— ¿Te gusto Canarias? —murmura Luz.

— No, no me gustas… me encantas —contesto, acercando mi rostro al suyo.

Todo desaparece.


Regresar a donde todos te conocen, siendo una persona totalmente diferente, te vuelve inmediatamente un desconocido. Incluso, por más que uno intente convencerse de que no ha cambiado para nada, hay cosas que te delatan y que le hacen ver a las otras personas que el hombre que se fue y el que regresó no es el mismo. Puede ser el acento, tal vez la forma de caminar, pero la mirada es la principal ventana que muestra que ya nada es igual.

Después de caer rendido y dormir casi dos días seguidos en mi habitación, abro los ojos con la voz de Ainhoa al fondo, riendo a carcajadas para luego guardar silencio. Me levanto, estiro mis brazos y siento cómo toda mi columna vertebral se acomoda, y un gran bostezo llega a mí. Volteo hacia mi mesa de noche y me percato de que son las 17:00 hrs y que pronto será hora de cenar.

— Si mi chiqui, te prometo que te espero despierta. Te amo —escucho en el pasillo y luego mi hermana baja las escaleras casi corriendo.

Sintiendo el cuerpo pesado me pongo de pie, volteo a ver a mi alrededor y veo que mi madre me ha puesto una toalla limpia sobre la cómoda, un nuevo cepillo dental y desodorante. Al parecer, estaba tan cansado que no la escuché entrar. Mi habitación se encuentra completamente a media luz, así que abro la cortina para, de inmediato, sentir los últimos rayos del sol de la tarde y el frío del invierno.

Después, observo con atención lo demás. La foto de la familia colgada sobre el muro, mis juguetes favoritos encima de una repisa, mi librero lleno de libros ya leídos y sobre mi escritorio esa fotografía mía de pequeño con un traje de marinero que odié, pero que mi madre amó; no puedo creer que aún recuerde ese festival.

Levanto mi brazo y siento cómo el dolor a sudor llega a mi nariz — Dios, Canarias, en verdad apestas — hablo, recordando las palabras de mi hermana.

Así, tomo la toalla, el desodorante y el cepillo dental y voy hacia el baño donde abro la llave de la ducha esperando a que el agua caliente caiga y me quito los bóxers para después tirarlos a la basura. Esos eran mi último par de los últimos que mi madre me envío para Perú, y hoy, terminan su ciclo en un baño elegante de Ibiza.

Meto la cabeza debajo del chorro de agua caliente y de inmediato siento un alivio. El olor a sudor va desapareciendo poco a poco, junto con el cansancio que siento en cada músculo de mi ser. Dejo que mi cabello y barba se empapen por igual, para dar paso al champú, ese que destapo y sonrío al sentir su olor. Pongo una buena cantidad en la palma de mi mano y lo unto de la cabeza a los pies.

Cuando me siento completamente limpio, cierro la llave, me amarro la toalla a la cintura y salgo al lavamanos y me veo en el espejo — Tío, sí que traes una cara de cansancio — me digo a mí mismo.

Comienzo a arreglar mi barba, la limpio por completo y después me amarro el cabello con un manbun alto que me hace ver genial. Tomo mi loción y sonrío. — Te extrañaba, Dolce Gabbana — murmuro, y luego me echo por el cuello y el pecho.

Tiempo después de haberme arreglado y puesto la única ropa que tenía limpia – un suéter negro de cuello alto y unos vaqueros – salgo de mi habitación para encontrarme justo a mi madre que va saliendo con una bolsa de mano y poniéndose uno de los arillos en la oreja.

— ¡Hijo! — expresa feliz.

— Madre — respondo y le doy un beso sobre la frente — ¿por qué me dejaste dormir tanto?

— Te veías muy cansado. Supongo que te estarás muriendo de hambre, pero, tendrás que esperar un poco, iré a casa de Mena por el vestido que me hizo.

Al escuchar esas palabras lo único que hago es esbozar una media sonrisa que no puedo evitar. No sé si mi madre lo nota, pero enreda mi brazo con el suyo y me mira a los ojos — ¿me acompañas?

— Por supuesto.

— Te prometo que será rápido. Espero que ya no le tenga que hacer cambios, la pobre Mena me cobrará el doble.

