El éxito del primer ensayo fue notable, marcando la primera vez que Carlos obtenía una calificación alta en historia. Este logro sorprendió a todos, incluido él mismo, quien apenas podía creerlo. No obstante, Martha mostró confianza en su capacidad desde el principio.

Carlos no estaba acostumbrado a recibir este tipo de calificaciones; generalmente, se mantenía en la media o incluso por debajo de ella. Su registro más alto hasta entonces había sido un siete, y solo por la intervención de su novia, quien amenazó a la institutriz, logró alcanzar un ocho. Esto lo catalogaba como un estudiante mediocre.

En cambio, Martha estaba acostumbrada a recibir calificaciones perfectas, con dieces en su boleta. Su madre consideraba esto como la norma, por lo que cualquier calificación inferior indicaba distracción y la necesidad de volver a enfocarse en la meta académica. Esa fue una de las razones por las que no quería que se juntara con Carlos, porque temía que se distrajera. 

Sin embargo, al percatarse de que todo continuaba igual, Jenny le otorgó más libertad a Martha para pasar tiempo con Carlos y ayudarle a superar el resto del curso, considerando que quedaban pocas semanas para que finalizara el verano. A pesar de esta concesión, Jenny mantenía la certeza de que, una vez concluidas las vacaciones, Carlos retomaría su actitud de ignorar a Martha, y las cosas volverían a la normalidad.

Jenny veía a Carlos como alguien con poca concentración, un adolescente típico que tiene tantas distracciones que termina por ignorar todo, incluyendo a las personas a su alrededor. Además, debido a las restricciones impuestas por su madre, Carlos solo podía relacionarse con ciertas personas, y la hija de Jenny no estaba incluida en ese grupo. Desde la perspectiva de Jenny, esta amistad estaba destinada a desvanecerse.

A pesar de ello, Jenny permitió que su hija continuara esa “amistad” con Carlos. Ahora, les permitía estudiar juntos en la habitación del joven, con la única condición de que dejaran la puerta abierta para que ella pudiera supervisar a su hija, asomándose al pasillo de vez en cuando. Además, les concedió más tiempo para estar juntos. En ocasiones, cuando Martha regresaba por las noches después de trabajar, su madre le permitía pasar tiempo con Carlos para ayudarlo con los últimos detalles de sus tareas.

No obstante, a pesar de todos estos cambios, Jenny no dejaba de advertir a su hija que se cuidara de Carlos, que se enfocara en su futuro y que no cayera en ninguno de sus juegos; después de todo, a sus ojos, el chico aún no era de fiar.

La chica sabía lo que hacía; era demasiado inteligente como para dejarse envolver por Carlos. Aunque, honestamente, mientras más tiempo pasaba con él, más se daba cuenta de que todo lo que Carlos hacía o decía cuando estaba en la escuela era una máscara que llevaba para encajar en ese grupo de amigos que eran los únicos permitidos. 

Carlos aún exhibía esos aires de egocentrismo y superioridad, pero gracias a las advertencias de Martha, ya había dejado de insultarla o llamarla “Martha Chacha”. Ella siempre le recordaba que no tenía necesidad de estar ayudándolo y le señalaba a Carlos que él era quien la necesitaba.

Se habían peleado una vez cuando, en un momento de estupidez, Carlos le dijo a Martha que ayudarle era parte del precio por vivir bajo su techo. Martha dejó de hablarle por una semana, no le ayudó en su examen de literatura universal, y él lo falló estrepitosamente. Después, tuvo que ir a pedirle perdón.

Pero no es que Carlos fuera una persona tonta o con poca capacidad de estudio. Lo que sucedía es que tenía el gran problema de que, si no le interesaba el tema, lo olvidaba por completo o no lo abordaba; la literatura era uno de esos temas.

Lo que mantenía a Carlos concentrado en ese tema era Martha, no solo porque lo hacía interesante, sino por ciertas cosas que a Carlos le tenían embelesado. Le gustaba su tono de voz a la hora de explicar la lección. Era suave y muy armoniosa, como si ella estuviera cantando. Le encantaba la forma en que ella narraba, como si pintara retratos que Carlos pudiera ver. 

Le gustaba cómo jugaba con la punta de su trenza, envolviendo el mechón en uno de sus dedos. Le encantaba cómo se mordía ligeramente los labios cuando se concentraba y la ligera sonrisa que le mostraba cuando él aprendía o acertaba algo. En pocas palabras, le gustaba verla y sentir su presencia, una que extrañaba cuando ella se iba.

