[Adela]

Gael es, extremadamente, loco para dormir. Es el típico que tira las cobijas al piso y que te destapa a cada rato. No duerme con pijama, ni siquiera ahora que es invierno, así que puedo ver al amanecer su bien trabajado torso sobre la cama moviéndose de arriba para abajo mientras respira tranquilamente. 

Sus bóxers están casi pintados a su piel, así que, bueno, no lo puedo negar, he dado unas buenas observaciones a su miembro y puedo presumir que lo he visto en todas sus facetas en estos pocos días que llevamos durmiendo juntos.

 Ronca, a veces, pero no tan fuerte. Sé que es cuestión de pedirle que se acomode bien para que no lo haga, pero eso ameritaría despertarlo a medianoche y sobre todo hablarle directamente, por lo que he decidido pasar eso por alto.

También he notado que, a pesar de estar despeinado y recién levantado, es guapísimo. Todas las mañanas, mientras yo finjo “dormir”, él se voltea y me observa unos minutos, tal vez memorizando como yo los detalles de cada parte de mi cuerpo 

Después nos levantamos de la cama sin decir ni una palabra más y hacemos nuestra rutina normal, precisamente como en nuestra casa en Madrid, aunque aquí se ha vuelto un poco más difícil. 

El baño ahora se debe compartir y, aunque está diseñado para dos personas y perfectamente los dos podríamos caber ahí sin ningún problema, nos negamos a hacerlo. Él entra primero y yo lo espero afuera, en la cocina, tomando té o café. Cuando él sale es mi turno, y así, vamos dándonos espacios a menos en la casa.

Sin embargo, al final de cuentas, no sirve de nada, ya que en casa de sus padres debemos ser la pareja perfecta y después, en la cama, hay que volver a compartirla.

El primer día fue difícil, pero supongo que nos vamos acostumbrando y cada día es más fácil acostarme, apagar la luz y decir buenas noches a mi compañero de cuarto 

Sin embargo, debo admitir que la compañía de Gael no es tan mala, incluso nunca lo ha sido, y tenemos nuestros ratos donde compartir un mismo espacio se ha vuelto un poco más llevadero, por así decirlo.

Gael suele dejar pequeñas notas con ideas para su libro en todas partes y me ha tocado leer algunas. Unas frases son muy tristes y otras me han hecho sonreír más de una vez. Cuando hace té o café, deja una taza extra sobre la mesa para que yo la tome, ya que el lugar donde se guardan me queda muy alto, y él lo sabe. Y por último, cuando comemos juntos en el mismo comedor, siempre me deja la última pieza de tostada sobre el plato para que yo la tome. 

Se podría decir que hay momentos buenos y malos, y afortunadamente los buenos son los que han reinado en este momento. Tal vez el freno es su familia, la que nos ata y nos obliga a sacar lo mejor de nosotros frente a los demás, pero que a la vez beneficia a nuestro matrimonio. Porque bueno, Gael, frente a sus padres, es extremadamente cariñoso conmigo.

 Ayer, mientras estábamos sentados en el sillón y veíamos la película de “Home Alone” junto con sus sobrinas en la sala, pasó su brazo por detrás de mi espalda y me abrazó para pegarme a él y después me dio un beso en la frente, lo cual debo admitir que me derritió de ternura. 

Su cuerpo caliente por el suéter que traía, alivió el frío que en ese momento yo tenía y cuando menos me di cuenta me quedé dormida, sin poder evitarlo. Pero luego, regresamos a nuestra casa y de nuevo es como si ni siquiera nos conociéramos, por lo que sé que todo esto de “conquistarnos” para volver a intentarlo es simplemente una farsa y que mis planes de divorcio deben seguir en pie.

Hoy, nos hemos quedado en la casa porque mañana es nuestro aniversario de bodas, y mi suegra sugirió que lo festejáramos un día antes para no tener problemas y disfrutar el día lo mejor que podamos.

Gael y yo nos casamos un 23 de diciembre en un hotel muy elegante en Madrid. Lo hicimos de esa manera por dos cosas: porque nuestras agendas estaban libres y porque nuestras familias y amigos tenían disponibilidad para viajar, especialmente la mía que debía volar desde Estados Unidos.

