Tiempo después
La escapada a la casa en las montañas resultó ser una de las decisiones más acertadas que Cho había tomado en su vida. Fue un momento de tranquilidad y conexión profunda que marcó el comienzo de algo especial en sus vidas. Después de ese retiro, todo parecía fluir en perfecta armonía.
Una vez que el tema de la familia y los bebés estaba resuelto, Cho y Sabina dejaron de preocuparse al respecto y se centraron en sus planes futuros. Regresaron a la ciudad con una determinación renovada, haciendo una extensa lista de tareas por hacer y estableciendo un orden y una fecha para cada una de ellas. Mientras tanto, esperaban esa señal que ambos habían manifestado, esa que les diría que era el momento adecuado para dar el gran paso había llegado.
Entre las múltiples tareas que tenían por delante, Cho sabía que también tenía que seguir ahorrando para comprar el anillo de compromiso de Sabina, el cual aún esperaba en la joyería local donde lo había visto por primera vez. Sabía que tan solo diera el último pago, lo primero que haría sería prepararle la pedida de matrimonio más especial del mundo porque sabía que Sabina se lo merecía.
Así, con determinación y enfoque, Cho se esforzó aún más en su trabajo y aceptó la propuesta de poner dos bares más, porque sabía que, una de las ventajas de hacerlo, era que podría pagar el anillo cuanto antes. Era seguro que Adrián, ex estrella de la gimnasia y odontopediatría, no tenía en planes ser dueño de bares. Sin embargo, con lo bien que le estaba yendo en esto, no dejó pasar a oportunidad.
Al parecer, Cho poseía un talento innato para los negocios, según su suegro Robert Carter, y al formar parte de la familia Ruiz de Con, debían aprovecharlo al máximo. Los bares le generaban al odontólogo ingresos superiores a los de su consultorio, lo que le permitiría dejarlo en cualquier momento si lo deseaba. Sin embargo, Cho no deseaba alejarse de lo que tanto esfuerzo le había costado construir y continuaría ejerciendo su profesión durante el mayor tiempo posible, antes de que el mundo de los negocios reclamara su presencia como un trabajo y no como un pasatiempo.
De esta manera, sin pensarlo más, se abrieron dos nuevos bares en distintas ubicaciones de España. El primero se estableció en el animado barrio de La Latina, donde lograron encontrar un local lo suficientemente amplio como para crear “El corazón espinado” que atraería a una mayor afluencia de clientes debido a su ubicación. Para el siguiente bar, se aventuraron en Ibiza, donde David Canarias, el pediatra que parecía haber adquirido el gusto por los negocios, aseguró uno de los locales más grandes en la zona conocida como Eivissa o Ibiza Town, justo en el corazón de los clubes nocturnos más famosos del mundo.
Ambos bares habían empezado con el pie derecho, y comenzaron a brindar frutos a tan solo pocos meses de ser inaugurados. Con el conocimiento de Cho en los negocios y los consejos que le daban tanto David Canarias como Manuel Ruiz de Con, “El corazón espinado” se convirtió en una marca destacada en el país, debido a su visión única y atractiva. El local en La Latina se convirtió en un punto de encuentro popular, donde la música, el ambiente acogedor y la variedad de bebidas y comidas atraían a una clientela diversa. Por otro lado, el bar en Ibiza se beneficiaba de su ubicación privilegiada, captando la atención de los visitantes y residentes locales e internacionales que buscaban una experiencia nocturna inolvidable.
Sin darse cuenta, Cho, ya era socio de los Canarias y Ruiz de con, y dueño de los bares más populares del país. Su creciente fama lo llevó a ser reconocido en revistas especializadas como uno de los pequeños empresarios destacados y con potencial del país. De esta manera, el ex gimnasta olímpico, quien había ganado una medalla de oro, logró prosperar por su cuenta, brindándole a su padre, Eduardo Jaz, una fuente de sustento para él y su familia, y acumulando un poco más de dinero en su cuenta bancaria. Sin embargo, eso no le hizo perder la cabeza y continúo con su vida normal al lado de Sabina, aunque con un poco de más lujos que le permitían consentirla.
