El dolor seguía intenso mientras Cho esperaba en la habitación donde David Canarias y Manuel, el otro tío de Sabina, le habían metido después de traerlo cargado del mar. Para su fortuna, María Julia y Robert habían salido a cenar, por lo que no estaban enterados de nada de lo que estuviese pasando en su casa.

Sabina se encontraba a su lado, tratando de consolarlo mientras Cho sentía que ardía y no precisamente de por lo que estaba pasando antes de las medusas, sino gracias a ellas. Los primos y hermanos de Sabina, curiosos, esperaban fuera de la habitación, mientras que la pequeña Jo no dejaba de tocar la puerta para saber cómo se encontraba.

⎯ ¿A dónde fue tu tío? ⎯ preguntó Cho, mientras no se estaba quieto encima de la cama por el ardor.

⎯ Apenas se fue hace dos minutos, seguro y fue por el remedio. Respira, y trata de tranquilizarte ⎯ le consoló Sabina.

⎯ No puedo, no puedo… Esto arde como el carajo, y la que está cerca de mi ingle es la peor, creo que se me caerán los huevos.

⎯ Me gustaría hacer algo para aliviarte, ¿quieres que te ponga hielo?

⎯ No gracias, mujer, no quiero que se me termine de caer todo ⎯ le agradece adolorido.

“Ya, ya, no te preocupes Jo, Cho estará bien… ahora abran paso que tengo que entrar a ver al enfermo”, se escuchó en la parte de afuera. Momentos después, entro el tío de Sabina, David, con un pequeño maletín en mano, con ropa limpia y un broceado que le sentaba sensacional.

⎯ ¿Cómo va la calentura? ⎯ preguntó, haciendo sonrojar a Sabina. Luego se acercó a ellos y vio a su sobrina ⎯ ¿puedes dejarnos solos?, digo, no verás nada que no hayas visto ya, pero si tus padres llegan y te encuentran aquí adentro me matan.

⎯ Pero, ¿estará bien?

⎯ Si, no te preocupes, solo unos pequeños cortes y hacemos la extracción y listo… Espero te guste adoptar.

⎯ ¡QUÉ! ⎯ exclamó Cho asustado.

David comenzó a reír ⎯ ¡Ja!, debiste haber visto tu cara. Claro que no, no pasará nada, pero si salte Sabi, te lo pido.

Sabina le dio un beso a Cho en los labios y luego le consoló.⎯ Todo estará bien ⎯, luego vio a su tío ⎯ no te pases, está muy sensible.

⎯ Es eso o le digo a tu padre y a tu abuelo lo que sospecho ⎯ le comentó.

Sabina abandonó el lugar, cerró la puerta con cuidado y dejó a su novio y a su tío solos en la habitación de visitas donde lo habían dejado. David, saco de su maletín unos guantes de látex y se los puso. ⎯ ¿Cuántas aguas malas te picaron?

⎯¿Qué? ⎯ preguntó Cho.

⎯ Agua mala, así le dicen en México o bueno, ¿cuántas medusas? ⎯ continuó.

⎯ No sé, yo solo saqué una con la mano ⎯ habló Cho adolorido, pero siento que me picaron como veinte.

David comenzó a revisar las manos, las piernas y el pecho de Cho, el pobre había sido atacado por ellas y no le habían dado cuartel. David llegó a su ingle y luego suspiró ⎯ la que te pico cerca de tu parte íntima, no llegó ahí metiéndose por debajo del bóxer… Estabas desnudo, chaval.

⎯ No, no… claro que no ⎯ negó el chico de inmediato, aguantando el dolor.

⎯ Yo también fui joven y también nadé en el mar desnudo… Mejor dime la verdad antes de que yo la averigüe.

⎯ Está bien, estábamos desnudos…

⎯ ¿Estábamos?

Cho se quedó en silencio de inmediato ⎯ no se lo diga a Robert, le juro que no la toqué…

David suspiró, luego con una seña le pidió a Cho permiso para quitarle el bóxer. Este se lo dio, y, al hacerlo, pegó un grito del ardor que le causaba el roce de la piel con la tela.

⎯ ¡Uy! ⎯ hizo David, al ver la quemadura.

⎯ ¿Está muy grave? ⎯ preguntó Cho, sin entender nada.

⎯ Eso debe doler como una patada en los huevos.

⎯ Algo así… ¿Ya me puede curar? ⎯ le preguntó Cho, desesperado.

