-Huánuco, Perú – 

Huánuco, Perú, un lugar que yo no sabía qué se encontraba en el mapa hasta que lo conocí. Aquí, como si hubiese magia, Luz Ruíz de Con, la hija de Tristán el socio de mi padre, yace entre mis brazos mientras viene inconsciente debido a una caída. 

⎯Le dijimos que no se subiera a esa roca, pero es necia la señorita ⎯ me comenta el hombre que la trajo ⎯no quiero que se me muera, me irá mal en el negocio. 

Yo camino lo más rápido que puedo hacia la carpa que hemos improvisado como área de urgencias, la recuesto sobre la camilla y esbozo una mueca que se torna en una sonrisa ⎯¿Luz Ruíz de Con? ⎯ pregunto en voz baja 

⎯¿Se va a morir? ⎯ me pregunta el hombre. 

⎯Luz… ⎯ le hablo, mientras acaricio su rostro para que trate de reaccionar ⎯ Luz. 

Tomo mi estetoscopio y en seguida comienzo a revisar sus signos vitales. Al parecer todo está bien ⎯Cielo, pásame las gazas, el algodón y el desinfectante ⎯ le pido a la enfermera que se ha quedado conmigo. 

⎯¿Va a morir? ⎯ insiste. 

Volteo a ver al hombre ⎯¿De qué altura cayó? 

⎯Pues, no fue tan alto pero si estuvo feo ⎯ comenta. 

⎯De una escala del 1 al 10, ¿qué tan feo? ⎯ infiero. 

⎯Pues, un cinco. 

⎯ ¿Cómo te llamas? ⎯ inquiero. 

⎯Jorge.

⎯ Espera afuera, Jorge. 

⎯Pero doctor. 

⎯No te preocupes, yo me encargo. Ve afuera. 

Jorge sale de la carpa y yo me pongo los guantes de látex y comienzo a palpar la herida ⎯ tú no te vas a morir hoy ⎯ murmuro, para luego sonreír. 

No es la primera vez que conozco qué Ruíz de Con se pega, raspa, resbala o tiene morados. Desde siempre le ha gustado la aventura y en su propia casa solía subirse a los árboles, o cuando iba a la mía le gustaba hacer piruetas por el jardín. 

Así, comienzo a limpiar a herida con la esperanza de que el golpe no haya sido devastador, pero, al ver que es un simple contusión, me tranquilizo. Mientras coso su herida, no puedo dejar de pensar en lo que hace aquí y, como es que de las dos clínicas que hay en el lugar, llegó a mí. 

⎯¿Cuántas puntadas, doctor Canarias? ⎯ me pregunta Cielo, mientras limpia el área. 

⎯Siete. 

Y son pocas, pienso, recordando la vez que fue al hospital por las once puntadas de la pierna, cuando trataba de hacer algo que, ahora, no recuerdo. 

⎯¿Quiere que le acompañe? ⎯ me pregunta Cielo. 

⎯No, no… yo me quedo con ella ⎯ le comunico ⎯ cualquier cosa te aviso. 

⎯Si doctor ⎯ responde. 

Volteo y veo que Jorge a dejado sobre la otra cama una bolsa, tipo morral y la tomo. Al abrirla lo primero que saco es una muñeca de trapo que, enseguida, me hace sonreír. La pongo a un lado y mi mano vuelve a la bolsa para sacar el móvil que, al parecer está completamente descargado ⎯¡Ay Luz! ⎯ murmuro. Finalmente, logró sacar el carnet de identificación y lo que parecía una hoja forrada de plástico que decía emergencia. 

⎯En caso de emergencia llamar a Ximena Caballero, parentesco madre ⎯ leo con atención ⎯ o a Manuel Ruíz de Con Caballero, parentesco hermano ⎯ y su teléfono móvil yace al lado. Volteo el carnet y me río ligeramente al leer escrito con su letra ⎯ no llamar a Tristán Ruíz de Con, por ningún motivo, solo si no contesta mi madre ⎯Hmmmm, así que ya sabías que esto podía pasar ⎯ digo. 

De pronto, veo que Luz comienza a moverse, sus brazos y piernas comienzan a reaccionar y yo me acerco para observarla mejor. ⎯Doctor, dice el hombre de afuera si todo está bien. 

⎯Dile que no se preocupe ⎯ respondo a Cielo. 

Ella abre los ojos y al ver la luz los entrecierra para moderar el brillo. Así, tomo su carnet y leo ⎯ Luz Ruíz de Con Caballero, mujer, nacionalidad española y mexicana, tipo de sangre O+, alergias ⎯ y volteo a ver la parte de atrás ⎯a la carne roja, inusual, pero creíble ⎯ recito. 

