Pablo
*Madrid*
Lila partió hacia México ayer por la mañana, y sigo esperando algún mensaje suyo. Me envió uno antes de acostarse, y desde entonces, no he recibido más noticias. Nunca he sido una persona tóxica; al contrario, no lo soy. Sin embargo, ahora que he dejado que Lila se vaya con Antonio, me invaden los celos, y no me dejan concentrarme.
La verdad, odié a Cho por un momento cuando me llamó y me pidió que me quedara para ocuparme de los bares, impidiendo así mi regreso con Lila. Ahora, me encuentro amargado detrás de la barra, escuchando a Jaz contar el dinero en voz alta, como siempre, y al DJ poner la misma canción una y otra vez, solo porque los meseros se lo piden mientras limpian las mesas y acomodan las sillas.
Para no pensar en la situación y evitar mirar mi móvil, decidí hacer una limpieza profunda en la barra y reacomodar las botellas, algo que fue rechazado por Pilar, quien tiene grabada en la memoria la ubicación de cada botella y puede servir los tragos de manera más eficiente.
Mi atención se centra ahora en la barra, específicamente en una mancha de color rojo que no desaparece con nada, ni siquiera con la fricción de la franela contra la madera.
—¡Ey, basta! Que la vas a partir en dos. —interrumpe Pilar. Ella pone su mano sobre la mía y me hace detenerme—. Gracias, ya está limpia.
—Falta algo aquí. —respondo, pero Pilar me detiene.
—No, en verdad, basta. Mira, Pablo, me estás volviendo loca. Si quieres seguir tallando, ve a los baños, todavía no los limpian.
Frustrado, lanzo la franela.
—¡Guau! Espero eso de un Chocito, no de un hombre de tu edad.
—Lo siento —le digo—, hoy no es mi día.
—¿Algún problema con la administración? —pregunta Pilar, perspicaz.
Niego con la cabeza.
—¿Me vas a contar o tengo que adivinarlo?
Volteo a ver a Pilar. Es increíble lo mucho que se parece a Jaz, tiene la misma mirada, color de pupila e incluso la forma de los ojos.
—Lila…
—¡Ah! —exclama, comprendiendo de inmediato.
—No sé para qué me esfuerzo si no me escucharás.
—Tú sabes por qué dije eso. Lo sabes bien.
Suspiro. Siempre recuerdo que Pilar no es tan comprensiva como Jaz; más bien, es directa y sabe perfectamente cómo incomodarme con la verdad.
—Venga, te escucho.
—Se fue con Antonio a México.
—¿A solas?
—A solas…
—Y, ¿te estás arrepintiendo?
—No… sí. Bueno, no lo sé.
—Y eso describe tu relación con Lila desde hace años. Fin.
—No sé por qué te sigo contando esto…
—Porque soy tu amiga y te puedo dar el mejor de los consejos.
—¿Y cuál es ese?
—Mira a otro lado… —dice, dándome un ligero golpe en la frente.
—¿Pilar? —una voz interrumpe y, al mirar hacia la entrada, descubro a Théa, envuelta en un abrigo grueso y con el cabello trenzado.
—Théa, ¿qué haces aquí? —pregunta Pilar, emocionada.
—¿Se conocen? —inquiere, y siento que la situación se torna aún más extraña y llena de coincidencias.
—Sí, Théa es amiga de Cairo, mi novio.
—¿De verdad?
—¿Tú de dónde la conoces? —me pregunta Pilar. Théa me hace una señal de silencio sobre lo ocurrido en el metro.
—Pues, coincidimos. Justo como ahora.
—No puedo creer que Pilar esté aquí —dice Théa, emocionada.
—Bueno, trabaja aquí, este es el bar de su papá. Théa, te presento a Eduardo Jaz, el padre de Pilar y socio del bar.
—Un gusto. —saluda Jaz, volviendo a sus cuentas.
—¿Pilar?, ¿ella trabaja aquí? —inquiere Théa, sorprendida.
—Sí, conozco a Pablo desde pequeña. Somos como hermanos.
—¡Vaya!, ¡qué pequeño es Madrid! —exclama Théa.
En un incómodo silencio, decido romper el hielo.
—Y, ¿qué haces aquí, Théa?
—¡Ah, sí!, vengo a presumir algo que me hace muy feliz. ¡Tengo un auto nuevo!
—¿Qué? —mi sorpresa se mezcla con la de Pilar.
—¡Sí, mira!, ven.
Théa me arrastra fuera de la barra y me presenta su flamante Range Rover Evoque negra.
—¿Te gusta? —pregunta, emocionada.
—Es preciosa —respondo.
—Es nueva. La acabo de sacar de la agencia. Bueno, yo no, Cairo.
—¡Cairo! —exclama Pilar. Cairo baja de la camioneta y va hacia ella.
