Ximena 

Mi despertar hoy fue bastante diferente, aunque no especialmente significativo. Al realizarme la prueba de embarazo, recordé otra etapa de mi vida en la que tuve que hacerme una prueba similar para averiguar si estaba embarazada. No es que disfrute saltando de cama en cama, sino que circunstancias particulares me llevaron a tomar esa decisión.

Sin embargo, la diferencia radica en Tristán, este español alto, guapo, gallardo y algo atolondrado que ha ingresado en mi vida, o mejor dicho, ha regresado. Al verlo, no puedo comprender por qué hice lo que hice en Las Vegas. De verdad, debí estar muy ebria o simplemente fuera de mí; tal vez él fue un impulso, uno que ahora parece dispuesto a divorciarse de mí.

Después de pasar una mañana agitada en casa, llegué al trabajo solo para someterme al interrogatorio de Martita, quien, con insistencia, trató de obtener información sobre Tristán “el güero” y cómo lo había conocido.

Fue todo un arte esquivar las preguntas de Martita, pero más difícil aún fue escapar a tiempo para mi cita con Tristán y reunirme con mi tío Juan, el abogado de la familia. Él era el único que podría costearlo, ya que nos ofrecería asesoría gratuita y un descuento familiar para el divorcio a mitad de precio.

⎯ Venga, Mena, que se te hace tarde ⎯ murmuro mientras camino por las calles del centro a toda prisa después de salir del metro.

Al acercarme al lugar, no puedo dejar de pensar en dos cosas. Primero, quizás chamaquearon a Tristán diciéndole que este era el hotel más barato, o segunda opción, tiene el dinero para pagar una habitación aquí; aunque por el saco Armani, me inclino por la segunda.

Así que me casé con un hombre rico, guapo y español. Creo que ni las protagonistas de las telenovelas tienen tanta suerte como yo, pienso mientras entro al lugar y el hermoso vitral en el recibidor me da la bienvenida.

Me quedo un momento disfrutando de la vista, admirando los hermosos colores y la arquitectura del lugar. No cabe duda de que este chico sabe viajar con lujos y no le da miedo gastar en hospedaje; por lo que veo, esto es parte de su estilo de vida. Mi vista se pierde entre tantas figuras y combinaciones, lo que comienza a darme ideas para algún vestido que se me pueda ocurrir.

⎯ ¿Puedo ayudarle? ⎯ me interrumpe una voz. De inmediato, salgo de mi trance y volteo a verlo.

⎯ ¿Perdón?

⎯ Que si puedo ayudarle ⎯ repite, en un tono amable.

⎯ Sí, busco a Tristán, Tristán Ruiz de Con ⎯ hablo, recordando su nombre completo.

⎯ Un momento ⎯ contesta, para después tomar el teléfono y marcar el número de la habitación. No pasa mucho tiempo antes de que el chico se dirija a mí de nuevo ⎯. El señor Ruiz de Con dice que puede subir a su habitación.

⎯ ¿Subir?, ¿para qué o qué? ⎯ pregunto, insegura.

⎯ No lo sé, señorita, solo me lo ha pedido.

¿No puede él bajar?, me viene a la mente. Pero luego recuerdo un poco cómo es y sé que eso no sucederá, así que no me queda de otra.

⎯ Está bien ⎯ digo en un suspiro, y el recepcionista me da el número de habitación.

Con una sonrisa, me despido y me alejo de ahí para tomar el elevador. Al entrar, veo al elevadorista, un hombre ya mayor, vestido con un uniforme negro con botones dorados, y le saludo; él también lo hace por educación.

⎯ Todo es tan colorido aquí ⎯ trato de hacerle conversación, pero él simplemente me ignora.

⎯ Este es el nivel ⎯ habla cuando las puertas se abren y veo el largo corredor que me llevará a la habitación donde se encuentra Tristán.

⎯ Gra… ⎯ trato de agradecer, pero él cierra la puerta, dejándome con la palabra en la boca ⎯. Se nota que ama su trabajo ⎯ digo para mí misma.