Luz se levanta un poco y me ve. Puedo ver en su rostro la total confusión que en este momento tiene, así que le sonrío amable y levanto una ceja tratando de ver si en sus ojos hay una pista de quién soy. 

⎯¿Español? ⎯ pregunta, tomándome por sorpresa. 

⎯¿Mi acento? ⎯ inquiero. 

⎯La barba. Los españoles tienen una barba muy tupida ⎯ me responde. 

Comienzo a reír a carcajadas, supongo que no podía esperar otra respuesta por parte de ella ⎯¿seguro que es eso?, ¿mi acento no tiene nada que ver?, digo, porque tú también lo tienes. 

⎯Mi acento es… peculiar ⎯ defiende. Y sí, la mezcla del castellano y el español mexicano siempre fue algo que me llamaba la atención de ella ⎯ a todo esto, ¿quién eres? ⎯ ve en mis manos la tarjeta de emergencia ⎯¿y porqué tienes mi tarjeta de emergencia en tus manos si estaba en mi bolso?

Le sonrío. Tomo el bolso y se lo doy. Luz en seguida toma la tarjeta y la guarda en su cartera, donde revisa que las fotos de su familia y que sus tarjetas estuvieran ahí. 

⎯Pues, primero tenía que ver como se llamaba la paciente que atendía, ya sabes, porque soy el doctor y tu estabas inconsciente y segundo porque te vi y tenía que estar seguro de que eres tú. Dudé bastante, ¿será ella?, ¿sí, no? ⎯ contesto ⎯ así que lo abrí y con solo ver la foto de tu padre, supe que eres tú. 

Mentira, la reconocí desde que la pusieron en mis brazos… 

Nuestras pupilas se cruzan, y ella se acerca un poco más a mí, poniéndome nervioso y provocando que suba la ceja, extrañado ⎯¿no me recuerdas? 

⎯¿Tengo que recordarte? ⎯ me pregunta. 

⎯Digo, si yo te recordé, sería lindo que tú lo hicieras ⎯ contesto. 

¿Sería lindo?, ¡qué te pasa Canarias!, grito interiormente. 

⎯No. 

⎯¿Ni un poco?, ¿nada? ⎯ insisto, porque no lo puedo creer. Digo, sé que nos separamos hace tiempo y no nos hemos visto pero, ¿para que no me recuerde? 

⎯Nada, nadita… ⎯ responde Luz. 

⎯¿Segura? 

Ella suspira ⎯ me dirás, ¿o jugaremos al adivina quién? ⎯ habla firme, como si quisiera finalizar las preguntas. 

Me muerdo los labios ligeramente y luego me acerco a ella. Con la huella de mis dedos pego la cinta microporosa que parecía se despegaba un poco de la gasa. La veo a esos preciosos ojos, que me traen una serie de recuerdos de las veces que los vi pero nunca me percaté de lo bellos que eran. Luz pasa saliva como una señal de que la estoy poniendo nerviosa. 

⎯Puedes quitarte la gasa mañana ⎯ le murmuro ⎯ debes limpiar la herida con cuidado y luego regresar para que te quiten los puntos.

Luz se sonroja, lo noto en su rostro y porque su piel ha cambiado de temperatura. Sin embargo, ella se aleja y con una cara serio me dice ⎯¿no me vas a decir? 

⎯Me dijeron que caminabas por una cueva y te caíste. Te pegaste en la cabeza pero, fue leve la herida ⎯ continúo dándole el parte médico. 

⎯¿No me vas a decir quién eres? ⎯ insiste ella. 

Me acerco un poco más a ella y le murmuro ⎯¡Ay Ruíz de Con Caballero!, ¿qué hacías en esa cueva? 

Nuestras miradas siguen sin dejar de verse. Ahora puedo ver reflejado en sus pupilas esa familiaridad que poco a poco va encontrando. Aún así, se aleja, quita mi mano que sigue acariciando su frente y me dice ⎯ no puedo perder el tiempo, ¿sabes? Me dices o me voy, no me importa quedarme con la duda. 

Sin despegar mi mirada, vuelvo a morderme el labio y recito ⎯ tantos años juntos, tantas fiestas aburridos en la sala, tantos momentos arriba del yate de mi padre y ¿no me recuerdas? ⎯ hablo, y juro que deseo recordar todo eso que le dije. 

