Si dijera que la presencia de Luz no alteró mi distracción, mentiría, y como no soy un mentiroso, solo fingiré que no pasa nada. Sin embargo, no puedo dejar de pensar en ella, ¿qué es lo que está haciendo aquí?, en todos los lugares del mundo, ella vino hasta acá. He tratado de recordar de si mi madre o Ainhoa e comentaron algo, pero nada, no recuerdo nada, supongo que ella se golpea la cabeza y yo soy quien pierdo la memoria. 

Aunque, debo confesar, que la relación entre Luz y yo está bastante empolvada, encontrármela me ha dado mucha alegría. Fue como tener un pedacito de mi hogar, ver un rostro conocido, escuchar ese acento único que me trajo recuerdos y sobre todo reírme de nuevo con ella. Luz: tan necia, tan graciosa y sin filtro. 

⎯¿Doctor Canarias? ⎯ interrumpe Cielo mis pensamientos, haciendo que voltee a verla. 

⎯¿Dime?

⎯¿Todo bien?, estaba acomodando las medicinas y de pronto se quedó estático, como si no pudiera moverse⎯ me indica. 

Volteo a ver la caja que tengo en mis manos y en un golpe de realidad recuerdo lo que estaba haciendo. Zimmer me había pedido que acomodara las medicinas en el gabinete nuevo y que le indicara a Cielo que le pusiera las etiquetas antes de irme. 

⎯Cierto, sí…⎯ hablo. 

⎯Creo que ya está cansado, ¿por qué no se va a descansar?, de todas formas todavía mañana estará acá, ¿no es cierto? ⎯ me indica. 

⎯Sí, tienes razón⎯ contesto, porque la verdad ya no tengo cabeza para seguir haciendo esto⎯te voy a pedir, Cielo, que no muevan las cosas, ¿vale?, lo tengo todo perfectamente ordenado para poder acomodarlo, una caja que muevan puede atrasar esto meses. 

Cielo asiente⎯ si doctor, no se preocupe, yo le digo a mi compañera del turno de la noche que no las mueva. 

Dejo la caja en el lugar asignado, luego me quito la bata y la pongo sobre mi antebrazo. Por unos momentos la observo, ha estado conmigo desde el principio de este viaje que ya está a punto de ceder, supongo que tendré que dejarla aquí y comprarme una nueva en Madrid. 

⎯¿Doctor?⎯ vuelve a preguntar Cielo,⎯de nuevo se quedó estático… ¿seguro que está bien? 

Sonrío⎯ sí, no te preocupes… supongo que el cansancio de tantos meses ya me está pasando factura. Nos vemos Cielo, cuídate. 

⎯Hasta pronto doctor⎯ me indica. 

Salgo de la pequeña bodega donde tenemos las medicinas y camino hacia el cuarto de descanso donde veo a los dos internistas comiendo y platicando entre sí ⎯Doctor Canarias, ¿no quiere que le hagamos una fiesta de despedida?⎯ me pregunta uno, el más despierto de los dos⎯ hay un bar por aquí donde se pone buena la cosa, hay varias de este lugar que no les caería mal una consulta⎯ bromea. 

Dejo mi bata en el casillero que tengo asignado, tomo mi chamarra, mi mochila y volteo a verlos ⎯ no doctores, creo que ya no estoy para quemar mi fuego en infiernitos⎯ respondo, haciéndolos reír. 

⎯Venga, una cerveza antes de que regrese para Europa⎯ insiste, pero juro que en este momento lo menos que quiero es emborracharme. 

⎯Buenas noches ⎯ respondo, para alejarme de ahí, atravesar la carpa y luego llegar a la calle donde veo que el cielo empieza a pintarse cada vez más obscuro. Veo mi reloj de pulsera y suspiro ⎯ en unos días a esta hora ya estaré alegando con Marta y el porqué mató a mi única planta de plástico al regarla en exceso⎯ recuerdo, y sonrío. 

Empiezo a caminar hacia el hostal. Lo hago despacio, disfrutando del viento fresco, saludando a las personas que dicen un “hola doctor” y a los niños que siempre se acercan para venderme de esos dulces típicos que tanto me gustan. Trato de ver todo a mi alrededor, como si quisiese tomar una foto mental para llevármela conmigo, y recordar el lugar el resto de mi vida. 

Trato de recordar las fachadas de los edificios, los monumentos y las calles. Incluso el acento de la gente, cuando de pronto, uno muy conocido vuelve a resonar en mis oídos, haciendo que preste atención.

⎯No te preocupes, Jorge, prometo que no pasará nada. 

Volteo el rostro y veo a Luz Ruíz de Con de pie al lado de la camioneta, platicando con el guía que, al parecer, se siente apenado porque no deja de tomarle las manos y apretarlas. 

⎯Lo siento, es que ni modo que la dejara inconsciente en la cueva ⎯ se justifica, haciéndome sonreír. 

⎯Está bien, no pasa nada. Gracias por todo. 

⎯Fue un placer trabajar con usted y ya no se arriesgue tanto⎯ le cometa. 

Cómo si eso fuera posible, es Luz Ruíz de Con, jamás hará caso, pienso mientras no dejo de sonreír. 

⎯Lo tomaré en cuenta, gracias⎯ responde ella. 

Sí claro, no mientras cariño, no lo harás.

Veo como Jorge se sube a la camioneta, así que yo aprovecho para caminar un poco más rápido y acercarme a ella pero, Luz, comienza a dar unos pasos, así que me apresuro, le pongo la mano sobre el hombro cuando, sin esperarlo, siento que vuelo por el aire y azoto sobre el suelo sintiendo un dolor horrible en la espalda.

⎯¿Qué demonios?⎯ hablo en alto y cuando abro los ojos siento un ardor horrible que me hace cerrarlos y revolcarme de dolor ⎯¡Mierda!, ¡para ya, para ya! ⎯ le pido, para empezar a toser como loco. 

⎯¡Ay Dios!⎯ escucho la voz de Luz, y luego siento un chorro de agua sobre mi rostro. 

⎯¡Arde horrible!, ¡Joder!⎯ me quejo. 

No sea mimadito, parce, me viene a la mente la voz de Alegría. 

⎯¡Ay David!, lo siento, lo siento. Es que nunca debes hacer eso porque… bueno, porque… ⎯ y se queda en silencio al ver como trato de recuperarme ⎯ lo siento, mira, mi hotel está a unos pasos de aquí, vamos a mi habitación y yo te ayudo a que esto pase⎯ me sugiere. 

Si estuviese en mis cinco sentidos, esta invitación hubiese significado unas largas horas de plática y posiblemente robarle un beso. Sin embargo, el dolor es tan intenso que ahora ni siquiera se me ocurre algo para contestarle. 

⎯No me queda de otra⎯ respondo, mientras trato de ponerme de pie. 

Definitivamente, este no era el encuentro que yo esperaba. 

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