Las primeras semanas después del nacimiento de los trillizos, Roberto, Jaz y Sirena, fueron un torbellino de emociones para sus padres. El caos y la incertidumbre, se mezclaron de inmediato con la ternura y un amor incondicional que no cabía en sus corazones. Sin embargo, eso no le quitaba lo pesada que era la misión.
En la casa que compartían con el resto de la familia Carter, se transformó por completo de la noche a la mañana. Lo que antes había sido un espacio tranquilo y ordenado, ahora estaba lleno de vida y caos, con pañales apilados en un rincón, biberones repartidos por todas partes y trapos de tela y sábanas que faltaban por lavarse.
El cuarto de visitas, de decoración neutra y minimalista, fue reemplazada por un ambiente cálido y acogedor, donde sonajeros, móviles de diferentes figuras colgando del techo, cunas y un sillón reclinable, ahora formaba parte de la habitación. Además de que el olor a bebé, sustituyó el aroma a lavanda que yacía siempre en la casa.
Las noches se volvieron cortas y llenas de interrupciones. Sabina y Cho se turnaban para atender a los bebés cuando lloraban, y a menudo se encontraban despiertos a altas horas de la madrugada. Sin embargo, a pesar de la fatiga y el agotamiento, la sonrisa en sus rostros nunca se desvanecía. Miraban a sus tres pequeños tesoros con asombro y amor profundo, y los atendían con una paciencia que iba más allá de lo inexplicable.
Por las mañanas, también se trató de establecer una rutina. Sabina y Cho se coordinaban con precisión suiza para alimentar, cambiar y arrullar a los bebés. Aprendieron a leer las señales de los trillizos, identificando quién tenía hambre, quién necesitaba un cambio de pañal o quién simplemente anhelaba que lo cargaran entre brazos.
A pesar del amor abrumador que sentía por sus trillizos, no todo en la vida de Sabina era color de rosa. Los días y las noches de cuidado constante la dejaban completamente exhausta, tanto física como emocionalmente. Las lágrimas se convirtieron en sus compañeras nocturnas, y a menudo lloraba en silencio después de haber alimentado, bañado y acurrucado a los bebés hasta que se quedaban dormidos.
Todo había cambiado tan rápido: su cuerpo, su vida, su rutina. Ahora se sentía enfrascada en un bucle, que no la dejaba respirar. Además de que se sentía culpable y mucho, cuando escuchaba a uno de sus hijos despertarse y ella cerraba los ojos con la esperanza de que se volviese a dormir. No se quería levantar, quería dormir, estaba cansada y apenas, era el inicio de todo
Cho, aunque también se sentía agotado por las demandas de cuidar a los trillizos, hacía todo lo posible por mantenerse fuerte y apoyar a Sabina en este momento tan desafiante. Sabía que su esposa estaba pasando por momentos difíciles, tanto física como emocionalmente, y era consciente de que necesitaba ser su roca y su apoyo constante.
No obstante, él nunca dejó que su fatiga se interpusiera en su compromiso con su familia. Sabía que esta etapa era temporal y que, con el tiempo, todo se volvería más manejable. Su amor por Sabina y los trillizos lo impulsaba a dar lo mejor de sí mismo cada día, incluso cuando las noches eran largas y agotadoras. Era consciente de que estaban juntos en esta nueva aventura como padres, y estaba decidido a hacer todo lo necesario para que su familia fuera feliz y saludable.
Así, con el paso del tiempo, las cosas fueron mejorando. Los trillizos fueron creciendo y desarrollando su propia personalidad, cautivando tanto a los padres como a los encantados abuelos y tíos, que hacían todo lo posible por apoyarles en lo que pudiesen.
A medida que los trillizos crecían, Sabina y Cho se convirtieron en expertos en la identificación de sus tres personalidades e incluso, podían ya diferenciarlos antes de verlos, por el sonido de su risa o de su llanto.
