Regresar a la rutina ha sido una tortura. No porque odie la pediatría; al contrario, después de todo lo que pasó en mi viaje, amo más que nunca mi profesión. Es porque ahora debo acostumbrarme a algo que antes era normal para mí y ahora se me hace extraño.

Despertar con el ruido de los autos en lugar de los cantos de los pájaros me afecta más de lo esperado. Ahora, me levanto a las cuatro de la mañana, una costumbre adquirida en mis viajes. Recorrer mi piso vacío en lugar de platicar con colegas mientras tomábamos café es algo que extraño. El trayecto al hospital se ha vuelto monótono y aburrido.

La situación en el hospital también es extraña. Mi recibimiento fue así. La única bienvenida sincera fue la de Lula; al verme, corrió a mis brazos con un abrazo fuerte, como si quisiera comprobar que era una persona real. La reacción de los demás fue como si nunca me hubiera ido, como si solo hubieran pasado unos días.

Lo que más me desconcierta es que ya no es lo mismo que antes. Las bromas de Ulises parecen más idiotas y vacías. No sé cómo decirlo sin ofender, pero Ale me parece bastante fea. Siento como si me hubieran levantado un velo que cubría mis ojos todo este tiempo y ahora veo todo con claridad. También noto otras cosas más allá de lo físico.

En realidad, no tengo un Philip Phillips con quien hablar de temas interesantes ni una Alegría que me acompañe a echarme un cigarrillo mientras hablamos de sus clases y reímos.

Podría decir que estoy acompañado, pero en realidad estoy solo, aunque no en soledad. Me gusta estar solo, sin que nadie me moleste mientras trabajo, comiendo solo en la cafetería del hospital y, como siempre, subiendo al techo para fumar un cigarrillo mientras pienso… en ella.

Así es, Luz Ruiz de Con no se aleja de mi mente. No puedo dejar de preguntarme: ¿Qué hace? ¿Dónde está? ¿Ya regresó? Unas ansias infinitas por saber de ella se apoderan de mí. Intento callarlas, sin mucho éxito, con cigarrillos, lectura y una rutina establecida de ejercicio. ¿Por qué me está pasando esto? De pronto, Luz se ha convertido en un tema principal en mi vida cuando, por años, ni siquiera recordaba que existía. No había nada personal. Esto es una locura.

— ¡Ah!, aquí estás — interrumpe Alexandra, y al voltear, la veo detrás de mí con un cigarrillo en los dedos. — ¿Tienes fuego? — se acerca a mí y enciende su cigarrillo con el mío. — Gracias.

— De nada — respondo, mientras sigo mirando al horizonte.

Nos quedamos un rato escuchando el ruido de los autos, y yo trato de ver si mi mirada llega a Ibiza. Tal vez pueda verla asomarse por su balcón con esa cámara fotográfica mientras toma una foto al horizonte.

— ¿Vas a ir a la fiesta? — interrumpe mis pensamientos.

— ¿Fiesta?

— Sí, el cumpleaños de Silvia, ¿la enfermera? Hará una fiesta en el bar de siempre y pues iremos… ¿Pasas por mí? — me pregunta. Me quedo un momento en silencio mientras mi corazón grita que no y mi mente simplemente se queda en blanco. — ¿Canarias? — me pregunta.

— Sí, sí… iré. ¿A qué hora es? — inquiero.

— Nos vemos a las diez, y ¿crees que pueda quedarme en tu piso? — habla.

No, no, ya no quiero, pienso.

— Sí, por qué no.

Alexandra da la última fumada a su cigarrillo y luego lo tira al suelo. — Perfecto, extraño que me comas en esa cama de sábanas de seda — me dice, para luego rozar su mano con mi ingle, causando que toda mi piel se erice. Deben comprender, tengo más de un año sin estar con nadie; no soy de piedra.

Ella se aleja de mí y abre la puerta para entrar al edificio. Si puedo ser honesto conmigo mismo, no tengo ni la mitad de las ganas de ir a la fiesta, ni de estar con Ale. Lo único que quiero es quedarme en casa, hacerme de cenar y quedarme en la sala leyendo ese libro de Lorena Salazar Masso que me compré en Medellín. Sin embargo, no entiendo por qué no le pude decir que no. ¿Será que mi instinto de supervivencia en el trabajo es más fuerte que mi comodidad?

Así, termino mi cigarrillo y lo tiro al bote de basura. Le doy un último vistazo al horizonte. Suena muy tonto, pero juro que a lo lejos parecía que veía el mar y esa casita blanca con balcones donde había pasado parte de mi vida.

