Moríns, en el discurso que dio en la boda de Sabina y Cho, dijo que él llegaba a la vida de los demás para mejorarla y para hacerla más feliz. No hubo nadie de los Ruiz de Con, Canarias o Carter que lo negara, y tampoco habría alguien de los Kim que lo hiciera. 

Cho, tan solo llegó a la vida de su padre, comenzó a hacer maravillas como alguna vez lo hizo con la vida de Jaz. Llevó a su padre a su revisión médica para enterarse del progreso de su enfermedad, le compró una silla de ruedas nueva y automática para que pudiese moverse mejor, además de una mejor cama para que pudiesen descansar. 

Fue a casa de su padre ver qué faltaba, compró la despensa de casi todo el mes, arregló algunas cosas que le pidió y fueron a comprar ropa. Les equipó todo el cuarto de lavado, con lavadoras y secadora, nuevas. Finalmente, les pidió a sus hermanos que vieran el costo de una camioneta nueva, para que pudiesen transportarlo con mayor facilidad. 

Tal vez en ese momento, Cho hizo el gasto más grande de su vida, pero, para él no fue así. Quería que su padre estuviese cómodo y si él tenía la vía para lograrlo, no lo dudaría ni un segundo. 

También, durante ese tiempo, Cho recorrió el hostal para enterarse de todo el funcionamiento y ayudó en lo que pudo, vio el libro de cuentas para ayudar a la esposa de su padre y, sobre todo, platicó con sus hermanos para saber sobre ellos y en qué podía ayudarlos.

Pasó sus noches entre cenas familiares llenas de anécdotas, paseos por la playa, atardeceres y amaneceres que merecían ser retratados, pero, sobre todo, rodeado de mucho amor, uno tan diferente al que su familia le daba, pero igual de grande y reconfortante. 

Así, los días que él tenía previstos pasaron muy rápido, y cuando menos se dio cuenta, era momento de regresar a España con su familia. Esta vez, el adiós, se sintió como un “hasta luego”, porque Cho le comunicó a su padre que en menos de lo que él esperara regresaría para vivir junto a él y con toda su familia. 

⎯Conocerás a tus nietos y ellos te amarán ⎯pronunció esa frase con lágrimas en los ojos. 

⎯Lo sé. 

⎯Verás que todo estará bien ⎯ le prometió ⎯. Ya tienes mi número de móvil, y te llamaré todos los días para saber cómo estás. Mis hermanos ya saben que pueden contar conmigo para lo que deseen. Solo me regresaré porque tengo que cerrar asuntos allá pero… 

Su padre le tomó la mano. 

⎯Vete hijo, no te preocupes por mí. Te prometo que cuando regreses aquí estaré, no me iré a ninguna parte. 

Cho sonrío. De pronto, las prisas y los miedos se abrazaron de él. Sentía que si se iba algo terrible pasaría como: que su padre moriría sin que él puede despedirse o que todo esto fuese un sueño del que pronto despertaría. Pero, no se lo comunicó, solo le dio un abrazo fuerte y un beso sobre la frente. 

⎯Te quiero, papá ⎯ pronunció el coreano ⎯. Estaré de vuelta más pronto de lo que crees. 

La despedida fue en verdad sentimental, llena de llanto. Ninguno de los dos quería perder la vista del otro, ambos tenían miedo de no volverse a ver, de no cruzar palabra, o que el destino fuese cruel y les jugara una mala pasada. 

A pesar de saber que regresaría, a Cho le dolía separarse de su padre, ya que sabía que su salud no era la mejor y que en cualquier momento podía debilitarse y enfermar más rápido. Sin embargo, su padre le prometió que no sería así, porque ahora tenía más razones para pedirle a la vida tiempo. 

Cho le dio un abrazo fuerte a su padre. Luego recibió un beso en la frente y una sonrisa. El vínculo estaba ahí, a pesar de todo, no se había roto, y ahora era momento de fortalecerlo, de ganarle la batalla al tiempo y lograr vivir felices, como padre e hijo. 

⎯Regresaré acompañado, a hacer una vida a tu lado ⎯ le murmuró. 

En ese preciso instante, mientras Cho cruzaba el umbral del hostal en su camino hacia el taxi que lo llevaría al aeropuerto, comprendió que su despedida no era más que un breve interludio antes de dar inicio a un nuevo capítulo en su vida. Este nuevo capítulo se perfilaba ante él como un período de serenidad, saturado de amor y, ante todo, repleto de oportunidades; una nueva vida en la que no podía darse el lujo de perder ni un segundo.