Por su parte, Sabina regresó del viaje con una nueva perspectiva sobre su vida. La veterinaria que amaba a los animales del zoológico y que se había esforzado mucho por obtener su carrera y trabajar en uno de los lugares más famosos de Madrid, ahora tenía la determinación de rehabilitar a su padre, Eduardo Jaz, por el bienestar de sus hermanos y su esposa, Pilar, quien estaba preocupada por el futuro de su marido.
Así que, la Sirena Carter, decidió dejar su trabajo a tiempo completo en el zoológico y propuso a su madre abrir una clínica de rehabilitación y terapia física que no solo ayudaría a su padre, sino también a cualquier persona que lo necesitara. Aunque su madre, María Julia, se sorprendió por la decisión de Sabina, ya que pensaba que su siguiente paso sería abrir una veterinaria o algo relacionado con los animales, la apoyó incondicionalmente y estuvo de acuerdo con la idea.
Sabina, a sus casi veintiséis años, comenzó a estudiar de nuevo, esta vez enfocándose en la carrera de Fisioterapia. Combinó los conocimientos adquiridos en sus cursos previos con los nuevos aprendizajes de su nueva carrera y abrió su primer centro de terapia física en la torre médica de su tío David, donde rápidamente se hizo popular, siendo Eduardo Jaz, su primer cliente. La forma en que Sabina brindaba rehabilitación, llena de amor y paciencia, ganó reconocimiento, lo que la llevó a tener una agenda llena y contratar más personal.
Además de su trabajo en la clínica, Sabina también realizaba terapia en la piscina local gracias a un acuerdo que había logrado cerrar. Sabía que su madre, habría podido construir un centro exclusivo para ella, con todas las comodidades y una gran piscina olímpica, pero no lo quiso así. Ella decidió aprovechar lo que ya tenían y así ayudar a impulsar aún más la torre médica de su tío, que pronto se convertiría en una de las más importantes del país.
Cho y Sabina, como lo habían pactado, se dedicaron a construir su futuro y perseguir sus sueños individuales, pero, también, se embarcaron en un proyecto conjunto que no podía esperar más: construir su propio hogar. Ellos sabían que desde hace años ya habían formado uno, pero esta vez deseaban hacerlo en un lugar más grande y cómodo que les permitiera moverse con más facilidad.
El piso que Cho había comprado hace años les había quedado pequeño y finalmente llegó el momento de buscar un nuevo espacio, uno más amplio, con más habitaciones y puertas. Querían asegurarse de tener suficiente espacio por si Jo o Jon decidían quedarse a dormir allí en algún momento. Sin embargo, a pesar de buscar en diferentes sitios para instalarse, ninguno de ellos les convenció. No podían evitarlo, seguían amando el apartamento donde habían comenzado su historia de amor hace años y era difícil encontrar algo nuevo.
No solo les gusta que el piso estaba perfectamente bien ubicado, cerca de un paquete, una estación del metro y una para de autobús que justamente dejaba a Sabina cerca de su lugar de trabajo y que, además, quedaba cerca del primer “Corazón Espinado” que aún administraba Cho. Si no también, les encantaba el hecho de que entrara mucha luz, gracias a los ventanales de la terraza que tenía. Amaban los pisos de madera donde podían caminar descalzos y los colores con los que habían pintado las paredes.
Les encantaba el hecho de conocer todo lo que estaba cerca, de que todos supieran ya quiénes eran y sentirse seguros. A Sabina, en especial, amaba la ubicación de su cama que le ayudaba a despertar con los primeros rayos del sol y que desde ahí podía ver la luna en sus noches de insomnio. Por su lado, a Adrián le gustaba la cocina, donde podía crear esas cenas románticas que tenía con Sabina, y la terraza con vista a la ciudad que en los veranos les había servido para refrescarse.