Luz levanta la ceja y sonríe ⎯¿David? ⎯ pronuncia mi nombre con un hilo de sorpresa ⎯¿David Canarias? 

⎯¡Vaya!, al parecer he cambiado mucho ⎯ hablo feliz. 

⎯¡Y bastante!, no te reconocí con el cabello largo ⎯ destaca. 

⎯¿Sólo por el cabello? No mientas. Para ser honesto, tu sigues igual, misma mirada intensa ⎯ admito y ella esquiva mis ojos para no sonrojarse de nuevo ⎯ si te soy honesto, eres igual a tu madre pero, con la mirada de tu padre. Una combinación rara. 

⎯Es lo que hay ⎯ responde y, sin que lo vea venir, ella se baja de la camilla para ponerse de pie. 

Yo me pongo de pie de inmediato ⎯espera, te puedes marear ⎯ le advertido y abro mis brazos por si pasa algo. 

⎯Claro que no, me siento bien ⎯ responde y como si tuviera la prisa del mundo comienza a ponerse las botas y a revisar que todo esté en orden. 

⎯Luz, ¡Dios!; sigues igual de necia ⎯ le comento. Porque eso no lo puedo olvidar, esa necedad que a veces me desesperaba cuando me quedaba solo con ella. 

⎯Lo siento, es que me tengo que ir ⎯ contesta ⎯ necesito tomar esa fotografía antes de que suceda el acontecimiento. 

Entonces Luz se levanta y veo como inevitablemente se tambalea. Yo la tomo entre mis brazos para evitar que vuelva a caer al suelo. Nuestros cuerpos se acercan, pongo una de mis manos sobre su vientre y la otra en su cintura, haciendo que nuestros rostros queden casi juntos ⎯ te dije que te ibas a marear ⎯ le murmuro al oído. Veo como la piel de su cuello se eriza ⎯cariño, ¿por qué nunca me escuchas? ⎯ le pregunto. Por unos segundos, siento que el tiempo se detiene, como mi corazón se acelera y la respiración de ella se agita. Así que me atrevo a decir ⎯ me encanta como hueles, Luz Ruíz de Con ⎯ le hablo al oído, lo más bajito que puedo y disfrutando cada momento que la tengo así, cerca de mí. 

Inesperadamente siento como el aire sale de mi estómago y como ella se aleja. Luz, me ha dado un codazo tan fuerte que, al parecer, me ha puesto en mi lugar. ⎯¿Por qué hiciste eso? ⎯ apenas hablo, tratando de recuperarme. 

⎯Uno, porque me tengo que ir antes de que pase el acontecimiento al que vine y dos, porque no me gusta que me anden murmurando al oído sin mi permiso ⎯ contesta firme, mientras se arregla la trenza y se asegura que en su bolsillo traiga la cámara y sus cosas. 

Toso ⎯ nunca me había pasado esto ⎯ confieso. 

⎯Siempre hay una primera vez ⎯ contesta y me sonríe ⎯disfrútalo. 

⎯Si que pegas fuerte ⎯ respondo. 

⎯Y eso no es nada ⎯ me amenaza. Ella ve su reloj de pulsera para después dirigir su mirada hacia mí ⎯ bueno, pues…¿gracias? ⎯me dice. 

⎯De nada ⎯ respondo a duras penas. 

⎯Fue un gusto volver a verte y así… ⎯ ella se da la vuelta para salir pero luego regresa al darse cuenta que olvidó su chaqueta. Cuando ve mi rostro pálido me dice ⎯ vive feliz, come frutas y verduras y saludos a Ainhoa ⎯ y sale de ahí.  

Me recupero lo más rápido que puedo y en un impulso le grito ⎯¡Espera Luz! 

Salgo de la tienda, y veo como ella se sube a la parte de atrás de la camioneta y ésta arranca. Luz se aleja, luego saca su cámara y en un movimiento me toma una foto, para después irse sin mirar atrás, mientras yo no puedo dejar de observarla. Me quedo unos minutos hasta que desaparece de mi vista y vuelvo a entrar a la tienda solo para percatarme que la muñeca de trapo sigue ahí. La tomo e instintivamente la acerco a mi nariz para oler ese delicioso aroma que confieso, me trajo recuerdos y por unos minutos me dio una sensación familiar, a hogar. 

⎯¿Cómo es que esa niña tan bonita ahora es una mujer tan guapa? ⎯ recito. Me pierdo un momento en mis pensamientos y luego me sonrojo al recordar uno en especial. 

Quiero volver a verte, pienso, mientras mi corazón continúa agitado. 

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