He estado con muchas mujeres en mi vida, con muchas, de todo tipo de carácter, forma de cuerpo, altura y color de piel. Todas hermosas a su manera, todas con una historia detrás y estoy seguro que muy buenas candidatas para ser almas gemelas de corazones solitarios esperando por ellas. Con todas he disfrutado estar, no hay una de la que me pueda quejar y, no debería, pero, debo admitir que las señoras como la Almudena Hertz, son a las que más disfruto. 

Almudena Hertz no es la primera mujer mayor con la que he yacido, si no como la quinta o sexta en toda mi vida. Incluso, como yo ya les había contado, perdí mi virginidad con alguien mayor que yo, por lo que sé lo que se siente estar con una. Sin embargo, la señora Hertz tiene un plus, ella, además de ser mayor es una mujer que y sabe lo que quiere, lo que le gusta y lo que quiere conseguir en el momento de estar con alguien; además de que necesita a alguien que pueda dárselo rápido porque el tiempo está en su contra. 

Por lo que ahora, que me encuentro subiendo las escaleras hacia su habitación, puedo sentir las ansias y las prisas en la manera que camina y me jala para que ambos podamos llegar a la cama y comenzar a besarnos. Ella, con sus manos inquietas, trata de quitarme la ropa en medio del pasillo que da hacia su habitación pero, yo me niego pícaramente; siempre me gusta tener cerca de mí la ropa que llevo puesta, sobre todo en una casa así. 

Entonces ambos entramos a su habitación. Ella cierra la puerta y tan solo se voltea desesperadamente va hacia mí para comenzar a besarme y, ahora sí, a desnudarme. Almudena Hertz no pierde el tiempo, tan solo logra quitarme la camiseta, ella se baja el vestido mostrándome su perfecto y estilizado cuerpo y esa diminuta braga de encaje que apenas cubre su intimidad. Vuele a acercarse a mí y me besa, deslizando su mano adentro de mi bóxer y tocándome. 

⎯Así me gusta, firme ⎯ me comenta sobre mis labios, para después bajar el bóxer y terminar de verme ⎯ entonces, los rumores eran ciertos. 

⎯¿Rumores? ⎯ pregunto simpático, sonriéndole con picardía. 

Ella me empuja hacia la cama y, a caer mi cuerpo sobre el colchón, ella se quita la braga y me la avienta hacia la cara ⎯ alguien más me comentó que eras un diez de diez, y me alegra que hayas pasado justo en este momento por mi casa. 

⎯Me alegra haberle ayudado con sus cajas ⎯ respondo. 

Almudena Hertz, se sube a la cama y luego me monta de inmediato y comienza a jugar conmigo. Lo hace de una manera experta, tocando donde se debe tocar y acariciando en esas partes que enloquecen a los hombres. Puedo sentir como todo el placer sube por mi cuerpo provocando que cierre los ojos y coja los almohadones de plumas de ganso con mis puños cerrados. 

Otra de las ventajas de acostarse con mujeres como Almudena Hertz, es que, al saber lo que quieren, te dejan disfrutar más, mucho más y prácticamente ellas provocan su propio placer mientras, tú, te dejas llevar por la vista. 

⎯Firme y grande… todo lo que he pedido por tanto tiempo, me murmura. 

Sin que ella lo espere, la tomo de la cintura y la jalo hacia mí. Ella me monta y hace que entre ella haciendo que los dos gimamos de placer. Las puertas del balcón de su habitación están abiertas, y el viento que proviene del mar, refresca nuestros cuerpos sudorosos. No sé si los gemidos de ella se escuchan hasta el mar pero, yo los estoy disfrutando. 

⎯¡Ahí!, ¡ahí!, ¡ahí! ⎯ grita con una fuerza cuando el primer orgasmo llega y sus uñas largas y postizas se entierran en mi pecho- sé que más tarde sentiré el ardor. Si hubiera estado en un piso de Madrid siete vecinos ya nos hubiesen escuchado, pero aquí, no importa. Ella abre los ojos y viéndome a los ojos me dice ⎯ fóllame, fóllame como nunca lo has hecho en tu vida. 

