado le doy un cero.

Cho despeinó el cabello de Daniel y respondió ⎯, pero lo que pasó debajo, fue de diez.

Luego Cho, entró a la casa.

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