Ximena

El español y yo llegamos a la cafetería, donde nos dirigimos directamente a la mesa del rincón. Él se quita el saco, manchado de pintura, y lo cuelga en el respaldo de su silla. Yo acomodo mi bolso y le pido al mesero dos capuchinos mientras él hojea la carta.

— ¿Tienes hambre? —pregunto.

El español asiente —. Sí, quisiera unos churros.

— ¿Rellenos o sin relleno? —pregunta el mesero.

— ¿Rellenos de qué? —inquire el español.

— De chocolate o de crema pastelera.

— Pues… —y me mira confundido. Debo admitir que su rostro de niño bueno me conmueve de inmediato.

— Solo tráele los normales, gracias —decido, y el mesero asiente antes de retirarse del lugar—. Ahora dime… —continúo mientras mi mirada le exige que me diga su nombre.

— Me llamo Tristán —responde, clavando sus hermosos ojos marrones en los míos.

— Tristán, dime —insisto.

— Pues, creo que ya te lo dije todo —contesta.

— Quiero la versión completa. Creo que en este momento no estamos para reservarnos toda la información, ¿cierto? —le pregunto.

Tristán asiente con la cabeza —. Bueno, pues, nos casamos en Las Vegas hace un mes. No sé si estaba ebrio o muy ebrio, pero no recuerdo nada. Y al parecer tú estabas en el mismo estado. En fin, después de percatarme de lo que hicimos y de buscarte como loco por medio mundo, vine a decirte que…

—¿Vienes a decirme que me amas? —lo interrumpo, y él abre los ojos de nuevo expresando sorpresa.

— ¿Cómo?

— ¡Qué romántico! —exclamo—. Es como las películas, o como los caballeros de la mesa redonda, ¿no es cierto? —Tristán me mira extrañado, probablemente pensando que estoy loca y que ha cometido un grave error al venir hasta acá a conocerme—. Ya sabes, ¿cómo Arturo?

— Yo… —trata de hablar, y su rostro de confusión es tan grande que termino riéndome a carcajadas.

— O como Lancelot, no sé, tú decides —le tomo de la mano, y él salta algo sorprendido—. Imagínate cuando tengamos hijos, les contaremos cómo su padre viajó por medio mundo para venir a buscar a su madre y así vivir felices para siempre.

Tristán se ve perdido, y no precisamente porque no entienda mi sarcasmo y la conversación. En realidad, en su rostro se refleja que no está aquí voluntariamente ni por las razones que él dice, además de que no sabe muy bien cuál es su misión en este mundo.

— Es broma —le comento—, pero si quieres podemos ponerle al bebé Arturo, en honor a esta conversación.

Él toma aire y lo saca como si quisiese lidiar con el estrés —. Mira, Ximena Caballero, no estoy bromeando. En verdad vengo a pedirte que nos divorciemos de inmediato.

— Y, ¿qué pasa si hay un bebé? —pregunto, viendo cómo se preocupa más.

— ¿Crees que haya uno? —inquiere, y confieso que ese acento español comienza a gustarme bastante.

Encogí los hombros —. No sé, tenemos que esperar hasta mañana para comprobarlo —le recuerdo—, y de paso puedo quitarle la mancha a tu saco —entonces me pongo de pie y quito el saco del respaldo; al ver la etiqueta, me sorprendo—, ¡Guau!, es Armani.

Tristán sonríe —. Claro, es de edición limitada —contesta con un tono de obviedad.

— ¡Vaya!

Él suspira —. Mira, Ximena Caballero…

— Mena —lo interrumpo—, o Xime.

— Mira, Xime, no sé cómo terminamos en esto, no sé quién de los dos tuvo la brillante idea de casarnos, pero debe llegar a su fin.

— De acuerdo —contesto, para tomar un sorbo de café.

Al parecer, mi respuesta tan contundente hace que él se confunda un poco —. ¿De acuerdo?, ¿solo eso?

— Pues, ¿qué quieres que te diga? Claramente, fue un error que nos hayamos casado en Las Vegas, así que no queda más que divorciarnos y darle fin. Cortar de raíz esto antes de que afiance en la tierra.

