-Huancavelica, Perú. Meses después- 

Aquí me encuentro en Huancavelica, Perú y, desde que llegamos, el trabajo no ha parado. Esta vez, no hubo un Philip Philips que nos diera la bienvenida, si no nuevos doctores que, al parecer, parecen algo sobre cargados del trabajo que hay. 

Tan solo pusimos pie en el hospital, los pacientes comenzaron a llegar y yo, el otro pediatra, Gabriel Catro y la partera de la localidad Flor Candari, nos hemos hecho cargo de nuestra área, una que al parecer está severamente desatendida. 

Esta vez no hay río que amenace con desbordarse, ni lodo hasta las rodillas, Huancavelica es un destino que se encuentra entre las montañas rocosas y su río Ichu, hasta ahora parece bastante pacífico ya que no nos ha traído problemas. Eso sí, siempre tiene un clima bastante fresco, por lo que ahora llevo siempre una chaqueta por arriba de mi bata, que me da un estilo bastante raro. 

Sé que este es el último destino de mi viaje y aunque falta un poco me siento en verdad triste. Esta experiencia me ha cambiado por completo y, no lo digo por todo lo que he visto, si no, también, físicamente. Ahora mi cabello está mucho más largo y rizado, casi me llega hasta los hombros, por lo que lo amarro en un tipo moño que me agrada bastante, la barba me la he dejado crecer y cuando puedo me la arreglo para que no se vea mal y he bajado de peso bastante, aunque me he marcado más debido a todo lo que debemos cargar día con día. 

Me siento feliz, soy muy feliz, y ahora me alegra que mis amigos, Zimmer y Alegría me hayan acompañado hasta acá, son como esos nómadas de la salud y la educación que recorren los lugares más lejanos y se quedan ahí para convivir; juro que si no hay otra cosa más que hacer en Madrid tomaré su ejemplo. 

Huancavelica, nos ha traído bastante trabajo, sobre todo porque llegamos en una crisis de envenenamiento por metales que nos hizo trabajar día y noche por meses, hasta que lo logramos controlar. Después, se vino un brote de infecciones que afectaron el estómago, lo que hizo un caos tan severo que, si no fuera por la vocación de todos los que estamos aquí, hubiésemos huido. 

Jamás, en toda mi vida, había visto lo que experimenté aquí. Veinte niños retorciéndose del dolor al mismo tiempo, esperando por entrar al hospital, mientras otros cuarenta se encontraban adentro en tratamiento. Hubo médicos afectados, unos severamente deshidratados que trataban de cumplir con su obligación, yo, fui uno de los pocos que logró no caer y eso que me tocó cuidar a Zimmer. 

Al final, cuando esto terminó, tuvimos que desinfectar todo el lugar a profundidad y, a falta de mano de obra, nos tocó a algunos lavar a mano las sábanas y algunos utensilios que utilizamos, todo en un tiempo récord porque el hospital necesitaba seguir trabajando y nosotros al pie del cañón. 

Así, entre trabajos, lágrimas, insomnios y sonrisas, pasamos los últimos meses hasta que mi cumpleaños llegó y con él un pequeño festejo que no me esperaba y que por primera vez en mi vida adulta disfruté. Esta vez no habría clubs llenos de gente que me hacían sentir vacío por dentro, o una mujer en mi cama de la cuál olvidaría su nombre, si no, más bien, unos Guargüeros con mermelada de membrillo, mis favoritos, y a mis amigos con una fiesta improvisada en la sala de descanso del pequeño hospital. 

⎯Feliz cumpleaños, doctor Canarias, feliz cumpleaños a ti ⎯ escucho la última parte de esa canción del feliz cumpleaños, mientras veo frente a mí a Zimmer, Alegría y Catro, adelante de esa manta que dice feliz cumpleaños Doctor, tachando la a, y hasta abajo mi apellido, Canarias. Al parecer han reciclado esta manta muchas veces.

⎯Muchas gracias ⎯ respondo entre sonrisas, ⎯ de verdad que no me lo esperaba. 

⎯¡Unas palabras para el cumpleañero! ⎯ expresa Catro. 

Zimmer se aclara la garganta y luego, viendo a los ojos, me dice ⎯ brindemos por David Canarias Lafuente, un talentoso pediatra, entregado a su vocación y también una excelente persona y buen amigo… ¡Salud! 

⎯¡Salud! ⎯ expresamos todos, y brindamos con un vaso de chicha. 

⎯Cuando te vimos llegar en Colombia, no pensamos que ibas a durar ⎯ me confiesa Zimmer, ⎯ y mírate ahora, totalmente cambiado, tanto que ni tu madre te va a reconocer. 

⎯De eso se trata ⎯ comento, y río. 

⎯¡Doctores!, ¡doctores! ⎯ se escucha a la entrada del pequeño hospital. Entonces Catro abre la puerta y ve a un hombre agitado, con el rostro rojo del esfuerzo que ha hecho por llegar y muy asustado ⎯¡mi mujer!, la señor Candari me envía. 

