Después del té, las soluciones naturales para tener un bebé se detuvieron, sobre todo porque la pobre de Sabina duró una semana en cama recuperándose de la urticaria que le causó la frambuesa. Sin embargo, ni Cho ni Sabina iban a dejar que esto que les había pasado definiera su vida y lo tomaron por el lado positivo: ahora sabían que Sabina tenía una alergia.
Ambos, ahora, no solo evitaron la frambuesa, sino que evitarían los posibles remedios que cualquiera de las Ruiz de Con les dijeran. No les importarían lo ancestral o efectivo que fuesen, no querían volver a tener un problema de tal magnitud o peor, por lo que estaban decididos a decir que no la próxima vez que se los plantearan.
Así, pasaron dos meses después del suceso, y por ese tiempo, Sabina y Cho se olvidaron de la procreación y de todo lo que tuviera que ver con tener hijos, concentrándose así en sus trabajos y en otros acontecimientos importantes como: la salud de su ahijada, la competencia de patinaje artístico sobre hielo donde Jo ganó medalla de oro como solista y el anillo de compromiso de Sabina.
Sí, después de años pagando el anillo de Sabina, Cho al fin había dado la última mensualidad y ahora era suyo para dar, por lo que una pedida de mano se venía en la familia de los Carter y, como siempre, atados los otros dos apellidos Canarias-Ruiz de Con. Cho, pudo haber sacado el anillo hace mucho tiempo y dárselo a su amada, sin embargo, no lo hizo. Primero, les pagó a Jon y a Jo -pequeños en esa época. Después, uso el dinero para darle un hogar digno y hacerse de un oficio y ahora, era momento de pedirle que fuese su esposa.
El primero en enterarse de todo fue Eduardo Jaz, a quién Cho le llevó el anillo cuando al fin lo tuvo entre sus manos. Jaz, lloró emocionado cuando el ahora hombre de veintiocho años le mostraba aquella joya antigua y con una perla que pronto le daría a su hija mayor.
⎯No sabes lo feliz que me haces ⎯expresó Jaz, verdaderamente emocionado ⎯. Siempre pensé que no vería a Sabina en esta etapa.
⎯¿Por qué lo dices? ⎯ preguntó Cho, con una sonrisa.
⎯Bueno, por alguna razón siempre pensé que moriría joven debido a todo el daño que le hice a mi cuerpo. Además de que había una alta posibilidad de que ella jamás me conociese. Por muchos años no supo quién era yo.
Cho sonrió y abrazó a su padre.⎯ Pues ahora, no solo lo verás, sino que estarás en la boda.
Jaz apretó fuerte a Cho contra su cuerpo, y le dio un fuerte abrazo que, como siempre, agradecía el gesto y el reconocimiento. Sabía que Sabina ya lo consideraba su padre después de mucho tiempo, y con eso le bastaba. Sin embargo, a veces el pasado le traía recuerdos que le daban melancolía al respecto. La frase de Jaz siempre era: si tan solo hubiese… y lo complementaba con algún arrepentimiento. Al terminar su lamento, Jaz siempre le decía a Cho: “No cabe duda que el pasado pesa más que el cemento”, y su hijo siempre lo completaba con algo más positivo: “pero podemos demolerlo con el martillo del perdón y reconstruir un presente más ligero”.
Así, con anillo en mano, la lluvia de ideas de cómo Cho le podía pedir a Sabina que se casara con él, cayó como un aguacero en las mentes de Jaz y Cho. El odontólogo – empresario, quería hacer algo sorprendente, algo tan grande que casi deseaba escribir su nombre en las estrellas. Pero, Eduardo le dijo que lo mejor era algo sencillo y familiar y que mejor dejara los lujos para otra ocasión más importante. Y como Cho seguía los consejos de Jaz, ya no pensó en nada más.
Sin embargo, lo que ya se pensaba olvidado, regresó, cuando Sabina, días después, trajo una nueva estrategia a casa para concebir un hijo. Esta vez, no eran tés o remedios que tuvieran que ingerirse, era una idea que su propio tío Manuel Ruiz de Con, le había dado a su sobrina.