— Me entiendes, eso me gusta —contesta—, y confieso que las cosas están saliendo más fáciles de lo que pensé. En un dos por tres podré regresar a España.

— Claro, y yo continuar con mi vida, como una feliz divorciada.

— Exacto —accede.

— Únicamente debemos esperar a dos cosas importantes. La primera, saber si estoy embarazada, y la segunda, a que haya un abogado disponible. Porque ahora son las siete de la noche, y en este momento te juro que no hay abogado disponible para divorciarnos; bueno, al menos mi abogado de confianza no lo estará.

Entonces, el rostro de sufrimiento y decepción regresa — ¿No habrá?

— No, todos ya están en sus casas; es su hora de salida. Ya sabes, tienen que salir en un horario antes de que el metro reviente de gente, y no quieren quedarse estancados en el tráfico, tú comprendes.

Y no, no creo que comprenda, porque si va por la vida con un saco Armani, edición limitada, y viajó por decenas de lugares en un avión, quiere decir que jamás se ha subido al transporte público.

— Pues, si tú lo dices.

— Mañana lo vemos, comprobamos que no estoy embarazada, y de ahí nos vamos directo al abogado.

— Me parece —responde con una sonrisa, supongo que se siente aliviado de que esto está casi solucionado. Sin embargo, sus ojos comunican otra cosa.

Tristán, de cierta manera, se siente feliz de estar aquí, de poder ver otro lugar, y me enternece por completo esa mirada tan noble que tiene. Supongo que algo de él debió gustarme en Las Vegas para haber cometido una tontería tan grande.

— Quita ese rostro de niño asustado, todo estará bien, lo prometo, ¿confías en mí? —le pregunto.

Él asiente con la cabeza sin decirme una palabra. Por unos momentos nos quedamos así, en silencio, viéndonos a los ojos y tratando de averiguar qué fue lo que nos atrajo del otro en aquella noche. No obstante, este juego de miradas se ve interrumpido por el mesero que se acerca con la orden y la deja en medio de la mesa.

— Gracias —respondo, desviando la mirada.

Tristán, al ver los churros, se abalanza contra ellos. Al parecer ha hecho su viaje con el estómago vacío o la comida que le dieron en el avión no fue suficiente. Él toma uno y le da una mordida tan grande que apenas lo puedo creer. Cuando siente el sabor del azúcar y la canela, cierra los ojos y con una sonrisa dice — ¡Joder!, esto está delicioso.

— ¿Nunca habías comido churros en tu vida? —inquiero, bastante sorprendida.

Tristán pasa el bocado y niega con la cabeza —. No. No es una comida que esté en mi menú. Hay muchas cosas que no he comido. Siempre había escuchado de los churros y estos son una maravilla —responde, disfrutando, en verdad, cada bocado.

Sonrío, contagiada por el momento —. Lo sé, esta cafetería tiene los mejores churros, suelo venir seguido —confieso—, solo te advierto que no comas muchos, porque no sé si tu cuerpo tolere tanta grasa. No quiero que luego me eches la culpa de un dolor estomacal.

— No te preocupes —contesta con la boca llena—, he comido en peores lugares —y su tono pedante me molesta un poco.

— Bueno, como tú digas, güero —contesto y a partir de ahí, me dedico a tomar café, mientras observo cómo el español come algo desesperado.

No me sorprende mucho que el español no tenga dónde quedarse a dormir, así como tampoco el hecho de que se quede en mi departamento y que ahora esté vomitando toda la comida debido a la indigestión que le dio. Mientras escucho a Tristán dejar la vida en el W.C., yo me encuentro en la cocina calentando un poco de agua para hacerle un té de hierbabuena, esperando que ese remedio sea suficiente y que no acabemos en urgencias por alguna infección estomacal.

— ¡Joder! —escucho que grita, para luego los sonidos característicos del acto que está pasando en el sitio.

— ¡Ándale!, por atascado —murmuro, sin poder dejar de sonreír.

