Orgasmos. Me encantan los orgasmos y puedo presumir que soy un hombre que ayuda a una mujer a llegar al clímax, y digo ayudar porque esto es un acto de cooperación, no de imposición. Seamos sinceros, una mujer puede tenerlo sola, así que, ¿por qué no disfrutar la experiencia? Eso sí, siempre todo consensuado. 

El orgasmo no depende de qué tan fuerte o qué tan rápido lo hagas, es cuestión de sentidos, el saber tocar, besar y escuchar a la persona que está contigo. Si te dice ahí, es ahí, si te dice que no, es no, no se debe ser egoísta. 

Puedo decir que en mi vida he experimentado todo tipo de orgasmos y digo creo porque sé que no los he visto todos. He visto, sentido y escuchado desde los gritones dónde después de un tiempo se le besa para que no te deje sordo. Los callados que se sienten en la piel y se ven en el rostro. Los que gritan groserías, los que te empujan para que ellas lo disfruten solas y, mis menos favoritos, cuando te muerden el hombro o te arañan la espalda. 

Es muy halagador ver a una mujer llegando al clímax y, créeme, el ego se va hasta el cielo, ya que pocos lo logran; incluso podría ser algo para presumir a mis colegas. Sin embargo, prefiero guardarme esas imágenes para mí solo, para mi estudio personal, para esas noches donde en lugar de recordar sus nombres, recuerdo lo que las hice sentir; es mucho mejor. 

Así que aquí estoy otra vez, besando otros labios y acariciando otra piel empapada en sudor mientras me monta desesperadamente, encaja sus uñas postizas sobre mi pecho y grita el nombre de “Tadeo”, el nombre de hoy, cuya profesión es un maestro de yoga y experto en ángeles que dentro de unos días se va a un retiro espiritual y ella, es mi última noche de sexo, ya que irá a hacerse una limpieza del alma. 

―¡Dime que me amas Tadeo!, ¡Dímelo! ― insiste. 

―Te amo… ― respondo, al sentir ese palpitar dentro de mí que me indica que está a punto de llegar a ese clímax tan esperado. 

―¡Sí!, ¡Sí!, ¡Siiiiiii, Tadeo! ― grita para luego cerrar levemente las piernas y jalar su cabello largo y rizado que cae sobre sus pechos duros. 

Yo, me vengo con ella, lo hago disfrutando del placer mismo y sintiendo cómo corre por mi espina dorsal y mi piel se eriza en reacción a lo que está pasando. Después, ella cae sobre mi cuerpo y comienza a besarme en los labios sin dejarme respirar. 

―¡Eh guapa!, tranquila… ― le pido, tratando de tomar aire. 

Ella se recuesta al lado y agitada, sigue tocando su parte íntima con los dedos, mientras con la otra mano, pellizca su pecho. Me volteo para besarla, mientras ella se toca una vez más, hasta que un nuevo orgasmo llega y sus caderas se alzan levemente hacia arriba. 

―¡Dios!, Tadeo, en verdad no puedo creer que te vayas a ir a un retiro de tres meses sin sexo… ― me dice agitada. 

«Suena patético, lo sé, pero esta es la tercera vez que me funciona. Una vez en Ibiza, otra en Málaga y ahora en Madrid.»

―Sí, es algo que necesito hacer por mí mismo… es parte de mi crecimiento espiritual para ser mejor hombre. 

―Te admiro, de verdad, te admiro… ¿sabes?, creo que yo también podría irme de retiro contigo… tal vez, ¿hacerlo juntos? 

―Me encantaría, pero, no creo que las montañas de Saramago sean ideales para una persona como tú, tan bella, tan increíble… además, creo que esta noche llegaste al Nirvana, ¿no es cierto? ― le comento y ella se sonroja ― no necesitas retiro. 

«Sí, también inventé las montañas, les puse el apellido del autor que estoy leyendo en este momento.»

―Sabes, jamás había llegado a un orgasmo con un hombre eres mi primero, eso indica esta espiritualidad que emana en ti. 

―También es mi primera vez sintiendo esto contigo. 

«Obviamente no…»

La chica voltea y me ve a los ojos ― tal vez, Tadeo, tú y yo tengamos algo tan espiritual que nos une, qué te parece si después de las montañas de Saramago, ¿me buscas? 

«No, no será el caso, porque Tadeo morirá en esas montañas; en una avalancha.»

―Me encantaría, cariño… pero ahora, debo irme. 

Así, me pongo de pie y voy al baño para quitarme el preservativo, tirarlo a la basura, echarme agua sobre el rostro y regresar a la habitación donde ella tiene mis bóxers en sus manos.―¿buscas esto? ― pregunta coqueta. 

―Lo hago… ― y me acerco a ella para quitárselos, cuando siento cómo me jala hacia su boca y me da un beso que me sabe a frambuesa. 

Como puedo, le quito los bóxers y me alejo de ella para comenzar a vestirme. ―¿Seguro que te tienes que ir?, ¿no puedes quedarte un poco más? 

―Lo siento… pero debo partir ahora que mis chakras están alineados a la perfección… quiero agradecerte por esto. 

La chica sonríe y luego se cubre con la sábana mientras yo me visto apresurado. Aún traigo la ropa de la fiesta en la que debería estar y de la cual me salí por problemas con mi padre. Lo que hice, fue ir directo a un bar, tomar una cerveza mientras veía el partido, cuando ella se me acercó con un tatuaje de la flor de loto y el resto es historia. 

―Ven… ― me dice mientras saca de su cajón un lápiz labial y se pinta los labios para luego darme un beso sobre la camisa. ― Para que me recuerdes. 

«Créeme, ni arruinando mi camisa podré recordarte.»