Comienzo a caminar por el corredor, admirando de nuevo el vitral, hasta que llego a la puerta de la habitación y me detengo ⎯. Bien, Mena, tienes todo ⎯ meto la mano en la bolsa para comenzar a tocar mis cosas ⎯. Spray de pimienta, cutter, silbato ⎯ menciono en voz alta mientras los toco con las manos.

Sé que suena patético, porque Tristán ya estuvo conmigo anoche, pero uno nunca deja de conocer a las personas y pudo haber fingido todo solo para que confiara en él. Así, cuando termino de repasar, toco la puerta de la habitación y, minutos después, Tristán abre la puerta con una sonrisa tan amplia que noto sus perfectos dientes, blancos y alineados.

Esta vez, él viste un bellísimo traje de color azul marino con ligeras rayas blancas, obviamente hecho a la medida. La combinación lleva una corbata de color azul y unos zapatos que se ven bastante incómodos pero caros. En su rostro se refleja lo pulcro que es, ya que el cabello corto lo lleva perfectamente peinado hacia atrás, y su barba está muy bien arreglada; un olor a fina colonia alerta mis sentidos. Sus hermosos ojos café, que admito me pueden ver cuando se les dé la gana, brillan tanto que llaman enseguida mi atención y me olvido de todo el arsenal de defensa personal que traigo en mi bolsa.

⎯ Bienvenida, Ximena Caballero ⎯ y sonrío levemente al escuchar mi nombre con ese acento tan peculiar y esa voz sensual que posee.

Doy unos pasos hacia el frente, y al entrar a la habitación, siento que la quijada se me caerá de la sorpresa que me llevo ⎯. ¡Guau!, es lo único que puedo decir.

Tristán sonríe ⎯. ¿Bonita, no crees? ⎯ y después se acerca a mí, y al sentir su presencia me pongo un poco nerviosa ⎯. Nunca había venido a la Ciudad de México. Había visto fotografías de Cancún, pero esto es muy diferente. Más hermoso, pero caótico ⎯ y la última frase la pronuncia tan cerca de mi oído que eriza mi piel.

Me controlo ⎯. Sí, todos vienen a Cancún. Confieso que no es mi lugar favorito de México.

⎯ ¿Ah, no?, y, ¿cuál es? ⎯ me pregunta, interesado.

⎯ Puerto Vallarta. Es más tranquilo y bonito. Si pudiera, me iría a vivir allá. Cancún es mucho de fiesta, y yo no soy de esas personas que aman la fiesta.

⎯ ¡Ja! ⎯ expresa Tristán divertido, para luego pararse frente a mí ⎯. Lo dice una chica que se casó conmigo en Las Vegas, el lugar donde la fiesta es parte de la vida diaria.

⎯ Sí, pero me conociste en la barra del hotel, Tristán ⎯ respondo ⎯. Pero estabas tan borracho que ni lo recuerdas. Así que precisamente no estaba bailando o despilfarrando dinero en el casino.

⎯ ¡Vaya!, me alegra que alguno de los dos recuerde algo.

Me alejo de él y, para evadir su presencia y su mirada, comienzo a recorrer la habitación. ⎯ ¿Para qué me hiciste que subiera? ⎯ pregunto, metiendo la mano en mi bolso y tomando el spray de pimienta.

⎯ Pues, para que vieras la vista ⎯ contesta, y juro que puedo sentir su mirada en mi espalda ⎯. Es una vista muy bonita, ¿no crees?

⎯ Lo es, pero puedo verla desde un mirador ⎯ hablo.

⎯ ¡Ah!, y para decirte que fue un honor ser tu esposo por un mes, sé que será uno de mis mejores matrimonios ⎯ aclara para luego tomar su cartera ⎯. ¿Nos vamos? ⎯ me pregunta.

Admito que me quedo un poco confundida con su comentario, pero luego recuerdo que el hombre es medio despistado y no le tomo importancia. Así que tomo un suspiro, uno bastante profundo, y al voltear lo veo en la puerta y lo veo de los pies a la cabeza.

⎯ ¿Así vas a ir?

⎯ Sí, ¿por qué? ⎯ inquiere, sin entender lo que pasa.

⎯ Porque planeaba ir en metro, pero con esa finta, no creo que sea lo más conveniente.

⎯ Yo no le veo nada de malo. Es un traje hecho a la medida, que enmarca perfectamente mi figura y el azul es mi color ⎯ me presume.