Supongo que ya no puedo negarme a nada… ¿o sí ? 

Así, la tomó de la cintura, la pongo boca abajo sobre la cama, y aprovecho para ponerme de pie a la orilla de la cama y jalarla hacía mi. Cuando ella se acomoda como quiero, con su trasero cerca de mi cuerpo y sus manos cogiendo la almohada, entro en ella provocando un gemido que hace que mi piel se erice en un solo acto y que me haga cerrar los ojos para disfrutarlo. 

Entonces, comienzo a moverme, mis embestidas la empujan hacia delante a un ritmo constante que la hace gemir ⎯ más fuerte, más fuerte ⎯ me pide con una voz que luego ahoga en la almohada. 

Yo le hago caso, hago lo que ella me dice. Sin embargo, mientras disfruto de todo esto, de verla tan excitada que no deja de pedir más, me pongo a pensar si en realidad yo estoy sintiendo placer, si alguna vez lo he sentido o, más bien, sí sé lo que es. Ha habido demasiadas mujeres en mi vida, muchas, pero creo que hasta ahora ninguna ha despertado un verdadero deseo en mí. 

⎯¡No pares!, ¡no pares! ⎯ me pide. 

Siento como las gotas de sudor van cayendo desde mi cuello, pasando hacia mi torso y deslizándose por mi abdomen, veo mis brazos tomándola duro de las caderas mientras yo sigo y la escucho predice más, y más y más. 

⎯¡Sí!, ¡Sí!, ¡Sí! ⎯ grita, con fuerza mientras siento ese orgasmo palpitando con fuerza. Perfectamente bien puedo ver como su piel se riza desde la espalda baja hacia su cuello y momentos después como su piernas flaquean. 

Sigo empujándola, sigo haciendo lo que ella me pidió, lo hago divertido, creído, apretando ligeramente sus caderas y abriendo la boca un poco mientras jadeo levemente. Cierro los ojos, levanto la cabeza hacia el techo disfrutando del momento. 

⎯¡Sí!, ¡Sí!, ¡Ay no! ⎯ grita. 

Abro los ojos y ella se queda viendo a una pequeña pantalla que tiene al lado, en su mesita de noche, y luego voltea a verme a mí. 

⎯¡Mi esposo!, ha llegado mi esposo⎯ me dice alarmada, mientras se cubre con la sábana⎯¡tienes que irte!

⎯¡¿Qué?! Pero si dijiste que teníamos dos horas. 

⎯Eso pensé, vístete, ya está dentro de la casa. 

Me pongo los bóxers y con desesperación recojo mi ropa. Cuando trato de ponerme las bermudas, Almudena Hertz me empuja hacia el balcón de su habitación, haciendo que mi cuerpo choque contra el barandal⎯ pero, ¿qué hace? ⎯ pregunto. 

⎯Almudena, ¡dónde estás! ⎯ se escucha la voz de su marido en las escaleras. 

⎯¡Vete!⎯ me pide. 

⎯¡Pero cómo me voy a ir!, no creo que pretenda que salte desde aquí⎯ le digo, viendo la altura del balcón. 

Aquí por lo visto tenemos un fallo de mi regla número diez… siempre tener un plan de escape. Sé que me constará caro. 

La puerta de la habitación de la señora Hertz comienza a sonar de los golpes de su marido. Ella se ve asustada porque sabe que se confío y ahora está en problemas. 

⎯¡Almudena!⎯ se escucha la voz furiosa del señor Hertz ⎯¡quién es!, ¡lo mato!, ¡lo mato!… 

⎯¡Vete!, ¡vete!⎯ me pide empujándome hacia la baranda. 

