Alegra
No quería salir así de la casa, porque en realidad, nevaba muy fuerte y pudo haber sucedido algo. Sin embargo, no soporté el hecho de estar junto con la madre de Karl en la misma habitación.
— ¿Todo bien, mi vida? —pregunta mi madre, con un rostro de preocupación.
—Sí, todo bien.
—¿Cómo saliste así? Creo que caerá una nevada.
—Lo sé, pero quería ver cómo estaba papá. Me quedé preocupada después de lo que pasó con Simone.
Mi madre, quien ya ha llegado a mi presencia, me da un abrazo y comienza a calentar mi cuerpo, frotando sus manos en mis brazos.
—Tu padre no está. Incluso, lo estoy esperando. Salió a dar una vuelta. Ya sabes que cuando pasa algo que lo altera siempre sale a caminar. No le gusta sentirse como león enjaulado.
Sonrío levemente, al parecer, mi padre y yo nos parecemos bastante.
—Lo comprendo. Entonces, lo esperaré.
—Y, ¿Karl?
—Le enviaré un mensaje de que no iré a dormir. Además, creo que él también necesita tiempo a solas con Simone.
Mi madre suspira.
—Simone. Esa mujer se nota que tiene mucho dolor arraigado. Lo malo es que lo expone de la manera más cruel, en su hijo.
—Ya ni me digas. Me dan náuseas solo de pensar en cómo trata a Karl. Me dan ganas de…
En ese momento hago con las manos el gesto de que la ahorcaría y mi madre sonríe.
—Ven, vamos. Te invito un chocolate caliente.
—No, es muy tarde —le comento—, mejor algo caliente pero que no altere a los gemelos. Si tomo chocolate no dormiré en toda la noche —contesto.
Aunque con o sin chocolate, no creo que pueda dormir, pienso.
—Entonces, ¿un cupcake de calabaza?
—¿Los hizo papá?
—No, los compramos, pero, lo puedo calentar en el horno.
Así, mi madre me toma de la mano y caminamos hacia la cocina. Es raro ver este lugar con tanta vida, ya que casi nadie lo visita. Se supone que mi tía Ainhoa es la dueña del lugar, sin embargo, pocas veces viene a Nueva York, porque ella gusta más de ir a sitios exóticos con mi tío o de plano, le gusta el mar. Por lo que, este espacio, pasa la mayoría del tiempo vacío y, es una lástima, ya que tiene unas vistas increíbles y un espacio enorme que se podría utilizar para cualquier cosa; como un estudio fotográfico, por ejemplo.
Mi madre me pide que me siente en el comedor de la cocina y ella se ocupa de calentarme el cupcake y también un poco de leche. Al verla, sonrío, puesto que me recuerda las veces que nos enfermamos y ella nos consentía.
Finalmente, pone los platos sobre la mesa y se sienta frente a mí. Con la mirada me invita a que demos una mordida al panecillo y yo lo hago. Puedo sentir el sabor a calabaza que me alegra el momento.
—¿Rico, no? Tu padre se robó la receta.
—Con razón saben cómo los de papá, ¿cómo les hizo?
—Probádolos. Tu papá tiene más talentos de los que crees —lo alaba.
Suspiro.
—¿Cómo está papá?, no pensé que lo de Simone le afectara así —comento, mientras continúo comiendo.
Mi madre niega con la cabeza.
—Tu padre no se lo tomaría tan a pecho, o al menos, no antes. Sin embargo, últimamente anda muy sensible y la vejez no ayuda mucho. Ahora entiendo a mi padre cuando me decía: que entre más viejo, más chillón.
Sonrío.
—Tu padre está preocupado por Fátima. Además, a veces se acuerda de su padre y le da el sentimiento. Luego se entera de que será abuelo otra vez y desearía que David los hubiese conocido. No lo sé, supongo que llega un momento en que nuestros recuerdos se mezclan con nuestros deseos, creando una amalgama de nostalgia: nostalgia por lo que tuvimos y nostalgia por lo que posiblemente jamás sucederá.
—Jamás lo había visto así, ¿sabes?
