(Puerto Vallarta – México)
El camino del aeropuerto de Puerto Vallarta hacia la ciudad fue la hermosa bienvenida que tuvieron los Ruiz de Con Caballero, Carter, Canarias, Moríns, Estevéz, Cho y Jaz después de tantas horas de vuelo. Tal vez para los últimos dos apellidos era algo nuevo, pero para los primeros la nostalgia pegó de inmediato. Sobre todo para la familia de David Canarias que había vivido tantos años en este lugar y después de la muerte de Ximena y Tristán se habían regresado a Madrid.
Ya habían pasado muchos años desde ese suceso, pero, para ellos, parecía que había sido ayer cuando empacaron las cosas, hicieron maletas y tomaron un avión privado hacia Madrid. David Canarias, había regresado de vez en cuando para supervisar tanto su casa como la de sus suegros, pero solo era de entrada por salida. Hoy de nuevo todos estaban reunidos aquí para algo especial.
El ambiente tropical del lugar, provocó que todos se quitaran los pesados abrigos y sintieran el sol sobre sus rostros. A medida que avanzaban por la carretera, podían ver a lo lejos las montañas que rodeaban la bahía, y sentir el calor que los abrazaba diciéndoles que ya estaban en casa, o al menos así lo sintieron varios.
Cho sonreía con cada detalle que veía a su alrededor. Era la primera vez que volaba a América y sobre todo a México. Había salido muchas veces de España para competir pero nunca tan lejos. Podía ver ante sus ojos la belleza de las palmeras, las aguas doradas y cristalinas que bordeaban las playas y, al bajar la ventana del auto, sentir la brisa marina.
Finalmente, el camino descendió hacia la ciudad del Puerto Vallarta, y todos fueron recibidos por la bulliciosa vida urbana y la belleza del puerto. Un golpe de color llegó a ellos, los aromas a mar y protector solar invadieron sus sentidos y las calles adoquinadas hicieron los suyo en las llantas del auto.
Al fin, después de tanto tiempo estaban de regreso y Sabina no cabía de la emoción, al grado que iba contándole a Cho, a Jaz y a sus medios hermanos cada lugar que le traía recuerdos.
⎯¿Ven esa tiendita? ⎯habló emocionada, mientras señalaba por la ventana un pequeño local, con varios letreros afuera ⎯, ahí mi abuelo me compraba los bolis de hielo más ricos de Puerto Vallarta. Solía comer unos de uva y me dejaban la boca morada. Cuando venía para acá, mi abuela me ponía un vestido de color uva para que no se notara cuando me manchaba.
Cho sonrió. En verdad le gustaba ver a Sabina tan feliz y emocionada; incluso jamás la había visto así.
⎯¿Ven ese local?, ahí mis abuelos me compraron mi primer traje de baño. Cuando ya no me quedó mi abuela tomó la tela y le hizo uno pequeño a mi sirenita de juguete, ¿recuerdas mamá?
⎯Lo recuerdo ⎯ contestó María Julia, sonriendo.
⎯Y ahí venden los mejores helados de Puerto Vallarta, ¿si o no Moríns? ⎯ le preguntó a su primo, quién venía observando el lugar donde había crecido por la ventana.
Incluso, en ese instante, se puso a pensar que Sabina y él habían crecido juntos en el mismo lugar, al mismo tiempo y que jamás se cruzaron en algún lado. O tal vez lo hicieron, pero no recuerdan o no se llevaron tan bien como para jugar. Puerto Vallarta no era tan grande como para nunca verse, pero si para nunca coincidir.
⎯Los mejores. Y esa era la cafetería donde yo trabajaba de barista, ¿recuerdas, mi amor? ⎯ le preguntó a Sila.
⎯Y donde me dabas los cafés gratis.⎯Y su esposa le dio un beso sobre la mejilla.
⎯Claro que te los daba gratis. No tenía mucho que darte porque no tenía dinero, así que era mi forma de decirte que me importabas.
⎯¡Ay Dios!, ya olvidé el porqué me caían gordos cuando vivíamos aquí ⎯ habló David Tristán, que venía con ellos en la camioneta. Se había subido ahí, ya que no quería irse con Alegra y Lila que siempre se mareaban en la autopista del aeropuerto hacia Puerto.
⎯Pura envídia, cuñado ⎯ bromeó Moríns.⎯ Porque tú tuviste que dejar a la Miss Clara, ¿recuerdas?
⎯¿Miss Clara? ⎯ preguntó Cho, quién venía más despierto que dormido.
⎯Un amor, Cho, un amor…
⎯Era la maestra de David.⎯ Interrumpió Sabina entre risas⎯. Estaba perdidamente enamorado de ella y por mucho tiempo sufrió su ausencia.