⎯ De eso no me queda duda ⎯ respondo, para luego dirigirme al teléfono de la habitación y marcar a recepción.

⎯ ¿Qué vas a hacer? ⎯ pregunta.

⎯ Llamar a un taxi, ¿qué más?

⎯ ¿Qué no tienes auto?

⎯ No.

⎯ Y entonces, ¿cómo te mueves? ⎯ cuestiona, y por su rostro veo que esto es algo bastante raro para él.

⎯ Pues, en metro y en taxi… No tengo dinero para comprarme un auto.

⎯ ¿Por qué?, ¿son caros? ⎯ pregunta sin más, y por su tono sé que en realidad no sabe.

Suspiro ⎯. ¡Ay Dios!, déjame hablar a mí a partir de ahora, ¿te parece? ⎯ le doy la orden para después pedir un taxi que nos lleve a la avenida Reforma al despacho de mi tío ⎯. Listo. Ahora vayamos a divorciarnos, ¿te parece? ⎯ y así salimos juntos de la habitación.

***

Después de pasar dos horas en el tráfico y de soportar las preguntas de Tristán, algunas que jamás pensé que me harían, finalmente llegamos al despacho de mi tío, el Despacho Abogados Caballero, al que solo he venido una vez cuando fue la lectura del testamento de mi madre.

El taxi se detiene enfrente de la puerta y, mientras yo pago, Tristán se baja apresurado para luego abrir la puerta y extender su mano ⎯. Ximena Caballero ⎯ pronuncia mi nombre y me sonríe.

⎯ ¿Qué haces? ⎯ pregunto, algo sorprendida.

⎯ Pues, soy educado ⎯ responde, y esa sonrisa vuelve a aparecer. Juro que en este momento se me ha olvidado el hartazgo que pasé durante dos horas contestando sus preguntas.

Estiro mi mano y tomo la suya. Él la aprieta ligeramente y luego me jala para ayudarme a salir. Cuando estoy de pie frente a él, veo cómo se muerde los labios y siento mi piel caliente, ya que estoy sonrojándome.

⎯ Gracias, pero no tienes que hacerlo ⎯ hablo al fin, y dejo de tomar su mano.

⎯ Lo sé, pero soy borracho, no maleducado ⎯ responde, y yo me río bajito.

⎯ Vamos… ⎯ le ordeno, y camino para comenzar a subir los escalones de la entrada, dejándolo atrás.

⎯ ¡Espera! ⎯ me grita a lo lejos y yo acelero el paso para no caminar junto a él.

Entro al edificio y, para evitar que Tristán vaya a mi lado, choco mi cuerpo con el de otra persona, haciéndome tropezar.

⎯ Lo siento ⎯ me disculpo.

⎯ ¿Mena? ⎯ me dice, y al verlo al rostro me percato de que es mi primo Juan ⎯. ¡Mena!, ¡Ximena!

⎯ ¡Juan! No sabía que ya habías regresado de Washington ⎯ lo saludo y le doy un abrazo fuerte. Juan es mi primo favorito, el que más quiero y quien me ha ayudado siempre cuando lo he necesitado.

⎯ Sí, regresé hace dos días, pero planeaba darte la sorpresa el domingo, en la comida familiar.

⎯ Pues iba a ser la mejor sorpresa ⎯ respondo.

En eso, el rostro de Juan cambia y al voltear, veo a Tristán de pie atrás de mí, con esa sonrisa que parece de retrato; por un momento me olvidé de él.

⎯ Y, ¿ese quién es? ⎯ me pregunta mi primo.

⎯ Es una larga historia, luego te explico. No obstante, es la razón por la que vengo a ver a tu papá.

Juan me toma del brazo y me aleja un poco de Tristán ⎯ ¿Segura que me contarás? ⎯ murmura en mi oído ⎯, ese güey tiene finta de mirey.

Me río bajito ⎯. Lo sé, pero no te preocupes. Prometo que te enterarás. Ahora iré a buscar a mi tío, tengo cita ⎯ volteo para llamar a Tristán, y lo veo muy entretenido viendo los televisores de la sala de espera ⎯. ¡Ey!, nos toca ⎯ le llamo.