Cuando uno de los bebés comenzaba a llorar, Sabina, con solo escuchar unos segundos, podía determinar, con bastante precisión, quién de los tres era el que necesitaba atención en ese momento. Incluso presumía que podía identificar las razones del llanto.
Por ejemplo: cuando Sirena lloraba, generalmente era un llanto enérgico, lleno de determinación, lo que indicaba que quería algo y lo quería ¡ahora! Si Jaz estaba incómodo o necesitaba un cambio de pañal, su llanto era más pausado pero nada escandaloso. Y finalmente, Roberto, el más extrovertido de los tres, tenía un llanto que fácilmente se podía convertir en carcajadas; de los tres era el que más les costaba saber que quería.
Estos primeros llantos, después, se definieron en las personalidades de los Chocitos. Unas que tanto Cho como Sabina, habían tomado de las suyas propias, solo que las de sus hijos venían potencializadas al cien, por lo que no solo era una “mini Sabina” o un “mini Cho”, era aún más complicado que eso.
Sirena, la luz de los ojos del abuelo, y la consentida de papá – aunque Cho no lo admitirá. Al ser la mayor de los tres, tenía un carácter fuerte y decidido. En todo quería tomar la iniciativa, e incluso de los tres bebés, ella fue la primera en erguir la cabeza primero, en comenzar a gatear y en dar los primeros pasos para comenzar a caminar.
Pero, Sirena, a pesar de poseer ese carácter, también tenía un lado tierno que derretía a todos, sobre todo, porque se parecía mucho a Sabina cuando era pequeña. Sirena, era muy amable, alegre y sonriente. Le gustaba pasear en los brazos de su abuelo, y jugar con Jo a cosas sencillas. Solía fruncir en ceño cuando se concentraba en algo, y sobre todo, adoraba platicar. Lo hacía con su padre, aunque no se le entendiera aún nada, y Cho, solo le seguía el juego derritiéndose de amor.
Sus ojos, rasgados y de un color negro precioso, solían siempre estar llenos de brillo, y su cabello, lacio como el de su padre, le daba un toque de ternura inigualable, sobre todo, cuando Sabina decidió cortarle un fleco para que enmarcara su rostro. No cabía duda que ella era la princesa del cuento de hadas, y todos, la trataban como tal.
El caro de Eric Jaz, era muy diferente. De los trillizos, él era el más tranquilo y observador. A diferencia de sus dos hermanos, era más reservado, pensante y analítico. Prefería tomarse el tiempo para analizar las cosas antes de actuar. Jaz, como le decían de cariño, siempre estaba callado, escuchando a su hermana hacer sonidos que pronto sería palabras, y a su hermano, que todo el tiempo reía por cualquier situación. Sus padres sabían que, al crecer, sería el mediador entre las dos personalidades de sus hermanos, y que sería el que los haría entrar en razón. Por lo mientras, adoraba que su tía Jo le contara cuentos, que su madre lo arrullara en su regazo y que su padre se sentara con él a ver los videos de Super Simple que ponían en la televisión.
Finalmente, estaba Roberto, el más extrovertido y coqueto de todos. A Sabina y a Cho les recordaba mucho a Jon, su tío, ya que desde pequeño mostró esta personalidad atrevida y aventurera. Roberto fue el primero que habló, su primera palabra fue “no”, para después seguir con “papá”. Incluso la primera palabra de los tres fue esa, papá.
Gracias a la personalidad extrovertida de Roberto, era como el resto de la familia podía identificar a Jaz de Roberto, ya que físicamente eran iguales, y no había nada que los pudiera distinguir a simple vista. Solo los padres lo lograban y a veces, también se confundía. Tal vez, más adelante, cuando fueran niños, podían distinguirlos más fácil.
De este modo, entre atenciones incesantes, risas que llenaban la casa y montañas de pañales, transcurrió el primer año de la familia Carter Cho. Un año que pasó volando, tan fugaz que si no fuera por las fotografías de la Tía Luz, Sabina y Cho habrían tenido dificultades para recordarlo en detalle.