Por esa razón, cada día Carlos inventaba más excusas para mantener a Martha a su lado. Fingía no saber matemáticas para que la joven le ayudara. Le pedía que leyera sus ensayos solo para escuchar su voz, entre otras cosas que iban surgiendo sobre la marcha.

Martha, en ocasiones, se resistía, recordándole a Carlos que ella tenía más responsabilidades y no podía ser su niñera ni institutriz. Sin embargo, Carlos la convencía de alguna manera, y ella terminaba cediendo ante cada una de sus peticiones. Era como si Carlos tuviera un enorme don de persuasión que la hacía caer una y otra vez, obligándola a reestructurar sus defensas.

La joven sabía que Carlos era una persona que no debía tomarse en serio y que era tan cambiante que debía cuidarse de él. Sin embargo, tenía algo que le agradaba y le hacía pensar que podía llevarse bien con él y ayudarle sin ninguna consecuencia.

Carlos no era tan guapo, pero se vestía bien. Tenía aires de galán, un cabello rizado que le daba aspecto de niño bueno y una sonrisa que mostraba su dentadura casi perfecta. Tenía buen cuerpo y siempre olía a una loción fina pero masculina. A Martha le llamaba la atención sus manos: grandes y de dedos largos.

Sin embargo, a veces, él la hacía sentir importante y otras tantas, una mierda. Parecía que no podía salir de su papel de “hijo de padre rico” por miedo a exponer sus verdaderos sentimientos. Así que Martha se iba con cuidado, poniendo distancia y repitiéndose a sí misma que esa amistad solo era por un verano y después, ambos tomarían rumbos diferentes.

No obstante, mientras fuera este verano, los dos debían convivir y no había poder humano que pudiera evitar que ambos se encontraran, ya fuera en la escuela, en la casa o en el jardín. Martha ya no era una opción para Carlos; ahora era necesaria. Lo que antes él no consideraba parte de su entorno, ahora le era indispensable. Solo pensar que al llegar a su mansión ella no se encontraría rondando por ahí le ponía triste, algo que guardaba para sí mismo.

Entonces, Julio llegó, y la escuela de verano se detuvo por dos semanas debido a un congreso de maestros, otorgándoles a todos los estudiantes un breve descanso para disfrutar del verano. De repente, las playas se llenaron de jóvenes ansiosos por beber, nadar y tumbarse sobre la arena. Las fiestas comenzaron, y los clubes de la isla se llenaron de baile y música animada.

En pocas palabras, la isla cobró vida, algo extraño para Carlos, ya que nunca había pasado un verano allí. Siempre lo pasaba en otro lugar, en otras playas donde se hablaba otro idioma, a veces con sus amigos, en un hotel de lujo, pero nunca en su mansión.

 Para su sorpresa, y a pesar de su estatus en la isla, Carlos no fue invitado a ninguno de los eventos, ni a uno solo. Había pasado completamente desapercibido e ignorado, lo que le hizo darse cuenta de que solo era “amado” por sus amigos, no por los demás.

Se sentía el “chico popular”, el deseado y requerido por todos. Sin embargo, Martha tenía razón, no era nadie, y no todos lo querían cerca en la isla, incluyéndola a ella. Por un instante, Carlos se sintió bien al saber que Martha no había sido invitada a ninguna de esas fiestas, o al menos eso pensaba, ya que la chica se la pasaba tirada sobre el césped, leyendo o a veces sentada, pintando. Carlos la observaba desde su ventana y pasaba horas tratando de adivinar qué pensaba. Martha era solitaria, pero no se sentía sola, tenía todo consigo, y eso le bastaba.

Carlos, en cambio, necesitaba sentirse acompañado. Estaba aburrido de tener que pasar los días encerrado en su casa, por lo que se alegró al encontrarse con Martha en el pasillo al mediodía. Ella lucía un short y una camiseta grande de color blanco que llevaba semi-fajada. Unos lentes de sol descansaban sobre su cabeza y llevaba una bolsa grande de playa. 

El encuentro fue inesperado. Carlos sintió que Martha intentaba salir de la casa desapercibida y se sorprendió al ver al joven frente a ella. Martha tenía planes, y eso fue lo que sorprendió a Carlos.

⎯¿A dónde vas? ⎯preguntó Carlos, aunque la respuesta era evidente. 

Martha por un instante dudo en contestar su pregunta, sin embargo, recordó que si no decía nada, Carlos le insistiría hasta que se lo dijera de mala gana, así que optó por decir la verdad. 

