La fiesta de los trillizos en el zoológico fue un evento extraordinario lleno de: alegría, emoción y amor familiar. Después del hermoso amanecer que Cho había visto con Luz Ruiz de con, era vidente que el resto sería brillante y soleado, como si la naturaleza misma le estuviera celebrando este momento especial a sus hijos.
El zoológico había sido decorado con globos vibrantes que flotaban en el aire y grandes pancartas con imágenes de los trillizos: Roberto, Jaz y Sirena, que saludaban a todos los invitados. Había una sensación palpable de anticipación en el aire, porque la familia Carter Cho se había esmerado para que esta fiesta fuese inolvidable.
Había todo tipo de actividades y juegos en el lugar como: una pequeña área de juegos inflables en forma de animales exóticos que hicieron reír a los niños a carcajadas. Magos y payasos que se paseaban por el lugar, entreteniendo a los pequeños con trucos y bromas. Una zona de animales “interactiva” donde los niños tenían la oportunidad de alimentar a las cabras enanas, conejos y otros animales inofensivos, entre otras cosas que eran imposibles de enumerar.
La familia Carter Cho estaba unida en esta celebración. Julie, la abuela, supervisaba personalmente el evento, asegurándose de que todo saliera perfecto. Robert, el abuelo, al igual que Jaz, estaban más paternales que nunca, sosteniendo a los trillizos en sus brazos con una sonrisa de felicidad en el rostro. Y qué decir de los tíos y primos, quiénes contagiados por el entusiasmo, no pararon de participar en los concursos y reír a carcajadas con el payaso.
La fiesta estuvo llena de momentos especiales. Los trillizos disfrutaron de su primer pastel de cumpleaños juntos, cada uno con su propia torta, y sus risas llenaron el aire mientras se embarraban con el glaseado. Hubo juegos de piñata con tres piñatas llenas de dulces, y los trillizos, con la ayuda de sus primos y amigos, las rompieron con entusiasmo.
Cho, al ver todo este escenario, se sintió seguro de que su decisión de buscar a su propio padre era la correcta. Sabía que, incluso si no encontraba lo que buscaba, al menos no se quedaría con la duda y podría continuar con su vida. Sin embargo, aún no lo había comentado con la familia, porque entre la fiesta de sus hijos y el poder encontrar el momento exacto, nada se alineaba, así que finalmente decidió que solo se quedara entre Sabina y él, y después del viaje, comentarlo al resto de la familia y dar sus impresiones sobre lo que había pasado.
Por un instante, Cho comenzó a pensar que tal vez su decisión era la incorrecta, y qué tal vez no debía de ir. Sin embargo, el destino volvió a llamar a su puerta confirmándole que no había marcha atrás, debía ir a buscar a su padre. Él, había sido llamado para un evento de empresarios en América para dar una plática de emprendimiento y contar sus experiencias en el ámbito empresarial.
Su historia excepcional había llamado la atención. Un ex gimnasta y ganador de una medalla de oro olímpica, cuya vida dio un giro inesperado cuando sufrió un grave accidente mientras salvaba a una niña,
pero en lugar de rendirse, decidió reinventarse. No solo se recuperó físicamente, sino que también incursionó con éxito en el mundo de los negocios. Su historia se había vuelto inspiradora y lo convirtió en un destacado conferencista.
⎯Siempre supe que llegarías lejos. ⎯ Le animó Jaz, que no cabía de orgullo al saber que su hijo estaba destacando en el mundo de los negocios ⎯. Verás como tu plática inspira a otros.
⎯¿Crees? ⎯ Dudó Cho ⎯. No sé si esté en el humor de inspirar a otras personas.
⎯Claro que sí. Como dice tu biografía, eres un ejemplo a seguir, ¿qué te hace pensar que no? Yo te admiro, tus hijos lo hacen, aunque no lo veas porque aún están pequeños, todos te admiran… ¿Qué más necesitas?