Tristán me ve y, como si fuera un niño regañado, viene hacia mí. Al ver a Juan, estira la mano para saludarlo ⎯. ¡Hola!, Tristán Ruiz de Con ⎯ se presenta.

⎯ Juan Caballero, primo de Mena ⎯ responde mi primo.

⎯ ¡Ah!, entonces somos primos ⎯ dice el español, sorprendiéndome por completo.

⎯ ¿Primos?, ¿por qué? ⎯ contesta de inmediato Juan.

⎯ Pues, porque soy el esposo de Ximena.

⎯ ¡Qué!

⎯ Luego nos vemos, Juan ⎯ hablo y tomo a Tristán del brazo y lo alejo de ahí ⎯. ¡Qué chingados crees que haces! ⎯ reclamo entre dientes.

⎯ Presentándome. Ya te dije que soy borracho pero no maleducado.

⎯ Pero si eres tonto, ¡qué no te estoy diciendo que es mi primo!

⎯ Pues sí. Y pues por eso somos primos, ¿no? ⎯ rebate en un tono de obviedad que me enoja más ⎯ Estamos casados.

⎯ Él es mi primo Juan, el hijo del hermano de mi papá. Puede ir a decirle en este instante que me casé contigo y eso no nos va a convenir, ¡qué no ves que estamos aquí para divorciarnos!, entre menos gente sepa, mejor.

⎯ ¿Entonces no me presentarás con tu familia? ⎯ inquiere. Y juro que no sé si es tonto o muy idiota.

⎯ Claro que no, Tristán. Nadie les presenta a sus padres la conquista pasajera del fin de semana.

⎯ Pero, no soy tu conquista, soy tu esposo ⎯ contesta con una seguridad, mientras saca el pecho y me sonríe.

⎯ Lo dices como si fuéramos a durar casados hasta la muerte, y no será así ⎯ hablo, cierro los ojos, tomo un respiro profundo ⎯. Mira Tristán, subiremos al despacho de mi tío, nos divorciaremos y aquí se rompió una taza y cada quien para su casa.

⎯ ¿Una taza? ⎯ es lo único que pregunta ⎯ ¿Podrías dejar de hablarme en acertijos?

Lo tomo de la mano ⎯. Solo vamos, Español, antes de que me saques de mis casillas ⎯ y diciendo esto lo jalo para que ambos tomemos el elevador.

Mientras subimos, vamos ambos en silencio. Aunque, de vez en cuando, siento cómo él me ve por el rabillo del ojo y luego se ríe. No sé qué esté pasando por su cabeza, y no sé si quiero averiguarlo. Lo único que sé es que si sigue mirando o sonriéndome de esa forma, me costará no ceder un poco a sus encantos.

Por fortuna, las puertas del elevador se abren y yo salgo disparada hacia el despacho de mi tío. Los pasos de Tristán son grandes y concisos, por lo que me alcanza rápido y se pone a mi lado.

⎯ Hola Moni, ¿le podrías decir a mi tío que ya estoy aquí?

⎯ Estamos ⎯ me corrige Tristán, y noto cómo le guiña el ojo a Moni; ella se sonroja.

Mientras la asistente de mi tío lo llama por el intercomunicador, yo tomo a Tristán del brazo y lo alejo para hablar con él en privado ⎯. Déjame hablar a mí, ¿quieres? Para que funcione, debes confiar en mí.

⎯ Claro que confío en ti, Ximena Caballero ⎯ Tristán contesta, y de nuevo esa sonrisa coqueta aparece ⎯, pero veo que tú no confías en mí.

⎯ No para esto… ¿OK? Ahora, vamos.

Tristán y yo entramos al despacho que, por el momento, se encuentra completamente vacío. El intenso olor a cigarro me marea un poco, y siento el calor que se ha encerrado porque las ventanas están cerradas debido al frío del exterior. Él y yo caminamos hacia los sillones acolchonados de color café y cuando estoy a punto de sentarme, él lo mueve, separándolo un poco del escritorio para que yo me siente.

⎯ Gracias ⎯ contesto, y de nuevo me siento extraña por ese gesto.

Borracho, pero buen muchacho, repito en mi mente. 