Así, los pequeños Chocitos dieron sus primeros pasos hacia la vida social al unirse a la guardería VIP dirigida por su siempre ocupada tía Jo. Su guardería había tenido tanto éxito que estaba considerando la posibilidad de mudarse a un espacio más amplio para dar cabida a su creciente clientela. Al parecer, las altas esferas de España se estaban llenando de hijos.
En la exclusiva guardería, los Chocitos compartían momentos especiales con su prima Fátima Moríns y con los gemelos recién adoptados por Sila, Lolo y Luciano. Formando así el primer lazo de hermandad con ellos, tal y como Sabina y Sila lo habían hecho cuando eran pequeñas.
Por otro lado, después de un año de dedicación exclusiva a su familia, Sabina decidió regresar al mundo laboral. Abandonó definitivamente su puesto en el zoológico para enfocarse en su propia clínica de rehabilitación, ya que le otorgaba la flexibilidad necesaria para disfrutar más tiempo de su familia.
Ella también retomó su pasión por la natación. Este regreso no solo tenía como objetivo recuperar su estado físico, sino también transmitir a sus hijos la importancia de la actividad física porque eran parte de una familia conformada por atletas de alto rendimiento.
Además, retomó sus clases de natación para que sus hijos le perdieran el miedo al agua y aprendieran a nadar. Lo que era sumamente importante para ella, porque sabía que no todo el tiempo estaría ahí para vigilarlos y evitar que algo les pasara. Sobre todo, porque en la guardería de Jo, había una piscina.
Cho, había tenido un regreso al trabajo mucho antes que su esposa. Sin embargo, había acortado los días de la semana que se quedaba por las noches para poder estar con sus hijos a la hora de dormir y también para ayudar a Sabina y a Julie con lo que debían hacer en la casa.
Los negocios de Cho iban bien, demasiado bien para ser verdad. Sus alianzas con el Conglomerado CanCon le habían ayudado bastante, y la propuesta de ser socio para abrir un restaurante estaba en pláticas; ¿quién iba a pensar que el odontólogo se convertiría en un gran hombre de negocios? Así, con la ayuda de Moríns, de Camilo, de Pablo Estevez y ahora, de Daniel Ruiz de Con. Cho, seguía triunfando y prosperando, dejándole a sus hijos no solo una herencia, sino también, un posible oficio. Había logrado lo que sus padres no, darles el amor y la seguridad que necesitaban.
***
Un año después.
La fiesta de los Chocitos era el acontecimiento que toda la familia esperaba, ya que todos sabían que la abuela Julie no iba a escatimar gastos a la hora de festejarlo, y que sus abuelos, Robert y Jaz, estaban dispuestos a apoyarla.
El evento se llevaría a cabo en el zoológico donde trabajaba Sabina. Había conseguido rentarlo, y hacer una pequeña área infantil para que los niños pudiesen convivir con los animales más pequeños e inocentes. Los chocitos invitarían a sus amigos de la guardería, lo que significaba que las familias más importantes de España estarían presentes, desde los Santander hasta los Gómez Caronte.
La fiesta, sería perfecta. Con tres pasteles diferentes para cada uno de los niños. Luces en los árboles, comida rápida y nutritiva y tres piñatas llenas de dulces. Además de que un mago y un payaso animarían el festejo, y una chica pintaría sus rostros. Sería el evento del siglo, según Julie, aunque en realidad, nada superaba a las bodas que ella y David Canarias le habían hecho a sus hijas.
⏤Julie siempre ha sido así de exagerada ⏤ comentó Eduardo Jaz, mientras ayudaba a Cho a limpiar los vasos que estaban sobre la barra ⏤. Aún no comprendo como es que tres niños necesitan una fiesta de cumpleaños tan grande.