Cho tomo una respiración profunda y la dejó salir.
⎯Tienes razón. Lo que pasa es que estoy nervioso porque me iré en unos días y siento que no tengo todo listo.
⎯¿Sigues pensando en que es una mala idea llevar a Sabina y a los niños? ⎯ inquirió Jaz, bastante entrado en la conversación.
⎯Sí. Aunque Sabina dice que puede dejar a los niños con Jo y su madre y acompañarme, pero siento que es algo que debo hacer por mí mismo. Si todo sale bien, ya planearía un viaje con ellos, pero, por ahora, quiero ir así. Además, de esta forma los estoy protegiendo por si algo malo me pasa.
⎯Si sigues pensando que algo malo pasará, pues pasará. Recuerda lo que dice el pequeño Tristán, atraes lo que piensas.
Cho sonrío, al escuchar una de las tantas frases del hijo de David Canarias, uno que a veces era gurú y otras tantas, fiestero profesional, si es que esa profesión existía.
⎯Vale, ya no pensaré más en eso.
Jaz tomó la mano de Cho, de forma paternal, y después de un apretón, le dijo:
⎯Cho, nada pasará. Sabina se queda protegida al igual que mis nietos. Tú, darás tu conferencia, conocerás a tu padre y regresarás sano y salvo. Y por los negocios no te preocupes, entre Pablo y yo nos la llevamos.
⎯No me preocupa el negocio, papá… y lo sabes ⎯ respondió él dándole una palmada sobre la espalda ⎯. Sé que puedo dejar mi “imperio” en tus manos ⎯ contestó, pronunciando la palabra imperio en tono de broma, ya que así le habían puesto en la biografía que anunciaba su página.
Jaz se río. Sin embargo, después cambió de actitud, y puso un rostro más serio o melancólico.
⎯Estoy en verdad feliz de que vayas a conocer a tu padre, Cho. Creo que te mereces toda la felicidad del mundo porque, tú haces a todos felices.
⎯Basta, Jaz.
⎯Es verdad. Desde que llegaste a mi vida ha habido cambios que jamás había tenido. Lo mejor de todo es que de miles de personas me diste a mí la oportunidad de ser tu padre adoptivo. Me hiciste sentir valioso cuando yo aún caminaba con la bandera de fracaso. Ahora, gracias a ti, mi hija me quiere, puedo ver crecer a mis nietos y tengo una herencia que dejarle a mis hijos.
Cho sonrío. Entonces, salió de detrás de la barra y fue hacia él para darle un abrazo.
⎯Eres el mejor de todos, Eduardo Jaz, y aunque conozca a mi verdadero padre, tú siempre serás el más importante.
Por un instante se quedaron así, abrazados, sintiendo ese cariño y complicidad que habían fomentado con el paso de los años. Sin embargo, para Jaz ese abrazo le supo más a despedida, a un “hasta luego” que se quedaría congelado en el aire, por mucho tiempo, hasta que un día Cho regresara para continuar lo que había dejado pendiente.
***
Cho hizo las maletas con premura. Su viaje a América sería breve, tan solo unos días en busca de respuestas sobre su padre y un poco más de prestigio, pero la despedida que se avecinaba con Sabina y sus hijos era un momento que no deseaba vivir. Nunca antes se había alejado de sus hijos y, aunque esta sería la segunda vez que dejaría a Sabina sola, le resultaba abrumador.
Convertirse en padre le había hecho comprender lo incomprensible: cómo algunos padres podían alejarse de sus hijos durante años, e incluso de por vida, sin sentir ni un ápice de nostalgia. Cho tenía previsto estar fuera una semana, pero desde que cerró la maleta, las lágrimas no dejaban de fluir. Sin embargo, no era la tristeza la razón por la cual él lloraba, era miedo a lo desconocido.