Los dos comenzamos a caminar hacia las escaleras y bajamos al mismo ritmo. Cuando llegamos al recibidor, toma su hermoso abrigo negro y yo le ayudo a ponérselo — le dije a tu padre que quería usar otro vestido para la cena con sus socios, pero insistió en que fuera nuevo y original y bueno… — voltea a verme coqueta — ¿quién soy yo para negarme un vestido nuevo y a la medida? — me pregunta.

Me pongo mi abrigo, — supongo que habrá joyas nuevas.

— Supones bien… veremos con qué me sorprende el espléndido de tu padre. — Mi madre abre la puerta y siento el frío en el clima, quito la llave del auto y le ayudo a subir al asiento del copiloto — te ves diferente.

— Deja de insistir en eso madre — le pido.

— No lo haré, pero eso no hará que tú no sepas que es verdad — sentencia y acaricia mi mejilla. Cierro la puerta del auto, y sin decir una palabra más del asiento, manejo hasta la casa de los Ruiz de Con.


Recordar el camino hacia la casa de los Ruiz de Con fue raro. No porque ya lo haya olvidado por completo – no puedo hacerlo después de años de recorrerlo. Lo digo, ya que dejé de venir acá desde hace mucho tiempo, si no mal recuerdo ya va para más de seis años, y porque nunca lo observé tanto como lo hago en este momento. Ahora, noto la cantidad de casas con balcón, el camino angosto y la preciosa vista. Puede que los Ruiz de Con no tengan una casa tan grande como la mía, pero tienen una vista, jardín y acceso al mar, envidiables; ahora recuerdo por qué me agradaba venir para acá en los veranos que ellos no se iban a México.

— Solo estaré unos momentos, ¿vale? — habla mi madre mientras se arregla los rizos — puedes esperar en el auto.

— No, está bien, te espero en la sala — respondo, al estacionarme.

Me bajo del auto para abrirle la puerta y ambos caminamos hacia la preciosa puerta de vidrio que da la bienvenida a esa casa estilo colonial color blanco y con dos balcones. Uno al frente que da a la calle y uno atrás con vista al mar; la habitación de Luz, ese lugar donde solo una vez he podido entrar.

Después de tocar el timbre, la figura de Alicia aparece y nos brinda una sonrisa — señora Fátima — voltea a verme — ¡joven David!, ¡qué milagro!

— ¿Te sorprende verme, Alicia? — le pregunto, para luego darle un abrazo fuerte.

Alicia lleva años trabajando con los Ruiz de Con y es la hermana menor de Esme, la chica que ayuda en la nuestra. Mis padres les han pagado a sus hijos los estudios desde la primaria hasta la universidad y sé de buena fuente que los Ruiz de Con hacen lo mismo con Jaimito, el hijo de Alicia, y con el nieto de Mateu.

— Como no me va a sorprender, si pareces estrella fugaz, solo te dejas ver en ciertos tiempos, pero cuando apareces, eres maravilloso.

— ¡Basta Alicia!, que me la voy a creer — contesto.

— La señora Ximena le espera arriba, pase — comenta Alicia a mi madre.

— Gracias, entonces subo, ¿te quedas?

— Sí, sí, te espero en la sala — le digo a mi madre, y ambos entramos a la casa.

Alicia acompaña a mi madre hacia la parte de arriba de la casa de los Ruiz de Con y yo me quedo en la sala colorida. Un montón de recuerdos vienen a mi mente. La sala con la televisión, la chimenea para los inviernos, esos sofás tan cómodos con un aroma entre limpio y lavanda, ya que todas las Ruiz de Con huelen a lavanda, y las fotos, las cientos de fotos que hay en los muros, sobre las repisas, las cajoneras, la chimenea, todo.

Me acerco a una de las tantas paredes y me quedo viendo los retratos que sé están estratégicamente acomodadas, por ejemplo, sé que las fotos familiares se encuentran desde las escaleras hasta el corredor. Las de otras temáticas van en diferentes lugares de la casa, pero las de paisajes, esas están en la sala.

Observo un cuadro donde hay cuatro fotografías, al parecer son las tomas de un mismo lugar en cuatro momentos diferentes, y sonrío. Luz en verdad es una excelente fotógrafa, sabe ver eso que nadie más ve y lo capta, es como si tuviera un don especial.