No es que me agrade escuchar al pobre hombre devolver el estómago, pero si me hace un poco de gracia, ya que lo veo como una pequeña venganza para que se le quite lo presumido y pedante.

Cuando la tetera hierve, sirvo el té, y luego me voy a parar en frente de la puerta del baño, esperando por él. Momentos después, él sale del baño, sumamente avergonzado y con un rostro de muerte. Su tono de piel dejó de ser bronceado y ahora tiene un aspecto verdoso que no sé si deba preocuparme.

— ¿Todo salió bien? —pregunto.

Tristán me ve a los ojos y sé que entendió el chiste, pero no le dio gracia —. Lo siento —contesta.

— No pasa nada —respondo.

Aunque se te advirtió, ¿qué no?, termino la frase en mi mente.

Tristán va directo al sofá y con un cansancio evidente, se siente a sus anchas. Yo voy con él y le doy la taza con el té burbujeante —. Toma, te ayudará para asentar el estómago.

Él toma la taza y con un ademán me agradece. Con cuidado le da el primer sorbo y automáticamente sonríe —. Esto sabe a María —comenta.

— ¿María? —pregunto, para luego sentarme a su lado.

— Era mi niñera —habla con melancolía—, murió en un accidente hace años; la atropellaron en la calle.

— ¡Guau! —expreso en tono bajo. Y de pronto recuerdo que había mencionado una María en Las Vegas, pero pensé que era una exnovia.

Tristán, da otro sorbo al té y justo que su piel verdosa ya ha recobrado el tono bronceado. Luego él, voltea a su alrededor y observa mi departamento con detenimiento.

— ¿Aquí vives? —pregunta.

— Sí.

— ¿Sola? —insiste.

— No, con Solovino, mi perro —aclaro.

Tristán sonríe —. Tu piso es… Muy colorido —y volteo a ver las paredes de colores, las telas de las cortinas y sofás y me percato que es verdad.

— ¿Qué?, ¿no te gusta?

— No, no, está bien, muy bonito. Lo que pasa es que mi casa es toda blanca, y es la primera vez que veo tanto color en un solo lugar.

— Me gusta el color —contesto.

Tristán voltea y mientras sus bonitos y profundos ojos me ven, brillando, sonríe para acompañar el momento. — Va con tu personalidad, tú también pareces una persona llena de color —no sé qué contestarle, así que solo me quedo en silencio y disfruto de las sensaciones que sus gestos me comunican, unos que cada vez que los hace, me gustan más—. ¿Qué pasará si sales embarazada? —inquire, preocupado.

Yo encojo los hombros —. No sé, posiblemente lo termine, no puedo cuidar a un bebé yo sola —respondo con honestidad.

Y entonces, como si le hubiese dado la peor de las noticias, o roto sus ilusiones, Tristán se levanta un poco y con un rostro de sorpresa, me dice — ¿Quieres decir que lo abortarías?

Asiento, con la cabeza, segura —. No podría cuidar del bebé sola, además de que tengo planes y no están hechos para un bebé. Además, si tú decides irte, será mi decisión.

— No, pero… —habla bastante consternado— El bebé no tiene la culpa, digo, cometimos errores, pero él no debe de pagarlos —e instintivamente pone la mano sobre mi vientre, llenándome de ternura.

— Relájate güero, no creo estar embarazada. Sin embargo, te soy honesta, si lo estoy, no lo continuaré. Me gusta ser directa y no andar escondiendo secretos.

Tomo la mano de Tristán y la alejo con cuidado de mi vientre. Él me sonríe y juro que empiezo a sentirme rara, ya que él está despertando en mí sensaciones que no pensé que tendría.

— ¿A qué fuiste a Las Vegas? —me pregunta, cambiando de conversación.

— A una despedida de soltera, de mi mejor amiga. Se casará en diciembre y yo le hice su vestido de novia.

Tristán se acomoda, deja la taza sobre la mesa e interesado me pregunta — ¿Diseñas?