***

Madrid 

Adrián Cho aterrizó en Madrid con una sonrisa tan grande que escondida el cansancio del Jetlag. Nadie le creía que había pasado casi las once horas sin pegar un ojo, buscando casas en Hawái para proponerle a Sabina y revisando como podría darle una inyección de dinero al hostal de su padre para atraer más clientes. 

En la mente de Cho, un torbellino de millones de estrategias e ideas se agitaban, incluyendo la preocupación de cómo mantener sus negocios en pleno funcionamiento mientras se encontraba en tierras extranjeras. No obstante, en medio de esta vorágine de pensamientos, uno logró eclipsar momentáneamente su alegría. Recordó que no era el único que tendría que abandonar una vida construida en Madrid; su esposa, Sabina, tenía sus propios negocios, una carrera y su propia red de relaciones familiares.

Durante un instante, se imaginó qué ocurriría si Sabina decidiera que no quería mudarse a Hawái. ¿Cómo podría estar presente en cada revisión médica, en cada momento significativo, y lo más crucial de todo, en el momento en que él partiera de este mundo? Ir de vacaciones durante las festividades no era una opción viable; era imperativo que ella aceptara acompañarlo. La idea de un corazón dividido entre su esposa y su padre biológico le resultaba insoportable.

Sin embargo, él fue el sorprendido cuando, al llegar a casa, vio como sus gemelos jugaban con una caja llena de ropa de invierno, mientras entre ella y Sila sacaban ropa de su armario. 

⎯Ese si quieres quédatelo tú ⎯habló Sabina, midiéndose un vestido de lana. 

⎯Siempre me gustó este. 

⎯Pues es tuyo. 

⎯¡PAPÁ! ⎯gritó Sirena, para después ponerse de pie y torpemente salir corriendo hacia él. El resto de los chocitos la siguió, y de pronto Cho se vio envuelto por el amor de sus hijos. 

⎯¡Mis amores!, ¿cómo están?, ¿me extrañaron? ⎯inquirió, mientras besaba sus frentes. 

⎯Sí. Hicimos muchas cosas. Nadamos en la piscina del tío Manu y Daniel nos enseñó a dibujar. 

⎯¡Vaya!, ojalá hubiese hecho eso ⎯respondió Cho, animado. 

⎯Sí y también mamá está haciendo maletas. 

⎯¿Maletas?, ¿para qué? 

En eso Cho se puso de pie y vio a Sabina que salía de la habitación junto con Sila. 

⎯Porque les dije a los niños que nos mudaríamos a Hawái. 

Cho se quedó en verdad extrañado. En todas las pláticas que había tenido con su esposa jamás le pronunció la idea de irse a vivir para allá, porque sabía que era algo que tenía que proponerle de frente. 

⎯¿Cómo? ⎯dijo Cho, sin poder entender lo que pasaba. 

⎯Vengan, ¿quieren ir a la casa a jugar con Fátima y los gemelos? ⎯les dijo Sila a sus hijos. 

⎯¿Podemos? ⎯preguntó Jaz. 

⎯Vayan… papá y yo debemos hablar ⎯contestó Sabina, para luego ver como sus hijos se iban con su prima. 

Cuando se quedaron juntos, Sabina tomó de las manos a Cho y lo llevó hacia las sillas de la terraza. El sol estaba a punto de meterse, ya se sentía un poco el aire de la próxima estación, y las luces de los faros de la casa de Manuel comenzaron a encenderse. 

⎯Cuéntame… ¿Cómo fue? Sé que me lo dijiste por videollamada, pero, quiero escuchar aquí ⎯habló Sabina. 

⎯Maravilloso, Sirena. Mi padre es maravilloso. Es un hombre lindo, tierno, honesto… se parece tanto. 

⎯A ti. ⎯Complementó Sabina. 

⎯Creo que sí. Como te dije, tengo dos hermanos, y él se volvió a casar con una mujer maravillosa. Durante todo el tiempo que estuve ahí, desee que ella fuese mi madre y no la que me parió. Suena triste, pero, es verdad. 

Sabina acarició el rostro de su marido. 

⎯¿Cuánto tiempo le queda? 

Cho suspiró. 

⎯Dicen que de un año a dos. No están seguros, pero, él prometió que luchará más que antes ahora que estoy en su vida. 