El avión estaba a punto de despegar, y él aguardaba, brindando una oportunidad al destino para que le indicara que debía quedarse. Sin embargo, los minutos pasaron y no hubo nada que lo detuviera. Todo parecía predestinado; su destino estaba sellado.
⎯¿Seguro que ya tienes todo? ⎯inquirió Sabina, mientras veía como su marido buscaba entre las bolsas de su chamarra algo.
En verdad, Cho solo seguía haciendo tiempo para prolongar un poco más su despedida.
⎯Sí, estoy seguro ⎯ habló, al ver que ya no le quedaban más pretextos.
Los Jaz y Roberto se encontraban en sus carriolas, viendo a su padre con admiración, mientras que Sirena, yacía en los brazos de su madre, jugando con la muñeca de trapo que antes había sido de ella.
Cho alzó la mirada y vio los hermosos ojos color café avellana de su mujer. Noto ese brillo inmediato, el que siempre le daba cuando sus miradas se cruzaban. Sabina se mordió los labios tratando de no llorar, ya que no quería asustar a su sus hijos.
⎯Creo que es momento ⎯murmuró, Cho.
⎯Creo que sí ⎯ habló Sabina.
Ambos se quedaron en silencio, tratando de encontrar las palabras para despedirse. Sabina quería que Cho se fuera confiado y tranquilo de que todo estaría bien, y él quería que Sabina se quedara tranquila porque, en caso de que él faltara, todo estaba arreglado para que ella y sus hijos pudiesen vivir sin preocupaciones.
⎯Amor…
⎯No lo digas, todo va a salir bien.⎯ Le pidió Sabina que guardara silencio.
⎯Aún así, quiero decirte que todo está arreglado y en regla. En caso de que pasara algo, tú y los bebés estarán protegidos. Le dejé todo a Jaz y a Pablo, solo debes decirles y ellos te dirán qué hacer.
Sabina acarició su rostro.
⎯Estaremos bien, no te preocupes. Tú ve tranquilo y disfruta.
⎯Vale… ⎯ dijo, en un murmuro.
De nuevo el silencio reinó. No entendía Cho cómo podía sentirse así. Era un hombre de treinta años, se supone que no debería temer a nada, y ahora, lo hacía como si fuese uno de sus hijos.
⎯Tengo miedo, Sirena ⎯habló en tono bajo ⎯. Tengo mucho miedo. Jamás había tenido tanto como el que tengo ahora. Ni siquiera cuando me lancé al camión para salvar a Jo. Tal vez, lo mejor, será ir a la conferencia y regresarme. He vivido sin mi padre por años, ¿qué puede pasar?
Sabina sonrió.
⎯El miedo es el obstáculo más grande, pero sabes que al superarlo, pueden ocurrir cosas maravillosas. Entiendo que lo desconocido puede resultar abrumador, pero, ¿cuántas veces no hemos desafiado lo desconocido? En cada competencia, en cada resultado, en cada movimiento. Solo considera que esto es como la fase previa a la carrera, justo antes de saltar y ejecutar la pirueta.
Cho sonrió, disfrutando de cómo Sabina le explicaba todo en términos deportivos.
⎯¿Qué tal si me desilusiona?
⎯Tengo la corazonada de que no será así. Y sabes que muchas de mis medallas las gané por corazonadas.
Él asintió y justo en ese momento, como si el destino le estuviera llamando, el aviso de que su vuelo estaba comenzando a abordar llegó.
⎯Ve. Nosotros estaremos bien ⎯le animó Sabina.
⎯Lo sé.
Cho le dio un beso en la frente a su hija y ella sonrío.
⎯Dile adiós a papá.
⎯Bye, bye ⎯ contestó Sirena, quien había aprendido eso de su abuelo Robert.
⎯Adiós mi sirena, te amo mucho ⎯ contestó Cho.
Después, fue hacia sus hijos y les dio por igual un beso en la frente.