—Lo sé. Tu padre puede parecer una persona con mucha fuerza, el que resuelve todo. Sin embargo, por dentro, es más sensible que tú, que yo, que David. Una de las maldiciones de envejecer es saber que tus hijos te verán vulnerable, y la imagen que tenían sobre ti cambiará por otra, posiblemente la última que verán de ti en vida. El recuerdo de la persona fuerte y decidida quedará como eso, un recuerdo. La paradoja de la vida. —Suspira—. Yo recuerdo que veía a mi padre como un superhéroe, el que resolvía todo, el que jamás se rendía. De pronto, un día se cayó, se rompió la pierna y ahí lo supe: había envejecido. Recuerdo cuando fui al hospital a verle, se había envejecido años, sentado, en esa camilla. Lloró mucho y me pidió perdón por haberme sacado del trabajo por ir a ayudarle. Esa noche, lloré en brazos de tu padre, no porque tu abuelo se había caído, si no por el hecho de saber que mi padre había envejecido y que empezaba la recta final a lo desconocido. Todavía me acuerdo y quiero llorar.
—¡Ay, mamá! —le digo, sintiendo un nudo en la garganta.
—Pero, no me hagas caso. Tu padre aún vivirá muchos años y sigue fuerte. Lo que pasa es que anda sensible porque sabe que su madre…
—Está en la recta final a lo desconocido —agrego—. Me gusta esa frase para no decir la palabra “muerte”.
—Así es. Además, seguro la pelea que tuvo con tu abuelo fue fuerte. Ellos, no se llevaron bien parte de su vida. David fue un padre muy frío y se peleaban a cada rato. Por lo que supongo que eso le trajo muchos problemas.
—Pero era cálido con nosotros. Yo no recuerdo al abuelo así.
—Porque hay veces que los padres son mejores abuelos, hay veces que no.
—Entonces, ¿por qué papá no es así? —pregunto.
—¡Ah! —expresa mi madre, con una sonrisa—. Porque, tu padre se prometió que cuando fuese padre, no sería como el suyo. Cuando nacieron ustedes, recuerdo que nos dijo a las tres, porque Sila también estaba, que sería el padre que siempre quiso tener y… lo es.
Sonrío.
—Sin embargo, hay personas que prefieren echarle la culpa a sus padres o a los demás de su actitud, de su situación, y no cambian…
—¿Hablas de Simone? —inquiero.
—No lo sé. Pero si la madre de Simone fue así, tal vez.
Acaricio mi vientre, mis hijos están contentos porque el panecillo de calabaza estuvo rico. Mi madre me pone otro, en el plato.
—No gracias…
—Venga. Literal comes por dos.
Yo me animo y le doy una mordida al nuevo panecillo. Uno de mis bebés se mueve feliz.
—¿Vienes a preguntarme qué hacer con Simone? —inquiero.
—Sí.
—Pues, ¿qué quieres hacer?
—Quisiera sacarla de mi vida. Decirle a Karl que no la quiero ver, pero…
—¿Pero?
—No lo sé. No me agrada la idea de privarles a mis hijos de sus abuelos paternos.
En eso, mi madre me toma de las manos y las aprieta con ternura.
—Has madurado mucho, Alegra Canarias. Ya se fue la mujer impulsiva y ha llegado la pensante.
—Bueno, ayuda que peso diez kilos de más y no me puedo mover —bromeo.
La risa de mi madre me alivia el corazón. Puedo ver las arrugas que ya aparecen debajo de sus ojos y en la comisura de sus labios. Ella dice que las tiene porque mi papá la hace reír mucho.
—Aun así, has madurado y eso es bueno.
—No quisiera que todo esto terminara así. Que ambas familias no se soportan, que mis hijos tuvieran que vivir una relación dividida. Digo, no los quiero a todos como nosotros, que a veces parecemos la familia Burrón.
Mi madre lanza una carcajada.
—¿De dónde sacaste eso?
—Mi abuela lo decía mucho, ¿recuerdas? Siempre decía eso cuando nos juntábamos en Navidad.
—¡Ay, mi madre! — expresa.
—En fin. No es que los quiera a todos juntos, solo no quiero que estén separados.
Mi madre asiente con la cabeza. Se levanta levemente, arrima la silla cerca de mí y pone las manos sobre mi vientre.
—¿Sabes algo bonito de ser madre? —me pregunta—, que para las mujeres el contador se pone en ceros. Nos dan una segunda oportunidad de nacer, de empezar de nuevo, de ser quiénes siempre quisimos ser. Los hombres no tienen esa oportunidad, nosotras sí. Una entra al quirófano y otra nueva sale, con más ansiedades, culpas y responsabilidades, sí, pero también, con nuevos sueños, esperanzas, vivencias, emociones, pero, sobre todo, decisiones. Tú puedes decidir a quién quieres en tu vida y cómo los quieres, porque ya no solo piensas en ti, sino en tus hijos. Y por eso, tratas de tomar la decisión correcta.
