Sabina se fue a México con el corazón roto y no tenía consuelo. Además, la razón por la que regresaba a la casa donde había vivido su infancia no era por algo alegre, sino por algo tan triste que no sabía si podría superarlo; sus abuelos. 

Su abuelo, Tristán, llevaba muchos años luchando en silencio ante una enfermedad que le había empezado en los riñones y afectado después el hígado. Él sabía que todo esto era consecuencia de una juventud alocada y que le pasaría factura. Agradeció que hubiese sido casi al final de su vida y no a la mitad. 

Sabina, junto con sus primos y hermanos, estaba a punto de experimentar la muerte de cerca, pero jamás se imaginó que también experimentaría la de su abuela, Ximena, que de la nada, su salud se había empeorado. Así que tantas pérdidas le tenían con el corazón encogido, las lágrimas fluyendo constantemente por los ojos y sobre todo, respirando pesado. Si sus primos se sentían mal, ella se sentía peor. 

De pronto la casa donde vivió se había vuelto silenciosa, con sus tíos hablando en murmullos y sus primos sin querer salir a jugar al jardín. La casa que albergaba risas y sonrisas, hoy era ya una tumba, y a Sabina le pesaba que solo podía pesar en Cho, en el novio que días antes le había dicho que lo suyo se había terminado. 

Solo podía pensar en él, en sus palabras. Añoraba enviarle un mensaje para decirle lo mucho que lo quería, pero se detenía. No deseaba ser ella la débil, o la que rogaba, era Cho quién tenía que disculparse. Se encontraba en una eterna lucha entre hacerle caso a su cerebro y a su corazón pero, sin encontrar una respuesta. Todo era una verdadera tortura. 

⎯ ¿Sabi? ⎯ escuchó la voz de su tío David, mientras salía de la habitación de su abuela. 

⎯ Dime… 

⎯ ¿Puedes quedarte con la abuela Mena?, iré a ver a tu abuelo, me llamó. 

⎯ Sí, claro ⎯ asintió ella, y sin decir más entro a la habitación de su abuela que hoy, se encontraba un poco oscura. 

Mientras su abuelo pasaba sus últimos días en otra habitación, su abuela se iba a descansar por unas horas a otra, donde gracias a la medicina que le ponía su Tío David, podía al menos reposar un momento. Aunque no lo quería decir, su abuela estaba muy triste y alterada, y Sabina sabía por qué, el amor de su vida se moría y ella, no quería quedarse sola, ya no más. 

⎯ Abuela, soy Sabi, no te asustes ⎯ le murmuró, mientras se sentaba a su lado en una de las sillas. 

Su abuela, con ese hermoso cabello gris, y rostro ya envejecido, volteó a verla y le sonrío ⎯ ¡Mi sirena! ⎯ murmuró. 

⎯ Abue Mena. 

Sabina se sentó ahora sobre la cama y tomó su mano, sintió una especie de frío que le asustó, pero no dijo nada al respecto. Su abuela le sonrió y luego acaricio su rostro con la mano que tenía libre. ⎯ Mi Sirena, tan bonita y tan grande. 

⎯ Abue… 

⎯ ¿Qué tienes mi niña?

⎯ Nada Abuela, en verdad nada ⎯ negó Sabina, ya que lo menos que quería era preocuparla. 

Su abuela sonrío y luego negó con la cabeza ⎯ reconozco un corazón roto cuando lo veo, dime, ¿qué pasó? 

Sabina se limpió las lágrimas de inmediato, pero, eso no escondería el hecho de que se sentía mal, de que estaba triste y desamparada. No le había contado nada, aún, a su madre, ya que todos en este momento estaban concentrados en sus abuelos. 

⎯ Abue, Cho rompió conmigo ⎯ dijo bajito, para después soltarse a llorar. 

Mena, como pudo, se levantó y a pesar de las súplicas de su nieta, ella logró sentarse al lado y abrazarla. 

⎯ Está bien, llora, llora ⎯ le pidió. 

⎯ No entiendo por qué, se supone que él me prometió que me amaría de por vida y mira… 

⎯ ¿No te dio explicaciones? ⎯ preguntó la abuela. 