⎯¿Manuel?, ¿tu tío más serio?, ¿él te dio un remedio? ⎯ preguntó Cho, sorprendido, mientras ambos estaban atascados en el tráfico del viernes por la tarde.
Sabina asintió con la cabeza.⎯ Es por eso que creo que puede funcionar. Digo, sabes que yo amo a mis tías y a mi madre, pero, sus remedios son algo…
⎯… ¿mortales? ⎯ complementó, Cho.
⎯Complicados ⎯ cambió la palabra Sabina.
Cho, no estaba seguro si quería escuchar lo que Manuel le había dicho a Sabina, pero él quería tanto a su Sirena, que estaba dispuesto a lo que fuese con tal de verla feliz, ya que Sabina hacía lo mismo.
⎯ ¿Ahora cuál es el remedio? ⎯ Continuó Cho, prestando atención.
⎯Reflexología.
⎯¿Reflexología? ⎯ preguntó, mientras alzaba las cejas ⎯, ¿eso qué es?
⎯Pues, es cuando estimulas los órganos sexuales mediante un masaje en puntos específicos de los pies.
Cho sonrió, sus pequeños hoyuelos saltaron a la vista y sus ojos se hicieron aún más pequeños.⎯ Amor mío, tú ya sabes estimular el único órgano en mí que se necesita para tener hijos.
⎯¡CHO!⎯ reclamó Jo, que venía en sentada en la parte de atrás. Como todos los viernes, ellos habían pasado por Jo a su entrenamiento para llevarla al Conglomerado.
⎯Josefina, ¿qué no se supone que nos ignoras con los audífonos desde hace como cuatro años? ⎯ preguntó Cho, viéndola por el espejo retrovisor.
⎯Lo hago, pero justo fue el cambio de canción. Además, soy Josephine, no Josefina ⎯le reclamó.
Sabina y Cho sonrieron. A veces no podían creer que su niña rubia y de ojos azules que solían cuidar todos los jueves por la tarde, ahora era una adolescente malhumorada y sarcástica que venía en el asiento de atrás. Aun así, Jo, seguía adorando a Cho, lo consideraba su mejor amigo, y, a pesar de sus cambios, siempre le hacía caso y pedía consejo.
⎯ ¿Entonces?, ¿lo intentamos? ⎯ Continuó Sabina ⎯. Es solo un masaje.
Cho suspiró. Sabía que era un simple masaje, y que podría ser divertido, pero, por alguna razón sentía que no sería como él esperaba.⎯¿Y, cómo se hace este masaje? ⎯ Averiguó más antes de dar una respuesta.
Sabina, emocionada, sacó una hoja de papel donde traía un pie impreso con varios puntos marcados con plumón negro.⎯ Pues, tenemos que hacer masaje en estos puntos, con algún aceite o crema. Se supone que si lo hacemos por cinco a diez minutos, nuestro deseo se estimulará y también ayudará a las hormonas. Tú me lo haces a mí y yo a ti, ¿te parece?
Cho, tomó el papel y vio los puntos marcados. Parecía algo tan inocente, tan inofensivo que con una sonrisa aceptó, haciendo a Sabina muy feliz.⎯ Está bien, pero, le ponemos algo de ambiente, ¿vale?, como: velas, vino, tú en negligé.
⎯¡CHO!⎯ volvió a reclamar Jo, en la parte de atrás.
⎯¡Ash!, Guarda silencio, que desde hace rato ya no escuchas música. Puedo ver que la canción está en pausa desde hace como cinco minutos ⎯ contestó Cho, haciendo a Jo reír.
⎯ O puedes decirle a papá que te compre un auto como a Jon ⎯ agregó Sabina.
⎯ ¿Crees que querrá un auto?, así, ¿cómo se enteraría de los detalles íntimos de nuestra vida y los usaría después para sobornarlos y obtener lo que quiere?⎯ preguntó Cho, y Jo sonrió.
⎯ Sí que me conoces… ⎯ le respondió la adolescente rubia.
⎯ Desde que tienes tres años, querida… desde que tienes tres años ⎯ concluyó Cho, y Jo, le guiñó un ojo.