El piso era simplemente demasiado perfecto para dejarlo atrás, y Cho y Sabina no querían renunciar a él. A pesar de las sugerencias de Robert Carter, quien les había propuesto comprar una espaciosa casa en el mismo barrio donde vivía la familia de Sabina, pospusieron la búsqueda de un nuevo hogar durante mucho tiempo. La oferta resultaba sumamente tentadora, ya que la casa no solo era amplia, sino que también contaba con una piscina y un jardín donde podrían relajarse y contemplar las estrellas. Además, la casa era perfecta en caso de que se presentara la sorpresa de un bebé en sus vidas.
No obstante, el rechazar la oferta de Robert Carter, una y otra vez, les brindó frutos, porque años después, el piso de al lado, donde vivía un hombre mayor de ochenta años, había decidido ponerlo en venta, ya que estaba por irse a vivir con su hija a su casa en Málaga, abriendo así la posibilidad de comprarlo y ampliarlo. Comenzando así, los primeros destellos de la señal que ellos tanto buscaban para empezar su familia.
Sin embargo, al ver el precio que el vecino deseaba por su piso, el que había estado en su poder por más de cuarenta años, se echaron un poco para atrás y decidieron pensarlo mejor, aunque la idea de tirar la pared que separaba su sala de la de él, era algo que constantemente les pasaba por la cabeza. Y los planes que hacían entre ellos sobre la ampliación los ilusionaba cada vez más. Sabían que era la oportunidad, pero, no se atrevían a tomarla.
No era que Cho no tuviese dinero o que no quisiera gastarlo, pero en realidad era mucho y eran prácticamente los ahorros de su vida. Además, como lo prometió, había terminado de pagar el consultorio que Robert Carter le había ayudado a poner hace tiempo atrás, y estaba invirtiendo su dinero en otro bar que pronto se abriría en el barrio de Salamanca, por lo que, todo se complicaba más.
Ninguno de los dos podía creerlo. Habían encontrado la forma de quedarse ahí y a la vez hacer su sueño realidad, de obtener el lugar de sus sueños, y la vida les ponía otro obstáculo. Era como si tratara de decirles algo, pero ellos no quisiesen escuchar o simplemente, su destino no quedarse ahí y ellos lo estaban forzando al máximo.
⎯ Tal vez es momento de cambiar de aires, señor Cho ⎯ le comentó Hugo, el asistente que había contratado años atrás y que ahora era uno de sus grandes confidentes.
Hugo, había llegado a la familia gracias a María Julia. El padre de Hugo era su chofer y él había tenido la misma oportunidad que todos los Carter, Canarias y Ruiz de Con para estudiar en las mismas escuelas que ellos. Después, Hugo se alejó un momento porque María Julia lo envío a estudiar a otro lado, y, cuando regresó, Cho lo contrató como su asistente.
⎯ ¿Cambiar de aires? ⎯ le preguntó, mientras se quitaba la bata y se arreglaba la corbata.
⎯ Sí, ya sabe, ¿irse a vivir a otro lado como Corea? ⎯ sugirió.
Cho lo vio con un rostro de pocos amigos ⎯.¿A Corea?, ¿a caso has perdido la cabeza?. Sabina y yo tenemos todo aquí, no vamos a dejar todo por irnos a otro país.
⎯ Entonces, si la oportunidad le llega en otro país, ¿no se iría? ⎯ pregunto Hugo.
Cho negó con la cabeza ⎯. Ese no es el punto, te estás desviando del tema. Lo que quiero decir es que eso de cambiar de aires no lo entiendo. El piso está ahí, la idea, los sueños y ahora, ¿el dinero es obstáculo? ⎯ le pregunta.
Hugo encogió los hombros ⎯. Que le puedo decir yo, señor Cho. Si viví por años en la casa de los Carter y apenas acabo de rentar un piso en la ciudad de manera independiente. Tal vez debería hacerle caso a la señorita Sabina y aceptar la oferta del señor Carter.
⎯ No, no, no, eso sí que no ⎯ negó por completo Cho ⎯. Si le voy a dar un hogar a Sabina lo haré con mi propio dinero y esfuerzo. No me importa si la casa ya está comprada por el Conglomerado y esas cosas.