⎯Iré al Paraíso azul, quiero quitarme el calor en el agua. Hasta luego. 

Entonces, ella abrió la puerta de la casa y salió sin darle oportunidad a Carlos de hablar o de responder. Caminó disimuladamente a paso veloz, y cuando se aseguró de que el joven no la seguía, se colocó los audífonos y activó la canción “Clocks” de Coldplay a todo volumen.

Después, se dedicó a caminar por la calle para llegar a la parada del autobús que la llevaría al malecón y, desde allí, continuaría caminando hacia la playa Paraíso Azul, una de las más populares del lugar. Martha se sentó en la parada del autobús, encontrándose sola. Empezó a cantar en voz baja la letra de la canción, moviendo su pierna al ritmo de la música, disfrutando del viento y de su soledad.

De repente, una moto se detuvo frente a ella, y cuando el conductor se quitó el casco, se dio cuenta de que era Carlos quien estaba ahí, conduciendo la moto de su padre y sosteniendo otro casco en sus manos.

⎯Sube ⎯le ordenó, dándole el caso extra que traía. 

⎯No gracias. Yo sola puedo irme. No necesito de ti. 

Carlos suspiró y se arregló el cabello. 

⎯Venga, te llevaré a otra playa. Paraíso Azul debe estar abarrotada y no podrás nadar. 

⎯¿Quién te dijo que quiero ir a otra playa? ⎯preguntó ella⎯. Tal vez tengo planes y debo ir a Paraíso Azul. 

Carlos sonrío. 

⎯Claro que no tienes planes. 

⎯¿Tú qué sabes?, que no hayas sido invitado a ninguna fiesta, no quiere decir que yo no haya sido invitada. 

⎯¿En realidad te invitaron? ⎯Insistió el chico.  

⎯Tal vez… 

Ambos se quedaron en silencio. Sintiendo el aire en su rostro. La mirada de Carlos estaba fija en la de ella, provocando que se sintiera algo nerviosa. 

⎯No me convencerás. 

⎯Te llevaré al “Susurro” ⎯contestó Carlos. 

⎯¿Al Susurro?, ¿la playa que está al otro lado de la isla y que es tan exclusiva que solo tus amiguitos pueden ir? No gracias. 

⎯Mis amiguitos no están. La playa está casi vacía y se podra disfrutar más. Venga. 

Carlos volvió a ofrecerle el casco, y con la mano le insinuó que se subiera atrás. Martha, lo pensó un momento. Jamás había ido al Susurro y esta era su oportunidad. Sin embargo, se había prometido que no pasaría su tiempo libre con Carlos y estaba a punto de romper su promesa. 

⎯Venga. Entre más lo pienses, el sol se va. 

Martha sacó su reproductor portátil de música y deslizó el dedo para seleccionar la canción adecuada que coincidiera con su estado de ánimo y se ajustara a la escena. My Favorite Game de The Cardigans comenzó a sonar en sus oídos. Sin decir una palabra, se colocó los auriculares y subió a la parte trasera de la moto.

Carlos se acomodó y antes de arrancar, se puso el casco y se aseguró de que Martha se aferrara bien a él, tomando sus manos y colocándolas sobre su vientre, haciendo que lo abrazara. Luego, arrancó.

And this is not a case of lust, you see

It’s not a m

Atter of you versus me

It’s fine the way you want me on your own

But in the end it’s always me alone

And I’m losing my favourite game

You’re losing your mind again

I’m losing my baby

Sonaba en los oídos de Martha, mientras Carlos y Martha recorrían la autopista hacia la playa El Susurro. 

La belleza de la isla se desplegaba ante ellos como un lienzo natural. La carretera serpenteadora se abría paso entre colinas cubiertas de exuberante vegetación tropical. Palmas altas se mecían suavemente con la brisa, como si estuviesen susurrando secretos. El cielo era un despliegue de tonos cálidos a medida que el sol se sumergía lentamente hacia el horizonte.

A medida que avanzaban, la carretera revelaba vistas intermitentes del océano, pintado en tonos de azul y verde que se fusionaban en una perfecta pintura. Las olas besaban suavemente la costa de arena blanca, creando un movimiento hipnotizante. 

A medida que se acercaban a la playa El Susurro, el murmullo distante de las olas crecía en intensidad, como un susurro seductor que anticipaba la serenidad de la costa. El sol lanzaba destellos dorados sobre el agua, transformando la playa en un reflejo resplandeciente.

