Sabina y Cho llegaron al hospital lo más rápido que pudieron. Para su fortuna la lluvia había terminado, y el tráfico era mínimo, por lo que fueron diez minutos de la cafetería de Jaz hacia allá. Ambos entraron casi corriendo a la sala de urgencias, y lo primero que vieron fue a Sila, afuera del pequeño cubículo, con el móvil en mano.
⎯ ¡Sila! ⎯ expresó Sabina, y su prima bajó el móvil y fue hacia ella.
⎯ ¡Llegaste!, me están pidiendo una autorización para hacerle un estudio a Jon y no pudo darla porque soy menor de edad.
Sabina entró al pequeño lugar donde se encontraba mi hermano y en cuánto vio a los gemelos sentados en la camilla, respiró.
⎯ ¡Bina! ⎯ expresó Jon de inmediato y estiró las manos para abrazarla.
⎯ Pero, ¿qué pasó? ⎯ le preguntó, mientras lo veía con la pierna inmovilizada.
Cho entró detrás de ella y el rostro de Jon se transformó en uno de más alegría ⎯ ¡Cho!, logré subir a la parte más alta del árbol, pude ver el jardín desde arriba ⎯ expresó emocionado.
⎯ ¡Vaya, pequeño!, sí que lo lograste ⎯ le contestó.
⎯ Pero luego se resbaló porque estaba mojado y se cayó ⎯ agregó Jo, mientras abrazaba a Cho.
⎯ Sí, pero no me golpeé la cabeza ⎯ presume ⎯, caí de pie y luego sentí mucho dolor. Dice el doctor que me pondrán un yeso.
⎯ ¡Guau!, pues ya podremos firmarlo ⎯ respondió Cho, con una sonrisa.
Sabina volteó a ver a Sila que traía un rostro de preocupación y la abrazó. ⎯ Gracias, sé que si Jon está bien es por ti.
⎯ Bueno, yo fui quién le inmovilizó la pierna y eso ayudó bastante cuando llegó la ambulancia ⎯ presumió.
⎯ Por eso te amo, porque eres un genio.
Sila la tomó de la mano y la jaló para hablar más en secreto ⎯¿Dónde estabas?, pensé que llegarías hace unas horas, y ya sabes que yo conozco poco de aquí. Te estuve llamando muchas veces, pensé que te había pasado algo.
⎯ No, pues no me pasó nada ⎯ explicó Sabina. Le pasó por la mente decirle que justamente hace unas horas estaba en la cama con su novio teniendo su primera vez, pero supo que era demasiada información. ⎯ Cho y yo nos refugiamos de la lluvia en la cafetería y nos la pasamos platicando.
⎯ Bueno… ⎯ murmuró Sila, sin creerle mucho. ⎯ El problema es que tuve que llamarle a tu madre.
⎯ ¡Mierda! ⎯ expresó Sabina.
⎯ Lo siento, pero la verdad estaba desesperada y no había ningún adulto. Así que le llamé y me preguntó por ti y…
Y claro, Sila no sabe mentir…
⎯ Sila ⎯ le dijo Sabina, sabiendo que estaba en problemas.
⎯ Lo siento, tenía qué.
Justo en ese instante, Sabina escuchó la voz de su padre y al voltear lo vio en la entrada. Detrás de él venía su madre, corriendo como podía y sacando el móvil de la bolsa.
⎯ ¡Sirena! ⎯ expresó Robert Carter, para luego abrazarla ⎯ ¿todo bien?
⎯ Sí, Jon está despierto.
María Julia entró sin saludar a Sabina, abrió la cortina y corrió hacia su hijo pequeño para abrazarlo ⎯ ¿Estás bien?, ¿te golpeaste la cabeza?
⎯ No, cayó bien ⎯ justificó Jo.
María Julia fue hacia su hija y también la revisó de los pies a la cabeza. ⎯ Me alegra tanto que estén bien, no entiendo como es que pudiste hacer esto, ¿cómo se te ocurrió?
⎯ Pues, Sila estaba adentro y yo encontré la estrategia para subir ⎯ contestó inocentemente el niño.
⎯ Y, ¿dónde estaba Sabina? ⎯ inquirió.
El silencio se hizo entre los presentes y Sabina supo que estaba en problemas. Bastó una mirada de su madre para saber lo que estaba a punto de suceder.
⎯ ¿Dónde estabas? ⎯ insistió.
⎯ La lluvia me retrasó, mamá ⎯ contestó.
⎯ No refugiamos en la cafetería de Jaz mientras pasaba, estábamos juntos ⎯ le ayudó Cho.
En ese instante, el rostro de María Julia cambió, y sin poder evitarlo explotó. ⎯ ¡Tienes una responsabilidad!, sabes que debes cuidar a tus hermanos, que confío en ti y, mira lo que pasó, ¡mira!, lo de tu hermano pudo ser grave, gravísimo, y tú allá refugiándote con Jaz.
Sin embargo, Sabina, que ya no tenía doce, ni quince años, esta vez contestó, y lo hizo de una forma que hasta sorprendió al mismo Cho. ⎯ ¿Me estás echando la culpa de todo esto?, a ver dime… ¿Dónde estabas tú, eh?, ¡dónde estabas tú!, tú eres su madre, yo no. Todo este tiempo los he cuidado, los he alimentado y nunca ha pasado nada, y por una vez que me retraso, una vez que decido no llegar por cierta razón, ¿me reclamas?, no son mis hijos mamá, son tuyos y de mi padre, y mi responsabilidad no es velar por ellos, ¿entiendes?
⎯ No me levantes la voz Sabina ⎯ habló María Julia enojada.
Para ese momento Cho, Sila y Robert ya estaban atentos a cada palabra que decían las dos. Incluso los gemelos se quedaron en silencio.
⎯ Y tú no me eches la culpa de tus decisiones. Si decidiste tener otros dos hijos fue tuya y de nadie más. Yo no te lo pedí. Yo los cuido porque los quiero, pero no soy la persona responsable de todo, ¿comprendes?, ¡quiero vivir mi vida ya!, ¡quiero poder tener días libres para poder hacer lo que yo desee!, ¿entiendes?, ¡entiendes! Soy su hermana, no su madre, ¡así que déjame en paz y asume tus responsabilidades!, ¡yo no soy los abuelos para cuidar a tus hijos!
María Julia ya no dijo más, de pronto las palabras de su hija mayor le habían pegado duro, porque de pronto escuchó lo que ella temió por tantos años. Sus padres habían cuidado a Sabina para que ella pudiese realizar sus sueños, y ahora, Sabina cuidaba a sus hijos para que ella pudiese ser la empresaria que tanto deseaba, pero con eso, no le permitía a su hija desarrollarse y trabajar en lo que estaba destinada hacer.
⎯ ¡Estoy exhausta! ⎯ murmuró, y después de esa frase se alejó de ahí.
No todos comprendían lo que le había pasado a Sabina. Tal vez el hecho de saber que hoy había pasado algo tan maravilloso, hubiese terminado en un momento así, donde su madre con su actitud lo había arruinado por completo.
Robert dio dos pasos al frente ⎯ yo voy ⎯ le dijo a María Julia, ya que él era siempre el que hablaba con ella.
⎯ No, yo voy… quédate con los niños ⎯ le pidió su esposa, mientras le daba a Cho su bolsa ⎯, esto lo tengo que resolver yo, y nadie más ⎯ habló, para entonces ir a buscar a su hija.
Ese día María Julia supo que su niña ya no era niña, y que era momento de entenderla de otra manera.