—¡Amor mío, te extrañé!
—Lo sé —dice él, besándola.
—Me alegra que tengas una camioneta, Théa, así no tendrás que andar en taxi —comento.
—Bueno, casi…
—¿Casi? —inquiere.
—Es que no sé manejar.
—¿Qué? —mi incredulidad se mezcla con la risa—. ¿Te compraste una camioneta y no sabes manejarla?
—Lo sé, no lo pensé muy bien. Pero, ya la tengo y ahora puedo manejarla cuando aprenda.
—¿Y dónde la dejarás mientras tanto?
—En un estacionamiento.
—¿Tienes quién te enseñe a manejar?, ¿tu marido, por ejemplo? —continúo.
—No. Él se fue de viaje. Estará ausente muchos meses.
—¡Ah!
—¿Por qué no le enseñas tú a manejar? —interrumpe Pilar.
—¿Yo?
—Enseñaste a Mar a manejar, ¿recuerdas? —Pilar mira a Théa—. Su hermana es terrible manejando. Su padre trató de enseñarle y se rindió. Pablo fue el único que logró que supiera frenar y acelerar sin chocar contra algo o alguien.
Théa se ríe.
—No sé si pueda enseñarle ahora, tengo mucho…
—Sí, sí puedes. —Pilar me interrumpe y me empuja hacia el lado del conductor—. Lo siento, Pablito, pero tu actitud de hoy me tiene cansada. Te quiero mucho, pero no te puedo soportar. Así que, distráete con esta bella mujer, ve a dar una vuelta y luego regresas, ¿vale?
—Pero, ¿el bar? —insisto.
—Yo lo cuido, ¿qué le puede pasar? Anda, ve con Théa. —al finalizar esa frase, me guiña un ojo.
Confundido, me subo al lado del conductor, y Théa se acomoda en el asiento del copiloto.
—¿En serio crees que pueda manejar? —pregunta.
—Pues, veremos. No sé si para mañana lo logres, pero si eres buena estudiante, posiblemente para el fin de mes.
—Seré la mejor de las estudiantes —promete, poniéndose el cinturón—. Dime, ¿dónde iremos?
Sin decir una palabra, arranco la camioneta y me alejo del bar. Navego por las calles de la ciudad para luego tomar una ruta que nos lleve a un lugar despejado donde pueda enseñarle a Théa a manejar sin consecuencias.
Mientras manejaba, ella me contaba los motivos por los cuales eligió el auto, preguntándome a qué edad aprendí a manejar y otras cosas que me hacían distraerme de mi amargura inicial.
Unos minutos después, llegamos a un lugar seguro. Detengo la camioneta y nos vemos a los ojos.
—¿Lista?
—¡Lista! —responde emocionada, para luego bajarse y correr hacia el asiento del conductor.
En un movimiento, me cambio al asiento del copiloto, me pongo el cinturón y me preparo para lo que viene.
—Bueno, ¿alguna vez has manejado?
—No.
—¿Ni de broma? —insisto.
Théa niega.
—No me enseñaron a manejar para evitar que me escapara de la casa. Era una forma de limitarme —confiesa.
—¿Cómo?
—Mi papá. Es una larga historia que no quiero contar. Solo dime, ¿muevo esta palanca a “R” de rápido? —pregunta, y yo sin poder evitarlo me río.
No sé si Théa lo dijo de broma o por ignorancia, pero su inocencia ha provocado que me ponga de buen humor.
—¿De rápido? —pregunto, aún riendo.
—Sí.
—Y las otras letras según tú, ¿qué significan?
Théa ve la palanca.
—Pues, solo sé que la R es de rápido, la N de noche, la D de día.
—¿En serio?
—Sí.
Nos vemos a los ojos. Trato de encontrar en su mirada si está bromeando, pero noto que es muy en serio.
—¿Está mal?
—Bueno, es divertido pero, lo está. La R es de reversa, la N es de neutral, la D de drive y las demás son: P de parking y L de low.
—¡Vaya!
—Aun así, tu versión me agradaba más.
Théa se sonroja. Entonces, me pongo el cinturón y ella me imita.
—Vamos a empezar —le digo con una sonrisa—. Primero, colócate cómoda en el asiento. Ajusta el respaldo y el asiento según tu preferencia. Mientras Théa realiza los ajustes, continúo—. Muy bien. Ahora, coloca el pie en el pedal del freno. —Théa sigue mis instrucciones, y le explico que el pedal del freno es esencial para asegurarse de que el automóvil no se mueva cuando se encienda—. Ahora, inserta la llave en el encendido. —Le indico—. Gírala en el sentido de las agujas del reloj. —Ella hace esto con cierta cautela, y el motor cobra vida con un suave rugido.
La vibración del motor es bastante alta.
—¡Me encanta! —expresa, emocionada.