⎯¡Oh, miss Clara!, ¡jamás la olvidaré! ⎯ Lo imitó, Moríns, mientras se llevaba las manos al pecho.
Cho, Jaz y su familia se rieron, mientras David negaba con la cabeza.⎯ No fue tan así. Ellos exageran, Jaz. Solo me lamenté un poco.
⎯Lloraste semanas, David.⎯ Le recordó su hermana, Sila⎯. Y no tiene nada de malo, muchos de nosotros lloramos por un amor que dejamos aquí.⎯Sila le dio un beso a su esposo y luego a su bebé, quién dormía entre sus brazos.
Cho abrazó a Sabina.⎯ ¿Tú no dejaste un amor aquí del que preocupar, verdad?.
Sabina le dio un beso sobre los labios.⎯ No, amor mío, mi único amor aquí siempre fue el mar ⎯ recitó.
Justo cuando pronunció eso, la camioneta dio la vuelta por una de las pequeñas calles para luego alejarse del malecón. Unos minutos después, la reja de un fraccionamiento les dio la bienvenida, y Cho pudo notar como el guardia saludaba a David Canarias con mucha efusividad. ¿Qué se podía esperar?, los Canarias habían vivido acá mucho tiempo, y era normal que conocieran a todo el mundo. Como si no fueran ya populares en otros lados.
⎯Llegamos⎯ pronunció Sabina, al ver a lo lejos la casa donde había vivido su infancia.
Las camionetas hicieron alto, justo en la puerta de la casa. Cuando el aire acondicionado se apagó y el chofer abrió la puerta, el aire caliente de Puerto Vallarta les dio en el rostro. Todos sonrieron. Tantas sensaciones tan familiares y nuevas a la vez inundaron sus sentidos.
Sabina tomó la mano de Cho con una mezcla de emoción y nostalgia en sus ojos. ⎯Aquí es donde crecí, amor. Este lugar fue mi hogar por muchos años ⎯ le dijo con una sonrisa.
Cho abrazó a Sabina por detrás, cubriéndola por completo con los brazos. Sabina amaba que él hiciese eso. La altura de Cho hacía que ese abrazo fuera aún más protector. Era como si un árbol le abrazara y la cuidara de todo mal.
⎯¡Bien!, organización ⎯ se escuchó a lo lejos. Todos voltearon y vieron a Julie bastante firme.⎯ Los Canarias Ruiz de Con se van para su casa, junto con los Moríns. Ya saben para dónde ir. Los Ruiz de Con Canarias y los Carter se van para la casa de mis papás, y Cho también. Y los Estevéz y Jaz a la casa en renta que la madre de Moríns nos consiguió, ¿dudas?
⎯¿Qué les parece si todos los adultos con niños se van a la casa de los Canarias Ruiz de Con y los jóvenes de esta familia nos quedamos en casa de los abuelos? ⎯ sugirió Alegra.
Todos se quedaron en silencio. La idea parecía buena pero, a la vez, se sabía que podría ser un desastre. Además, a Manuel y a David Canarias no les pareció eso de “los jóvenes de la familia”, cuando claramente ellos se sentían de veinticinco.
⎯Alegra, no empieces, ya está organizado.⎯ Le pidió su padre, mientras le hacía una seña de que debían ir a su casa.
⎯No, en realidad, es mucho mejor.⎯ Defendió Robert⎯. Así ellos pueden hacer lo que deseen y nosotros lo nuestro ⎯ y le guiñó un ojo a Julie.
⎯Cierto, tiene razón Alegra.
⎯¿En serio?⎯ preguntó sorprendida. Al parecer era la primera vez que le daban la razón.
⎯Sí, bueno. Cambio de planes para algunos. Los adultos para allá, los niños para acá y los invitados…
⎯Ellos se irán a la casa rentada, no te preocupes.⎯ Se escuchó la voz de Xóchitl⎯. Mar.
⎯Pero mamá ⎯ murmuró Marimar, que quería ir con ellos.
⎯Mar, podrás venir a pasar tiempo con ellos pero, no a dormir.
⎯Mamá…
⎯Yo la cuido ma, te lo prometo ⎯ interrumpió su hermano Pablo, quién había estado muy callado todo el camino.
Xóchitl suspiró. No era que no confiara en los Ruiz de Con, pero ya había crecido, estaba en la edad de “la punzada”, y Héctor Ruiz de Con, el hijo de Manuel, a veces le daba una mirada que la ponía nerviosa.
⎯Yo también la vigilo, Xóchitl, no te preocupes.⎯ Se agregó a la misión Moríns, quién se iba a quedar con ellos.
Xóchitl accedió. Y antes de que su marido se la pudiese llevar a la casa reservada para ellos y los Jaz, le dio instrucciones a su hijo mayor. En pocas palabras no podía dejarla ni a sol ni a sombra.