Tristán se sienta a mi lado y se entretiene acomodándose las mangas del saco. Noto unas bonitas mancuernillas de oro blanco que le dan un toque elegante a su camisa ⎯. Supongo que te sientes aliviado de que esta pesadilla termine, ¿no? ⎯ pregunto.

Su mirada hace contacto con la mía y la sonrisa reaparece ⎯. Pues… ⎯ habla un poco inseguro ⎯ supongo que sí. ¿Tú?

⎯ Muy aliviada, en realidad, tengo mucho trabajo ⎯ respondo y su rostro cambia.

¿Acaso está decepcionado por mi respuesta?

⎯ ¡Mi Ximenita! ⎯ escucho la voz de mi tío, quien feliz entra por la puerta ⎯ ¡Qué milagro que me llamaras!, ¿todo bien?

Me pongo de pie para abrazarlo ⎯¡Claro que estoy bien! ⎯ contesto. ⎯ Bien bella como siempre ⎯ me halaga. La mirada de mi tío va directo a Tristán y él se pone de pie ⎯. Tristán, él es mi tío, Juan Caballero.

⎯ Tristán Ruiz de Con ⎯ se presenta muy propio, y estrecha la mano con la de mi tío.

⎯ Es un buen apretón de manos ⎯ opina mi tío ⎯, un hombre muy seguro.

⎯ Gracias ⎯ expresó Tristán con alegría.

Después de las introducciones, todos vamos a nuestros lugares y cuando estamos sentados, nos quedamos en silencio un momento mientras mi tío prepara sus cosas. Cuando todo está listo, sube la mirada y me pregunta.

⎯ ¿A qué se debe tu visita, mi sobrina consentida?

Suspiro ⎯. Tío, necesito que esto sea confidencial, ya sabes, que quede entre abogado y cliente ⎯ le advierto. El rostro de sospecha no se hace esperar en mi Tío, sin embargo, asiente con la cabeza y me pide con un gesto que continúe hablando ⎯. La razón de mi visita es porque necesito que me divorcies de él ⎯ y diciendo esto señalo al guapo español que tengo al lado.

El silencio se hace de nuevo, pero esta vez, uno lleno de tensión y de muchas preguntas que, sé, deberé de contestar. Tristán voltea a verme, y con un gesto me indica que no sabe qué demonios está pasando; ni yo lo sé.

⎯ ¿Tío?

⎯ A ver, a ver, badajeámela más despacio, ¿divorciarte?, ¿cuándo te casaste? ⎯ pregunta asombrado.

Sí, él reaccionó así, no quiero saber cómo lo haría mi padre, me digo a mí misma.

⎯ Pues, hace un mes… ⎯ empiezo.

⎯ Nos casamos en Las Vegas, señor abogado ⎯ me interrumpe Tristán, y mis ojos se van directamente a él para insinuarle que es un hombre muerto.

⎯ ¿¡Cómo!? 

⎯ Sí, en Las Vegas, hace un mes, cuando fui a la despedida de Maquena ⎯ respondo apurada ⎯, y pues al parecer no todo lo que pasa en Las Vegas, se quedó en las Vegas ⎯ y como si estuviéramos coordinados, Tristán y yo comenzamos a reír; supongo que los nervios nos están pasando factura. 

⎯ ¡Te casaste en Las Vegas! ⎯ grita mi tío ⎯, ¡cómo chingados se te ocurrió! ⎯ y en ese momento deja el tono de abogado y saca el tono de tío preocupado. Su acento norteño hace que el reclamo tenga más fuerza. 

⎯ No, no lo sé ⎯ replico nerviosa ⎯, incluso, ni él se acuerda, ¿cierto? ⎯ le pregunto a Tristán y él asiente. 

⎯ Ni puta idea ⎯ me sigue la corriente. 

Entonces, saco los papeles de mi bolsa y se los muestro a mi tío. Él los toma para comenzar a leerlos y luego me los regresa. 

⎯ Esto está en inglés, y pues yo no te lo vengo manejando ⎯ me responde. Luego suspira, saca un puro de la caja de madera que tiene al lado, y lo enciende lentamente. Tristán y yo esperamos atentos el veredicto. Pero al ver que no hay respuesta, suponemos que no será uno bueno. Y nosotros, que solo pensamos que firmaríamos un papel, nos divorciaríamos y seguiríamos con nuestra vida ⎯ ¡Ijole mija! ⎯ expresa. 