***
Así, Cho y Sabina se pusieron de acuerdo para hacer el famoso masaje de reflexología que David, su tío, le había pasado a Manuel, su otro tío, para poder estimular el cuerpo y el deseo sexual.
Cho, había aceptado esto porque confiaba en que tenía bases de ciencia y no eran remedios de la bruja del mercado de Sonora, así que sin ningún problema, ellos dos crearon un ambiente que los llevara al éxtasis de la procreación.
Ese fin de semana, después de que Cho estuvo haciendo algunos arreglos en la casa, colgando cuadros, pegando la madera de la mesita de noche, entre otras cosas. Después se dio un baño, se puso nada más la toalla en la cintura y espero pacientemente a que Sabina saliera de ahí.
Todo estaba listo: el vino, las velas, la música de lo más sensual y sobre todo, las ganas de tener un bebé. Así, envuelto en este ambiente que para algunas personas podría verse ridículo y cursi, Cho esperaba a su Sirena, recostado en la cama, viendo hacia la puerta del baño.
⎯¿Estás listo? ⎯ Escuchó la voz de Sabina, desde el baño.
⎯¡Listo!
⎯¿Seguro? ⎯ Insistió la Sirena.
⎯Vamos amor, que ardo de deseo por ti ⎯ contestó Cho, como siempre en un tono humorístico.
Sabina sacó una de sus largas y bien formadas piernas por la puerta del baño, y la presumió como lo hacen en las películas, Cho se rió.⎯ ¿Te gusta esto? ⎯ preguntó.
⎯Me encanta…
⎯Pues te gustará, ¡esto! ⎯ exclamó Sabina, para luego salir del baño vistiendo un negligé transparente que dejaba ver su bien formado cuerpo debajo de él.
Cho sonrío. Para él, Sabina era la mujer más hermosa del mundo, ya fuese desnuda, en negligé o con una playera vieja que a veces usaba para dormir. En ese momento, al verla con las transparencias sobre el cuerpo y con unas perlas atadas a la tela, pensó que no solo era hermosa, sino su mujer ideal: hermosa, inteligente y muy graciosa.
⎯¡Guau!, ¿tenemos temática? ⎯ preguntó.
⎯Así es… ¿soy una sirena qué no?, así que me puse algo muy ad hoc para la ocasión… ¿te gusta?
⎯¡Me encanta!, ¿dónde conseguiste un negligé azul con perlas?
⎯ El negligé en una sexshop. Las perlas se las robé a Jo y las cosí estratégicamente en los lugares que quiero que veas.
⎯¡Pues funcionó la estrategia!, Sirena.⎯Y con las manos le pidió que se acercara para ver el negligé marino más de cerca ⎯¿Son estrellas de mar cubriendo tus pezones? ⎯ preguntó.
⎯Evidentemente ⎯ contestó ella entre risas ligeras.
Cho se levantó, se puso de rodillas sobre la cama y la tomó de la cintura para acercarla a él ⎯¿entonces este es un roll play?, ¿yo que soy?, ¿un tiburón que te va a comer?
⎯No, pero, podrías ser un tritón.⎯ Y en ese instante Sabina sacó un tubo de color blanco que decía “aceite estimulante, tritón”.
Cho lo tomó entre sus manos y leyó el slogan: ⎯ Aceite estimulante Tritón, para sacar a la superficie la pasión dormida y desatarla como tsunami. ¿De dónde sacas estas cosas, mujer? ⎯ preguntó entre risas.
Sabina se río con él.⎯ Conozco a alguien.
⎯¿No me digas que fue tu tía Ainhoa?
Sabina negó con la cabeza.⎯ Esta vez fue David, mi primo. No me preguntes, pero, lo logró. Ese chico sabe cosas, conoce gente… es bueno ⎯ habló Sabina misteriosa.
⎯¡Pues me encanta!, entonces, yo soy un tritón, tú una Sirena y en este momento vamos a hacer algo que los peces no querrán ver…⎯ y diciendo esto, jaló a Sabina hacia él y la tumbó sobre la cama.
⎯¡No!, espera… ¡Espera! ⎯ pidió Sabina, entre risas, mientras Cho besaba su cuello ⎯¡la reflexología!, ¡debes hacerme el masaje!