Nuestro plan era casarnos, viajar el 24 a Cancún, México y pasar nuestras dos semanas de luna de miel en la playa. Es obvio que eso nunca pasó y que él y yo pasamos tanto la Navidad como el Año Nuevo, encerrados en su piso de Madrid, evitándonos a toda costa, así que no hay mucho que festejar, pero eso mi suegra no lo sabe.

Hemos estado toda la mañana separados, él se ha encerrado en el pequeño estudio que ha hecho aquí, por lo que el silencio ha invadido toda la casa. Yo, además de hacer ejercicio, he estado en el ordenador contestando correos y leyendo las noticias, así que básicamente es otro día más en nuestro matrimonio y nada ha cambiado.

—Una semana más —repito, mientras camino un rato por la casa y observo el jardín—.Solo una semana más, Adela, y será el inicio del fin.

Me aburro, así que voy al cuarto, tomo el libro que estoy leyendo y me acuesto a leerlo mientras escucho a lo lejos el ruido del mar. Después de un rato, el cansancio me gana y caigo dormida. Así sobrellevo mejor toda esta situación, sin discusiones, sin fingir y, sobre todo, sin pensar en los besos que Gael me ha dado y que ahora no se pueden borrar de mis labios por más que lo he intentado.

Horas después, abro los ojos y el cielo se ha puesto completamente oscuro. El mar suena a lo lejos y el frío ha invadido la habitación. Me levanto de la cama y prendo la luz. Me pongo las botas y un suéter y salgo a la sala.

— ¿Gael? — digo en voz alta — ¿Estás aquí? — pero no escucho respuesta. Tal vez en la casa de Madrid él podría evitarme si lo deseaba, pero aquí, la casa es tan chica que sí o sí debe escucharme cuando le hablo. Salgo al jardín para ver si no está ahí, pero lo encuentro vacío. Pudo haberse ido a casa de sus padres y dejarme sola, no importa, suele hacerlo muy seguido y ya estoy acostumbrada, aunque admito que esta vez sí me he sentido un poco rechazada. ¿No se supone que aquí somos pareja?

— ¡Basta, Adela! — digo en voz alta mientras voy a la cocina para tomar un vaso con agua. Mientras me lo sirvo, veo sobre la mesa del comedor un papel con su letra.

Estoy en la playa 

Trato de ignorar el mensaje y camino hacia la habitación.

— ¿Por qué me habrá dicho dónde iba? A mí no me importa — digo en voz alta. 

— Espera, te quejabas, hace rato de que no te decía, ¿y ahora que sabes dónde está no te gusta? — vuelvo a hablar conmigo misma y comienzo a reír. — No cabe duda, Carasusan, que eres un desastre.

Entro y cierro la puerta. Que se divierta en la playa, tal vez el tiempo a solas es lo que necesitamos.

[Gael]

Hace rato que salí de la casa y no sé cuánto tiempo llevo aquí. Sentir el frío sobre mi cuerpo me alivia un poco del calor que sentía en el estudio. Por fin, después de días sin poder escribir absolutamente nada, la inspiración ha llegado y vaya que la he aprovechado. Tener a Adela cerca me ha dado lo que necesito para volver a lo que más amo, y aunque la situación no es del todo perfecta, al menos no hemos estado como gatos y perros en estos días. Besar, abrazar y tomarle la mano ha sido mi regalo de aniversario de bodas. Escucharla dormir, poder observar sus gestos de nuevo y verla sonreír con las notas que dejo por toda la casa, ha sido uno de mis más grandes deleites y pienso seguir haciéndolo. Adela no es una mujer fácil, pero recuerden que antes de todo esto, logré conquistarla.

— ¡Hey! ¿Una copa de vino? — escucho su voz detrás de mí y volteo de inmediato para verla parada con una botella de vino en una mano y dos copas en la otra. — La vi en la casa y pensé que sería una buena idea — comenta.

— Me gusta el vino — contesto sonriente.

Ella se sienta a mi lado sobre la arena. Lleva ese abrigo rojo que tanto le gusta y unas botas negras para la lluvia, supongo que no quiere mojarse los pies. Su cabello largo y negro cae sobre sus hombros y un sombrero negro muy à la mode corona todo el conjunto. Abro el vino con mucho cuidado y después sirvo un poco en cada copa.