Carlos estacionó la moto y se bajó de ella, para, momentos después, ofrecerle su mano a Martha y ayudarla. Ella la tomó sin mucho interés y cuando estuvo de pie, se estiró revelando un poco su abdomen y dándole un vistazo a Carlos del color de su traje de baño; era de color blanco. 

⎯¿Ves cómo está mejor? ⎯le comentó.

Martha asintió. 

⎯Bueno, en eso tienes razón. Nunca había visto una playa tan solitaria, y las olas son más tranquilas.

Carlos abrió el asiento de la moto y sacó una toalla. 

⎯Vamos, tengo un lugar reservado. ⎯La invitó. 

Ambos comenzaron a caminar hacia la playa y entraron a la zona donde ya se sentía la arena. Martha se quitó las sandalias para poder caminar mejor y siguió a Carlos a un lugar con dos tumbonas protegidas por un techo de palma. 

Él llegó, arrojó la toalla sobre la tumbona y señaló a Martha la que estaba al lado. Ella dejó su morral con la manta y contempló la playa. No cabía duda de que El Susurro era la playa más hermosa, y se sentía afortunada de conocerla. A pesar de vivir en la isla durante años, no le había sido posible visitarla antes. No solo por su exclusividad, sino también porque era distante y no podía costear el pasaje.

⎯No te preocupes, nadie te dirá nada ⎯ le aseguró, Carlos. Después se quitó la playera, quedándose solo en el traje de baño y se acostó sobre la tumbona.  

⎯Como si me importara ⎯dijo Martha, mientras se sentaba sobre la tumbona. 

Después, ambos se sumieron en el silencio. Martha sacó su libreta de dibujo y comenzó a trazar algunos bocetos, intentando capturar la belleza y serenidad de El Susurro. Carlos, por un momento, cerró los ojos y se dejó llevar por el sonido de las olas y la suave brisa, quedándose dormido sin previo aviso.

Al despertar, notó que Martha ya no estaba a su lado. Se incorporó rápidamente, buscándola con la mirada. El sol descendía en el horizonte, teñiendo el cielo de tonos naranjas y amarillos, mientras la intensidad del calor disminuía. Poniéndose de pie para tener una vista más amplia, descubrió a Martha sentada en la orilla, donde las olas rompían.

La escena lo dejó boquiabierto. Martha parecía una sirena jugando con las olas del mar. Su cabello, usualmente trenzado, ahora ondeaba libremente con la brisa. Lucía un bikini blanco que le quitó el aliento, revelando sus piernas torneadas, su abdomen y sus pechos firmes y hermosos.

Carlos se quedó sin palabras, inundado por emociones y sensaciones. Se sentía excitado por lo que veía y le costaba creer que Martha “Chacha” era la mujer que estaba sentada ahí.

Él no supo si fue su presencia, lo que hizo que Martha volteara a verlo y le dedicara una sonrisa tímida. Tomó esa señal como la oportunidad para acercarse a ella y disimular todo lo que sentía.

Al sentarse a su lado, permitió que las olas del mar mojaran sus pies. Martha se recostó sobre sus rodillas, envolviéndolas con los brazos, sumiéndose en un cómodo silencio.

⎯¿Cuánto tiempo me dormí? ⎯preguntó él. 

⎯Unas horas. Parecías cansado así que no te dije nada. 

⎯Y, ¿qué hiciste sin mí? 

Martha suspiró. 

⎯Nadé, dibujé, me senté a ver el hermoso paisaje. 

⎯¿Nadaste sin mí? ⎯dijo Carlos, fingiendo sentirse ofendido.

Ella respondió con una sonrisa tímida. El continuo murmullo de las olas del mar se convirtió en el telón de fondo de su conversación. Carlos no podía apartar la mirada de Martha y su piel bronceada, sus pechos apenas visibles a través del bikini, su elegante cuello y su hermoso cabello cayendo sobre sus hombros.

—Deberías nadar. El agua está cálida. Te hará bien para quitarte la arena —sugirió Martha.

Carlos se levantó, se sacudió la arena de las piernas y, sin decir una palabra, se dirigió hacia el mar, sumergiéndose en él y dejando a Martha en la orilla. Necesitaba sentir el agua fría en su cuerpo, disipar la calentura que le provocaba ver a Martha en ese bikini blanco y despejar la excitación que se había apoderado de él.

Se sumergió en el agua, nadó un poco lejos de la orilla y regresó a la superficie solo para volver a echarle un vistazo de lejos a ella. No podía concebir lo que estaba observando y mucho menos lo que estaba sintiendo. Se supone que Martha era un cero a la izquierda, era la hija de la servidumbre, la mujer a la que nunca se acercaría y ahora, la deseaba como a nadie en este mundo. 

