*Gael*
Es extraño cuando, de repente, recuerdas a una persona y la ves por todas partes. Eso me pasa con Adela; la percibo a donde quiera que mire. Hoy, por ejemplo, al pasar por el kiosco de revistas en mi camino a casa, la veo en la portada de la revista Woman’s Health. Su cuerpo, esculpido por entrenamientos constantes, aparece ante mí, y admito que quedo más impactado que el vendedor de revistas.
—¿Bonita, cierto? Es mi mujer ideal —comenta el vendedor, besando otra revista igual que sostiene entre sus manos—. Estoy esperando su nueva película que sale el próximo año. ¿La va a querer?
Tan distraído estoy que apenas respondo. Mi esposa luce más hermosa que nunca, y, de repente, me doy cuenta de que no lo sabía.
—¿Qué si la va a querer? —insiste el vendedor.
—Sí, claro que la quiero —aseguro, aunque dudo si hablo de la revista o de Adela.
La compro y la guardo sin abrirla hasta llegar a casa. En mi habitación, hojeo el artículo y las fotos. Su cuerpo marcado y estilizado, mostrándose en ropa deportiva o jeans y tops, despiertan mi interés aún más. La pregunta de si ella podría tener relaciones sexuales con alguien más cruza mi mente. Pero, ¿la pregunta correcta no sería si ella podría tener sexo conmigo? Estamos en terapia, y algo ha cambiado. El fantasma que vivía conmigo ahora tiene forma y pasea por la casa con suéteres tipo vestido y botas, mostrando piernas o un hombro que se asoma. La curiosidad renace, y deseo saber más sobre ella.
Confieso que desde que comenzamos la terapia, algo cambia. De repente, me veo tentado a desnudarla y hacerle el amor como antes. Mis sentimientos se desbordan, y ya no sé si debo resistirme o dejarme llevar. Siempre me ha gustado Adela, desde el principio. Me casé enamorado, y eso no puedo negarlo.
Salgo de mi habitación decidido a buscarla. Subo al balcón, no está. Bajo a la planta principal y la escucho en la cocina. Sigilosamente me acerco y la observo mientras espera que el agua del té se caliente, leyendo un libro. Su cuerpo recargado sobre la barra, moviendo su pie sobre su pierna, me deja cautivado.
—¿Qué quieres? —dice fría al notar mi presencia.
—Dela, no quiero pelear, solo necesito hablar contigo —murmuro tranquilo, notando la tensión en su cuerpo.
—¿Dela? Hace años que no me dices así, has de querer un favor muy grande.
Sigo sin saber qué decirle, pero necesito hablar con ella. Tomo un pretexto.
—Mi padre quiere que vayamos a Málaga a pasar las fiestas —comento, y ella suspira, desmoronando la barrera que hemos construido durante un año.
—Si quieres, ve tú. No te preocupes por mí —contesta—. Diles que muchas gracias, pero inventa algún pretexto.
—Me dijo que quieren verte, que el verano pasado no fuimos por trabajo y que ahora desean verte.
Cierra el libro y me mira a los ojos.
—Ya les dijiste que no me puedes ver ni en pintura —y se dirige hacia la estufa para prepararse el té.
—Ellos no tienen la culpa de que nuestro matrimonio sea una mierda —reconozco, sintiendo que ya no hay vuelta atrás.
—Qué bueno que la terapia sirve. Pasamos de “matrimonio es una farsa” a “matrimonio es una mierda”. Al menos ya estamos siendo honestos.
Sé que Adela no se rendirá fácilmente. A mi familia le cae bien, y a veces, parece comunicarse con ellos sin que yo lo sepa.
—No quise decir mierda, simplemente…
—Lo pensaste —completa mi frase.
Ella toma la tetera, y una quemadura accidental la lleva al límite.
—¡Mierda! —grita, y rápidamente la ayudo, enfriando la quemadura con hielo.
—¿Te quemaste los pies? —pregunto preocupado.
—No. Me cargaste a tiempo —contesta.
Paso el hielo sobre su mano, sintiendo su perfume y enfrentando el recuerdo. La tensión se corta en el aire.
—¿Te sientes mejor? —pregunto, y ella asiente.
—Gracias —murmura.
Observo cómo las gotas de agua caen sobre sus piernas. Al levantar la mirada, nuestros rostros quedan cerca. No puedo resistirme y rozo sus labios.
—Adela —susurro, sintiendo que despierto todo en mí.
—¿Por qué paras? —murmura, y la beso apasionadamente. El enojo se disuelve en caricias. Nuestros cuerpos desean, pero el orgullo y el miedo frenan el avance.
—Adela —le murmuro de la forma en que un amante susurra a la mujer que está a punto de fundirse con él en un beso.
Vuelvo a rozar sus labios con los míos, y ella no responde, pero tampoco me evita. Lo intento una tercera vez, pero en lugar de ser un beso ligero, me pego a ellos de inmediato, provocando una reacción increíble entre los dos. Tiro el hielo al suelo y tomo su rostro con ambas manos, fundiéndome en este beso tan deseado desde meses atrás, aunque yo no quisiera admitirlo.