— ¡Basta, Canarias! — me grito en el interior. Pero esta vez, ese “basta” no es para que pare de pensar, es un “basta” para que pare de negar que pienso en ella y mejor me deje llevar por la situación.

[Más tarde]

Me pongo de pie de la cama, después de haberme acomodado los zapatos y arreglado el pantalón. Me veo frente al espejo y observo lo que he escogido para ir a la fiesta de hoy. Si puedo ser honesto, ni siquiera recuerdo quién es Silvia, pero iré para convivir un poco con las personas con las que dejé de tener contacto hace un año.

Vuelvo a revisar mi cabello, me arreglo la barba, y cuando estoy listo, me rocío la loción en los lugares estratégicos que sé siempre me funcionan. Me veo vestido de esta forma y esbozo una ligera sonrisa. Literalmente, tenía rato que no me vestía así. ¿Dónde habían quedado esas playeras blancas y vaqueros azules que se llenaban de lodo? ¿Ese suéter hecho de lana que me protegía del frío? ¿Esas botas para lluvia que no combinaban con nada pero eran útiles?

Mi móvil vibra y lo

 tomo de la mesita de noche para ver el mensaje de Ale.

**ALE:** *YA ESTOY LISTA, ¿PASARÁS O ME VOY CON AGUS?*

Me quedo con el móvil en la mano y pienso una y otra vez en mi respuesta. Volteo hacia la ventana de mi habitación, veo los edificios iluminados, ese cielo estrellado, y escucho el ruido de la calle. En cierta forma, me animo, pero no para la fiesta. Mi mente estaría ocupada con música y pláticas vanas en lugar de estar en un viaje al interior de mis pensamientos.

**DAVID:** *VE CON AGUS, TE ALCANZO*

Respondo, para luego salir de mi piso, dejando mi móvil sobre la mesa del comedor.

[Más tarde]

Toco la puerta de la señora Ramírez, y cuando me abren, sonrío al ver a Marta, su nieta. Con aspecto cansado y el cabello despeinado, me mira levantando la ceja.

— ¿Se te perdió el club? — bromea.

— Buenas noches, Marta. Pasaré por alto ese comentario por haber cuidado mis plantas durante tanto tiempo.

— ¿Solo por tus plantas? — pregunta en reclamo. Supongo que también necesito agradecerle por todos los demás favores. — Dime, ¿qué se te ofrece a esta hora? ¿Quieres que saque a la rubia rostro de mosca muerta? — inquiere, mirando a cada lado del pasillo.

Sonrío. — No, vengo a invitarte a cenar.

Marta arquea ambas cejas. — ¿Estás loco? ¿Qué demonios estás diciendo?

Río. — Venga, Marta, es verdad.

Ella me ve de pies a cabeza y supongo que estoy muy arreglado para ella. — ¿Me llevarás en tu avión privado? — inquiere — Porque solo necesito dos minutos y me arreglo con mi mejor vestido, solo si es en avión privado.

Río de nuevo. — No, es en mi piso. Bajé por comida italiana.

— ¿A tu piso? — inquiere y luego cierra la puerta un poco para que no escuche su abuela — ¿así le dices tú a eso?

— ¿A qué, cariño? — pregunto en el mismo tono de voz bajo que ella maneja.

— Pues… — y hace una señal — porque déjame decirte que estás guapo, pero no eres mi tipo…

— ¿Crees que tendré sexo contigo? ¿Eso dices?

— Pues…

— Marta, avísale a tu abuela que estarás enfrente y te veo adentro, ¿vale? Deja de pensar en cosas que no se harán realidad — digo, en un tono que roza el sarcasmo.

— Quién dice que quiero que eso pase — me responde y luego cierra la puerta — mi abuela duerme como una piedra, así que ni notará que me fui.

Ambos entramos a mi piso. Puedo escuchar cómo el móvil sigue vibrando en la mesa y las múltiples llamadas de Ale. Las ignoro y me siento en la sala junto con Marta, que con su cabello despeinado y su uniforme de la tienda departamental donde trabaja, toma un pedazo de pizza y come.

— ¡Gloria! — exclama con una sonrisa y luego me ve. Voltea a su alrededor y, como si se sintiera extraña, me pregunta — ¿Qué pasa?

— ¿Qué pasa de qué? — pregunto, tomando un poco de pasta con el tenedor.

— Esto es raro y no está bien… ¿qué te pasa?

— Nada, me sirvo pasta — contesto, sin saber qué quiere.

— Tú no eres así. En todos los años que hemos vivido frente a frente, jamás, óyeme, jamás te has quedado en casa un viernes por la noche — me comenta — así que… ¿qué pasa?