⏤Dime, ¿no te hubiese gustado haberle hecho una fiesta así a Pilar? ⏤ inquirió Cho, con una gran sonrisa.
Jaz se quedó en silencio. Al parecer, Cho le había callado sin opción a que pudiese contestar. Porque claramente le hubiese gustado darle una fiesta así a su hija.
⏤Si me preguntas, no creo que sea una exageración. Es el primer año de sus nietos, los primeros, creo que cualquier abuelo tiraría la casa por la ventana, ¿no crees?
⏤Sobre todo porque tú, querido Cho, te conseguiste a LOS ABUELOS. Así que no hay más que decir.
⏤Mis niños tienen a los mejores abuelos, incluyéndote a ti.
⏤Julie les regala una fiesta en un zoológico, yo les regalaré sus primeros triciclos ⏤ contestó Jaz.
⏤Muy buen regalo, yo no tuve triciclo ⏤ respondió su hijo adoptivo.
Ambos siguieron limpiando los vasos, en silencio, concentrados y apresurándose. La fiesta de los chocitos era al día siguiente y su padre tenía que dejar todo listo para que no fuese molestado. El bar, estaba a unas horas por abrir, y parecía que el trabajo no se acababa.
Entre el movimiento de las sillas y mesas, las pruebas del sonido y los meseros acomodando las botellas de la barra. Una voz se destacó entre todas, llamado el nombre del dueño.
⏤¡Ey, Cho!, te buscan en la entrada. ⏤ Para después, acercarse al hombre que seguía acomodando la cristalería.
⏤Pídele que pase. No tengo tiempo para salir y recibir gente. Si es uno de los proveedores, dile que pase por la puerta de atrás y que Pilar lo atenderá ⏤ respondió con firmeza.
⏤No, dice que no quiere pasar. Y tampoco creo que sea uno de tus proveedores. ⏤ Insistió el muchacho.
Cho alzó la vista y vio a su trabajador. ⏤Pues, ¿quién es?
⏤Me dijo que era tu madre. ⏤ Tan solo pronunció esa frase, Cho abrió los ojos, sorprendido y uno de los vasos cayó al suelo sin que él pudiese evitarlo.
⏤¿Estás bien? ⏤ Escuchó la voz de Jaz, quien se puso de pie de inmediato.
Cho asintió con la cabeza, pero después, notó que su mano estaba manchada de sangre. ⏤¿Cho, te duele? ⏤ preguntó el trabajador.
⏤¿Cómo que mi madre? ⏤ inquirió él, sin prestar atención a lo que le decían.
⏤Tu mano, muchacho… ⏤ habló Jaz, y enseguida la envolvió con una servilleta de tela.
Al apretar, Cho sintió el dolor, pero aun así, no salió de su trance. Su madre, a la que no veía hace más de ocho años, ahora se encontraba fuera de su bar y millones de preguntas rondaban por su pregunta; la que más sonaba era ¿por qué?
⏤¿Le digo que entre? ⏤ preguntó el chico, al ver que Cho no le daba respuesta.
⏤No, yo salgo. Encárgate de esto y limpia la sangre ⏤ ordenó.
⏤Pero, ¿tu mano? ⏤ Insistió Jaz.
⏤Mi mano está bien, solo… continúen.
Así, Cho salió de detrás de la barra, y caminó hacia la entrada. Antes de abrir la puerta e ir a la calle, tomó un respiro profundo y se tranquilizó. No sabía qué pasaría, ni como reaccionaría, solo sentía una profunda curiosidad por saber cuál era el motivo de su inesperada visita.
Adrián abrió la puerta, y sus ojos comenzaron a buscar su madre. A lo lejos, recargada sobre un árbol, vio a una mujer bajita, de cabello recogido y ropas grises, al igual que su cabello. Cho se sorprendió al ver esa imagen. Al parecer el exilio y las huidas la habían envejecido, y ya no poco quedaba de la flamante abogada que solía ser.