⎯ ¿Ijole es bueno? ⎯ Cuestiona Tristán. 

⎯ Es que esto no funciona así, y menos si está en inglés. 

⎯ ¿Cómo?, ¿cómo que así? ⎯ pregunto alarmada. 

⎯ Sí, mira. Es que no te puedo divorciar así como así. Se debe llevar un proceso que será largo, e incluso un divorcio express toma tiempo ⎯ me aclara. 

Tristán, en ese instante, se levanta del sillón tan rápido que me asusta un poco ⎯ ¿Cuánto tiempo? ⎯ pregunta, algo preocupado. 

⎯ Pues, yo le calculo unos tres meses mínimo, aunque puede ser un año. Aunque si me pregunta, lo más seguro es que sean seis meses. Además, para que se pueda dar una sentencia de divorcio hay que decir el porqué y ustedes no tienen causa. 

⎯ ¿Haberme casado en Las Vegas no es suficiente causa? ⎯ inquiero. 

⎯ ¡Exacto!, ese fue el error, casarnos en Las Vegas ⎯ complementa Tristán desesperado. 

⎯ A ver, a ver, así que digan, ¡ah, qué error!, pues no fue, ¿verdad?, porque ahí están claramente las firmas y no creo que nadie los haya obligado. 

⎯ Tío… No me puedes hacer esto ⎯ le ruego. 

⎯ Es que debe de haber una solución ⎯ insiste Tristán y su tono me hace saber que esto no le funcionará en los planes que tiene. 

⎯ Pues hay algo que tal vez funcione ⎯ responde mi Tío.

Tanto Tristán como yo nos acercamos más al escritorio, casi como si quisiéramos sentarnos sobre él y pegarnos a su rostro ⎯. Lo que sea, díganos. 

⎯ Pues, ¿qué les parece si viven juntos unos mesesitos para hacer historial?, de pasada ven si pega o no, y si para el tercer mes ven que de plano no, pues se divorcian por “diferencias irreconciliables”. 

⎯ Pero, pero, si ya tenemos diferencias irreconciliables ⎯ le aseguro. 

⎯ Pero no en papel. 

⎯ Entonces, ¿me estás diciendo que no me puedes divorciar de Tristán hoy? ⎯ pregunto, aunque ya sé la respuesta. 

Mi tío niega con la cabeza, y da una fumada a su puro ⎯. No, dentro de unos meses sí, pero así que digas, hoy, hoy, hoy, no puedo ⎯ y al escuchar eso, volteo a ver a Tristán que se encuentra recargado sobre el brazo del sillón y cubriéndose el rostro con la mano. 

Supongo que el error de Las Vegas seguirá por mucho tiempo más conmigo. 

⎯ Lo siento, mi Mena, es lo que es. Pero si gustas, puedo empezar la demanda hoy. 

Tristán se pone de pie y sin decir nada, sale de la oficina dejándome sola con mi tío. Lo entiendo, él también pensó que todo esto sería pasajero y ahora estamos atascados el uno con el otro ⎯. Yo te llamo, ¿sí? ⎯ respondo y poniéndome de pie le pido ⎯. No le digas nada de esto a mi papá, ¿quieres?  

⎯ Lo prometo, esto es entre abogado y cliente ⎯ me asegura, aunque dudo que eso lo cumpla. 

Así, salgo de la oficina y a lo lejos las puertas del elevador se cierran con el español adentro ⎯. ¡Genial! ⎯ expreso, para tomar las escaleras de emergencias y bajar lo más rápido que puedo y alcanzarlo. 

Al llegar al recibidor del edificio, lo veo caminar hacia la puerta y yo corro detrás de él ⎯ ¡Oye!, ¿dónde vas? ⎯ grito. 

Sin embargo, al llegar a la puerta, veo cómo él se sube a un taxi y se aleja dejándome de pie en medio de la acera. 

⎯ Bien hecho, Ximena Caballero ⎯ me digo mi misma y comienzo a caminar hacia el metro alejándome de ahí.

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