— Nada, cariño. ¿Qué no puedo hacerlo? — evito la pregunta.

— No me “cariñes” — comenta haciéndome reír — ¿qué pasa? — insiste. Echa su cuerpo un poco hacia delante y me ve a los ojos — ¿quién es?

— ¿Cómo? — pregunto.

— ¿Quién es? ¿Quién es esa persona? — insiste — porque esa mirada, que no quieras salir de juerga y que no me quieras contar es porque es especial.

— Claro que no.

— ¡No seas mentiroso!, te gusta.

— No, simplemente… me trae recuerdos y los recuerdos me gustan, es todo…

Marta me quita el plato de pasta y lo pone sobre la mesa de la sala, luego me toma las manos y me ve a los ojos. — No te pasa que vas en el metro y te pones a pensar qué es lo que está haciendo, con quién está. De pronto unos celos leves llegan a tu corazón porque te pones a pensar que tal vez alguien que no seas tú se la encontrará y será amor a primera vista y te la ganará. Te preguntas de qué lado duerme de la cama, si le gustan o no las mismas películas que a ti, ¿qué es lo que hace los viernes? o si siempre huele a ese aroma que tanto te gusta. Te preguntas si ella piensa en ti, si en algún punto te recuerda como tú a ella, si sus labios saben tan bien, haciéndole honor a lo bonitos que son. No puedes dejar de pensar en ella, ni siquiera un minuto, pero no te agobia, no te molesta, no te aburre. Todo lo contrario, ha llegado a tu vida a darte eso que no encontrabas en las mujeres con las que yacías todas las noches. E incluso, una mirada de ella te excita más que cualquier polvo de los viernes. ¿Te pasa eso?

Me quedo en total silencio. No quiero admitir que Marta le ha atinado a cada una de las cosas que pasan conmigo. Es como si ella se hubiera metido en mi cuerpo y extraído cada pensamiento, cada sentimiento, cada sensación que siento cuando pienso en ella.

— No, cariño, solo es un bonito recuerdo — contesto — no es nada personal.

— Pues dirás que no es nada personal, pero tus ojos lo gritan. Es tan personal que puedo asegurar que sueñas con ella y te despiertas imaginando que está a tu lado, ¿cierto?

La veo a los ojos, quedándome sin palabras. ¡Dios! Mejor me hubiera ido de juerga, y en este instante mi mente estaría ocupada con música y pláticas vanas en lugar de estar en un viaje al interior de mi mente.

— No — niego otra vez.

— Entre más lo niegues, más me compruebas que te caló hondo, y que estás esperando que un día vayas caminando por la calle y ella se aparezca ante ti como una especie de señal del destino…

— Te equivocas, yo hago mi propio destino — respondo.

— Entonces, si tú lo haces… ¿por qué no vas a buscarla? ¿Qué te da miedo, David? ¿Enamorarte? ¿Romper tus estúpidas reglas de mujeriego? ¿O vas a dejar que pase el tiempo y otro la conquiste, y tú reafirmes tu teoría de que el amor no es para ti? — habla sin despegar su vista de la mía — tú esperas que el destino te dé una señal. Entonces, deséala con fuerzas. No lo opaques diciendo “que tú haces tu propio destino”. No seas cobarde — finaliza su discurso para luego pasarse hacia su lugar — ¿nada personal? ¡Dios! Puede que seas talentoso en tu rama, pero en asuntos del amor, eres un idiota y por idiota perderás la oportunidad de tu vida.

Me muerdo los labios y sonrío levemente. En todo tiene razón, pero soy demasiado orgulloso para decírselo. Aun así, quiero que esto no salga de mi piso, ya que siento que en el momento que se sepa, se arruinará por completo — no se lo digas a nadie, ¿quieres? — le pido, tratando de mantener esto tan bonito que siento en secreto.

— Jamás — me asegura — solo piensa en lo que te dije, y haz algo tonto. Si no, te mataré como maté tu planta de plástico que regué diario — me recuerda, y sonrío al recordar la escena.

Marta comienza a comer de nuevo alegremente, para después tomar el control de la televisión y encenderla en una película. Yo, por otro lado, me quedo con el plato de pasta en la mano y la mente en las nubes.

Tiene razón Marta, debo dejar de ser un cobarde, dejar de negar lo que en verdad es… Tengo que dejarme llevar por la ocasión y admitir que Luz Ruiz de Con ha despertado algo en mí más profundo de lo que puedo imaginar o admitir… Es personal. Ella se ha vuelto mi pequeño secreto, mi sueño favorito. Lo admito, quiero volverla a ver. Quiero comprobar que lo que siento puede ir más allá. ¿Será que estoy enamorado?

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