Sabina sonrió. Después, lo besó en los labios y recargó su frente contra la de él. 

⎯Entonces, no tenemos tiempo qué perder.

⎯¿Cómo lo supiste? ⎯inquirió, Cho. 

Sabina se separó y viendo a su esposo a los ojos, le dijo: 

⎯Te conozco desde que tengo dieciséis años, Adrián Cho. Llevamos más de una década juntos, compartiendo todo y conociéndonos. Sé con el hombre que estoy casada, y quién es el padre de mis hijos. Y conozco las decisiones que tomas cuando se trata de ayudar a otros o de aprovechar oportunidades. Si no te hubiese gustado el encuentro con tu padre, te hubieses regresado a los dos días o al siguiente. Sin embargo, te quedaste una semana más de lo planeado, lo que significa que grandes cambios pasarán. 

Cho tomó las manos de Sabina y le dio un beso sobre la frente. 

⎯Sé que es mucho lo que te pido, amor. Pero quiero estar con él. Hemos perdido mucho tiempo y, aunque no puedo recuperarlo, sí puedo aprovechar el que me están regalando. Sé que tienes tus negocios aquí, que tu familia está aquí y los niños, crecen al lado de sus primos y tíos. Sin embargo, es importante para mí. Aunque, si tú me dices que no… 

Sabina lo interrumpió: 

⎯Amor, llevo haciendo maletas desde hace días. Donando ropa de invierno y juguetes de los niños. Le he comentado a mi madre la posibilidad y ella nos apoyará como siempre, al igual que mi padre, en caso de que queramos comprar una casa allá. Yo ya estoy lista, bueno, ya estamos listos. 

⎯Te amo ⎯ murmuró Cho, con alegría. 

⎯¿Sabes por qué mi abuelo decía que “el hogar nunca cambia”? ⎯ preguntó Sabina. 

Cho negó con la cabeza. 

⎯Porque, él decía que estos muros solo eran un edificio que nos protegía de la lluvia, del sol, del calor. Que eran cosas materiales y sin sentido. Sin embargo, el hogar es lo que tienes en tu corazón, por eso nunca cambia, porque va contigo. Tú y los niños son mi hogar, mi familia es mi hogar, y aunque nos vayamos a Hawái, ellos lo seguirán siendo. Además, dónde hay un Ruiz de Con, los otros siempre llegan. 

Cho se rio ante la última frase. 

⎯Eso quiere decir que… ¿Está decidido? 

⎯Lo está. 

⎯¿Segura?, porque es dejar todo para empezar allá y… 

Ella puso su dedo sobre los labios de Cho para que guardara silencio. 

⎯Sé que a donde vayamos tendremos una bonita vida. Desde que estás en la mía, así siempre ha sido. Tus hijos y yo iremos a donde tú vayas, Adrián Cho. Yo te seguiré… como tú me has seguido a mí tantas veces. 

⎯Sirena… ¿Cómo es que sabes todos antes de que yo mismo lo piense? 

⎯Porque, no hace falta ser un adivino para saber que quieres estar con tu padre. Además, te la debo. 

⎯¿Por qué? 

⎯Porque tú me regresaste la relación con el mío. Y aunque no te lo digo, es de algo que estoy plenamente agradecida. Así que… vámonos, que Hawái nos está esperando. 

Cho abrazó a su mujer y después de unos minutos, rompió en llanto. Sabina lo pegó más a su cuerpo y dejó que su esposo se desahogara. Cho, no sabía por qué lloraba. Sabina sí. Después de tantos años, su marido, al fin, estaba pleno, completo y feliz. 

***

La noticia de que los Carter Cho se irían a vivir a Hawái, corrió como pólvora por toda la familia, tomándoles por sorpresa y teniendo distintas reacciones de la familia. Unos se pusieron extremadamente felices, otros tristes, pero fue la familia de los Jaz, los que se sintieron mucho más melancólicos. Sobre todo el patriarca de ellos. 

Jaz no podía creer que dos de sus hijos se estuvieran yendo tan lejos, planeando comenzar una nueva vida en otro lugar, y lo que más le preocupaba era que no parecían tener una fecha de regreso a Madrid. Había invertido tanto tiempo en sanar su relación con Sabina, y ahora sentía que la estaba perdiendo de nuevo. Supuso que todo esto lo estaba volviendo sentimental, haciéndolo sentir viejo a pesar de tener la misma edad que María Julia.