Me sonrojo al ver qué literal soy su centro de atención. — Sí, soy diseñadora de modas y me dedico a diseñar vestido de novia. El local donde me encontraste es mío, está justo en la Calle de las novias —explico.

— ¿La calle de las novias? —pregunta interesado.

— Sí, así se le llama a esa calle, la República de Chile, ya que toda está llena de locales para bodas y eventos.

— ¡Ah! —expresa— Y ¿la señora esa que me pegó es tu jefe de seguridad? —y al volver a recordar los palazos que Martita le dio vuelvo a reírme.

— ¡No!, claro que no —hablo entre risas— Martita es mi empleada, ella es mi asistente, pero no le gusta que me hablen así de golpeado como tú lo hiciste, así que me defendió, pero, es buena gente —y él sonríe.

— Bueno, pues dile que tiene futuro como guardia de seguridad, mejor que los que hay en los clubs en Ibiza —me responde, y juro que esa mirada, más la sonrisa y junto con el acento español, son una bomba de sensualidad que no sé cómo podré manejar.

— Tristán, ¿cómo me encontraste? —ahora es mi turno de hacer las preguntas.

— Me ayudó un amigo. Supongo que encontró la dirección de tu local y no de tu casa, así que por eso me aparecí allá. Créeme, después de visitar a la cuarta Ximena Caballero, rogaba desesperadamente que la última fuera la que buscaba —y me sonríe—, me alegro de que hayas sido tú.

En eso, el ambiente se pone tenso y las miradas comienza a hablar por sí solas. No sé qué es lo que me pasa, pero me dan unas infinitas ganas de besarlo, como la vez que nos conocimos en Las Vegas en la barra del bar. Él se acerca a mí con la intención de hacerlo, pero recuerdo que básicamente es un completo desconocido y que, además, acaba de volver el estómago.

— ¿Mejor? —le pregunto.

— ¿Qué? —responde, aun viéndome a los ojos.

— El estómago, ¿te sientes mejor?

— ¡Ah!, sí, claro que sí… Muchas gracias —responde, saliendo del trance.

— Bueno, entonces creo que es hora de que vayamos a la cama —y él vuelve a sorprenderse.

— ¿A la cama?, ¿ahora?, ¿así? Que mira, me encantaría, pero después de lo que pasó, no creo dar el ancho…

— A dormir, Tristán —lo interrumpo, al ver que me ha malentendido.

Aun así, su rostro no cambia mucho —. ¿Quieres que me quede aquí? Mira, yo tengo un hotel y debo irme.

— ¿Tienes miedo de que te haga algo? —pregunto, coqueta.

— No pero…

— Si quisiera hacerte algo, ya lo hubiese hecho, créeme, pero no lo digo por eso. Mira, son las once de la noche y eres un extranjero en la Ciudad de México, uno bastante desubicado. Para tu protección, mejor te vas mañana al amanecer, ¿te parece?, no quiero que te asalten y te pase algo y al final sea mi culpa.

Sobre todo por el reloj Cartier, y el fajo de billetes que trae en la cartera.

— Pero…

— Oye, te advertí de los churros y no me hiciste caso, ¿qué te parece si me haces caso en esto? Además, corro más peligro yo contigo en mi departamento, ¿eh?

— No, te juro que no te pasará nada —me promete.

— Entonces, ¿confías en mí? —le pregunto, como lo hice en la cafetería.

Tristán asiente. — ¿Y tú en mí?

— Pues mira, ya pasamos una noche solos en Las Vegas, así que, no me queda de otra —sentencio, para luego ponerme de pie—. Puedes dormir en ese sillón, es cómodo. Te daré cobijas y sábanas —y diciendo eso, me acerco al mueble de los blancos y comienzo a sacarlas.

— Gracias —me responde.

— Ese es el baño, esa la cocina como ves y si quieres agua o más té solamente sírvete, con confianza —le ofrezco.

— Gracias, Xime —se despide.

— De nada güero, en la mañana sabremos si nuestra aventura en Las Vegas se queda en Las Vegas o trae consecuencias —le recuerdo. Y después de un intercambio de miradas, entro a mi habitación con una sonrisa.

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