David suspiró y luego le puso una toalla encima para cubrir su intimidad ⎯ Adrián Cho, para esto, hay dos remedios. El raro pero efectivo o el normal y tardado pero, efectivo.

⎯ El que sea… ⎯ pidió el chico, que ya no aguantaba el ardor.

⎯ Vale, entonces… iré a recolectar la orina.

⎯ ¡Qué! ⎯ gritó Cho, y trató de ponerse de pie, pero no pudo ⎯ ¿la orina?

⎯ Sí, es el raro pero efectivo. Las quemaduras de medusa se quitan con eso. Te pongo orina en todas las partes y estarás como nuevo en 1 hora máximo dos.

⎯ ¿Es broma, verdad?, ¿me está bromeando? ⎯ preguntó el chico.

⎯ ¿Me ves riendo?, soy el doctor Canarias, sé de lo que hablo. Es un remedio casero, natural y orgánico, pero lo más importante, efectivo.

⎯ No, no, no… Me niego a eso, no. ¿Cuál es el otro?

⎯ Pues, inyecciones en cada una de las partes donde te picó. Como no las tengo tendré que ir a la farmacia y, mientras vuelvo, tendré que ponerte hielo en todas las partes. Las inyecciones son efectivas, pero, posiblemente, pasarás el resto de la noche quejándote.

Cho se quedó en silencio, de momento ninguna opción le era viable. Una era dolorosa, la otra asquerosa y lo que menos deseaba era seguir con el dolor. ⎯ Esto es ridículo.

⎯ Los hombres que entran a esta familia lo hacen de esta manera. Tómalo como una bendición por parte de todos.

⎯ ¿De qué habla?

David perdió su mirada por un segundo y luego sonrió ⎯ es como una tradición familiar, cualquier hombre que se case con una Ruiz de Con debe hacer un ridículo para ser aceptado. Yo, por ejemplo, cuando vine a pedirle perdón a mi mujer por algo que pasó, me cayó una maceta en la cabeza y mírame, cuatro hijos y casi veinte años después y sigo casado con ella.

⎯ Claro…

⎯ Robert, bueno, él volvió el estómago en la pedida de mano de María Julia. Todos vimos cómo le manchó los zapatos a Tristán. Y Manuel, bueno, Manuel ya es ridículo de por sí.

⎯ ¿Me está diciendo esto para que no me sienta mal por ser orinado?

⎯ No chaval, te estoy diciendo esto para decirte que ya estás más que aceptado aquí, eres uno de nosotros. Lo que te pasó fue destino.

⎯ Uno muy doloroso y cruel.

⎯ Bueno, te quemaste por caliente… ⎯ contestó David, para luego soltarse a reír ⎯ la orina estará fresca y calientita.

⎯ Solo, guarde silencio ⎯ le pidió Cho.

David se rió ⎯ ¿qué dices?, y mejor ya decídete que tomé como cuatro litros de cerveza.

Cho se quedó en silencio con el dolor en todo el cuerpo, si fuera por él las inyecciones estarían bien, pero, solo de pensar que una iría cerca de su intimidad, no lo quiso pensar mucho.

⎯ Vale, la orina, ¿cuánta necesita?

⎯ Bueno, son casi diez quemaduras… yo solo soy uno.

⎯ ¡Ay, no por favor! ⎯ se quejó Cho.

⎯ Venga, nadie sabrá esto. Quedará como secreto entre doctor y paciente ⎯ le animó David.

Cho negó con la cabeza ⎯ esta bien, pero que sea rápido.

⎯ ¡Así me gusta!, ahora, espérame aquí que iré a recolectarla ⎯ habló David seguro, para luego salir y avisarles a todos ⎯ ¡Pipi, niños! ⎯ para que así cooperaran con su alivio.

⎯¡Dios!⎯ expresó Cho, al saber lo que seguía.

⎯ No te quejes, esto lo olvidaremos en cinco minutos.

Claro que no, jamás se olvidó. 

Dos horas después, mientras Cho se sentía mejor, pero deseaba meterse a la ducha, se enteró por Sabina que las inyecciones eran mentira, que en realidad solo necesitaba un ungüento y hielo. Por lo que Cho supo que en ese momento el tío le había dado una lección a nombre de Robert, quién no paró de reír ante la anécdota.

Lo que no sabía Cho, es que ese día había entrado oficialmente a la familia, de una forma ridícula, como cada hombre que se había enamorado de una Ruiz de Con, porque había tradiciones que no se podían romper.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *