Cho se encontraba desesperado mientras recorría la celda de un lugar para otro. No sabía qué pasaba, ni por qué estaba ahí, lo único que añoraba era salir y obtener respuestas. El tiempo se pasaba lento, muy lento, pero al no tener reloj no sabía ni siquiera si era día o noche, o qué tantas horas había pasado encerrado.

⎯ ¿Tengo derecho a una llamada, no? ⎯ habló en alto, pero como había pasado antes nadie le hizo caso. ⎯ Yo no sé qué estoy haciendo aquí, soy inocente, ¡inocente! ⎯ gritó con furia, y deseó que con la fuerza pudiese mover los barrotes que le mantenían preso.

⎯ Ya, ya… ⎯ escuchó la voz del guardia, quién se acercó con un par de esposas ⎯, te llaman arriba Adrián Cho.

⎯ ¿Arriba?, ¿a qué? ⎯ inquirió, pero tan solo se abrió la puerta, una vez más lo esposaron y lo hicieron caminar a fuerza.

⎯ No lo sé, pero, depende de lo que digas se decide tu suerte, irás a prisión o saldrás libre.

⎯ ¿De qué iré a prisión si no he hecho nada? ⎯ preguntó, no obstante obtuvo un silencio como respuesta.

Lo llevaron a la parte de arriba para que caminara por un pequeño pasillo interno. Momentos después, entraron a una pequeña habitación donde le sentaron y lo esposaron a la mesa.

⎯ Espera aquí ⎯ le amenazaron.

⎯ ¿Dónde voy a irme? ⎯ contestó Cho, sarcástico, mientras enseñaba las esposas.

Cuando el guardia salió, él se vio reflejado en el espejo de doble fondo y supo que alguien más lo observaba, trató de mantener la calma, pero, le era imposible, no tenía ni idea de lo que pasaría y había escuchado de muchas que personas que acababan presas sin ser inocentes.

Respira Cho, solo respira… pensó, mientras cerraba los ojos y trataba de mantener la calma.

Momentos después, la puerta del lugar se abrió y un policía bajito y bigotón hizo acto de presencia con un monto de papeles por debajo de sus manos. Se sentó en frente de él, para luego suspirar.

⎯ ¿Quieres algo? ⎯ le preguntó.

⎯ Sí, una llamada ⎯ le pidió Cho, ya que estaba desesperado por decirle a alguien que estaba ahí.

⎯ Se te dará después de que declares.

⎯ No declararé nada sin un abogado presente ⎯ se defendió.

El policía sonrío ⎯ Y, ¿tienes un abogado o gustas que te demos uno?

Cho se quedó en silencio, en realidad no tenía abogado, solo lo había dicho por lo que había visto en las películas. Sin embargo, el silencio del chico hizo que el policía supiese lo que pasaba y tocando sobre el vidrio hizo una seña que a Adrián le asustó.

⎯ ¿Me puede decir qué es lo que pasa? ⎯ volvió a preguntar.

El policía no dijo nada, solo espero sentado hasta un hombre largo, delgado y con un traje que le quedaba enorme, entró para sentarse junto a Cho.

⎯ Saúl Almada, soy tu abogado ⎯ se presentó.

Cho lo vio de pies a cabeza ⎯ ¿Mi abogado?, ¿cómo sé que no estás coludido con ellos?, ¿cómo puedo confiar en ti?

⎯ No, no lo sabes, pero soy tu única opción ⎯ dijo el hombre, para después abrir su libreta y el expediente de Cho.

⎯ Bueno, entonces dígame por qué estoy aquí ⎯ habló Cho, viendo al abogado.

El policía abrió un expediente y se lo mostró. Eran casi unos veinte cheques por cantidades estratosféricas y todos con su firma, o al menos era lo que parecía. ⎯ Por esto, señor Cho.

Adrián negó con la cabeza.⎯ Yo no firmé eso.

⎯ Pues, eso fue lo que encontramos cuando embargamos la casa de sus padres hace dos semanas.

⎯ ¡Qué!

⎯ Lo que escucha. Pero al parecer, usted es el cómplice ⎯ contesta el policía.

⎯ ¡Jamás!

⎯ Una llamada anónima dijo que se escondía justo donde lo encontramos.

⎯ No me escondo, ahí vivo desde hace dos años. Mis padres me corrieron de la casa y literal tengo ese tiempo que no los veo. No tengo ni la mejor idea de lo que está pasando y esos cheques no los firmé yo ⎯ negó el muchacho.

⎯ Cheques hechos a la asociación de deporte, e incluso, este… ⎯ y lo muestra, y al ver el Conglomerado CanCon, Cho sintió que se le iba el alma al suelo ⎯ ¿Qué no usted es novio de Sabina Carter Ruiz de Con, hija de la presidenta del Conglomerado?

⎯ Sí, pero jamás me atrevería a hacer esto. Mis padres lo hicieron a propósito, yo no he firmado nada, esa no es mi firma ⎯ y volteó a ver al abogado ⎯ puedo comprobarlo.

⎯ Pues tendrás que hacerlo porque el delito de fraude son muchos años de cárcel ⎯ le respondió ⎯ además, cuando embargaron tu casa todas las pruebas daban a que había huido de ahí.

⎯ Es imposible, tengo testigos que saben que no hui, que ellos me corrieron…

⎯ Pero la firma es lo importante ⎯ finaliza el policía.

Cho volvió a verla, literal, la firma era igualita a la que él hacía, y no había vuelta atrás. Sus padres le habían incriminado.

⎯ También tenemos depósitos hechos a su nombre a un banco en Corea del Sur, así como otros recibos que dan a entender que usted lo hizo. La asociación del deporte ya está tomando cartas sobre el asunto, y se notificará al Conglomerado CanCon esta misma noche.

⎯ No, yo no hice eso… yo no lo hice ⎯ repitió Cho, desesperado.

⎯ Pues arme bien su defensa, porque todas las pruebas van hacia usted. Sus padres no dejaron cabos sueltos ⎯ confirma.

Cho suspira, no podía creer que sus padres le hubiesen hecho esto. ⎯ No puedo quedarme en la cárcel, yo no lo hice, lo juro.

⎯ Pues, tendrá que pagar una gran fianza y estará bajo arresto domiciliario mientras esto pasa. Sin embargo, señor Cho, si no puede comprobar nada de esto, lo tendrá que pagar. Ya puede hacer su llamada.

Cho asintió con la cabeza, no tenía nada para comprobar su inocencia y sus padres eran abogados, seguro habían formado una buena estrategia para hundirle. Necesitaba comenzar a buscar pruebas, pero primero, salir de ahí.

El policía le acercó un teléfono ⎯ una llamada, piénselo bien ⎯ le advirtió.

Adrián, marcó el único teléfono que sabía, le podía ayudar en este momento, y cuando escuchó su voz se rompió en llanto ⎯ ¿Jaz?, no le digas nada a Sabina, pero, ¿puedes venir a la jefatura?, estoy en problemas.

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