— ¿Brindamos? — le digo sin esperar una respuesta, pero sorprendentemente ella sonríe.

— Brindemos — sube la copa.

No decimos por qué brindamos, simplemente chocamos nuestras copas y después bebemos un sorbo, para después quedarnos callados escuchando el mar. Recuerdo que antes Adela y yo teníamos menos ratos de silencio y platicábamos mucho de lo que sucedía en nuestras vidas, ahora no hablamos y punto. Ella toma otro sorbo y yo la observo como un idiota porque no sé cómo hacerlo.

— Me agrada tu familia — dice por fin — Pensé que a tu madre no le caía pero me equivoqué, lástima que la próxima Navidad no estaremos juntos ya.

Escuchar esas palabras me da un nudo en el estómago, para ella el divorcio no es una opción, es una decisión.

— No solo a mi familia le dolerá, Dela, a mí también, créeme — y ella sonríe.

— Too late for that — me dice y se sirve otro poco de vino.

— Adela, ¿no podemos platicar como gente civilizada tan solo por un momento? — le reclamo.

— Está bien, lo siento — y pone su mano sobre la mía por un momento y luego la aleja.

Volvemos a quedarnos en silencio viendo al mar.

— Veo que ya regresaste de nuevo a escribir — interrumpe.

— Sí, de pronto la inspiración llegó y bueno, debo aprovecharla — contesto.

— Te admiro, ¿sabes? — y ella voltea a verme y yo hago lo mismo, nuestras miradas se detienen y se reconocen — Yo nunca me atrevería a escribir un libro, no sé si mis experiencias de vida o mi imaginación darían para tanto.

— Yo también me sorprendo a veces, créeme. La mayoría de las veces es fácil, pero cuando se va la inspiración, es una tortura — y ella me sirve un poco más de vino en la copa.

— Brindemos por lo que la inspiración regresó — me dice sin que yo lo vea venir.

— Por atrevernos a escribir un libro — contesto yo y chocamos de nuevo nuestras copas — hace rato recordaba la vez que fuimos a caminar por el muelle de Santa Bárbara, en una de nuestras citas. Cuando compramos un montón de cosas, ¿recuerdas? Palomitas de maíz, manzanas acarameladas, helado… y luego nos quedamos en ese banco a ver la puesta del sol y tomamos muchas fotos.

— También recuerdo que te cagó una gaviota — dice ella divertida.

Ambos empezamos a reírnos a carcajadas al acordarnos de la situación. Después de tranquilizarnos, tomamos otro sorbo — dicen que es de buena suerte — concluye ella.

— He tenido buena suerte — le digo y le sonrío — Aún la tengo.

Adela me mira con esa hermosa mirada que tiene, que por tanto tiempo me negó, y todos los sentidos de mi cuerpo se alteran. No importa lo que ella diga, aún me ama y me desea, y yo lo hago cada día más. Esos besos y muestras de amor que hemos tenido no han sido en vano.

Deja la copa de vino sobre la arena, y luego frota sus manos con sus brazos para agarrar un poco de calor.

— No me acordaba de que eras tan friolenta — admito.

— Pronto pasará, tal vez con más vino, coja un poco de calor.

— Ven — le digo mientras estiro los brazos.

— Estoy bien, Gael — y me niega.

— Ven, mis intenciones son solamente para que no mueras de hipotermia — bromeo y me da una mirada de incredulidad y una leve sonrisa — Vamos, ven — y vuelvo a abrir mis brazos para que ella se acomode entre ellos.

Adela se recorre un poco más y se acomoda entre mi pecho y mis brazos. Yo la envuelvo con ellos y nos quedamos así por un segundo sin hablar. Su perfume vuelve a golpear mi sentido del olfato y aprovecho que la tengo así de cerca para respirar el aroma que sale de su cuello. Ella tiembla, sé que es de nervios, pero lo ignoraré, no quiero que este momento se interrumpa por alguna frase o movimiento que yo pueda hacer.

— ¿Mejor? — le susurro al oído.

— Sí, gracias — dice bajito mientras observo cómo juega con sus manos. Yo pongo las mías por encima de las suyas y las acaricio, ella no aleja las suyas y simplemente me sigue la corriente.