―No lo necesito… te recordaré mientras esté en lo alto de la montaña ― respondo. 

Así, tomo el saco y salgo de la habitación para salir de ahí e irme a mi casa. Tan solo doy unos pasos en la sala, veo a una de sus compañeras y cuando nuestras miradas se encuentran ella abre los ojos. 

―¿Saúl? ¿qué haces aquí? 

«Mierda.»

―¿Disculpa? ― pregunto mientras camino hacia la puerta lo más rápido que puedo.

―Eres Saúl, ¿no?, el piloto… 

―No, no lo soy… ―respondo y sin más abro la puerta para salir al pasillo. 

―¡Claro que eres Saúl!, ¡dijiste que me llamarías! 

Sin voltear para atrás, camino por el corredor hacia la salida de emergencia y corro escaleras abajo para librarme una vez más de una situación incómoda. Al parecer, Madrid se ha vuelto más pequeño y ahora mis conquistas viven en el mismo piso. 

―¡Saúl! ― escucho un grito en el nivel arriba del mío y momentos después veo como un chorro de agua cae sobre mí empapándome por completo. 

―¡Qué demonios! ― grito, aunque admito que me lo merezco. 

―¡Eres un imbécil!, ¡un idiota!, un… 

Pero ya no escucho nada, simplemente sigo bajando las escaleras hasta llegar al recibidor y salir de ahí. Si soy honesto, he escapado de muchas, así que una cubeta con agua no es nada para mí… solo espero que en verdad sea agua. Estos son gajes del oficio y hasta ahora, he salido bien parado. 

Sin embargo, no puedo dejar de pensar qué tal vez hice mal en ir a ese bar y estar con esta chica. Todo con tal de olvidar lo que había pasado con mi padre en aquella fiesta. Había sido mi desahogo, mi escape y ahora me sentía mejor pero, no por mucho tiempo. Este es el momento donde el placer se desvanece y entra “eso”, que sabes que se irá pero que antes será un ataque de ansiedad que sacará lo que no se pudo en otro momento, por lo que me urge llegar a casa, meterme a la ducha y dejar que todo fluya. 

Tan solo llego a mi edificio, las puertas del elevador se abren y veo a Marta con un sobre en las manos y con ese rostro que sé significa algo.―David…― me dice. 

―Marta ― pronuncio. 

―¿Qué demonios te pasó? 

―Un evento desafortunado… ― respondo, sin más detalles. 

―¿Caíste a una piscina?, ¿a una fuente? 

―Caí en el piso equivocado… ― respondo ― ahora, si me disculpas, voy a mi piso. 

―No subas… tu amiga está ahí. 

―¿Mierda?, ¿Alexandra?, ¿qué hace aquí?― hablo de mal humor, porque yo solo quería llegar a ducharme. 

―Llegó hace horas atrás, creo que debes cambiar tu cerradura. 

―Supongo que sería peor…― respondo, tratando de animarme. 

Marta me da el sobre, le doy una media sonrisa y lo abro, enseguida, son los análisis de su abuela, unos que le pidieron para su tratamiento, pero, siempre viene a mí antes para que le prepare por si hay malas noticias. Veo los análisis de la señora Ramírez y comienzo a analizarlos. Además del placer físico, este es uno de mis placeres favoritos, el ayudar a los demás, sentirme útil y ejercer mi carrera. Sin no la tuviera, estuviera perdido. 

―Tu abuela salió bien de todo, pero necesitará un ultrasonido abdominal ― le indico. 

―Mierda… Y, ¿eso cuánto sale? ―me pregunta frustrada. 

Volteo a verla y le sonrío ― te vale que saques a Alexandra de mi piso y que llegues mañana a las seis de la mañana al hospital. No estoy de turno, pero iré, así que entras directo conmigo y le pido a Gus que lo haga… me debe una, le presenté a una rubia la otra vez y… 

―Me encantaría escuchar tus historias de bares, pero… tengo cosas que hacer. 

Sonrío. La verdad es que lo que Marta no sabe es que le pedí a mi madre que el conglomerado pague el tratamiento de su abuela ya que, no tienen dinero. Ella, no lo sabe, y me aseguraré que nunca lo haga, así que siempre le digo que me deben favores mis colegas por presentarles chicas… y así no me pregunta más. 

―Gracias, David. 

―De nada… ahora, ¿Misión rescate? ― le pido y ella sonríe. 

―Sabes David, no siempre voy a estar aquí para rescatarte de tus plagas… tal vez deberías fumigar un poco― comenta. 

Veo hacia mi piso y al notar la luz prendida, suspiro. ― Si tan solo pudiera deshacerme de ellas. 

Marta me da una palmada sobre el hombro― ya encontrarás la forma… ahora si me permites, iré… ya sabes qué hacer… 

Marta entra al edificio dejándome solo una vez más. Mientras veo las luces de mi piso, no puedo dejar de pensar en los placeres de la vida, esos que a mí me mantienen de pie y vivo. Como, por ejemplo, observar los amaneceres en el hospital, ver a personas hablar a lo lejos e inventarles conversaciones, ese momento de silencio que se hace temprano por la mañana o muy tarde por la noche, los boleros de Gardel que escucha mi vecina en mis días de descanso, el olor a café y ver a Marta sacar a Alexandra del piso.

Buscar el placer, causar placer, encontrar en el placer una medicina para la soledad. Llegar a tu piso tan exhausto de este que no te dé tiempo de pensar que, en realidad, no sentiste nada y que solo fue un escape para evitar pensar en que la relación con tu padre empeora cada día más y que, cuando llegas a tu piso, solo eres un hombre solitario, no Tadeo el maestro de yoga, o Saúl, el piloto… eres David Canarias, el pediatra que busca a la mujer correcta en los lugares equivocados. 

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