⎯Quiero que se diviertan, que obedezcan a mamá y, sobre todo, le ayuden a cuidar a su hermana, ¿sí?
⎯Sí ⎯respondieron los dos.
Cho los abrazó.
⎯Los amo, nunca lo olviden.
Después subió la vista hacia su sirena y le dio un beso sobre los labios.
⎯Te amo ⎯pronunció ⎯, te amo más que nada en mi vida.
⎯Lo sé… todavía nos queda vida para que me ames aún más.
Cho besó su frente, y de manera automática, tomó la maleta y se la echó al hombro.
⎯Te llamaré todos los días.
⎯Ve… ⎯ contestó Sabina.
Cho se puso en marcha hacia la puerta que lo llevaría dentro del aeropuerto. Ya no miró atrás, pero supo que Sabina lo veía alejarse, mientras le deseaba toda la suerte del universo.
***
Cho pasó unos días muy buenos en Washington. Era la primera vez que viajaba a Estados Unidos, así que disfrutó recorrer las calles de la ciudad, tomar fotos, y comprar regalos para su esposa y sus hijos. Sin embargo, sabía que aún le faltaba el segundo motivo de su viaje, y entre más se acercaba el momento, más nervioso se ponía.
Cuando iba en el avión hacia su próximo destino, no dejó de pensar en las palabras que le diría a ese hombre, que decía ser su padre, y que como último deseo antes de dejar la vida, había pedido conocerlo.
Sabía que un simple “Hola”, no bastaba, que debía decir algo más, pero, ¿cómo acercarse a un hombre que no conocía?, ¿cómo hablarle a su padre biológico cuando había pasado tantos años pensando en su muerte?, ¿cómo empezar de nuevo cuando el tiempo es limitado?, ¿valdría la pena intentarlo?
Cuando Cho llegó a Hawai, el cielo comenzaba a teñirse con tonos dorados y anaranjados. Mientras él recorría la isla en un taxi, rumbo al encuentro que había estado esperando durante tanto tiempo. Cada kilómetro que recorría parecía un eco de su corazón, latiendo con fuerza, mezclando emoción y miedo en una amalgama de sentimientos. Los miedos y dudas estaban presentes en su mente, pero también una sensación abrumadora de alegría por finalmente conocer a su padre biológico.
Finalmente, Cho llegó justo a la dirección que estaba escrita en el sobre que le había dado su madre días atrás. Se bajó lentamente ante un pequeño hotel que llevaba por nombre “Ahola hey!”. Al entrar, una brisa cálida marina le recibió. El interior del recibidor irradiaba un ambiente cálido y acogedor, que reflejaba la esencia relajante de la isla. Cho fue recibido por paredes pintadas en tonos suaves y cálidos. Muebles, hechos de bambú y ratán, aportando un toque de autenticidad hawaiana y un ambiente informal, y muchas macetas llenas de flores.
Sobre las paredes se mostraba arte hawaiano local que, gracias a los grandes ventanales, tenían una hermosa luz natural que los iluminaba. Una música hawaiana suave, sonaba en las bocinas, mientras él se acercaba a la recepción. Ahí, Cho vio a un hombre en silla de ruedas, concentrado en acomodar unos folletos en una mesa cercana.
Él, sintiendo un nudo en la garganta, respiró profundamente y, en un perfecto coreano, pronunció las palabras: Buenas tardes, estoy buscando al señor Kim.
El hombre en la silla de ruedas se quedó inmóvil durante un instante, como si el sonido de esa voz le hubiera atrapado de manera inesperada. Lentamente, giró su silla hacia Cho y sus miradas se cruzaron. En ellos, Cho vio una mezcla de sorpresa, reconocimiento y emoción, que dio paso a las lágrimas. Las palabras se volvieron innecesarias en ese momento, y los ojos llenos de lágrimas lo expresaban todo: después de una vida separados, padre e hijo se habían encontrado.