Mi vida, aunque no lo crean, es bastante normal, porque no siempre paso las 24 horas buscando a quién abordar; eso se hace en una noche y termina al amanecer. Lo digo porque en realidad llevo una vida bastante ocupada, llena de obligaciones, cosas por hacer y uno que otro pasatiempo que me gusta realizar en mi tiempo libre. 

«¿Qué pensaron?, que todo era fiesta, tras fiesta, no, no, no, no hay cuerpo que dure cien años ni fiestas que lo aguanten.» 

En realidad, soy una persona bastante solitaria, me gusta pasear solo por la ciudad, estar en mi piso y hacer la mayoría de mis acciones de la misma manera. Que me gusten las mujeres, no es que siempre esté entre las sábanas con ellas. Si no al contrario, creo que las únicas mujeres que me rodean en mi día a día son prácticamente mujeres con las que jamás me acostaría. Como Lula, mi enfermera favorita. Julia, la chica de la lavandería que siempre va a dejarme las batas del hospital, recién lavadas y planchadas, a mi piso. Janet, la señora de la limpieza que viene dos veces a la semana solo para hacer las cosas que yo no quiero hacer y Soledad, la señora de 60 años que me atiende en el pequeño supermercado que está a unas cuadras de mi casa, no más. 

También podría hablar de Lucía, la chica de la cafetería en el recinto del hospital, que ya sabe cuál es mi comida favorita. De mis vecinas, la señora Mons y la señora Ramírez, junto con la guapa Marta, su nieta, la única que ha hecho que rompa las reglas cuatro y ocho. Y no fue porque me haya enamorado de ella, sino que consiguió que fuera el doctor particular de su abuela a cambio de que me salvara de las visitas inesperadas de Alexandra, me despertara a las seis de la mañana para salir a correr y me avisara cuando mi hermana estuviera en mi piso.

«Así es, tengo una hermana ¿qué pensaron que no tenía familia?» 

En fin, una persona como yo siempre sabe dónde “Sí” y dónde “No”, lo que se traduce a que soy selectivo con las mujeres a la hora de entrar en acción. Sé que suena horrible y que posiblemente en este momento quieran abandonar este relato, pero es verdad, hay mujeres que no son para un donjuán y juro que pudo explicarlo. Las que no, son mujeres que te costará más trabajo convencerlas porque no buscan un polvo, sino una luna de miel y casa en los suburbios de Madrid. Son las que te ven y se impactan con tu físico, pero a la hora de tratar de hablar con ellas mencionan las frases:“anduve con mi novio cinco años y jamás se comprometió” o, mi favorita “busco un hombre que lleve el desayuno a la cama”, por lo que ahí no es, no hay que perder el tiempo, no eres para ella. 

También depende de la situación, la locación y las circunstancias. Por ejemplo, Lucía la chica que trabaja en la cafetería es un gran “no”. Es guapa, le atraigo y no voy a negar, no está nada mal, solo que la veo diario, ella sabe cómo me gusta la comida, mi profesión, mi nombre competo y sabe dónde trabajo. Si me meto ahí es un foco rojo, porque pensará que cada visita a la cafetería es una visita de amor o intento para verla, cuando en realidad yo solo quiero comer. No hay que darles ilusiones. Recuerda eres el hombre que ningún padre quiere para su hija.  

En pocas palabras, si quiero buscar a una mujer lo hago en bares, clubs, donde van a divertirse y a pasarla bien. Son un donjuán, busco amores rápidos que me traigan buenas anécdotas, que no me cuesten y que pueda olvidar al siguiente día. Soy ese hombre soñado por algunas, deseado por otras, el divertido, el que te hará sentir como la más bella del mundo, ese que te ayuda a vengarte por una sola noche de tu novio o el consuelo de un rompimiento. A veces, cambio mi nombre, por razones de seguridad, y soy el apuesto joven que le hizo el amor a la señora que ya no se sentía deseada por su marido. El que le dice al oído que es la mujer más guapa y refinarla para, animarla un poco antes de que caiga en el olvido por esa asistente que ya se echa a su esposo. No soy David Canarias Lafuente el hombre que las llevará al altar, soy una ilusión, un polvo, una anécdota y una aventura; ese es mi papel. 

