Un año después 

El Corazón Espinado era todo un éxito en todo Madrid, y no había noche donde el bar no estuviese lleno. Para ese momento, Cho ya había recuperado la inversión no solo de él, sino de los Carter y la de los Canarias, así que el dinero ya empezaba a entrar a los ahorros de Cho. 

Cuando menos se dio cuenta, ya tenía lo suficiente para poner su consultorio y dejar de trabajar en la clínica de los Canarias. No era que no le agradara, pero, deseaba ser independiente para poder demostrarse a sí mismo que podía ser alguien sin la protección de aquellos apellidos. Por lo que su plan de independizarse jamás fue una opción, siempre un camino por tomar. 

Además, del éxito del bar, tanto Sabina como él habían tenido sus propios éxitos personales. Ella, se había graduado de las dos carreras que había emprendido, rehabilitación y veterinaria, por lo que ahora tenía un trabajo fijo en el zoológico y trabajaba en una clínica ayudando a pacientes. 

Lo de ser una campeona olímpica, era un sueño que le había pasado a su hermana Jo, que ahora se desempeñaba como patinadora en hielo al lado de su compañero de origen francés de nombre Maurice, él cuál compartía la misma ambición y sobre todo, la pasión por el patinaje. Sin embargo, Sabina seguía entrenando como si mañana tuviese que irse a ganar una medalla, con la misma garra y el mismo ímpetu de siempre. 

Ambos, Cho y ella, habían consolidado su relación más a allá de lo esperado o más bien, de lo que todos esperaban. Ahora tenían un piso, un futuro y sobre todo planes, aunque estos no estuvieran en el orden que ellos desearan. 

***

[Día de la inauguración del consultorio de Cho]

⎯ Después de tanto tiempo soñándolo y de pensar que no lo lograría, es un placer para mí inaugurar este consultorio dental, donde podré ejercer mi profesión de dentista y atender a todos mis pequeños pacientes ⎯ habló Cho, con una sonrisa, mientras cortaba el listón al lado de Sabina, y de la que ahora era su familia. 

Todos aplaudieron feliz, mientras la sonrisa del chico no se hacía esperar. Al fin, su sueño se había cumplido y lo habría logrado solo, sin nadie más.

 Tal vez, en ese instante, Cho podría estar pensando “Ojalá mis padres vieran esto” pero, no lo hizo, porque en realidad su padre estaba ahí, y sonreía feliz. 

Todos entraron al consultorio y vieron lo sencillo y bonito que estaba, no obstante, bien equipado y con todo lo necesario para atender. Los dibujos sobre la pared, habían sido pintados entre Jo y Jon, que con sus dotes de artistas le habían ayudado a su cuñado para que se viese perfecto. 

⎯  Jamás imaginé que un dueño de bar también fuese ortodoncista ⎯  escuchó la voz de su suegro, Robert, quién había salido de trabajar solo para ir a la inauguración. 

⎯  Es un superpoder que tengo ⎯  admitió él con astucia. 

Robert lo abrazó.⎯ Eres un buen hombre Cho, pero más, un buen yerno, y estoy agradecido por esto. 

⎯  No hay nada que agradecer, mejor admite que me amas, y todo será más fácil ⎯ contestó, y Robert le dio unas ligeras palmadas sobre la cara. 

⎯  En tus sueños ⎯  murmuró, para alejarse e ir a recorrer todo. 

⎯ ¿Cómo está el ortodoncista más guapo de España? ⎯  escuchó la voz de Sabina, para luego voltear verla frente a él. ⎯  ¿Si sabes que las mamás traerán a sus hijos porque les gusta el dentista? 

Cho se río para luego darle un beso.⎯ Que no te preocupe, amor mío, que solo tú te comes todo esto y puedes repetir ⎯ le murmuró él, haciéndola reír. 

⎯  Yo… ⎯  empezó a hablar Sabina, para después darle el vaso con el vino. 

⎯  ¿Qué tienes? 