⎯¿Qué pasó? ⎯ pregunta. 

⎯¡Mi mujer!, se le ha complicado el parto, vengan por favor ⎯ nos ruega. 

⎯Canarias, vamos ⎯ me da la orden Catro ⎯ Zimmer, te quedas de guardia junto con Márquez. 

Sin que me digan dos veces, tomo el maletín con las cosas y camino junto con Catro hacia la salida. El hombre va apurado, al grado que corre atravesando las calles. Nosotros, lo seguimos a la misma velocidad. Agradezco que ya estoy acostumbrado a la altura porque si no, ahora me estuviese sofocando. 

⎯¡Rápido! ⎯ nos pide él desesperado, cuando vemos que empieza a subir las calles haciendo que nos resbalemos un poco con la tierra suelta ⎯ rápido, rápido.⎯ nos apura desesperado. 

Tanto Catro como yo corremos como podemos, pero nos es imposible alcanzar al hombre cuya condición rebasa la nuestra. Así, vemos como va subiendo los escalones de piedra que, por fin, lo lleva a una casa echa de madera. 

Tan solo entramos, vemos a cuatro niñas sentadas en una de las esquinas de lo que parece una sala y cocina improvisadas, mientras la madre llora de desesperación en la habitación continua. Noto que las niñas están delgadas y que se encuentran asustados. 

⎯Tranquilos⎯ les consuelo. 

⎯¡Aquí!⎯ nos pide el hombre. 

Al entrar, vemos a Candori con las manos llenas de sangre y el rostro lleno de sudor⎯¡el niño viene mal!⎯ nos grita⎯ debemos hacer algo. 

⎯Abro mi maletín, me limpio las manos con una toalla con alcohol desinfectante y me pongo el estetoscopio.

⎯¡Canarias!, signos vitales… ⎯ me indica Catro, quién ya se está preparado para ayudar a la pobre mujer.

Me acerco a ella para tomar su presión y escuchar su corazón, cuando la bella y joven mujer, de unos máximo veintidós años, me toma de la bata y me acerca a ella ⎯¡Si hay que escoger!, que se lo lleve a él… ⎯ me pide. 

⎯Nadie se va a ir a ningún lado ⎯ le consuelo. 

⎯Si me voy yo mis niñas se quedan desprotegidas ⎯ me ruega para luego pegar un grito tan fuerte que me lastima los oídos⎯ no me puedo ir, ¿quién atenderá a mis niñas?⎯ me pregunta. 

⎯Está perdiendo mucha sangre⎯dice Catro. 

Veo cómo, junto con Candori tratan de sacar al niño que empieza a ponerse morado. La presión de la mujer es alta, sus latidos están severamente acelerados y tampoco se ve muy bien su panorama. 

⎯¡Mamá!⎯ grita una de las niñas que está en la puerta. 

⎯¡Saquen a las niñas de aquí! ⎯ ordeno, y el padre se las lleva. 

⎯Si me muero, ¿quién va a atender a mis niñas?⎯ me pregunta, mientras no suelta mi bata. 

⎯Tranquila⎯ le digo viéndola a los ojos. 

⎯¿Quién?, ¿quién?⎯ me pregunta, y sus preciosos ojos miel brillan de las lágrimas, para luego ver como se desvanece⎯¡no!, ¡no!⎯ hablo⎯la perdemos, la perdemos. 

De pronto volteo a ver hacia la cama y como si estuviera en una pesadilla veo las sábanas llenas de ese color escarlata que me sorprende a pesar, de que a lo he visto tantas veces. Veo como Candori, finalmente, saca al bebé, que en estos momentos se encuentra de un color azul y Catro comienza a darle reanimación para que reaccione.

Yo reviso los signos vitales de la mujer, que poco a poco van bajando hasta el grado de que son imperceptibles. Comienzo, por mi parte, a darle reanimación lo mejor que puedo pero, el marido entra y al ver a su mujer se suelta a llorar amargamente. 

⎯¡Nooooooo!⎯ grita, haciéndome a un lado para echarse sobre su cuerpo. 

⎯¡No!, ¡hágase un lado!⎯ le ordeno, mientras lo empujo para poder despejar el lugar y empezar de nuevo la reanimación⎯¡vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!⎯ repito, mientras con todas mis fuerzas hago las compresiones⎯¡venga!; ¡venga!

⎯Canarias⎯ escucho la voz de Catro. 

Pero yo sigo reanimando lo más que puedo, no me quiero rendir, no me puedo rendir…⎯¡venga!

⎯Canarias, ya, Canarias… ¡basta!⎯ me ordena⎯ se fue. Paro, lo hago inmediatamente al escuchar la última frase y al voltear veo a Catro que envuelve el bebé en una sábana⎯ los dos se fueron. 