Sabi asintió.⎯ Tuvo un problema con sus padres, de nuevo. Al parecer lo culpan de algo y él teme que vaya a la cárcel. Me dijo que no quiere que nada me pase y que lo mejor es que no me involucre con él porque lo puedo perder todo. Sin embargo, a mí no me hace sentido y no me importa, no sé por qué tengo que separarme de él, por qué me aleja. ¿Cómo puedes dejar de amar a una persona tan fácil? 

Su abuela sonrío, acaricio su rostro y le dio un beso sobre la frente.⎯ Nadie deja de amar tan fácil. 

⎯ ¿Entonces? 

⎯ Solo fingimos tan bien que terminamos creyéndonos que eso pasa. Cho te ama. 

⎯ ¿Entonces por qué me aleja? ⎯ insistió Sabina. 

⎯ Porque te ama ⎯ repitió su abuela ⎯, sé que es difícil de entender, pero a veces hacemos cosas por defender a los nuestros, por demostrarles que les amamos, que van mucho más de la razón. 

⎯ Lo dice la mujer que tiene la historia de amor perfecta. 

Mena se río bajito, y eso le dio a Sabina esperanza de que en algún punto su abuela podría mejorar, pero, era evidente que se estaba yendo de corazón roto. 

⎯ No fue perfecta, bueno, para mí lo fue, pero todo lo que leíste en el libro de tu tío y lo que te contaron, fue diferente vivirlo que escribirlo. Al final de cuentas, lo que aprendí de las historias de amor es que cada quién tiene la que merece, la que necesita, la que recordará el resto de la vida. 

⎯ ¿Me estás diciendo que merezco que Cho ya no me ame? ⎯ preguntó tierna, Sabina. 

⎯ No, te estoy diciendo que hagas la historia de amor que crees merecer. Que te la creas, que luches por ella. Si estás segura de que Cho te ama, ve por él e insístele. 

⎯ Y, ¿si me manda a freír espárragos? ⎯ preguntó Sabina, insegura. 

⎯  Demuéstrale que se está equivocando, así como en algún punto, tu abuelo me demostró que yo estaba equivocada. 

La chica se quedó en silencio por un momento, mientras escuchaba la tierna voz de su abuela. Luego, se acordó de las circunstancias y se atrevió a preguntar ⎯ ¿Qué voy a hacer sin ti abuela?

Mena le acarició el cabello y le dio un tierno beso en la frente.⎯ Serás la mujer que estás destinada a ser, una de la que estoy muy orgullosa. Tienes un lugar muy especial en mi corazón, Sabina, mi primera nieta, la que me hizo mejor abuela que madre, mi Sirena, mi medallista. 

⎯ Todo gracias a ti. 

⎯ No, todos tus logros son tuyos, yo solo fui afortunada de presenciarlos. Yo viviré en tu recuerdo, y en tu corazón, en los millones de fotos de mi hija, Luz, y sobre todo, en cada rincón de tu memoria. 

⎯ Abue ⎯ murmuró Sabina, para luego abrazarla. 

⎯  Te amo, Sabina, estoy orgullosa de ti y sé que ese muchacho, te ama más. 

⎯  Nadie como tú… ⎯ respondió la chica. 

Por un momento se quedaron así, abrazadas. Sabina disfrutando del olor a lavanda, el aroma de todas las mujeres de su familia, y del cálido tacto de su abuela, que había sido su madre por mucho tiempo, y en ese momento, sintió la ausencia, el recuerdo, el dolor. 

⎯ ¿Te pido un favor? ⎯ escuchó la voz de su abuela, al oído. 

⎯ Dime… 

⎯  Sé feliz, busca tu historia de amor, lucha por lo que sabes que es tuyo, no te dejes vencer, ¿está claro? 

⎯ Clarísimo. 

⎯ Y otra cosa… No seas dura con tu madre, ella no es tan fuerte como tú. 

Sabina asintió con la cabeza y luego se separó de su abuela. Ella cerró los ojos y le pidió que le ayudara a recostar, el medicamento para descansar estaba haciendo efecto. 

La chica le ayudó, le acomodó y se quedó sentada a su lado tomándole la mano. No sabía si su abuela tenía miedo a irse, ni si sabía que su esposo estaba a punto de partir, pero, le agradecía esa última plática que habían tenido juntas antes de que ella se marchase… 

… Lo hizo dos días después. 

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