Sin embargo, esa ilusión tiene horarios e incluso días, porque el resto del tiempo soy el pediatra que trabaja arduamente en el hospital, estudia para terminar su maestría y es hijo de familia, una que para mí, buena o mala suerte es una de las más conocidas de España y tiene una reputación, hablo de los Canarias Lafuente. 

Mi padre, David Canarias Donato, se presume es uno de los hombres más importantes y ricos del país. Es presidente del Conglomerado CanCon, posee una reputación intachable y lleva un apellido que cuando lo pronuncias te abre puertas, además de que ha sido varias veces el empresario del año y salido en esas revistas de gente rica e inteligente, presumiendo que es rico e inteligente. Su mayor logro, haber rescatado de la bancarrota la empresa cuando solo tenía la tierna edad de veintidós años y seguir vigente a pesar del tiempo. 

Mi madre, Fátima Lafuente, una bella, inteligente y tierna mujer de piel morena y ojos grises, es su esposa. Ella viene de una de las familias más antiguas de España y del ámbito hotelero en Madrid. Su padre sobrevivió todas las depresiones financieras habidas y por haber y hasta dictaduras que dejaron a muchos en la ruina. Era un hombre que sabía lo que hacía y por eso caso a su hija menor con su socio y ahí quedó esta alianza indestructible entre los dos. 

Quiero aclarar que mi madre no tiene la culpa de que yo sea así, porque en realidad no soy un Lafuente. Soy David, un pobre chico cuya madre murió quitándose la vida en el mar y que abandonó a su suerte. Se podría decir que soy prácticamente un encargo, una piedra pesada, un recordatorio de que mi padre yo nos quedamos solos y abandonados y que él aún no lo puede superarlo. Mi madre fue la primera esposa de David Canarias, y por una razón desconocida, ella, se quitó la vida. Lo que me hizo quedarme solo con mi padre hasta que Fátima se casó con él, me dio su apellido, y así es como quedé oficialmente en la familia. 

Les pido que no me tomen a mal, yo amo a mi madre, Fátima siempre me ha dado mi lugar y me ha cuidado y amado desde que me conoció. Solo que mi padre se encarga constantemente en recordarme lo doloroso que es ser hijo de «Ella». Mi padre no puede verme a los ojos, porque le recuerdo a mi madre y ese es un fantasma que nos ha separado y hundido por años, al grado de que siento que mi padre no me quiere. Por lo que siempre estoy en una constante lucha por probar que puedo cargar con todo esto, la reputación de ser su hijo y la desdicha de ser el hijo de ella. 

Al contrario de mi historia, está la de mi hermana, Ainhoa Canarias Lafuente, hija biológica de los dos y la que heredó todos los preciosos rasgos de ambos además de su sangre y el nombre de la madre de mi padre, que él adoraba con locura. Ainhoa y yo nos queremos, es mi hermana menor y la adoro. Es a la que más quiero y le hago caso. Ella es una de las intermediarias con mi padre, la que calma las situaciones y sobre todo, la que me cubre cuando llego tarde a los eventos donde toda la familia debe de asistir, como ese que mi madre me rogó que no olvidara y al que por situaciones del trabajo, llegué tarde. 

—¡Dónde estabas!— me reclama mi hermana al verme entrar— literal, papá preguntó 23 veces por ti antes de su discurso. 

—Lo hubiera redondeado a 25— le respondo y ella se ríe, para luego darme un beso sobre la mejilla. 

Volteo a ver hacia el escenario y veo a mi padre hablando, mientras su socio y mejor amigo de toda la vida, Tristán Ruíz de Con, está a su lado. Escucho algo de oficinas en Estados Unidos, expansión a América y volteo a ver a mi hermana que parece muy entretenida en su móvil. 

—¿Chiki? — pregunto, al ver uno de sus mensajes. 

—Shhhh, no te metas en mis asuntos, estoy hablando con Manuel— me reclama y da dos pasos al lado para alejarse de mí. 