⎯¡Nooooooo!⎯ grita el hombre mientras se echa hacia el cuerpo de nuevo⎯ no, no, no… 

Me alejo de la paciente y veo la escena como un cuadro renacentista, lleno de dolor, de pérdida, de tanta necesidad. Veo las manos de Candori, llenas de rojo, al igual que las de Catro. 

⎯Hora de la muerte, cinco treinta ⎯ pronuncia Catro. 

⎯Yo me encargo⎯ dice Candori. 

⎯¿Tú te encargas?, ¿tú te encargas?⎯ digo enojado, haciendo que Candori voltee a verme ⎯si la hubieses llevado al hospital, ¡ella estaría viva!

⎯No es momento para hablar de esto aquí…⎯ me indica. 

⎯Ella hubiese vivido, ahora tendría a su bebé y a sus hijas felices⎯ continuó. 

⎯Lo siento, pero no quisieron ir… la tradición hace que pase esto. En esta profesión doctor Canarias se sabe qué se gana y se pierde, y usted perdió hoy… así es⎯ me habla con firmeza. 

Me quedo en silencio y como si un rush de adrenalina me recorriera el cuerpo, tomo mis cosas y salgo de ahí, junto con la tristeza de lo que acaba de suceder. 

[…] 

-más tarde- 

Me encuentro sentado en los escalones de la entrada del hospital, mientras veo a ese precioso cielo estrellado que parece un manto que cubre las montañas. La noche esta vez está fresca, por lo que traigo encima un poncho de lana que me regalaron a los pocos meses de llegar. En mis manos, una taza de café me calienta, mientras mi mente no puedo dejar de pensar en lo que vi hoy. 

No sé que me frustra más, el que se pudo salvar una vida, o que no fui yo quién lo hice, pienso. 

⎯¿Puedo sentarme? ⎯ escucho la voz de Gabriel Catro. Con una ademán de mi mano le digo que si, y él se sienta con la vista hacia las montañas. ⎯¿Impresionante no?⎯ me pregunta. 

⎯Sí… quiero recordarlo todo a falta de cámaras. 

⎯Se necesita ser un buen fotógrafo para captar algo extraordinario, pocos lo logran⎯ me responde. 

Nos quedamos en silencio un poco y luego su mano toca mi espalda⎯ hiciste un buen trabajo hoy, aunque el resultado no fue el esperado. Sé que pudo haberse salvado pero, a veces las cosas suceden por una razón. 

⎯Y, ¿cuál era la razón aquí?⎯ pregunto, y lo volteo a ver ⎯¿que las niñas perdieran a su madre? 

⎯No lo sé, tal vez que el padre ya no tiene dos bocas más que alimentar⎯ me dice, aunque creo que solo me quería dar una respuesta.⎯ ¿Es la primera vez que pierdes a alguien en reanimación? 

⎯Sí, de donde vengo, la reanimación es el último recurso… no sé si me explico. 

⎯Esta mujer fue mi paciente número cien que pierdo así… no es que las cuente pero, esto no se olvida. Aquí, es algo común que pasé.

Catro suspira⎯ doctor Canarias, usted es bueno y talentoso pero, a la vez sensible y eso lo hace una gran persona. Los años de experiencia le harán saber cuándo debe llevarse por sus sentimientos y cuándo no. Usted no estaba triste, estaba enojado porque sabía que se podía hacer algo, que esa madre pudo haber sobrevivido y no morir junto con su hijo. 

⎯Al menos en eso estamos de acuerdo⎯ concuerdo. 

⎯A veces, doctor Canarias, no se puede hacer nada por evitar al destino. Tratamos de robarle tiempo para que no llegue pero, evitarlo jamás. Un día nos puede llegar sin que nos dé tiempo de reaccionar y, otras veces nos lo entregan en las manos como si nos estuviese diciendo “ten, cuídalo”. Lo que pasó, era destino, no había nada que pudiésemos hacer. Debemos aceptarlo. 

Sonrío levemente⎯ gracias por hacerme sentir mejor. 

⎯Es mi regalo de cumpleaños⎯ comenta, y yo ya ni lo recordaba. Catro se pone de pie⎯ ya está cansado Doctor, lleva mucho tiempo lejos de casa y ya le está calando. Su momento de regresar está aquí yo, le deseo lo mejor. 

⎯Gracias ⎯ respondo. 

Catro se da la vuelta y entra al hospital dejándome de nuevo solo. Tiene razón, amo mi vocación, pero, mi tiempo de regresar llegó y sorpresivamente tengo ganas de regresar a mi hogar, a ese que me espera en Ibiza y donde manos amorosas me recibirán. Esta ha sido la aventura de mi vida y pienso recordarla por el resto de mis días. Era hora de regresar a España, pero antes, necesitaba hacer una parada más, ya que el destino quiere que la haga. 

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