Volver a sentir sus labios aterciopelados besar los míos remueve todo tipo de sensaciones en mí. Me siento despierto, vivo; el corazón vuelve a latir acelerado, y mi cuerpo despierta de inmediato. Ella abre sigilosamente sus piernas, y yo pego mi cuerpo todo lo que puedo, acomodando una de mis manos sobre su muslo y comenzando a acariciarlo con toda la lujuria que esas fotos han despertado en mí.
Ella desliza sus manos por debajo de mi playera y, al sentir de nuevo el contacto de sus manos con mi piel, la eriza de maneras que solo puedo sentir con ella. Adela me conoce bien, sabe dónde tocarme, cómo besarme y qué decirme para hacerme sentir único. El beso se pone cada vez más intenso y mi cuerpo quiere más. Desea llegar hasta donde ella me permita. Con este beso puedo sentir que nuestros cuerpos pueden compartir nuevamente un mismo espacio, sin estar peleando constantemente.
—Adela —le susurro mientras mi playera sale volando a algún lugar de la cocina. Cuidadosamente la atraigo hacia mi cadera, acomodándola justo cerca de mi miembro—. Dime que me amas —le ruego.
Ella continúa besándome pero, no me dice nada.
—Dímelo, te lo pido. —Ella se separa de mí y me ve a los ojos—.Te amo —me dice con una voz tan sensual que me derrita.
Me besa de nuevo y yo me dejo llevar por sus caricias.
—Te amo Gael , desde la primera vez que te vi, te amo. —Se deja llevar. De pronto vuelvo a sentir dentro de mí ese rechazo que aún no puedo superar, provocando que me aleje bruscamente de ella.
—¡Mierda! —grito mientras doy un golpe en la mesa, haciéndola saltar. Ella lleva las manos hacia su rostro y lo cubre de inmediato. La frustración es evidente entre los dos.
La observo; veo cómo su pecho pasa de estar agitado por nuestros besos a simplemente moverse discretamente por el llanto. Respiro y me acerco a ella de nuevo. Me duele verla así, me duele haberle provocado tantas cosas en un segundo y después rechazarla.
—Adela —le murmuro mientras me acerco a ella.
—No me toques, Gael —me dice de nuevo en ese tono frío que ahora me hiere más. Adela se baja de la mesa y sale de la cocina caminando con rapidez. Sin embargo, por primera vez en meses, la sigo. Tomo mi playera del piso y salgo; no quiero pelear con ella, quiero pedirle perdón, hacerla sentir mejor. ¡Por Dios, quiero estar bien con ella! —Adela —digo su nombre mientras camino escaleras arriba —¡Adela! —le vuelvo a decir.
—¡Qué quieres! ¿Burlarte de esto? ¿No te fue suficiente saber que no he tenido sexo en un año para provocarme y luego rechazarme? ¡Crees que humillarme todos los días no es suficiente!
—Adela, no… —. Ella trata de cerrar la puerta, y yo meto la mano en la puerta para evitarlo y logro detenerla. Entro a su cuarto y la tomo de nuevo de la cintura —Suéltame —dice enojada.
—Nunca —contesto de inmediato y vuelvo a besarla. Esta vez soy yo quien quiere besarla de verdad, no solo porque una foto ha despertado ese deseo en mí, sino el sincero beso de un hombre que la ha extrañado y que siente todo esto dentro de él.
El enojo comienza a bajarse entre besos, entre caricias que nos llevan directamente sobre la cama. El volver a sentirla cerca de mí, con nuestros cuerpos deseándose como locos, mis manos recorriendo su cuerpo, tocando sus pechos, sus piernas y provocando que su piel responda de inmediato a las yemas de mis dedos, al roce de mis labios con los suyos. Sin embargo, no vamos más allá; el orgullo, el miedo, el ambiente al que hemos estado sometidos, qué sé yo, no nos lo permite, y ambos le ponemos freno. Terminamos el beso, y en el último suspiro le robo la última palabra hiriente que posiblemente me podría decir.
Me levanto de la cama y me alejo de ella. Me ve con esos grandes ojos brillantes y cautivadores. Me gusta, le gusto, y hemos redescubierto después de meses que la chispa sigue ahí, apagada por las palabras sin decir y los rencores que ambos tenemos. Sobran las palabras, pero esta vez no por no saber qué decir, sino porque ya se ha dicho todo.
—Nos vamos a Málaga el próximo fin de semana —le digo, tratando de llenar ese silencio que por ahora hay entre nosotros. Después salgo de su habitación y cierro la puerta, camino hacia el mío y me recargo sobre la puerta.
¿Acaso es una sonrisa lo que traigo en los labios? Así es, la primera en meses y con el pecho lleno de sensaciones que no quiero controlar, me quedo viendo a la nada, tratando de disfrutarlas lo más que pueda.
Me encantaaaaaaa!!!!!
Es tanto el dolor, el amor, el deseo que siente el uno que no saben cómo llevarlo
Ayyyy nooooo pero que fue lo que paso que los distancio y llevo a odiarse o creer q se odian??? Porqueeeee???? Solo sé q eda terapia los va a volver a unir jejejeje