Entonces, Hugo guardó silencio y puso un rostro de que estaba ocultando algo. Cho lo captó de inmediato y antes de que su asistente saliera del consultorio cerró la puerta de un portazo y le prohibió salir.
⎯ Señor, Cho ⎯ expresó Hugo.
⎯ ¿Me vas a decir qué pasó o tendré que obligarte? ⎯ preguntó.
En otra ocasión, para Hugo, este hubiese sido un momento muy sexi entre empleado y jefe, ya que Cho con el paso del tiempo se había convertido en un hombre extremadamente guapo; la madurez le había caído bien. Sin embargo, sabía dos cosas: la primera que Cho era inalcanzable y la segunda que lo que acaba de decir había arruinado lo que le había dicho Sabina.
⎯ Dime ⎯ insistió el odontólogo.
⎯ ¡Ay, señor!, pero no le vaya a decir a la señorita Sabina, porque me mata.
⎯ Dime.
Hugo tomó un suspiro ⎯. La señorita Sabina aceptará la oferta de su padre de prestarles el dinero para comprar el piso de al lado y ampliarlo.
⎯ ¡Qué! ⎯ expresó Cho, bastante sorprendido ⎯, ¿cómo sabes eso?
⎯ Pues, fui a visitar a mi papá a casa de los Carter hace tres días, la señorita Sabina se quedó a cenar con ellos y pues yo estaba cenando en la cocina con mi papá, y lo escuché todo ⎯ informa.
⎯ ¿Es mucho dinero? ⎯ continuó el interrogatorio.
⎯ Pues… “Lo que tú necesites para ampliar tu hogar”, ¿suena a mucho dinero? ⎯ contestó el asistente, esta vez con miedo.
Cho se alejó de Hugo y se llevó las manos al rostro para cubrirlo. Después de tantos años, al fin Sabina había caído en el ofrecimiento de su padre y eso significaba pagar otra deuda más. Literal, Adrián, estaba a dos pagos de sacar el anillo de compromiso y ya no deberle a nadie y ahora, empezaba de nuevo; era como un ciclo de deudas que no estaba dispuesto a aceptar.
⎯ Me voy ⎯ dijo Cho, al ver su reloj ⎯. No le vayas a comentar a Sabina que me dijiste.
⎯¡Ay, señor!, ¿por qué habría de hacerlo? ⎯ preguntó, Hugo.
Cho abrió la puerta del consultorio y lo vio a los ojos ⎯. ¿Es en serio que me preguntas eso?, te conozco y muy bien. Así que nada de esto a Sabina, ¿está claro?
⎯ Sí, señor ⎯ respondió Hugo.
⎯ Cierras el consultorio, nos vemos en la bienvenida de primos, no vayas a faltar.
⎯ No, señor ⎯ contestó Hugo, para luego reírse. Al parecer el plan que había hecho con Sabina funcionó y ahora que ella le dijera que estaba “pensando en aceptarla”, no traería una discusión tan larga.
Cho se dirigió hacia la torre médica donde trabajaba Sabina y esperó en el auto, como lo hacía todos los días. Hoy era un día especial para la familia Ruiz de Con, porque hoy llegaba un nuevo miembro a la familia: Francisco Moríns, el amigo de la infancia y prometido de Sila, quien venía desde México para asumir la presidencia de la fundación, porque Manuel, el tío de Sabina, estaba a punto de retirarse y seguir con su carrera como escritor.
Lo que emocionaba a Cho era que Moríns era el primer integrante que se unía a la familia sin tener conexiones, sin provenir de una familia adinerada y con la misma edad que él. No era ni Carter, ni Canarias, ni Ruiz de Con, por lo que sentía que podrían tener una buena relación y llevarse bien con su “primo”.
Dado que Sila aún se encontraba en México trabajando para la fundación, todos habían organizado una bienvenida en un bar. Los hermanos de Sila, sus primos e incluso los tíos se unirían a la celebración, especialmente David Canarias, quien siempre estaba listo para una fiesta.
