[Gael]

Adela llegó a las 3 a. m. ¿Cómo lo sé? Porque pude escuchar el sonido rítmico de sus botas resonando en la escalera. Subía con prisa, como si tratara de escapar de la posibilidad de que yo saliera del estudio y la interceptara. Cerró la puerta de su habitación, y una vez más, el silencio envolvió la casa.

Desde mi estudio, donde fingía escribir mi autobiografía sin lograr nada valioso, la escuché. La relación con ella había asesinado cualquier destello de inspiración que pudiera albergar en mi interior. Me levanté con cautela y subí a mi habitación, pero esta vez, me quedé parado en el umbral de mi puerta, observando la suya. No habíamos compartido ni una sola noche, ni sabía cómo dormía, ni de qué lado prefería la cama. Extrañaba esa sensación de escucharla respirar, una vez me importaba, ahora era indiferente a su presencia.

Mi mente divagó hasta la tercera vez que la vi, tres años atrás. Adela, la “chica de los labios rojos”, apodo ganado por el inconfundible color de su pintalabios. Me sorprendí al descubrir este detalle en una revista, una revista que aún conservo entre mis cosas. Siempre me atrajo su habilidad para combinar el color rojo de sus labios con el resto de su atuendo. Mientras caminaba por la avenida Paseo del Prado en Madrid, mi encuentro con ella se volvió una certeza de que el destino me gritaba que debía estar a su lado.

—Señor Salvatierra, de casualidad… —inició Adela.

—No soy gay —interrumpí, ahorrándole la continuación de la frase, y ella sonrió.

—Iba a decirte si de casualidad me estabas persiguiendo, pero siempre es bueno tener una confirmación.

Sonreí. —Creo que es más probable que te pregunte yo qué haces aquí a que tú me preguntes a mí, ¿no crees? —respondí, y ella replicó con otra sonrisa.

—Vine a la despedida de soltera de una amiga en las Islas Canarias y decidí pasar un rato en Madrid recorriéndolo —dijo segura, ajustándose las gafas de sol.

—¿Y viniste al Museo del Prado? —pregunté sorprendido.

—Así es, solo ustedes tienen las obras que todo el mundo ve en libros en otras partes del mundo, así que tenemos que viajar hasta acá por cinco minutos frente a ellas.

—¿Y ahora, a dónde vas? —me aventuré un poco.

Adela se peinó el pelo y se hizo una cola de caballo, resaltando el escote en V y el nudo argelino de su cadena. —La pregunta aquí es ¿Dónde me vas a llevar? —dijo, y sonrió.

Ese gesto atrevido llamó mi atención; nadie hasta entonces me había respondido de esa manera. —¿Te apetece algo de beber? —inquirí. —Vale, así podré ver quién tiene el mejor disfraz de camuflaje por la calle —añadí tomando un sombrero de paja y poniéndoselo.

Caminamos por el Paseo del Prado, y durante nuestra charla, surgió la mención de su anillo de compromiso. —¿El próximo señor de Carasusan no vino? —pregunté observando el anillo.

—Está en Corea del Sur, exactamente en Seúl. He tratado de comunicarme con él sin éxito, necesito que me diga qué le parecieron las flores.

—¿Segura que la despedida de soltera no es tuya? —bromeé.

—No, la mía es en octubre y será en Puerto Vallarta, México. Me caso a finales del año en Los Cabos. Me encanta el mar, así que lo persigo a donde voy.

Su segunda revelación en tan poco tiempo capturó mi atención. —¿No se supone que estabas grabando Star Wars? —le pregunté.

—No se te olvida nada, ¿cierto? —replicó y se rió.

—No, no se me olvida nada, así que ten cuidado con lo que dices porque podría recordarlo toda mi vida —respondí, provocando que bajara la mirada al suelo.

Entramos a una cafetería y nos sentamos cerca de la ventana. —Amo esa canción, se llama “Battez-vous” de Brigitte. Guárdala en tu Spotify y cada vez que la escuches, recuerda este momento donde acabo de hacer el ridículo —me sugirió después de un animado momento de baile en la cafetería.

—Para nada, creo que es lo más natural y tierno que has hecho —confesé, y ella me guiñó un ojo.

El móvil de Adela sonó, y salió de la cafetería para atender la llamada. Al regresar, su expresión indicaba malas noticias. —¿Malas noticias? —pregunté.

—Si tu prometida te diera a escoger dos tipos de vestidos de novia y tú respondieras con exactitud el modelo y el color…

—Sospecharía que otra mujer lo escogió por él.

—Right? —dijo triste—. Ustedes los hombres no saben de eso, dicen bonito o feo, blanco y más blanco… —añadió con una risa que compartí.

—¿Sospechas que Ben te engaña? —inquirí.

—Aún no estoy segura, pero todo va por ahí. Aún así, no viajaré hasta Corea del Sur a averiguarlo. Espero en verdad que no.

Perdí la noción del tiempo mientras charlabamos en la cafetería, pero al observar por la ventana, noté que el cielo oscurecía. Nuestra conversación era amena y divertida, y la conexión entre nosotros era instantánea. Me gustaba, mucho, aunque pensaba que en ese momento, Adela no estaba interesada.

—Tú me invitaste las bebidas, ¿quieres que yo te invite la cena? —pregunté.

Mis planes originales quedaron completamente cancelados. Me levanté de la silla y le ofrecí mi mano. —Venga, vamos, muero de hambre y la noche aún es joven.

Ella tomó mi mano, y sentí una extraña reacción en mi cuerpo. Era como si mis manos, a pesar de haber tocado a tantas personas, nunca hubieran experimentado un tacto real hasta ese momento. Adela notó la conexión y sonrió, quedándonos mirando como dos tontos.