Con la mano, Carlos, le hizo un ademán a Martha para que nadara hacia donde estaba él. Por un momento, ella se negó, pero, una vez más, pudo convencerla. La joven se puso de pie, mostrando su curvado, robusto y bien formado cuerpo y caminó hacia donde rompen las olas. 

Carlos observó la imagen en cámara lenta, el movimiento de sus pechos moviéndose ligeramente, sus caderas mojadas, sus piernas bronceadas, y ese cabello largo que caía sobre su espalda. Susurró un “¡Guau!”, y lo siguió una pícara sonrisa. La excitación volvió y agradeció que el agua le cubría hasta el pecho. 

Martha, después de sumergirse en el agua, apareció frente a él, resurgiendo del mar como una verdadera sirena. Le dio una sonrisa. 

⎯¿Está rica, no? ⎯le preguntó. 

Carlos no contestó, solo se concentró en su rostro. El sol comenzaba a sumergirse en el horizonte, pintando el cielo con tonos cálidos y anaranjados. El agua reflejaba los últimos destellos del día, creando un escenario mágico a su alrededor.

El sonido del vaivén suave de las olas proporcionaba una melodía relajante mientras los dos se encontraban flotando, sus cuerpos sumergidos hasta el pecho. Las miradas se cruzaron, y en ese instante, el mundo a su alrededor pareció desvanecerse.

Los ojos de Carlos, profundos y llenos de una pasión contenida, se encontraron con los de Martha, que irradiaban una chispa de complicidad y deseo. Las gotas de agua resbalaban por sus rostros, capturando la luz dorada del atardecer.

Carlos acercó suavemente su mano al rostro de Martha, sintiendo la frescura de las gotas en su piel. Martha, con un suspiro apenas audible, dejó que sus dedos se entrelazaran con los de él. Un silencio tenso envolvía el momento, cargado de una energía palpable.

La distancia entre sus labios se redujo lentamente, como si el tiempo mismo hubiera decidido extender ese momento de anticipación. Finalmente, sus bocas se encontraron en un beso apasionado. Fue un encuentro de labios que expresaba unas ganas contenidas y que ya no se podían esconder. 

El susurro del mar se mezcló con el sonido suave de sus labios encontrándose, creando un beso lleno de deseo. La salinidad del agua se mezclaba con la dulzura de ese instante. 

Los cuerpos de ambos se acercaron. Carlos se atrevió a tomar a Martha de la cintura, y ella sintió la excitación que se escondía gracias al agua que los rodeaba. Los labios de ambos se coordinaron, y el beso se volvió cada vez más apasionado, liberándolos de todo tipo de tentaciones y provocándoles en todos los sentidos.

Martha enredó sus piernas a la altura de las caderas de Carlos, provocando que él la cargara. Dejó que sus pechos rozaran su pecho, y se comieron los labios hasta que ambos se quedaron sin respiración.

El deseo, vil y puro deseo, los consumía en ese instante, y la soledad de esa playa les había brindado el escenario indicado para liberarlo. Todo había explotado: las miradas, las sonrisas, ese tacto tímido de sus manos. Ese beso sería el secreto mejor guardado, la tortura de ambos y el paso para descubrir el paraíso.

Las manos de Carlos comenzaron a viajar por su cuerpo, y Martha dejó que eso sucediera. Un leve gemido se escapó de su garganta cuando él rozó su intimidad. Ella sentía la dureza de su miembro, y sonrío levemente al notar que ella lo había provocado. Jamás lo imaginó, mucho menos pensó que lo sentiría. 

Las cosas comenzaron a calentarse, y fue ella quien se separó de él para evitar que algo más pasara. Carlos, se sentía excitado, extasiado, y con el corazón agitado. Su pecho subía y bajaba rápidamente mientras trataba de tranquilizarse. 

⎯Creo que es momento de irnos ⎯pronunció ella, para luego sumergirse en el agua y nadar hacia la orilla. 

Carlos se quedó un momento en el lugar, tratando de tranquilizarse. Se sentía confundido, excitado y emocionado. No sabía que pensar ante lo que había sucedido. 

Es Martha Chacha, ¡por Dios!, pensó, tratándose de convencer de que no le había gustado. Sin embargo, todo estaba dicho y él lo sabía. Ya no había vuelta atrás. Ambos habían cruzado la línea. 

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