Ainhoa, por ejemplo, no es una chica para un hombre como yo y el chico con el que anda lo sabe. Manuel Ruiz de Con, el único hijo de Tristán es su novio desde que tienen como quince años y se conocen desde los ocho. Su unión es la más esperada por nuestros padres. Cuando se casen serán el cierre perfecto para una familia ideal, todo lo que se puede esperar entre los hijos cuyos padres son dueños de todo Ibiza, el lugar de donde originalmente somos. 

Los aplausos se desatan de inmediato y veo que mi padre ha terminado su discurso. Ainhoa voltea y arregla mi saco y me sonríe— está molesto. 

—Qué raro— pronuncio y le sonrío. 

—Pórtate bien hermano, de verdad… 

—Si él lo hace, lo haré…

Veo a lo lejos que mi madre se acerca junto con Ximena Caballero, su única amiga y la esposa de Tristán, una mujer con un acento tan mexicano que jamás se hará como el español y tan guapa que, si Tristán y ella no estuviesen tan enamorados, juro que hubiese hecho un intento. 

—¡Hijo!, llegaste— me dice mi madre para luego abrazarme— hueles bien. 

—Como me gusta…— respondo y le doy un beso sobre la mejilla y un abrazo. 

—Tu padre te quiere presentar a alguien— murmura y yo suspiro. 

Me alejo de ella y volteo a Ximena— señora Ximena. 

—Ya te dije que me digas Mena— responde—¿cómo estás, David?, cada vez que te veo estás más grande y guapo. Tu madre me dijo que estás a punto de terminar una maestría. 

—Así es, solo unos meses y esto se termina.

—Me alegra, David. Eres un buen chico. 

—Me da gusto ver la señora Ximena—entonces como si todo estuviese predestinado volteo hacia el frente y veo la mirada de mi padre y sé que debo ir hacia allá—discúlpenme. 

Mi madre me toma del brazo y hace que la vea a los ojos — pórtate bien… 

—Siempre… 

Camino hacia allá, moviéndome entre la gente y al llegar al círculo donde él se encuentra con otras dos personas, me toma del brazo y me pone a su lado— señores Gómez, él es mi hijo, David. 

—Buenas tardes— respondo y al ver a Tristán le saludo con un gesto. 

—Ellos son los Gómez, próximos socios del conglomerado y ella es su hija Candela Gómez. 

Volteo a ver a la joven y observo su largo cabello castaño, sus ojos almendrados color miel y su sonrisa pícara— encantada— saluda. 

—Igual.— Respondo. 

«Ese es un gran “no”, que me dolerá demasiado». 

—Tu padre nos contó que aplicarás a Médicos Sin Fronteras para irte a Latinoamérica o a otro lado… ¿Por qué?, ¿no es mejor tener tu propio hospital?— pregunta el Señor. 

—Bueno, me gusta ayudar a las personas, yo solo ya hago cosas altruistas en mi comunidad y el hospital suena tentador, pero, aún no es lo que deseo por ahora. 

—Y, ¿qué es lo que deseas?— me pregunta Candela, jugando con un mechón de su cabello. 

«No se preocupen, me pasa muy seguido que hagan eso mientras mi padre está presente, sé qué hacer.»

—Lo que una persona de mi edad quiere… — volteo a ver a mi padre— es ser digno de llevar su apellido.

«También sé qué contestar en estos casos.»

—¡Qué hijo tienes Canarias!, ¡qué orgullo!— exclama el señor Gómez, para luego alejarse de ahí junto con Tristán. 

Mi padre y yo nos quedamos solos. Él me va a los ojos y suspira— a veces me gustaría creerte David, de que eso es lo que deseas. Sin embargo, llegas tarde al evento, no te interesa la empresa y prácticamente te desapareces por meses… angustias a tu madre y me quedas mal. 

—Lo siento, papá. Yo no tengo el personal que tienes para que te hagan las cosas, yo tengo que hacer lo mío y a mis tiempos. 

—¿Tus cosas?, ¿cómo qué?, ¿ir de fiesta en fiesta?, no es algo por hacer. Pasear por Madrid conquistando mujeres, no es algo que hacer.

