Gael
— Hoy no vamos a hablar de su pasado —dice la psicóloga mientras nos ve directo a los ojos. —Hoy hablaremos de su rutina.
Ambos nos acomodamos en el sillón y ella suspira. A pesar de estar lejos de mí, puedo oler su enervante perfume que debo admitir aún me toca sentidos que a veces siento que ya están muertos en mí.
— Platíquenme, ¿cómo es su rutina cuando no están filmando?
— Aburrida —dice Adela de inmediato—. Aunque hemos logrado mantener por unos lapsos la calma.
— ¿Mantener lapsos de calma? ¿De qué manera? —continúa la psicóloga, alentándonos a que hablemos sobre el tabú más grande que existe hasta ahora: nuestra vida diaria.
— Tenemos reglas de convivencia —digo yo descaradamente, acordándome las miles de veces que las he roto—. Estas fueron acordadas por los dos.
— ¿Entonces si ambos se lo permiten pueden llegar a acuerdos? —interrumpe la psicóloga y apunta algo en su libreta.
— Son pocas las veces que lo logramos —continúa Adela—. En verdad son contadas y los acuerdos se hacen en segundos, evitando hablar lo menos posible.
La psicóloga ve con atención la casa. Al parecer, puede sentir el frío que siempre permanece en ese lugar.
— La casa es bastante grande —dice Adela, captando lo que la psicóloga insinúa, observando todo—. Tiene tres habitaciones, dos que están en la primera planta y una que está en la segunda planta; esa es la de visitas, nunca se ha usado porque prácticamente no tenemos visitas. Al lado hay un pequeño balcón donde se puede ver la ciudad. En la parte de abajo está la cocina, la sala, el comedor y por ese pasillo —dice ella señalándolo—, se encuentran dos cuartos más que son nuestros estudios, cada uno tiene uno.
— En verdad era un estudio enorme —digo yo aclarando—. Pero decidimos poner una pared en medio para separarlos.
Ella nos observa, pero no dice nada. Supongo que es nuestro turno de seguir hablando.
— En las áreas comunes no se puede hacer nada que afecte al otro, ya sabe cómo coger en el sillón —insinúa Adela en un tono frío y me avergüenza por completo.
— Entonces se supone que en la cocina, la sala y el comedor no pueden hacer nada que afecte al otro.
— Y en el balcón —decimos los dos al mismo tiempo y ella se ríe de nuevo por ese pequeño detalle.
— Y ¿cómo les ha resultado eso? Ya saben, ¿esas reglas?
Adela se queda callada y me ve de reojo. Parece que no quiere decirle a la psicóloga todo lo que he provocado.
— Funciona de noche —le digo sin reparos.
— ¿De noche?
— Sí, convivimos mejor de noche que en el día, es más, me atrevo a decir que en esta casa se vive de noche y se duerme de día.
— ¿Alguna razón en especial? —pregunta.
— Insomnio —contestamos los dos al mismo tiempo y ella vuelve a reírse, provocando que Adela y yo nos miremos extrañados.
— El insomnio, ¿desde cuándo lo sufren?
— Siempre lo he sufrido —contesta Adela de inmediato—. Paso muchas horas en aviones y en otros países; cuando empiezo a acostumbrarme a un huso horario, debo pasar a otro.
Ella sonríe y no entiendo por qué lo hace tanto.
— Y ¿conviven mucho por la noche?
— No, bueno, sí —digo dudando, y ella dirige una mirada atenta a mí—. Lo que quiero decir es que podemos estar los dos despiertos al mismo tiempo pero nos evitamos.
— Sí, Gael está en la cocina, yo estoy aquí en la sala; si él viene a la sala, yo me voy a la cocina, o al balcón, dependiendo.
— Entonces, prácticamente, son como fantasmas en su propia casa.
Al escuchar eso, puedo sentir algo que aprieta mi pecho. Sí, básicamente, mi esposa y yo somos los fantasmas de nuestra propia casa. Ya lo habíamos pensado, pero cuando una tercera persona te lo dice, duele más.
— Nuestras habitaciones son sagradas —dice Adela—. Es el único lugar donde podemos hacer lo que queramos sin que afecte al otro.
— ¿Habitaciones? ¿No duermen juntos?
Ambos la vemos con cara de “es obvio no”, pero parece ser que ella no lo comprende.
— No —decimos al mismo tiempo y esta vez somos nosotros los que lanzamos una pequeña sonrisa.
— ¿Es reciente esta separación de habitaciones? —pregunta.
— Dormimos separados desde el día de nuestra boda, ni siquiera tuvimos noche de bodas —comenta Adela con un tono de melancolía.
Esta vez, la psicóloga nos ve asombrada; pareciera que teníamos su atención, y con lo que acaba de decir Adela, ahora despertamos su curiosidad.
— Me están diciendo que llevan casi un año de matrimonio y no han dormido nunca juntos. Eso quiere decir que el sexo no es un tema que pueda tocar con los dos.
Siento que Adela se pone incómoda y ahora mi curiosidad es más grande. ¿Adela tendrá sexo? ¿Se acostará con otros mientras está fuera de aquí? Debo admitir que esa era una pregunta que no había rondado por mi cabeza. Adela es guapa y tiene un cuerpo increíblemente bello, y qué decir de esos carnosos labios que pinta de color rojo. Solo de acordarme de las veces que la tuve desnuda en mi cama y cómo besaba cada uno de mis lunares, hace que la extrañe.
— El señor Salvatierra tiene mucho sexo —dice Adela de inmediato—. Incluso tiene varias parejas que trae a la casa, a pesar de que eso también es parte de las reglas —contesta agresiva.