Le señalo el volante.
—Este es el volante. Puedes girarlo para dirigir el auto en la dirección que desees. Pero antes de soltar el freno, quiero mostrarte algo más.
Le explico el funcionamiento de la palanca de cambios, explicándole las posiciones P, R, N y D. Ella me presta atención, y noto la concentración en su mirada. Ella desea aprender esto rápido, como si fuera algo necesario en su vida.
—Para avanzar, suelta lentamente el pedal del freno y presiona suavemente el acelerador. Cuanto más presiones el acelerador, más rápido irás. Pero, por ahora, simplemente prueba soltando el freno y deja que el auto ruede un poco en esta área despejada.
Con cuidado, Théa suelta el pedal del freno, y el auto comienza a moverse lentamente.
—¡Muy bien! Ahora, pisa el freno suavemente para detenernos.
Théa lo hace, pero el pedal es tan sensible que nos detenemos abruptamente, provocando que meta las manos para no pegarme.
—Lo siento.
—Está bien. Ahora, vuelve a acelerar.
Ella lo hace. Practicamos el frenado y la aceleración varias veces, hasta que noto que se sabe lo básico. La animo a que se suelte un poco más, que comience a dar vueltas por todo el lugar y ella, lo hace emocionada.
—¿Quieres que salgamos a una zona un poco más poblada?
—¡SÍ! —expresa emocionada.
Así, le indico que dé una leve vuelta a la derecha y, pronto, salimos del estacionamiento amplio para incorporarnos a una calle solitaria. Théa va sumamente concentrada, con la mirada fija al frente y con las manos aferradas al volante.
—Lo estás haciendo genial —la animo.
—¿Tú crees? —pregunta, volteando a verme.
—Sí. Creo que pronto dominarás el arte de manejar —bromeo.
—¡Gracias! —expresa, para soltarse del volante y abrazarme.
—¡THÉA, el volante! —le comunico, y ella voltea a tomarlo.
—Lo siento.
—Está bien. Jamás sueltes el volante.
Ella continúa manejando. Noto que va con una amplia sonrisa, disfrutando del momento, sin importarle lo demás. Se nota que para ella, este es más que un logro y me siento feliz de haberla ayudado.
—¿Te animas a acelerar un poco?
Théa asiente con la cabeza, y pisa un poco más el acelerador, haciendo que nos vayamos para atrás de lo rápido que se movió.
—¡Ay Dios! —expresa, y cierra los ojos.
—¡NO THÉA, no cierres los ojos!, ¡tienes que ver por donde vas o nos podemos estrellar!
El sonido de unos botes de basura se escucha en nuestros oídos, y ella pisa el freno al fondo, haciendo que nuestros cuerpos se vayan hacia adelante. Mi cara se pega levemente con el tablero, provocando que el labio se me inflame de inmediato.
—¿Estás bien? —inquiere, al ver que me he pegado.
—Sí, estoy bien viendo.
—¡Dios!, ¡tienes sangre! —me indica, mientras toma mi rostro con sus manos y me ve—. ¿Te duele mucho?, ¿te lastimé?, no era mi intención.
—No, estoy bien, Théa. Solo fue un accidente pequeño.
Nuestras miradas se encuentran y, por primera vez, noto que el color de ojos de Théa es diferente. Tiene un ojo verde y otro color miel.
—Pensé que tus ojos eran marrones —hablo.
Théa se sonroja.
—Uso lentillas de color marrón. Tengo heterocromía. No es muy bonito que digamos, pero es lo que hay.
—¿No es muy bonito? —pregunto.
—Me han dicho que me veo rara, y fea. Así que mejor me pongo lentillas. Solo que ahora me cansé de traerlas y las he dejado así.
—¿Fea?, no, al contrario, te ves muy bonita así.
—¿Tú crees?
—Sí. Creo que va con tu personalidad.
Ella me sonríe, y por un momento nos quedamos así, viéndonos a los ojos, como si ambos quisiéramos leer la mente del otro. Théa, aún está tomando mi rostro con sus manos. Hay algo en la forma en que sus ojos se encuentran con los míos, una chispa de complicidad que parece crecer con cada segundo que pasa.
El silencio entre nosotros se llena de una tensión palpable, como una corriente eléctrica que fluye pero que ninguno de los dos se atreve a reconocer. Sus dedos acarician ligeramente mi mejilla, y puedo sentir el suave temblor de su toque. No entiendo nada, pero me estoy dejando llevar, como si ella tuviera el control de todo y yo no pudiera poner el freno.
El toque de un claxon nos interrumpe, haciéndonos saltar.
—¡MÚEVETE IMBÉCIL! —gritan.
Théa ve por el espejo retrovisor; al parecer, estamos bloqueando parte de la calle.
—Creo que las lecciones se terminaron por hoy.