⎯Bueno, niños, porténse bien⎯ les pidió Luz ⎯. Siempre dejen con seguro el acceso a la playa y les llamaremos al rato para ir al centro a comprar los viáticos para la comida.
⎯Si ma ⎯ contestaron los Carter.
Después, todos se distribuyeron. Cho en ese instante se percató que la familia a la que iba a entrar era demasiado grande, y entendió por qué organizar los viajes familiares les llevaba tiempo. Además, Sabina siempre le había dicho que era mejor para ellos rentar un piso o una casa a donde fuesen, que pagar habitaciones de hoteles; y tenía razón.
⎯¡Llévate a Jo! ⎯ gritó David, al ver que sus primos se quedaban con ellos, mientras los niños Jaz se iban.
⎯¡Jo está bien allá!, ¡adiós! ⎯ gritó su papá.
Jo se rió. Sabía que le daba miedo a su primo David, por la fama que se había creado entre todos. Era una niña cariñosa, linda, y muy obediente, pero también era un diablillo que si uno se dejaba caía en sus redes y podía ser lo peor.
⎯¿Qué?, no te voy a hacer nada ⎯ le dijo a David, para después estirar la mano ⎯. Hago un trato contigo de que no pasará nada malo en estas vacaciones.
David se quedó en silencio. Vio la mano de su prima y luego le dio la suya. En el momento en que las juntaron, Jo gritó.⎯ ¡David dice que duerme en el piso! ⎯ Para luego salir corriendo. David supo que ya no tenía más opción.
Por fin, después de organizar las maletas, todos los primos entraron a la casa de los abuelos y dieron un suspiro tan alto que se pudo escuchar por todas partes. Lo primero que Cho sintió fue la frescura, una que le invadió el cuerpo y le hizo sentir feliz. Después los muros, estos que estaban pintados de tonos brillantes y alegres, que pasaban desde un rosa mexicano hasta un azul lapislázuli.
Las fotografías no se hicieron esperar. Al parecer, escuchó a Moríns decirle a Sila, que sus padres le habían dicho a la suya que las pusiese sobre los muros, ya que cada vez que rentaban la casa para los turistas las quitaba y las ponía en cajas. Cho se preguntó en cuántas cajas cabían esas fotos, porque parecían más de cuarenta. Mientas la fue recorriendo, se percató que eran más de cien.
⎯¡Ven!, vamos al jardín ⎯ le mencionó Sabina, tomándolo de la mano.
Cho, con una sonrisa, la siguió. La casa era muy diferente y más sencilla a las que tenían en Madrid. Allá parecía que los tres vivían en un fraccionamiento en sí, acá, la casa era grande pero sencilla, con decoraciones mexicanas y con habitaciones normales. Sin embargo, cuando Sabina y él llegaron al jardín, se quedó en silencio. Este era en verdad enorme, y en ese instante supo que Tristán había adquirido la casa por el jardín y no por la casa.
⎯¡Guau! ⎯ expresó al escuchar el mar. El enorme jardín lleno de plantas exuberantes y flores de vivos colores les dio la bienvenida.
⎯Esta es la piscina donde practicaba para mis primeras competencias ⎯ habla ella con nostalgia⎯. Mi abuelo solía ponerse en esa esquina y hacer una presentación que me emocionaba por completo. Yo me echaba un clavado desde esta esquina y nadaba hacia él. La memoria de sus grandes y fuertes manos esperando por mí, del otro lado, todavía se aparecen en mis sueños.
De pronto, Sabina sintió cómo las lágrimas corrían por sus mejillas. Desde la muerte de sus abuelos no había regresado a este lugar, ya que habían sido sus tíos Luz y David quienes habían empacado todo y dejado limpio el lugar.
Cho la abrazó. Nunca le pasó por la mente que Sabina se pusiese así, porque él no tenía tan bonitos recuerdos de los sitios donde había crecido, por lo que no podía compartir ese sentimiento de nostalgia.
Un columpio de madera que colgaba en uno de los árboles comenzó a moverse, y Sabina sonrió al verlo.⎯ Este es el lugar donde aprendí a correr, a hablar, a nadar. Mi abuelo solía salir todas las tardes conmigo a columpiarme en ese lugar, y le ayudaba a mi abuela a regar las flores. Los sábados solíamos bajar a la playa y hacer pícnics. Mi abuelo fue quién me enseñó a nadar en el mar. En este jardín se casaron mis padres.⎯ Sabina volteó y señaló un área donde ya se encontraban sus primos y sus hermanos conviviendo ⎯. Allá, solíamos hacer las comidas familiares, y todos los veranos veníamos a convivir con ellos. Cuando se fueron, soñábamos con la risa de mi abuelo y con las manos tiernas de mi abuela.