⎯Cierto, cierto…
Así, Cho, tomó el aceite Tritón, se lo puso entre las manos y Sabina abrió el cajón de su mesita de noche, sacó varias cosas y luego la hoja con los puntos donde debía masajear. Luego, se los puso en frente a Cho.
⎯Debes masajear, aquí, aquí y aquí ⎯ le señaló.
⎯¡Vale!
Así, Cho sintió el delicioso aroma del aceite, lo frotó entre sus manos y comenzó a masajear justo en los puntos de que Sabina le había indicado. Después de un tiempo masajeando y Sabina muriendo de risa por las cosquillas que le causaba su novio, él paró.
⎯¿Cómo se supone que sabremos si funciona? ⎯ Preguntó el hombre.
⎯Pues… no sé. Supongo que se verá a la hora de tener sexo. A ver, me toca a mí.
Sabina se levantó y cambió lugares con Cho. Él, se acostó sobre el colchón, puso las manos detrás de su cabeza y sonrió al ver a Sabina sobre él.
⎯Sirena, tú no necesitas masajearme para estimularme nada, ¿eh?, solo verte con ese negligé, mi tritón está más que estimulado ⎯ y ella pudo ver la evidencia debajo de la toalla.
Sabina se río mientras el color rojo subía por su rostro. Aún le parecía increíble que Cho, después de tanto tiempo juntos, siguiera deseándola tanto y haciéndola sentir única. Entonces, ella se puso un poco de aceite entre las manos, dejó el tubo sobre la mesita de noche, y después comenzó a masajear a Cho en los puntos de reflexología, haciéndolo con conciencia porque en realidad creía que esto les podría ayudar.
⎯ Y, ¿si masajeas más arriba? ⎯ preguntó Cho, después de un tiempo.
Sabina volteó a verle y notó que Cho estaba más que listo para concebir un bebé. Así que, traviesa, le respondió.⎯ Y, ¿por qué no te masajeas tú y yo te veo?
Cho, sin perder el tiempo y bastante emocionado, estiró la mano y tomó el tubo de aceite lubricante.⎯ Siempre había querido probar si esto sirve ⎯ le dijo, coqueto. En segundos se quitó la toalla dejando en evidencia su tritón bien estimulado, se puso hecho una buena cantidad de aceite en la palma de la mano y comenzó a jugar con él mismo.
Al principio, la mano resbaló sin problema, pero, después, está se puso dura y no hablaba precisamente del tritón, sino de la mano. La subió y bajo unas veces más hasta que le dolió.
⎯¡Ay!, ¿se supone que esto debería de secarse? ⎯ le preguntó.
⎯No lo sé, es la primera vez que lo usamos, no tengo idea, ¿por qué?
⎯ Es que siento como si mi mano se hubiese pegado a mi tritón.
⎯¿Cómo?
⎯Sí. El aceite se secó y ahora mi mano está pegada a mi tritón y ¡Ay! ⎯ se quejó de nuevo, Cho.
Sabina se hizo para adelante alcanzando el tubo y al verlo, lanzó un pequeño suspiro de sorpresa.
⎯¡Qué!, ¡qué! ⎯ preguntó Cho ⎯¿no se me va a caer, cierto?
Sabina lo miró a los ojos.⎯ Cho, guardaste el tubo del pegamento en mi cajón.
⎯¡Qué!, ¡AY! ⎯ gritó, al sentir cómo se jalaba con el movimiento.
Cho, en su emoción, había tomado el tubo del pegamento de la pata de la mesita de noche, en lugar del lubricante, ambos de color blanco.
⎯¡Ay, no!, ¡ay, no! ⎯ expresó en verdad asustado ⎯. Tienes que ayudarme.
⎯¡Cómo! ⎯ Y los ojos de Sabina le anunciaron que estaba perdido⎯. Esto se ve, complicado. Mejor vamos al hospital.
⎯¡NO!⎯ gritó Cho, no solo por el dolor sino por la vergüenza ⎯. Ni siquiera me puedo poner un pantalón, tendrás que llevarme así, con la mano debajo de la toalla y recuerda que yo trabajé ahí. Te lo pido, si voy a perder mi dignidad que no sea así.