—Creo que sí —respondo, y me bajo del auto para tomar el asiento del piloto.
Después, manejo de regreso al bar, sin que los dos digamos una palabra.
**
Al terminar la clase de manejo, Théa y yo regresamos a la ciudad. Me estaciono en frente del bar, justo en el lugar que fue apartado por Cairo y al apagar el auto, suspiramos.
—Bueno, pues… gracias —comenta.
—De nada. Debes seguir practicando. Al menos, ya sabes lo básico.
—Sí, practicaré, y prometo no cerrar los ojos —dice, para ambos reírnos ligeramente.
Théa, nerviosa, toma su bolso y de ahí saca una libreta. Después, con emoción, raya un enunciado y lee en voz baja otro. Yo solo alcanzo a leer el título “Sueños y metas de nuevo año”.
—Listo. Solo necesito practicar.
—¿Tienes un libro de sueños?
—Es una tontería, no le hagas caso. Minimiza. Ahora, siguiente meta.
—Dime, ¿cuál es? Con que no sea estrellarte con los botes de basura.
Théa se ríe bajito.
—No, claro que no. La verdad me da mucha pena, porque no sé cómo pedírtelo.
—Venga, solo dime.
Théa suspira. Guarda la libreta en el bolso y con su mirada sobre mí, me dice:
—Necesito que me des trabajo.
—¿Qué? —pregunto, incrédulo. ¿Trabajo? No te ves como una mujer que necesite trabajo.
—Las apariencias engañan. Necesito trabajo, necesito ganarme el dinero. No estoy buscando algo lujoso, solo quiero… —Se nota que está tratando de acomodar las ideas—. Solo quiero ya no pensar. Necesito ocuparme en algo. No importa lo que me des, te lo juro que lo haré feliz.
Al parecer, Théa está en una misma situación que yo, pienso.
—Théa, tienes una Range Rover Evoque del año.
—Lo sé. Entonces, ella me toma de ambas manos y las aprieta levemente—. Sé que te pido muchas cosas y que últimamente aparezco como si fuera un fantasma que te acosa. No entiendo por qué, pero, tengo el presentimiento de que es por algo.
—¿Destino? —pregunto, acordándome de nuestra pasada conversación.
—No lo sé. Solo sé que aquí estás, y me gusta que estés. Siento que tienes las respuestas a todas mis preguntas.
—No lo creo… Ese podría ser mi padre, estudió más.
Théa se ríe.
—Te lo pido. Solo necesito trabajo, necesito ahorrar.
—¿Ahorrar? —inquiero, porque no se ve como alguien que necesite hacerlo.
—Sí. Luego te cuento, te lo pido, ¿sí? Eres mi único recurso, Pablo. No tengo más amigos, no conozco a nadie que pueda ayudarme como tú.
Théa se ve tan desesperada que me enternece por completo. Sé que ella es una mujer muy triste y que su aire de melancolía es su carta de presentación. Sin embargo, sé que por dentro, una mujer feliz se encuentra escondida y yo tengo la fortuna de verla por ratos.
—Vale. Veré qué puedo ofrecerte. Ven mañana al mediodía y te comunico mi veredicto.
—¡Gracias! —exclama feliz, para luego abrazarme con fuerza. Luego se aleja para verme a los ojos. Noto que están brillantes pero, por las lágrimas que está por derramar.
—¿Todo bien? —pregunto, bastante preocupado.
—Todo bien —murmura—. Nunca ha estado mejor.
Entonces, sin que pueda evitarlo, ahora soy yo quien la abraza con fuerza. Al parecer, Théa estaba teniendo un mal día, como yo, y ahora, ha mejorado. Sorprendentemente para mí también.
12 Responses
Que bonito, me encanta como pablo y Thea se entienden 😍
Esa atracción que poco a poco los irá uniendo me encanta. Me gusta como ambos pueden sonreír estando juntos
Awwww me encantann ❤️🔥❤️🔥❤️🔥
😍😍😍😍
Como diría Rosy, uno es la vela del otro, hacen linda pareja.
Desearia que Chez no vuelva a ultrajarla, que Pablo, Antonio y los Canarias la pueda proteger si llega a suceder
Awwww que bellos. Me encantaaaaaaaaaaaaa…. destino, destino.
Se va teniendo los hilos para ellos, que emoción!!
Ay que emoción ya se está prendiendo el incendio.
Tan linda Thea !!!
Ay… Que bellos… No saben lo que pasa, pero pasa… Shipeados a mil 🥹🥹
R de rápido! La amo, es el personaje más inocente que has creado Ana, ojalá que de ahora en adelante todo sean aprendizajes y crecimientos para la bella Thea 🙂
Esa conexión que va surgiendo, emociona muchísimo! 💞💞🤩
Hacen bonita pareja y se conquistan sin querer =)