⎯Mi Sirena ⎯ murmuró Cho, mientras la abrazaba.
⎯Mi abuelo siempre me decía que no viviría lo suficiente para llevarme al altar, pero me pedía que me consiguiera un hombre bueno, que me amara mucho más de lo que él me amó y que me hiciera los wafles más ricos del mundo.
⎯No sé lo de los wafles porque esos los hace tu papá, pero de que te amo, te amo.⎯ La consoló Cho.
⎯Es difícil regresar, ¿no?.⎯ Se escuchó la voz de Jo. Al voltear, la vieron detrás con los ojos llenos de lágrimas.
⎯¿Estás llorando, Jo? ⎯ preguntó Cho, bastante sorprendido. Ya que ella solo lloraba de coraje o cuando en verdad algo muy malo sucedía.
⎯¡Ash, cállate! ⎯ contestó la joven. Cho también la abrazó y le dio un beso sobre la frente.
En eso Sila, Alegra y Lila se acercaron, igual que Sabina con lágrimas en los ojos y cuando menos se dieron cuenta, casi toda la familia estaba llorando en medio del jardín; incluso el mismo Moríns estaba del todo sentimental.
⎯¿Tú también? ⎯ le preguntó Cho.
⎯Amigo, no tienes idea del lugar al que has llegado. Además, yo pasé años de mi vida en esta casa. Aquí estudiaba con Sila en las clases particulares que nos daban y el señor Tristán era una joya de hombre y la señora Ximena un encanto de mujer. Y hacia el agua de jamaica más deliciosa del mundo.
⎯¡Uy sí!, el agua de jamaica de mi abuela ⎯ expresó Daniel.
⎯¡Deliciosa! ⎯ coincidieron todos al mismo tiempo y a coro. Después llegaron las risas.
Cho sonrió. Por un momento le hubiese gustado haber convivido con ellos en esa época y conocer a Tristán y a Ximena. Después se arrepintió de no haber venido el día que Sabina se lo pidió.
⎯Bueno, ya ⎯ habló Sila, quitándose las lágrimas de los ojos.⎯ Estamos aquí para celebrar o para tristear. Además, mi abuelo ya nos hubiese animado. ¿Qué les parece si nos cambiamos y vamos al malecón?, muero por una cerveza en el restaurante Don Canarias.
⎯¿Don Canarias? ⎯ preguntó Cho.
⎯Sí, mis abuelos solían ir a un restaurante en el malecón a tomar cervezas y a platicar de la vida. Era su restaurante favorito, al grado que cuando cerró, mi abuelo David lo compró, invirtió en él y lo revivió. Nosotros escogimos el nuevo nombre y le pusimos Don Canarias. Cuando mi abuelo David murió, mi abuelo Tristán solía ir mucho ahí con nosotros. Y cuando mi abuelo Tristán murió, mi papá mandó a poner una placa en la mesa donde solían sentarse a platicar ⎯ explicó Héctor.
⎯¡Guau! ⎯ expresó Cho. En realidad no sabía qué decir.
Al parecer, había llegado a la cuna de los recuerdos de toda una familia, a la base donde su futura esposa había crecido y se había criado. Cho, había sido invitado al lugar más íntimo de esta gran familia que le había dado la bienvenida, y no habla del jardín, sino de sus recuerdos, anécdotas y lugares emblemáticos. Ahora entendió el porqué Sabina lo quería traer aquí, a él y a Jaz.
⎯Pues qué esperamos, o qué, ¿vamos a seguir llorando? ⎯ preguntó David.
Todos se rieron. Después, Jon corrió hacia la casa gritando unas cosas y todos los demás le siguieron. Sabina abrazó a Cho y él le dio un beso sobre la frente.
⎯¿Estás lista para esto? ⎯ le preguntó.
⎯¿Lista?
⎯Para casarnos tres veces y jamás separarnos.
Sabina se puso frente a él, y de un salto se subió a Cho. Él la tomó de las piernas, mientras la sujetaba de los muslos.⎯ Desde que te conocí estaba lista ⎯ recitó con ternura⎯. Solo cuento las horas para casarme contigo por todas las tradiciones que desees, y por la luna de miel.
⎯¿No podemos tener tres lunas de miel? ⎯ preguntó Cho.
⎯Podemos.
⎯Bien. Entonces, vamos a disfrutar nuestros días aquí, mi Sirena, y después en Santander y finalmente el resto de nuestras vidas, ¿te parece?
⎯Me parece ⎯ respondió Sabina, para después, darle un beso sobre los labios al hombre de su vida, en aquel jardín donde su abuelo le pidió que se consiguiera a un hombre que la amara más que él.
Yo respondiendo a Cho: Hasta yo estoy llorando por estar en ese jardin. Te extraño Tristan, los estañraño a los Srs. Ruiz de Con Caballero.