Después, voltea a verme y el momento de deseo entre los dos vuelve a invadir nuestros cuerpos. Puedo ver de cerca sus hermosos labios rojos que muero por besar a todas horas y sin previo aviso, ella cierra los ojos y roza sus labios con los míos, encendiendo esa chispa que nos hace explotar.

Comenzamos a besarnos lentamente, empezando a reconocernos poco a poco, con mis brazos la pego más a mi cuerpo y la acerco para poder besarla mejor. Nuestros labios saben a vino, un sabor que ambos disfrutamos. El beso sube de nivel, cada vez es más profundo, y más deseable, que me lleva a recostarla sobre la arena para que yo, encima de ella, le bese mejor y pueda acariciar ese cuerpo que me trae loco.

Nuestros labios no paran y no quieren parar, nuestras respiraciones se agitaron y mis manos comienzan a recorrer sus piernas para subir hacia su abdomen y luego su pecho. Ella recorre mi espalda con sus manos y las sube hacia mi nuca, acariciándola con las yemas de sus dedos. La luz de la luna, las olas del mar, el vino y la arena, dan el momento perfecto para esto y yo solo quiero quitarle ese abrigo y hacerla mía ahí, sin importar lo que pase.

Adela se separa de repente al sentir mi mano tocando uno de sus costados.

— Lo siento — le digo espantado de nuevo.

— No pasa nada — y sorprendentemente me sonríe — Recuerda que es el lado izquierdo — me advierte.

La observo así un poco más, la extraño tanto, extraño su risa, sus bromas, sus ocurrencias, sus besos, sus caricias y sobre todo su compañía — Mejor vámonos que se hace tarde y mañana debemos ir con tus padres.

La ayudo a levantarse con cuidado y ella toma las copas de la arena y la botella.

— ¿Puedes caminar bien? — le bromeo al ver la botella vacía.

— ¿Qué? ¿Me vas a cargar para que no caiga sobre la arena? Como la vez que mi tacón se rompió cuando regresábamos de esa fiesta en Nueva York — me dice sonriente.

Entonces la tomo entre mis brazos provocando una de las risas más sinceras que he escuchado y comienzo a caminar hacia la casa. Ella se toma de mi cuello y por un solo momento volvemos a ser la pareja enamorada que fuimos, la que, antes de casarse, se hubiera quedado sobre la arena a hacer el amor, sin importarle nada más.

[Adela]

— ¿Qué significa esto? — escucho la voz de Gael cerca de mí. Abro los ojos y lo veo con un periódico en las manos.

— ¿Qué significa qué? — le digo adormilada.

— ¡Esto! — y me lanza el periódico a la cama para que lo vea. El encabezado no miente, somos Gael y yo besándonos en la playa — No lo sé — le digo — ¿Por qué me preguntas? 

— ¡No puedes hacer algo sin que quieras hacer publicidad o sacar ventaja! 

— ¡De qué demonios estás hablando! — le grito, al escuchar que él lo hace.

— ¡Por qué llamaste a los paparazzi! ¡Por qué no compartir un momento a solas conmigo sin que esto te traiga un beneficio!

— ¿Crees que yo los llamé? 

— Sí, porque no es casualidad que estaba completamente solo y cuando llegaste ellos estaban ahí — concluye.

Me levanto de la cama de un brinco y quedo frente a él — No crees que los paparazzi pudieron estar ahí todo el tiempo y que ninguno de los dos se dio cuenta, ¿por qué piensas que yo los llamé? Es patético, sabes, ¿por qué querría que alguien fotografiara un momento tan… ?

— ¡Lleno de publicidad para ti y tu nueva película! — grita.

— ¡Mágico! — grito yo y él se queda callado — Un momento tan mágico que ahora, por tus inseguridades, se fue a la basura. Gael, créeme, yo no los llamé. 

— Pues no, no te creo nada, ¿sabes? — me dice frío.

— Pues no me importa — y por primera vez las lágrimas caen por mis mejillas en frente de él — Por meses no me has creído, qué ingenua fui al pensar que me creerías esta vez. 

Le arrojo el periódico al pecho y él lo toma — Aprovéchalo de nuevo, Gael, oficialmente eres el esposo más romántico de España, tal vez puedas escribir una historia o guion sobre eso — y con lágrimas en los ojos me alejo de él y salgo de la habitación.

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