El corazón de Marianela latía con fuerza, sus ojos se abrieron desmesuradamente al contemplar la figura de Genaro, su esposo, de pie ante ella. La mezcla de asombro, incredulidad y un atisbo de miedo se reflejaba en su rostro. Durante tanto tiempo, lo había llorado como un muerto, y ahora, la realidad desafiaba todas sus creencias.

Genaro, con su sonrisa tenebrosa, parecía una sombra del hombre que una vez fue. La guerra había dejado su marca indeleble en él, transformándolo de una manera que parecía imposible de imaginar. El uniforme que llevaba, alguna vez impoluto y orgulloso, estaba desgarrado y manchado, como si hubiera pasado por incontables batallas y penurias.

El brillo en los ojos, aunque familiar, ahora tenía un matiz inquietante. El parche en el ojo añadía un toque de misterio y oscuridad a su figura. Su respiración tranquila contrastaba con el caos que aparentemente había experimentado. Cada cicatriz en su rostro contaba una historia de la crudeza de la guerra, y la falta de un dedo en su mano sugería sacrificios personales que habían hecho de él una sombra de su ser anterior.

Marianela, incapaz de articular palabra, dejó que sus ojos recorrieran cada detalle del hombre que tenía frente a ella. La habitación estaba cargada de una energía extraña, como si el velo entre la vida y la muerte se hubiera desgarrado, dejándola en un territorio desconocido y aterrador.

⎯Genaro… ⎯susurró finalmente, su voz temblando con una mezcla de emociones.

Él asintió con solemnidad, como si entendiera el torbellino de pensamientos que cruzaba la mente de su esposa. No había explicaciones, solo la realidad cruda de su presencia. La guerra lo había transformado, y la vida que llevaba ahora no parecía ofrecerle mucha redención.

Marianela, superando el shock inicial, dio un paso hacia adelante, extendiendo tímidamente una mano hacia él. Genaro, aunque más áspero y desgastado, la recibió con calidez. La conexión entre ellos, aunque cambiada por las circunstancias, seguía viva.

⎯Me dijeron que estabas muerto ⎯continuó. 

⎯¿Viste un cadáver? ⎯respondió él, en un tono duro. 

Marianela negó con la cabeza. 

⎯Dijeron que habías muerto en batalla ⎯repitió ella, como si la repetición pudiera hacer que la realidad de la situación se asentara en su mente. La carta de condolencias, las conmemoraciones, todo lo que había recibido como prueba de la muerte de su esposo, ahora se volvía un cruel engaño.

Genaro, con los ojos fijos en el pasado, suspiró. 

⎯Me enterraron en la sierra ⎯continuó⎯. Decidieron ocultar mi existencia por completo. La traición fue doble, Marianela, el partido al que serví nos abandonó en el campo de batalla. Perdí a casi todos mis hombres. Estuvimos solos, sin apoyo, y la desesperación se apoderó de nosotros. 

El relato de Genaro era un cuadro desgarrador de abandono y sufrimiento. Se perdía en la mirada mientras recordaba esos días oscuros en los que la lealtad esperada se había desvanecido, dejándolos a merced del destino.

⎯Pasé días agonizando ⎯continuó Genaro, y sus palabras colocaban a Marianela en el escenario mismo de su sufrimiento⎯. Campesinos bondadosos me rescataron, llevaron mi cuerpo maltrecho a un hospital improvisado en la sierra. Pero estaba al borde del abismo. Sangraba por múltiples heridas, la infección en mi ojo propagándose como una sombra. La fiebre se apoderó de mí, y, en pocas palabras, estaba desahuciado.

⎯Vi a muchas personas muriendo a mi lado, escuchpe ruegos de otros soldados pidiéndole a los doctores que les ayudaran, que les dejaran vivir. Sin embargo, no nos hacía caso, al parecer, en esa área la única forma de salir era con los pies para el frente y con el corazón frío. 

⎯Y, ¿cómo sobreviviste? 

Genaro suspiró. 

⎯Me desmayé debido a las altas temperaturas y entre sueños noté que alguien se acercaba a mí y me explicaba algo que no entendía. Después, me dio algo a tomar y caía inconciente. Al despertar, me percaté que me habían extirpado el ojo, para alivar el dolor. Sin embargo, la fiebre persisitía y las posibilidades de sobrellevar la operación, eran nulas. 

⎯Y, ¿qué sucedió? ⎯inquirió Marianela, bastante entretenida con la historia. 

Genaro suspiró. 

⎯Nos atacaron ⎯susurró, como si el eco de aquella fatídica noche resonara en cada sílaba. La expresión en su rostro llevaba las marcas del trauma, y sus ojos, aunque nublados por la oscuridad del recuerdo, buscaban desesperadamente comprensión en los de ella⎯. Fue en medio de la noche ⎯continuó⎯. No supimos quién fue. Los disparos resonaron en la quietud de la noche, la confusión se apoderó de nosotros. Las siluetas enemigas se movían entre las sombras, y la única certeza que teníamos era que estábamos en el epicentro de una emboscada. Muchos de los enfermos murieron ahí, recostados en camillas, hubo otros que dieron batalla, yo logré escapar hacia la sierra, junto con otro colega. Corrimos lo más rápido que pudimos, perdiéndonos entre las sombras para evitar ser encontrados. Podíamos escuchar el sonido de las balas, ver los estallidos y los gritos que hacían eco en el cerro, eran desgarradores. 