⎯Es que… yo ⎯titubeó Sabina.
⎯¡AY! ⎯ se volvió a quejar Cho ⎯¡Haz algo!, ¡lo que sea, pero hazlo! ⎯ imploró.
***
Cuando Sabina abrió la puerta, David Canarias se partió de risa sin poder evitarlo. Lo hizo con ganas, al grado que las lágrimas le corrieron por las mejillas.
⎯¡Tío! ⎯ le reclamó Sabina.
⎯¿Lo llamaste a él? ⎯ preguntó Cho, arrepentido de que no lo llevaran al hospital.
⎯Dijiste que hiciera algo… Y no creo que quieras que Sila te…
⎯… que pase ⎯ la interrumpió Cho.
⎯¡Qué bárbaro!, en todos mis años de médico, jamás había visto esto. Y eso que trabajé como sanitario.
⎯Solo… haga algo.⎯Le pidió Cho.
El doctor entró a la habitación, que para ese momento ya estaba sin velas y todo lo que habían puesto, y se acercó a ver cómo estaba el asunto de Cho.⎯ Esto me trae recuerdos. Ya me siento miembro de tu club.⎯ Bromeó.
⎯¿Puede hacer algo? ⎯ preguntó Cho, como lo había hecho la primera vez que David lo atendió.
⎯Sí, sí puedo ⎯ y volvió a reír.
⎯Solo tengo una pregunta.
⎯Dime ⎯ respondió David, mientras abría su maletín.
⎯ ¿Qué hacen ellos aquí?
Entonces, David volteó y vio a su hijo, a su sobrino y yerno en el umbral de la puerta viendo todo.
⎯Bueno, David es mi asistente de hoy. Los otros dos, quién sabe, se subieron al auto ⎯ dice con tranquilidad.
⎯Yo vine a ver cómo estaba mi compadre… y apoyo, simple apoyo ⎯ mencionó Moríns.
⎯ Y yo, iba pasando por ahí y David me dijo que me subiera al auto, que hoy era mi día de suerte ⎯ habla Daniel ⎯. Ya veo que es así.⎯ Sonrió.
⎯ Ya quisieras, ¡sálganse todos, ahora! ⎯ gritó, y el movimiento del grito hizo que le doliera más.
⎯ Salgan todos, menos tú David.
Moríns y Daniel se salieron desilusionados. En ese instante Sabina cerró la puerta y fue hacia su novio que, de nuevo, era juguete del destino en el salón de juegos de David Canarias.
David quitó la toalla de Cho y al ver lo que pasaba, tanto él como su hijo hicieron un rostro de dolor.⎯ Espero no tenga que cortarlo.
⎯¡Qué! ⎯ exclamó Cho.
⎯¡Tío!, sé serio ⎯ le pidió Sabina, que estaba altamente preocupada.
⎯¿Qué fue lo que pasó? ⎯ preguntó David.
⎯Pues, se confundió de tubo, ya te dije.⎯Y Sabina tomó ambos tubos y se los dió a David.
⎯¡Guau!, sí que querían llevar la Sirenita a un nivel más candente… ¡AY! ⎯ se quejó, cuando su prima le dio un manotazo en la nunca.
⎯No te burles.⎯Miró a su tío ⎯.¿Puedes hacer algo?
⎯De que puedo, puedo… de que le guste… no lo sé.
⎯ No me importa, solo consérvelo…⎯ le rogó.
David sacó un bote de spray ⎯. Consígueme algo para que muerda ⎯ le pidió a David.
⎯¡Guau!, ¡empezamos bravos! ⎯ bromeó.
⎯David, ve… ⎯ le ordenó Sabina.
⎯¿Qué?, ¿qué me harán? ⎯ preguntó Cho, asustado.
David suspiró ⎯¿Alguna vez te has depilado ahí?
⎯¿Depilado?
⎯Sí, con cera.
⎯ No.
⎯¿Tú sí? ⎯ preguntó su hijo, quién había regresado con un cinturón.
⎯Pues… si ⎯ contestó David, dudando de que fuera un dato que sus hijos y sobrinos debían saber.
⎯¿Cuándo?, ¿en tus años de juventud? ⎯ Insistió David…
⎯Mehhh ⎯ dijo su padre, dudando.