—¿Me devuelves mi mano? —interrumpió mis pensamientos, y la solté.

Salimos del lugar y caminamos un poco más. Afortunadamente, Adela llevaba unas zapatillas cómodas y podía recorrer las calles sin problemas. La temperatura bajó un poco, y la noche se volvía fresca. Entre nosotros, sentí que podríamos generar más calor del que el día había proporcionado.

—¿Ese collar te lo dio él? —pregunté, señalando su nudo de amor argelino.

—Sí, me lo dio él cuando cumplimos un año. Es raro que me lo quite. Me dijo que era para que no lo olvidara a él porque yo era difícil de olvidar —compartió, y añadí—: Coincido con él.

—¿Y tú? ¿Tu amiga no se enojará de que estás acá recorriendo estas calles conmigo? —inquirió.

—No, no es una amiga tan importante —aclaré.

Llegamos a un bar y nos sentamos en la barra. Algunas personas me reconocieron, y parecía que su disfraz era más efectivo que el mío. Después de algunas fotografías y autógrafos, volví a mi asiento. Adela ya comía pan con jamón serrano, y la pizza que habíamos pedido estaba frente a nosotros. Tomé un pedazo y lo devoré con un hambre que no conocía. Me sentía feliz; Adela era la primera mujer con la que pasaba el día sin aburrirme. Podía conversar con ella sobre cualquier cosa y siempre había temas de sobra.

Las bebidas comenzaron a fluir entre nosotros, y de alguna manera, el tequila apareció en nuestras manos. Empezamos a tomar caballitos, algo que no era mi especialidad, pero a ella parecía encantarle. Observamos alrededor y vimos que el bar estaba lleno; la gente bailaba alegremente. No sé si era el tequila o simplemente el hecho de estar con ella, pero le ofrecí mi mano, y en medio de la pista comenzó la canción “Despacito” en la versión de Justin Bieber. Adela se movía al ritmo, y yo seguía sus pasos.

Se dio la vuelta, y por instinto, me pegué a ella, abrazándola por la espalda y continuando el baile. No me importaba si alguien nos veía; solo quería bailar con ella y volver a sentir ese perfume que me volvía loco desde la primera vez que la vi. —Pasito a pasito nos vamos pegando, poquito a poquito —le canté al oído, y ella sonrió mientras nuestros cuerpos estaban completamente unidos.

Ambos disfrutamos de la música moviéndonos despacito, como decía la canción. Mis manos querían ir más allá, pero a pesar de estar un poco ebrio, sabía que había límites que no debía cruzar. Ella permitió que le besara el cuello varias veces, disfrutando de su risa cada vez que lo hacía. La canción terminó y dio paso a otra que nos separó. Adela se volvió hacia mí y tomó mis manos; ahora era ella quien se acercaba mientras seguía bailando. —Si te vas, yo también me voy. Si te vas, yo también te doy mi amor —cantó, y yo continué: —Con él te duele el corazón, y conmigo te duelen los pies. Le di una vuelta provocando una risa y luego una sonrisa que no se le quitaba. Adela volvió a pegar su cuerpo al mío, y nuestras frentes se juntaron por un momento. Quería besarla, pero ella se alejó y comenzó a bailar un poco sola, seduciéndome.

Entre el alcohol y la alegría de la música, ninguno de nosotros notó que ya eran las 4:00 a. m. Salimos completamente borrachos y riendo por lo que acabábamos de vivir. Rogamos que nadie nos hubiera visto así, y, como por arte de magia, llegamos a mi piso. Yo estaba más borracho que ella, y solo recuerdo que ella me ayudó a subir y abrió la puerta. Tropecé un poco al entrar y ella me siguió.

—Bienvenue mademoiselle —dije en un francés entre cortado.

Adela exploró mi piso y comentó: —¿Qué te parece?

—Muy blanco para mi gusto —confesó—, pero está bien para un soltero como tú.

En el ambiente se respiraba tensión, pero de ese tipo que provoca arrancarse la ropa y besarse hasta el amanecer. Me acerqué, y ella se apoyó en la pared. Me atreví a tocar su nudo de amor argelino y rozar la piel de su escote lentamente con la yema de los dedos.

—No me trajiste a tu piso solo para que llegara a salvo —murmuró.

Negué con la cabeza y, con la poca fuerza que me quedaba, apoyé una mano sobre la pared, acercándome más a ella. Su mirada estaba fija en mis labios, y los de ella estaban a poca distancia. —Adela, he visto tus labios todo el día, esos hermosos labios rojos, y no he dejado de preguntarme a qué sabrán y cuál es su textura —dije, notando su mordida en el labio inferior.

—Estás algo tomado, Gael —respondió—, y yo estoy comprometida. No hagamos cosas de las que podríamos arrepentirnos después.

Los rocé solo unos segundos, sintiendo el sabor a tequila, y ella, divertida, me empujó del pecho. Caí sobre el sillón de la sala. —Descansa, mañana tendrás una jaqueca del demonio —dijo con una sonrisa.

Mis ojos se volvieron pesados, y mi cabeza daba vueltas. Podía ver cómo ella se alejaba de mí, y segundos después, se acercaba a la puerta. —Hasta luego, Gael, gracias por el día maravilloso —dijo antes de salir, dejándome caer en un sueño profundo. Aún conservo conmigo la servilleta donde dejó su número de teléfono, dando inicio a nuestra historia.

2 Responses

  1. 😱😱😱😱😱❤️❤️❤️❤️❤️❤️ que bonitos momentos. Y q triste es recordar algo asi por como estan ellos ahora. 💔

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