⎯  Creo que el vino y los chilaquiles no van juntos ⎯  se explicó, al sentir cómo le quemaba la garganta.⎯  ¿Tienes un baño? 

⎯  Sí, por ahí ⎯  le respondió, y Sabina fue hacia el baño abriéndose paso entre la gente. 

Cho la siguió, pero lo interrumpieron haciendo que ya no viera por Sabina. Se alivió cuando momentos después, ella salió con una sonrisa y pidió un vaso con agua. 

⎯  ¿Todo bien? ⎯  le preguntó. 

⎯  Sí, solo no vuelvo a mezclar vino y chilaquiles ⎯  le aseguró, para seguir con la inauguración. 

***

Sin embargo, después de la inauguración, las cosas no mejoraron, y al siguiente día, el malestar estomacal de Sabina continuó. Despertándolo a las siete de la mañana, con ella en el baño, volviendo el estómago. 

⎯  ¿Sirena? ⎯  preguntó él, al levantarse de inmediato para ir a verla. 

Sabina no respondió, solo le pidió con la mano que cerrar la puerta y se saliera. 

Cho se inclinó y tomó sus largos rizos para evitar que entraran en la taza. Su novia terminó de volver el estómago y momentos después cerró la tapa y jaló la palanca del agua. 

⎯  ¡Dios!, jamás me había caído algo tan mal ⎯  se quejó, mientras trataba de ponerse de pie. 

Cho le ayudó, y la llevó hacia el lavamanos para que se enjuagara el rostro y la boca. 

⎯  Tal vez, el no comer tanta comida mexicana te hizo daño, ya ⎯  bromeó. 

⎯  O no sé, tal vez es un virus que atrapé en el trabajo. Últimamente, mis compañeros también se han enfermado ⎯  justificó, Sabina, para luego enjuagarse. 

Cho se sentó en la bañera mientras veía cómo su novia se reponía. La mirada de Cho se cruzó con la de ella a través del espejo. 

⎯  ¿Qué pasa? ⎯  pregunto Sabina, bastante intrigada. 

⎯  ¿No estarás embarazada? ⎯  le dijo Cho, con un tono de ilusión. 

⎯  ¿Cómo? ⎯  inquirió Sabina, para luego reír bajito. 

⎯  Sí, bueno. Últimamente, no nos hemos cuidado tanto y si no me equivoco, estos son los síntomas indicados. 

⎯  ¿Qué otro síntoma he tenido, según tú? ⎯  preguntó ella. 

⎯  Pues… estás muy cansada, al grado de que llegas del trabajar y te tiras al sofá a dormir por horas. 

⎯  Es que estoy exhausta. 

⎯  Y, por lo que noto de tus toallas sanitarias, no lo has usado ninguna. 

⎯  Cho, amor ⎯  le dijo ella con cariño, para luego tomar su mano. 

⎯  Puede ser una posibilidad, y sabes que todo lo que te estoy diciendo es cierto ⎯ le aseguró. 

Sabina se sentó al lado de él y puso la mano sobre su vientre. Cho puso su mano encima de la de ella y sonrío. 

⎯  ¿Qué dices?, ¿por qué no nos hacemos una prueba y salimos de dudas? ⎯  le preguntó, con una sonrisa. 

Sabina le sonrío. Solo de pensar que podía estar embarazada de Cho le hacía ilusión, pero, a la vez, le aterraba. Sin embargo, Cho podría tener razón, hacía semanas que se sentía rara y podría ser momento de salir de dudas. 

⎯  Está bien ⎯  contesto, provocando la sonrisa de su novio, esa que era tan grande que hacía que los ojos se cerraran un poco más. ⎯ Y, ¿qué pasa si estoy embarazada? ⎯ preguntó, tímida.  

Cho la abrazó, y besó su cabello ⎯ Pues, ¡qué felicidad!, ¿no, mi Sirena? ⎯ respondió feliz, haciendo a Sabina sonreír. 

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