Sabina había sido designada para recoger a Moríns y llevarlo a la casa de los Canarias, para luego dirigirse juntos al bar. Tenía que llevarlo directamente al lugar donde todos se reunirían, mientras él se encargaba de dar los últimos toques a la bienvenida.
Sin embargo, después de lo que le había dicho Hugo, su humor había cambiado, y ahora, debía sacar el tema del préstamo antes de que su mujer lo tomara y volviera a estar en deuda con los Carter. Cho la llamaba deuda, aunque sabía que era un regalo para Sabina por parte de sus padres. Simplemente, no quería dinero de la familia de su novia, le hacía sentir inútil.
⎯ Pero, ¿por qué no? ⎯ preguntó Sabina, mientras se dirigía al conglomerado.
⎯ Porque es mucho dinero Sabina. Es un piso, más la remodelación, ¿sabes cuántos bares tendré que abrir para poder pagar eso? ⎯ inquirió Cho, bastante preocupado.
Sabina suspiró. Ella tampoco estaba acostumbrada a recibir ayuda de sus padres, a pesar de que ellos se la ofrecían casi todos los días desde que se independizó. Entendía a Cho, los dos estaban acostumbrados a pagar sus cosas y resolver los problemas financieros, pero, el asunto de la ampliación del piso era diferente. Su padre les había ofrecido la casa y habían dicho que no, y ahora les daba hoja blanca para comprar el piso y remodelar y Cho decía que no.
⎯ Es demasiado ⎯ le advirtió Cho.
Él se detuvo afuera del edificio del Conglomerado y Sabina se bajó de inmediato. Parecía que quería correr hacia la oficina de su padre y decirle que aceptaba la oferta. Cho se estacionó en el lugar asignado para los autos de la familia, y la siguió hasta la puerta.
⎯ Mujer ⎯ le pidió, y tomándola del brazo la regresó un poco para que pudieran verse a los ojos ⎯. No me molesta tomar el dinero, pero sabes lo que pienso.
⎯ Lo sé, pero un poco de ayuda de vez en cuándo no te hará menos hombre o con más deudas. Mi padre nos quiere ayudar y creo que es la oportunidad perfecta, ¿no crees? ⎯ Sabina suspira ⎯. Tomamos el dinero cuando me hice el tratamiento hormonal, ¿recuerdas?
⎯ Pero era diferente, mujer. Era tu salud, y por eso ahora estás mejor.
⎯ Sí, y estoy también es para que estemos mejor. No seas necio y digamos que sí ⎯ lo trató de convencer. Al no haber respuesta, Sabina entró al edificio del Conglomerado, con Cho detrás.
⎯ Tenemos la otra opción, mujer. Podemos quedarnos más y pedir el préstamo al banco, tengo buen historial crediticio.
⎯ Ya te dije que no, Cho ⎯ le contestó Sabina. Y no podría creer que su novio prefería deberle al banco que su padre.
⎯ Pero, ¿por qué no?, ya lo habíamos hablado ⎯ respondió él.
⎯ Porque es demasiado chico ⎯ habla.
Cho se ríe, sabía que discutir con Sabina era entrar a un mar de necedades ⎯. Pues no te importó cuando lo conociste.
⎯ Claro que me importó, pero no te dije nada porque te amo. Cuando hay amor hay cosas que se pasan por alto.
Así ambos se enfrascaron en una discusión que a los oídos de otra persona comenzaba a tornarse en otra cosa. Y los mismos ojos de esa persona, fueron los que cortaron la conversación e hicieron que ambos voltearan a verle.
Ahí, frente a ellos, se encontraba “La señal”, la que ellos habían estado buscando desde hace tiempo. Tal vez en ese momento no era evidente, pero al ver a Francisco Moríns, de pie, con ese cabello rizado algo enmarañado y esos ojos grandes y brillantes, los dos sintieron lo mismo y tuvieron el mismo pensamiento: él era el inicio de todo. La historia de Moríns con Sila, era la señal que Cho y Sabina esperaban para comenzar a formar la familia que tanto deseaban y que pronto llegaría multiplicado por tres.