Genaro guardó silencio un momento, el peso de los recuerdos eran bastante y aún le costaba. Incluso, a la hora de relatar, se notaba como arrastraba las palabras. No lo había superado y no lo haría jamás. 

⎯Cuando pensamos que habíamos escapado, unos malhechores salieron entre los matorrales y nos atacarón. Yo logré escapar, pero, mi compañero, fue capturado y no le he visto desde entonces. Para mi desgracia, yo caí por un barranco y me rompí la pierna. Pensé que moriría ahí. Sin embargo, unos forajidos me encontraron y me trajeron acá para curarme. Ahora cojeo y me duele la rodilla con el frío; sin embargo estoy vivo. 

⎯¡Qué terrible! ⎯expresó Marianela, de verdad impactada por el relato de Genaro. 

Entonces, en un cambio de ambiente, Genaro tomó las manos de Marianela, unas que olían a pólvora y tierra, marcadas por el enfrentamiento que había quedado atrás. Sus manos, ásperas y firmes, sostenían las de ella con una mezcla de fuerza y ternura. Él elevó las manos de Marianela y depositó un beso suave en sus dedos. Ella sonrió levemente, porque aún no se acostumbraba a verle con el parche. 

⎯Pero, te juro Marianela, que jamás te olvidé, que mis pensamientos estaban contigo y mi corazón también. 

⎯Entonces, ¿por qué no regresaste? ⎯preguntó ella. 

Genaro guardó silencio. 

⎯¿Qué te lo impidió? ⎯insisitó ella, en un tono más firme. 

⎯Marianela. 

⎯Supongo que cuando escapaste, lo hiciste porque querías venir a mí, ¿no es así? 

El ex general ya no dijo palabra, simplemente bajo las manos y se alejó. En ese instante, Marianela cambió su actitud. Genaro le había ganado con su relato, sin embargo, todo cabió ante el silencio que le daba. 

⎯Aunque hubieses sobrevivido, ¿no ibas a regresar? 

⎯Es difícil de explicar, Marianela. 

⎯¿Difícil? ⎯expresó enojada⎯ ¡Difícil!, ¡ME DEJASTE SIN CASA!, ¡ME DEJASTE SOLA! 

⎯¡Era mejor para ti Marianela!, debes entender que hay algo más grande que el amor. 

⎯Y, ¿eso qué es? 

⎯El honor ⎯habló contundente el exgeneral. 

⎯¿El honor? ¡El honor! ¡Cómo te atreves a decirme eso! Tú no tienes idea sobre el honor y mucho menos el amor, Genaro ⎯Marianela exclamó con una mezcla de indignación y desencanto. Sus ojos, que alguna vez reflejaron admiración, ahora destilaban un dolor profundo⎯. Te fuiste, Genaro. Me dejaste con la noticia de tu muerte. ¿Sabes cuántas noches lloré tu pérdida? ¿Cuántas veces imaginé un futuro sin ti?, y me dices que todo fue por honor. El honor, Genaro, no se encuentra solo en el campo de batalla. También se encuentra en la promesa rota, en el abandono sufrido. ¿Dónde estaba tu honor cuando decidiste no volver, cuando me dejaste sin una palabra? ⎯Marianela, con lágrimas en los ojos, confrontaba a un hombre que ya no era el mismo⎯. Me dejaste sin nada, una viuda sin futuro. Me abandonaste a mi suerte y me convertí en la burla de todos. Me convertí en una sombra, una mujer sin uso, que simplemente existía. Ahora me siento ridícula, de todo lo que te lloré, del luto que te guardé. Tantos días echándome la culpa de todo, justificando tus acciones, mientras tú te escondías en una cueva, lamentándote. 

Genaro soportó en silencio las palabras de Marianela, cada una de ellas actuando como afilados cuchillos que se clavaban en lo más profundo de su alma. Cada acusación resonaba en su interior, pesada y punzante. La sala se llenó de un tenso silencio, solo interrumpido por el suspiro profundo de Genaro, una rendición momentánea a la marea de emociones que lo invadía.

⎯Te hubieses quedado muerto y en las sobras ⎯confesó, en un tono de amargura. 

Genaro, quién se encontraba observándo el fuego de la fogata frente a él, apretó el puño liberando la frustración. Soñó con encontrarse con Marianela, pero, no de esta manera. Ambos habían cambiado. Evidentemente, ella no era la mujer de ciudad que había conocido y él, tampoco el general del que ella se había enamorado. 

⎯Al parecer, sigues teniendo el mejor tino de todo México. ⎯Rompió el silencio. 

⎯Me dijeron que podrías ayudarme… ⎯respondió Marianela⎯. Estoy buscando a mi esposo, el doctor Guerra. 