Escucho a mi madre con atención.
—Lo que quiero decirte, Alegra. Es que ahora tienes tú el poder de decirle a la madre de Karl lo que quieres y necesitas para tus hijos. Tienes el poder de alejarla y decirle que ya no vuelva o, de pedirle que se quede. Puedes perdonar o no, puedes hacer muchas cosas. Sin embargo, debes preguntarte, ¿esto le hace bien a mis hijos?, ¿esto es lo que quiero que ellos vean o sientan?
—La madre de Karl, es mala.
—No, está herida. El dolor hace más daño que cualquier otra cosa. Solo recuerda, que la decisión que tomes afectará a Karl, a tus bebés, a tu familia y más vale que sea la correcta. Si vas a empezar desde cero, te recomiendo que lo hagas de una buena forma.
—¿Me estás diciendo que la perdone?
Mi madre niega.
—Te estoy diciendo que decidas a quién quieras en tu vida y cómo quieres que se queden. Si no la quieres, simplemente dilo, pero debes saber que eso hará eco más adelante. Si quieres que se quede, entonces, díselo, pero también, las condiciones y lo que esperas. Si ella no está dispuesta a cumplirlas, ya no se quedará en ti.
Las palabras que me dice mi madre, tienen mucho sentido. Pero, no sé si me atreveré a ponerle condiciones a Simone o si Karl esté de acuerdo con lo que quiero hacer. Jamás pensé que mi relación con la única persona que he amado en este mundo, tuviese tantos obstáculos.
—Ma, ¿qué pasa si le digo a Simone que no la quiero cerca de mis hijos? —inquiero.
Mi madre suspira.
—Pues, no lo sé. Lo único que importa aquí, es que estés feliz con tu decisión y que estés preparada para afrontarla. Recuerda lo que decía tu abuelo David.
—Estamos hechos de las decisiones que tomamos y de las experiencias que nos desafían.
Sonrío. Sé muy bien lo que eso significa.
—Si van a citar a mi padre al menos deberían invitarme. —Escuchamos la voz de mi padre y al voltear, lo veo en el umbral de la cocina. Mi padre se acerca y le da un beso a mi madre sobre la frente—. Hoy comemos comida china —le comenta.
—Uffff, tengo tantas ganas —contesto y mi papá sonríe. Por un momento nos vemos a los ojos y trato de buscar esa mirada cansada que mi mamá me comentó, sin embargo, no la encuentro. Mi papá aún está fuerte y sano, y todavía hay mucha vida para el picaflor—. ¿Todo bien?
—Todo bien. —Mi papá me da un tierno abrazo, después, besa mi cabello.
—Lo siento, hija. No era mi intención comportarme así. Solo que en este instante no estoy pasando un buen momento y reaccioné mal.
—No te preocupes. Mejor, perdóname por haberte reclamado. Te prometo que no volverá a pasar algo así. Yo haré algo.
—¿De qué hablas?
—Hablo de que yo haré algo para que esto que está pasando no me separe de Karl, no traiga problemas a la familia y lo más importante, que sea una decisión en la que todos estén de acuerdo.
—¿Qué es lo que harás? —pregunta mi madre.
—Mañana sabrán, primero, hablaré con Karl, él debe estar de acuerdo —contesto, segura de la decisión que tomaré.
10 Responses
Guau un capítulo lleno de mucha sabiduría 💕💕💕
Que capítulo 💕 ya quiero saber la decisión de Alegra 🙌
Amé este capítulo con todo mi corazón. Me lo guardo como uno de mis favoritos de todas tus historias.
Mi Alegra más madura!! Más mamá, me enternece
Amo a mi Luz mayor y sus consejos, igual a mi Tristán.
Aww q lindo. Los Ruis de Con siempre con sus sabios consejos. Y me gustan esas frases. Gracias Ana. Y ahora a comer uña esperando la decision de Alegra. 😱😅
Uy los Ruiz. Meti mal el dedo. Q horror jejeje sorry.
Hay que tener personas que sumen y no que resten.
Desconfío que una persona que mantuvo una mentira por tantos años repitiendola como mantra a su familia, cambie.
Hay que ver cuanto amor tiene para poder cambiar
Linda plática… Hermosa familia.☺️☺️
Hermosos padres y consejos =) Alegra tiene mucha suerte de ellos =) ahora que sera lo que pasara con esa Simone y Karl no creo que tenga tanto problema en aceptar lo que sea que le proponga Alegra.