— Esa vez no llegamos a la habitación, y no sabía que entrarías por esa puerta antes, además no todos tenemos la ventaja de tener relaciones sexuales en hoteles de lujo o sets de películas.
— ¿Es lo que piensas? ¿Qué tengo sexo con otros actores? —me contesta enojada.
— Pues sí, suelo no equivocarme con este tipo de cosas.
— Pues te equivocas —responde.
Parece ser que a ninguno de los dos nos importa que la psicóloga nos esté observando.
— Vale, dile a la psicóloga, confiesa que no eres tan santa como haces pensar, diles que también te das uno que otro revolcón con otros, que no soy el único que tiene varias parejas.
— Que lo haya hecho contigo no quiere decir que siempre lo haga.
— ¡Ja! Qué bueno que traes eso a colación, porque ahora no sé si yo fui tan único como tú tanto me decías, quién sabe con cuántas personas le pusiste los cuernos a Ben.
— Pues ojalá fuera verdad —me contesta—. Ojalá hubiera aprovechado ese tiempo para cogerme a cualquiera porque candidatos no faltaban —contesta ella.
— ¡Dímelo tienes sexo o no! —le pregunto de alguna manera pareciendo muy celoso.
— ¡No! —grita y de pronto se para del sofá enojada—. ¡No! No tengo sexo y no he tenido sexo en un año. ¿Eso querías escuchar? Y al final de cuentas, ¿quién eres tú para preguntar eso? —me observa tan enojada que siento que me matará con la mirada—. ¡La sesión se terminó! —grita y se dirige a su cuarto sin importarle nada.
Me quedo sentado bajo la atenta mirada de la psicóloga. Sé que nos analiza y que todo lo que escribe en su libreta es sobre nuestro comportamiento errático.
— Las reglas de convivencia no sirven si no se entiende para qué son —dice ella—. Para Adela, son todo, y para ti, son nada, así que no importa cuánto se esfuercen, nunca lograrán hacerlo. Tal vez deban volver a juntarse y poner nuevas reglas que acomoden a los dos. Tal vez donde hubo amor ahora puede haber tolerancia, ¿no crees?
Ella se para del sofá y yo la sigo a la puerta.
— Sé que sonará algo estúpido, Gael, pero ¿has intentado besar a tu mujer? —En verdad no sé qué contestarle y simplemente la observo—. Tal vez este caos interno que ambos traen se calme, y en el camino descubran una que otra cosa más. Es bien sabido que los besos nunca mienten.
— ¿Besarla? ¿Y cuándo tengo que besarla? —digo tratando de analizar lo que acaba de decirme.
— Ese momento solo tú lo sabes, se siente, aquí —y dice señalando el pecho—. Nos vemos la próxima semana, traten de no matarse en mi ausencia.
La psicóloga sale por la puerta, y al cerrarla siento una terrible culpa que me invade. Creo que esta vez presioné a Adela más de lo que siempre lo hago, pero después de meses peleados, en verdad no sé cómo hablarle ya; he perdido el tacto y, sobre todo, el modo. Antes nos complementábamos las frases y ahora ni siquiera sé qué pasa con su vida al grado que me debo enterar por redes sociales o simplemente cuando mi madre me habla para felicitarla. ¡Mi propia madre sabe más que yo!
De nuevo, subo las escaleras con cuidado, y esta vez un poco más lento procurando no hacer ruido y volver a provocarla. De repente, siento un poco de lástima por ella y eso es precisamente el sentimiento que menos le gusta; me lo dijo años atrás en nuestro tercer reencuentro que tiempo después dio paso a nuestra relación.
Llego al primer piso y como siempre su puerta está cerrada. Ha de ser horrible para ella sentir que el único refugio que tiene en esta amplia casa es solo ese lugar. Me acerco a su puerta con cuidado para escuchar un poco cuando ella abre la puerta de golpe.
— ¿No tuviste suficiente con lo que te dije allá abajo? —y sale del cuarto con su bolsa.
— ¿A dónde vas? Ya se hace noche —le digo en un tono de preocupación que provoca que me vea extrañada.
— Desde hace un año no te importa dónde voy y justo hoy te preocupas —y se ríe—. ¡Ay Gael, por favor! No seas ridículo, no me digas que justo hoy empiezas a “ablandarte” un poco.—
Baja las escaleras y yo insisto en seguirla. Me ha nacido un deseo por hablar con ella, por preguntarle más, pero estamos tan lastimados que no nos atrevemos a decirlo. Adela saca los audífonos de su bolsa y los conecta al móvil.
— Regresaré, es todo lo que te puedo decir, no tengo de otra. Buenas noches —. Y sale de la casa dejándome parado con las palabras en la boca.
Sé que esta terapia es para comprobar que en verdad somos un caos juntos, pero al menos en mí está provocando lo contrario. Recordar cómo la conocí y cómo nos enamoramos me ha movido sentimientos que enterré el día de nuestra boda y que Adela no se molestó en desenterrarlos. Mi mente me dice que la deje en paz, pero mi corazón que la siga y la acompañe a donde va. Abro la puerta y me quedo parado en el marco, y después de recordar lo que pasó ese día que se fue todo al carajo, concluyo que no vale la pena ir por ella.
En verdad, ni siquiera siento lástima. Todo lo que ha pasado es porque se lo ha buscado. Lo hecho está hecho, y por el momento, ambos compartimos el mismo sentimiento y vamos por el mismo camino: el divorcio.
Owww, que fuerte, siento todos esos sentimientos de Adela y Gael,
Lo triste es que aun se aman..pero estan tan lastimados y llenos de resentimiento que se les olvido. Y creo q todo va a ser por malentendidos o cosas malintencionadas de otros. Que se yo. O eso quiero pensar jajajajaja. Yo siempre con todo color rosa jajaja