⎯Pero señora Hertz…¿cómo ve voy a ir?, ¡esto está demasiado alto!⎯ le explico, mientras abrazo mi ropa y veo hacia la piscina. Me siento completamente ridículo, como un adolescente virgen que no tiene ni idea de lo que está haciendo cuando hace unos momentos me sentía el dios del sexo. 

⎯¡Vete!, ¡vete!, si no quieres ser hombre muerto… ⎯ me ruega. 

Y no… no quiero serlo. Sobre todo porque esto llegará a oídos de mis padres y no podría soportar la vergüenza. 

Mientras escuchamos cómo trata de abrir la puerta el señor Hertz, veo hacia abajo y mi cuerpo reacciona por la altura, a las cuales temo. No entiendo, ¿cómo es que terminé así?, si hace minutos…. 

Almudena Hertz, me arrebata la ropa y la tira hacia abajo, haciendo que está caiga en distintas partes del jardín y en la piscina ⎯¡Vete!⎯ me grita. 

Y al escuchar como se abre la puerta, me subo al balcón, y salto sin más hacia una de las enredaderas que caen sobre la pared. Logro cogerme de las ramas pero, debido a mi peso, me deslizo hasta hasta abajo haciendo que mis piernas se raspen con las varas que rozo al caer. 

⎯Mierda, mierda, mierda⎯ pronuncio, mientras caigo sobre el pasto, lastimándome el tobillo⎯¡mierda!⎯ me quejo más alto. 

Arriba de mí, el señor Hertz sale hacia el balcón y trata de reconocerme. Yo me pongo de pie y cojeando recojo mis bermudas y zapatos para ponérmelos y cubrirme la ropa interior⎯¡atrápenlo! ⎯ grita el señor Hertz. 

Veo como su chofer viene desde la cocina y yo, sin dudarlo dos veces, me tiro a la piscina para recoger mi camiseta y después como puedo salgo de ahí. Entonces, con el dolor del tobillo, el cuerpo raspado y completamente empapado, salgo del jardín de la señora Hertz y corro por la playa yéndome lejos de ahí, tratando de no mirar atrás. 

***

Llego a mi casa en plan derrota, con el tobillo inflamado como una bola de tenis y las piernas raspadas por completo -además de completamente empapado. Esta vez, entro por la cocina y no por la puerta principal. Me percato de que mi madre no esté cerca y cojeando voy hacia las escaleras. 

⎯¡Ay joven, David!⎯ escucho a Esme que viene bajando con una charola en sus manos ⎯pero, ¿qué le pasó? 

⎯Nada importante Esme⎯ le comento, no pienso entrar en detalles. 

⎯Pero como que nada, si parece que le dieron un revolcón… 

Extrañamente preciso… pienso.

⎯Esme, ¿me harías el favor de subirme una bolsa con hielo y dos desinflamatorios? Gracias. 

⎯¡Ay joven, Canarias!, ¡qué bárbaro! ⎯ me contesta, para después reírse bajito. 

Esme se aleja y yo subo como puedo las escaleras, así, justo cuando voy pasando por la habitación de mi hermana volteo para ver que la puerta está abierta y ella se encuentra hablando con Manuel por video llamada, al verme todo empapado, raspado y cojeando, comienza a negar con la cabeza. 

⎯No quiero saber…⎯ me dice. 

⎯No te iba a decir ⎯ respondo. 

Así, me voy hacia mi habitación, cierro la puerta y comienzo a quitarme la camiseta completamente empapada para, luego, sentarme sobre la cama y recostarme boca arriba. No sé como lo vean ustedes, pero, para mí, es una señal de que debo parar por un momento o de que ya me estoy haciendo viejo para esto. Ya fueron demasiadas mujeres, demasiadas aventuras y demasiados escapes y uno tenía que salir mal. Esta vez me salvé, sin embargo…¿habrá de alguna que no pueda escapar?, creo que es momento de parar. 

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