— ¡Ey! — me interrumpe una voz conocida y al voltear, veo a señor Tristán entrar con una caja de herramientas en la mano.

— Señor Tristán, ¿cómo está? — saludo amable.

Él deja la caja de herramientas y me da un abrazo — ¡qué gusto verte!, me encanta tu nueva imagen, te ves…

— ¿Diferente? — agrego.

— Maduro — me corrige — yo solía llevar esa imagen antes, hasta que me convertí en papá. Moraleja, nunca dejes que tu pareja te pida que te cortes el cabello una vez, si le gusta, jamás volverás a ser el mismo — me río.

— Bueno, en mi caso no tengo esposa, pero tengo un padre que no le agrada esto.

— Y, ¿cuándo le has hecho caso a tu padre? — me pregunta, y volvemos a reír.

— ¿Cómo están todos? — inquiero, tratando de sacar la información que quiero.

— Bueno, María Julia está en Estados Unidos, Manuel está en México y Luz…

¿Está aquí?, dígame que está aquí. Pienso, y juro que no sé qué me pasa.

— Está en México con Rosalba — finaliza — se quedará con su abuela un mes en Cuernavaca y luego regresará.

— ¡Vaya! — hablo como si no me importara.

— Sí, mi hija no se recupera tan fácil de las decepciones, necesita su tiempo y espacio para poder hacerlo. Es apasionada y cuando algo no sale como se piensa, la decepción puede ser fatal. Si Luz cree que puede hacer algo, lo hace, si cree que puede cambiar algo, lo cambia.

— Es decidida…

— Sí, por no decir necia — comenta Tristán mientras ve las fotos conmigo — pero no te dejes engañar por esa fuerza e independencia. Por dentro, tiene un gran corazón, es sensible, tímida y algunas personas se aprovechan de eso — me ve — vivo con el miedo de que alguien le rompa el corazón, no sé lo que haría.

Suspiro — Supongo que son los riesgos de confiar en alguien — respondo.

— No, son los riesgos de vivir en general, pero cuando uno los toma consigue cosas… maravillosas — y me muestra las fotos de los paisajes que hay frente a nosotros — quien no arriesga, no gana David. Te lo dice alguien que dejó todo lo que conocía por una total desconocida y mira, veinte años y tres hijos después… ¿crees que me arrepiento? — se ríe.

¿Por qué me está diciendo todo esto?, ¿a caso me está insinuando que me arriesgue a algo con Luz?, o, ¿simplemente soy yo quién lo está pensando?, ¿es una señal?. ¡Cállate David!

— Lo tomaré en cuenta… — respondo sin más, porque no sé muy bien qué significa.

— No lo tomes en cuenta… ¡hazlo!, cuando sientas que es la llamada correcta, tómala, como dicen en México “El que nace pa’ tamal, del cielo le caen las hojas.”

Sonrío — ¿qué quiere decir eso?

— Cuando las oportunidades se dan, no se pueden evitar. Uno no puede evitar el destino… — Al decirme eso, su profunda mirada, esa que Luz también tiene, se cruza con la mía, por lo que sé que esta plática fue por una razón — lo siento, uno envejece y dice tonterías — habla, recogiendo la caja de herramientas — en fin, me dio gusto verte muchacho, espero luego nos cuentes tu viaje.

— Lo haré, gracias… — le respondo.

Tristán me da una palmada sobre la espalda — Que tu cambio sea para bien, David — y después se aleja para dejarme solo.

¿Qué tu cambio sea para bien?, yo me siento igual que antes, me digo a mí mismo, pero, no es verdad. Sé que cambié, lo siento dentro de mí y, aunque tengo que aceptarlo, lo haré, porque no puedo fingir que soy el mismo, así como tengo que aceptar que por más que luche, no puedo dejar de pensar en Luz Ruiz de Con.

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  1. David ha madurado, es más humano y conciente de su sus sentimiento y de su soledad, digno compañero y alianza de una Luz Ruiz de con Caballero

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  1. David ha madurado, es más humano y conciente de su sus sentimiento y de su soledad, digno compañero y alianza de una Luz Ruiz de con Caballero

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