Genaro volteó sorprendido. 

⎯¿Esposo? ⎯inquirió. 

⎯Así es. Me casé de nuevo, con el doctor Rafael Guerra. Un hombre de honor y mucho respeto, que fue secuestrado hace unos días en nuestra hacienda. 

⎯¿Un doctor con hacienda? 

⎯Es una historia que no te compete. Salí a buscarlo y me dijeron que tú podías ayudarme. 

Genaro lazó una risa, un tanto macabra que puso en alerta a Marianela. 

⎯¿Te casaste, eh? ¡No cabe duda que eres una mujer hipócrita, Marianela! Hace minutos me reclamabas mi ausencia, mi deshonor. Sin embargo, tú estas lejos de tenerlo también. Ni siquiera esperaste a que tu cama estuviese fría para casarte con otro. No cabe duda que todas las mujeres son iguales, unas cualquieras, unas vividoras, unas… 

En ese instante, Marianela le dio un bofetón tan fuerte que provocó que el parche de Genaro se moviera. Él regresó el rostro, y puso su mano sobre la mejilla. 

⎯¿Qué querías que hiciera?, ¿eh? ⎯le preguntó⎯. No tenía dinero, nada. Él me salvó de morir de depresión y en la pobreza, él me ha dado más de lo que tú me has dado en años. Además, mi fidelidad y mi honor lo tuviste por años, Genaro, ¡AÑOS! Ahora, ya no son tuyos. Me dijeron que si te ayudo en algo podría pagarte el que me ayudaras a encontrarlo, así que dime de una vez qué tengo que hacer y terminemos este asunto. 

Genaro río una vez más. 

⎯No será tan fácil, Marianela. No después de la traición. 

⎯¿Traición?, ¿qué esperabas?, ¿que me quedara viuda y gastara así mi juventud? No te equivoques. 

⎯Ni tú te equivoques conmigo. Ya no soy el hombre que conociste antes, así que no me puedes hablar ni pedir nada, como si fuera tu igual. 

⎯¿Qué significa eso? ⎯preguntó Marianela. 

Genaro fue hacia ella y la tomó de la muñeca con fuerza. 

⎯Significa, que te quedarás con nosotros mucho tiempo, mientras vemos si tomamos en cuenta tu oferta. 

De pronto, dos hombres se acercaron detrás de Marianela, y la tomaron de ambos brazos. 

⎯¡QUÉ HACES!, ¡SUÉLTAME! 

⎯Lo siento, Marianela, pero las cosas son así. Espero te pongas cómoda porque el tiempo en la guerra es eterno. ¡LLÉVENSELA! 

⎯¡NO!, ¡NO! ⎯gritó Marianela, mientras la arrastraban lejos de ahí. 

La guerra no solo le arrebató el honor a Genaro, sino que también le otorgó una vida distinta. Lejos quedaba aquel Genaro, general respetado y hombre de palabra. Ahora, se encontraba inmerso en la existencia de un forajido, una vida que, sorprendentemente, encontraba placentera.

La aparición de Marianela, en medio de esa nueva realidad, pareció un milagro caído del cielo. Su presencia no solo revivía recuerdos enterrados, sino que también ofrecía una oportunidad para su plan, uno que empezó a urdir apenas ella apareció. Solo restaba verificar la información que ella tenía, y sobre todo, buscar al enigmático Doctor Guerra, una figura que parecía clave en su nueva y retorcida trama.

Sin embargo, las cicatrices de la guerra y las elecciones que había hecho lo habían transformado en alguien irreconocible, tanto para los demás como para sí mismo. La línea entre la astucia y la locura se volvía cada vez más delgada, y Genaro caminaba peligrosamente por ella.

¿Podría Marianela regresarle la cordura o ya era demasiado tarde?, solo el tiempo lo decidiría.

8 Responses

  1. Ohhhh, nooooo!!!! Genaro suelta a Marianela, no seas egoísta, tu te hiciste pasar x muerto y le reclamas fidelidad a Marianela???? Qué tramas???
    Espero que Rafael se libere pronto y rescate a Marianela.

  2. Que sinvergüenza la abandona, la deja muerta de hambre y todavía quería que le velará santos, ojalá no la lastime más de lo que ya le hizo siendo su “honorable” esposo

  3. Inesperado, doloroso y cruel. La vida es un círculo y todo lo que va, vuelve. Genaro traidor.

  4. Ay no. Que no le haga daño a Marianela y que se de cuenta de lo mal que esté para que la deje tranquila…

  5. Que manera descarada de Genaro para reclamar y ahora el doctor atrapado con los otros y ella atrapada con Genaro y que pretende este acaso atacar al ejercito?

  6. Ay nooooooo, ese Genaro es un desgraciado, que honor ni que honor, no la amaba y como no le daba hijos. Quede con un vacio en el estomago con Genaro, esta loco y cual plan macabro tendrá? Y debe conocer a Dr. Guerra minimo fue el q le ayudo con lo del ojo, porq el otro nombra algo de eso. Casualidades no creo. Ay no. Mori de angustia.

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