La madre, al verlo de lejos, se irguió enseguida, y se mordió los labios para evitar llorar. Ahí, estaba su hijo, viéndose mejor que nunca y con un semblante muy diferente al del joven de veinte años que había abonando a su suerte. Si no fuese porque sabía que iba a salir, no lo hubiese reconocido en la calle.
Por un momento se vieron fijamente, como si se estuviesen reconociendo, después, ella dio varios pasos hacia el frente, y llegó ante la figura imponente de su hijo; sonrío levemente, pero Adrián no le respondió igual.
⏤Hola, hijo ⏤ murmuró.
Adrián negó. ⏤ Yo no soy su hijo, no he sido desde hace más de cinco años. ¿Qué es lo que deseas?
⏤Hablar contigo… ⏤ respondió su madre.
Mucho había cambiado su voz, y ese tono autoritario que utilizaba antes con él. Adrián volvió a negar. ⏤ No, yo no quiero hablar contigo. Mira, tengo muchas cosas que hacer y ya no tengo tiempo. Tengo que irme a mi casa.
⏤Sí, me enteré de que ya eres padre con Sa… Sabina ⏤ Pronunció con dificultad o más bien, con vergüenza ⏤. Supe sobre tu boda en la parte de sociales del periódico. Felicidades.
⏤Gracias. Ahora, si es todo, me tengo que ir… mis hijos me esperan ⏤ comentó Cho.
⏤¿Eres padre? ⏤ habló, en tono de sorpresa.
⏤Sí, soy padre.
⏤Soy abuela. ⏤ Continúo, en el mismo tono.
⏤No, no eres abuela ⏤ dijo contundente Cho. Incluso, ya comenzaba a molestarse. No entendía la razón de este encuentro y sospechaba que su madre venía a pedirle algo; así que se adelantó ⏤ Qué es lo que quieres?
⏤Hablar contigo.
⏤¿Sobre qué? ⏤ Insistió.
⏤Tengo algo importante que decirte.
⏤Y yo no lo deseo escuchar, así que te pido que te vayas y ya no regreses, ¿vale? No te necesito en mi vida y no quiero que ahora llegues a arruinar todo lo que he construido.
⏤Es que de verdad es importante. Necesito decírtelo antes de que sea demasiado tarde.
⏤¿Por qué?, ¿por qué te estás muriendo y quieres remendar todo para irte en paz? ⏤ dijo con crueldad, y en ese instante, Cho no se reconoció.
⏤No, yo no me estoy muriendo. El que se muere es tu padre ⏤ pronunció.
Cho negó con la cabeza ⏤¿Mi padre?, ¿eso vienes a decirme?, que el hombre que involucró en un fraude, arruinó mi vida y casi me mete a la cárcel, está muriendo, ¿ese padre? Madre, ¿qué te hace pensar que eso me interesa?, me da igual. Ahora, si me disculpas, me voy; tengo muchas que hacer.
Cho se dio la vuelta, caminó hacia la puerta de su bar y, cuando estaba a punto de abrirla, la voz de su madre le detuvo ⏤No hablo de Hyo, hablo de tu padre.
De inmediato, Cho volteó a verla y ella tenía en sus manos la foto de un hombre que, a simple vista, era parecido a él. Con el mismo rostro, altura e incluso, los hoyuelos que se le hacían en las mejillas.
⏤¿Es broma, verdad? ⏤ inquirió Cho ⏤. Si es broma, es una muy pesada mamá. Tú me dijiste que mi padre se quitó la vida.
⏤Mentí ⏤ contestó rápidamente ⏤. Te mentí, pero, ya no quiero hacerlo. Tu padre está vivo Cho. Tu padre jamás se quitó la vida, ni pretendía abandonarte. Él vive, y si hablas conmigo te lo puedo comprobar ⏤ finalizó. Dejando a Adrián sin palabras.
De verdad que la maldad de estos padres no dejan de sorprenderme