La verdad era que a Jaz siempre le habían costado mucho las despedidas, y por primera vez, separarse de Sabina le dolía más que cualquier otra cosa en el mundo, porque ahora era plenamente consciente de ello.

⎯No me perdarás ⎯le dijo Sabina, mientras ambos caminaban por el parque, ella tomada de su brazo y él apoyándose de un bastón ⎯. Tampoco es que no estemos en contacto, papá. Para eso existen los móviles y las videollamadas. Podrás llamarme cuando tú quieras y yo responderé. 

⎯Es que no es eso. 

⎯¿Entonces? 

⎯Es que, por alguna razón, tengo miedo a que me olvides. 

⎯¿Qué te olvide?, ¿cómo te voy a olvidar si eres mi papá? Esto estará imposible. 

⎯Lo hiciste una vez, ¿recuerdas? ⎯ Recordó Jaz. 

⎯Pa, tenía como cuatro años y te había visto dos veces. Ni siquiera tenía un recuerdo claro de quién eras. Ahora sí lo sé. Eres el abuelo de mis hijos, ellos te aman y no me dejarán olvidarte. 

⎯Más vale eso… ⎯ respondió, para luego besar la mano de su hija. 

Ambos siguieron caminando a paso tranquilo, mientras que Pilar jugaba con los chocitos que no dejaban de correr adelante de ella. 

⎯Sabes, siempre me pregunté cómo eras de pequeña. Si eras traviesa o no. En mis peores momentos, cuando caía tan bajo que no podía ni siquiera levantarme, pensaba en ti. Me decía que eras lo mejor que me había pasado en la vida, y que era una lástima que fuese tan cobarde para abandonarte. 

⎯Pa, ya no pienses eso. 

⎯Lo digo por qué, cuando nació Pilar, inmediatamente supe que la vida me había regalado una segunda oportunidad, y pensé que solo tenía una. Sin embargo, ahora que te veo grande, tomada de mi brazo, y tan mujer, creo que me equivoqué. Por eso me alegro de que Cho haya obtenido su segunda oportunidad, se la merece. No hay persona que se la merezca más. 

Sabina sonrió. Su padre en verdad estaba sentimental ese día, y solo de pensar que algo le pasaba le provocó un escalofrío. Últimamente, se sentía más cansado de lo normal, y supuso que el dolor de la otra pierna ya se estaba volviendo insoportable. 

⎯No quiero que dejes tus terapias, ¿vale? Sabes que son gratuitas para ti. 

⎯No lo haré… ⎯ contestó Jaz. 

Sabina se detuvo y obligó a su padre a hacerlo. 

⎯Dime que todo está bien, Jaz. Dime que me voy, pero que tú estarás bien. 

⎯Lo estoy y lo estaré… te lo prometo. 

⎯¿Seguro, papá?, porque podría quedarme y… 

⎯Estaré bien. Lo único que quiero es que me hables una vez a la semana y me dejes hablar con mis nietos, ¿vale? 

⎯Claro que sí. 

⎯También te pido una cosa. 

⎯Dime. 

⎯A pesar de que te vayas, estarás para Pilar y para tus hermanos. Ellos te necesitan. 

⎯Claro que sí… he estado para ellos desde que tengo doce años. Nada cambiará. 

Jaz acarició la mejilla de su hija y le dio un beso sobre la frente lleno de ternura. No quería que se fuese preocupada, aunque Sabina era muy buena intuyendo que algo pasaba. 

Justo, hace unos días, le acababan de dar la noticia a Jaz de que el dolor de la pierna era provocado por una bacteria que había entrado por una pequeña yaga que se había formado en el muñón de la otra pierna, y que lentamente se estaba comiendo los tejidos. Si seguía así, la solución podría ser que terminara en silla de ruedas o peor, que tuviesen que quitarle la otra pierna, dejándolo para siempre postrado. 

Aun así, no le dijo nada a su hija. Sabina se fue para Hawái con la promesa de una llamada a la semana, donde sus nietos pudiesen verlo. Un día Jaz ya no respondió, y Sabina corrió a su lado solo para escuchar un “te quiero” de su padre. Semanas después, Cho, perdió al suyo. 

5 Responses

  1. Me confundi, no que los chocitos acaban de cumplir su 1er año. A esa edad los niños dicen palabras no tienen vocabulario para tener coversaciones con oraciones…

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