⎯¿Aún se depila con cera? ⎯ Captó la indirecta Cho, haciendo que todos abrieran los ojos sorprendidos.
⎯ Le gusta a mi esposa, es todo lo que diré ⎯ habló David, apenado por ese dato.
⎯¡Guau! ⎯ Expresó Cho, para luego soltarse a reír. David jaló levemente su mano y gritó de dolor. Era su castigo por burlarse.
⎯ Ella dice que si así está el caminito, como estará el pueblito.⎯ Finalizó el doctor.
⎯Y, ¿qué se siente?, ¿si conviene? ⎯ Siguió interesado David Tristán. Incluso Sabina también ya lo estaba.
⎯Pues, sí. Es más higiénico y, pues, después de tantos años ya no se siente nada. Es como si el nervio se durmiese ahí abajo y pues el jalón ya no se siente. También depende del estilo, se puede por ejemplo a rape o todo o…
⎯¿Creen que podamos dejar la sesión de diálogos en confianza para otra ocasión?, esto se está calentando y me está dando comezón. Creo que tengo salpullido.⎯ Se quejó Cho.
⎯Sí, sí, claro.⎯ Se puso serio David ⎯. Te decía esto porque, es lo que sentirás. Como veo que jamás lo has hecho, te va a doler como el carajo. Te pondré tantita lidocaina para que te duela menos.
⎯Entonces, ¿eso quiere decir que me va a doler? ⎯ Aseguró Cho, muerto de miedo.
⎯Sí, para que no te duela tendría que poner anestesia local y no tengo. Así que, te rociaré esto, esperaré a que se duerma un poco y daré un tirón rogando que se despegue rápido, si no…
⎯¿Si no qué? ⎯ insisitó Sabina.
⎯Pues… ya veré.
David roció la lidocaína sobre el sitio, y luego espero a que hiciera efecto. Cuando Cho le dijo que sentía adormecido, le pidió a David que inmovilizara sus piernas, y a Sabina que lo tomara de la espalda; Cho, mordió el cinturón.
⎯¿Estás listo? ⎯ Preguntó el doctor Canarias, mientras se acomodaba los guantes de látex.
Cho asintió con la cabeza, cerró los ojos y cuando David puso su mano gritó ⎯¡No!, ¡no!, espere, espere…
⎯Vamos Cho, tiene que hacerlo ⎯ comentó Sabina. Cho sentía el dolor en su voz.
⎯Sí, sí, al mal paso darle prisa.
⎯¿Listo? ⎯ volvió a preguntar, David.
⎯Sí, sí ⎯ dijo Cho. De nuevo David hizo el movimiento y Cho lo paró.⎯¡NO!, espera espera.
David Tristán quería reírse, pero en verdad lo que estaba a punto de pasar era algo bastante cruel. Cho respiró, lo hizo varias veces, le bromeó a David que al menos debió traerle tequila, pero, no se dejaba hacer nada.
Así que Sabina, al ver que esto no avanzaba tomó cartas en el asunto.⎯ Amor, te juro que esto me dolerá más a mí.
⎯¿Qué?
En ese instante, Sabina tomó su mano y con fuerza la jaló haciendo que se despegara. Cho lanzó un grito tan fuerte que les dolió a todos los que estaban ahí. Por fortuna el pegamento estaba en los lugares directos, y no había repercusiones.
Cho comenzó a reír, luego a llorar y finalmente… se desmayó.⎯ Yo haría lo mismo ⎯ le dijo David Canarias, quién estaba tan pálido que parecía que él se desmayaría también.
De nuevo Cho, había pasado a la historia de la familia con otra anécdota que solo los de esa habitación recordarían, ya que habían hecho un pacto de que no le dirían a nadie… aunque las risas entre los cuatro no faltaron.
Cho y Sabina, no volvieron a tomar consejos de concepción de nadie, y mucho menos de los Ruiz de con. Sin embargo, lo que ayudó a Sabina y a Cho, no fueron remedios mágicos, ni masajes eróticos, fue un libro que llegó de las manos de Jaz, a las de Cho. Dándoles tiempo después, la oportunidad de ser padres.