—¿Eso crees que hacía?, entonces, no te interesa que hoy por la mañana le salvara la vida a un niño que atropellaron, mientras tú escogías que traje Hugo Boss te pondrías. O la niña que entró con 39 de temperatura a punto de las convulsiones mientras tú y mamá comían el brunch con Tristán y Ximena y lo peor, del bebé que falleció de cáncer y donde yo tuve que dar la hora de deceso, mientras pensabas que carro ibas a traer al evento, ¿esas cosas sin importancia? 

Mi padre se queda en silencio par aqueo suspirar —David… no… 

—Papá, ¿cómo quieres que me interese en lo que tú quieres si ni siquiera me consideras alguien valioso para que lo haga?, ¿si ni siquiera te interesas por lo que hago? Piensas que lo que hago es un juego para pasar el rato o sin importancia, que tantos años de estudio los hice para gastar tu dinero, o ya sé, como mi madre llevaba esta profesión piensas que no sirve para nada. 

—David… 

—Me ves reflejado en ella y te arrepientes profundamente de haberte enamorado. 

—David, basta… — me dice entre dientes. 

—Dilo papá, di que en verdad no te importa nada de lo que hago porque en realidad soy hijo de ella, y no lo puedes soportar. Porque si ella me abandonó, ¿por qué tendrías que preocuparte por mí? Que si me has dado estudios, casa, comida y ropa, fue para que nadie hablara mal del magnánimo David Canarias, que a pesar del dolor y del abandono de su mujer, se tragó su orgullo y llevó su papel de padre soltero para educar al niño que ahora presume en sus fiestas de la compañía. 

Mi padre me da un bofetón en la mejilla, tan fuerte que el golpe resuena por el lugar. Todos voltean a vernos y él baja la mano al lado, veo cómo la cierra en puño y la aprieta absorbiendo la vergüenza y el coraje. 

Mi madre se acerca de inmediato y acaricia mi mejilla— Hijo— pronuncia, para voltear a ver a mi padre — pídele perdón. David Canarias, pídelo perdón— le dice entre dientes. 

Beso, la mano de mi madre y le sonrío —vamos a desayunar mañana, ¿quieres? — le pregunto y ella siente con los ojos llenos de lágrimas— no llores, estoy bien… por ti siempre estoy bien. 

Veo a mi padre y le saludo— gracias por la velada. 

Para después alejarme de ellos e ir hacia mi hermana que simplemente me sonríe— traté de portarme bien— le murmuro— te amo. 

—Te amo, hermano— pronuncia y solo cuando Ainhoa me dice así, siento que en verdad pertenezco a esta familia. 

Entonces salgo del hotel, con una mejilla más roja que la otra y con un sabor amargo en la boca que, sé, unos cuantos tragos me la quitarán. Saco mi móvil de la bolsa de mi pantalón para llamarle a Ulises cuando de pronto una voz me llama. 

—¿David Canarias? — pronuncia y volteo a ver a mi derecha para encontrarme a Candela Gómez cerca del elevador. 

Me acerco a ella y le sonrío— dígame, señorita Gómez. 

—Hay una reputación que me gustaría comprobar… — habla directa. 

«Y, así es como un “no”, se convierte en un “sí”. No siempre tengo que ser yo quien inicie el juego.»

—Lo siento, ya voy de salida… 

—Y, si te digo que renté la suite del hotel…¿Entrabas? 

Me río al escuchar lo que dijo porque, esta es una invitación abierta, pero Candela rompe con varias de mis reglas y el humor en el que me ha cogido me hace pensar que es lo correcto, pero la forma en que nos conocimos, me dice que es un “no”, y menos cuando es la hija del socio de mi papá. 

—Lo siento, Candela… no. 

Ella se ríe y luego me avienta la tarjeta de la puerta de la suite al rostro— y te dicen casanova, ¡qué reputación! 

Y aquí está la otra parte de esta vida que llevo, la reputación, una que me he ganado a pulso y que hora, debo mantener, así como mantengo esa fachada de relación feliz, con mi padre.

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