[Adela]

Un amigo me dijo una vez que no viviera en el pasado y que mirara hacia el futuro Ahora que intento seguir ese consejo, me doy cuenta de lo difícil que resulta hacer encajar a Gael en mi visión del futuro. Solía decir en entrevistas, antes de casarme con él, que era el hombre de mi vida y que me sentía muy afortunada de tenerlo a mi lado. Pero ahora, se ha convertido en un completo desconocido para mí. Uno al que sinceramente intento comprender, pero cada vez que creo que lo hago, retrocedo tres pasos y sumerjo mi vida en el caos.

Debo admitir que estos días tan cerca de él han desatado no una sino varias sensaciones en mí, y ahora no sé cómo controlarlas. Anhelo besarle, pero al mismo tiempo quiero alejarme de él. Nos aventuramos en momentos tiernos y de convivencia que terminan siendo seguidos por reclamos que casi desembocan en un desastre. Quiero volver a ser lo que éramos antes, pero al mismo tiempo deseo que se marche de mi vida, pues temo que si se queda, nada será igual.

Tomo mi pastillero y lo meto en la maleta. Hoy nos quedaremos a dormir en casa de sus padres, ya que es probable que la cena de Nochebuena se alargue, y para prevenir accidentes, es mejor quedarnos en un solo lugar. Me paro frente al espejo y contemplo mi atuendo para la noche: un top de lentejuelas y unos pantalones de vestir negros, combinados con botines del mismo tono. Me encuentro ajustando el cuello redondo del top cuando siento las manos de Gael sobre mí.

—Yo te ayudo, Adela —me dice tranquilo mientras abrocha el pequeño botón que cierra el cuello por completo.

— Gracias — contesto nerviosa mientras siento sus largos dedos acariciar mi nuca.

Volteo de inmediato y lo veo con esa combinación que me mata: pantalón y camisa negra, y un hermoso saco del mismo color encima. Se ve tan varonil y guapo. ¡Por Dios, huele delicioso!

— Te ves hermosa, Adela —me murmura. Para devolverle el gesto con cuidado, le arreglo el cuello del saco y él sonríe. Me encanta la sonrisa de Gael, siempre es sincera. Con sus largos dedos acaricia las puntas de mi cabello.

— Te ves guapo — le comento y él alarga un poco más su sonrisa.

Nos quedamos así por un momento, sintiendo esto que hay entre nosotros. Ya no es una sensación extraña; es puro deseo, que él piensa que yo no siento, pero lo es. Puedo ver cómo observa mis labios atentamente, una señal de que quiere besarme, pero no hago nada. Me da miedo que pase algo que arruine la noche de hoy.

— Te tengo un regalo, Adela — me dice tierno.

— ¿Un regalo? — pregunto sorprendida.

— Sí, bueno, debo confesar que no lo compré para esta ocasión. Lo guardé durante todo este tiempo — Gael saca una pequeña caja de terciopelo y la abre. En eso veo un hermoso dije de perla y un charm con una “A” grabada colgando de una cadena de oro.     

— ¡Te acordaste! — le digo emocionada sin poder evitarlo.

—Lo compré antes de casarnos. Te lo iba a regalar en nuestra luna de miel. —Y su semblante cambia a tristeza—. En fin, —suspira —lo guardé todo este tiempo y no quería perder la oportunidad de dártelo. Al menos para que no se quede conmigo si es que… — Gael no termina la frase.

 Sí, lo que sigue es “si es que nos divorciamos…” pero ninguno de los dos se atreve a mencionarlo cuando no estamos enojados. 

— Sé que no combina con tu ropa, pero…

— ¡Me cambio! — le interrumpo de inmediato y me alejo de ahí buscando una blusa parecida a la que iba a llevar, pero un poco más escotada, con cuello en “V”. Me quito la blusa que traigo puesta y la pongo sobre la cama para ponerme la otra.

— Espera — me dice él de pronto — tienes un morado en la espalda. ¿Qué te pasó? — me pregunta preocupado.

— Gajes del oficio, Gael — le contesto rápidamente y me pongo la nueva blusa. Volteo de nuevo y él está detrás de mí, viéndome con esos ojos de preocupación. — ¿Estás segura? —insiste.

— Sí, ahora sí, pónmelo —le pido, y él toma el dije entre sus dedos y lentamente lo acomoda en mi cuello. Sus yemas rozan mi piel y paso saliva para tratar de controlarme. Cada día es más difícil mantener mi posición de frialdad.

Cuando él termina de poner el dije, pasa sus dedos una última vez por mi cabello suelto. 

— Listo —murmura al oído, y yo me doy la vuelta para que lo vea. El escote en “V” que traigo no es muy profundo, pero se puede ver un poco la línea de mis pechos. Él, sin poder evitarlo, toma la perla entre sus dedos, y ahora estos rozan esa línea provocando un poco de placer.

— Te queda muy bonito — murmura y luego se muerde el labio inferior, haciendo que mi atención se concentre en él completamente—. Enmarca muy bien esa línea de tus pechos —se atreve a decir e inmediatamente me sonrojo. 

¿Qué contestas a eso? ¿Qué le hubiera contestado la antigua Adela? Me pregunto a mí misma mientras veo cómo sus ojos están fijados en mí. 

—Yo no tengo un regalo para ti —le digo por fin.

—No esperaba un regalo de tu parte — y sus palabras me duelen. Creo que desde hace mucho Gael y yo no esperamos nada el uno del otro.

—¿Hay algo en especial que quieras? — contesto como la Adela de la que se enamoró hace años atrás.

—¿Te importa si lo pienso durante la noche? — me contesta con esa voz sexy que me derrite.

— Como quieras — contesto, y él deja de acariciar la perla.

— Cuando quiera — murmura, y después se da la vuelta y toma la maleta que está sobre la cama—. Vamos, que llegaremos tarde con mis padres. — Y sale de la habitación dejándome en un estado entre nervioso y excitado. Vuelvo a acomodarme el cabello, tomo el abrigo negro que está sobre la cama, apago la luz y salgo de ahí.

Lo veo poniéndose el abrigo y cubriéndose con una bufanda tejida. Yo me pongo el abrigo y me acerco al espejo que hay en la sala para pintarme los labios. El color de hoy es Chanel Rouge Coco 444 Gabrielle, uno de mis favoritos siempre. Mientras estoy concentrada pintándome los labios, veo de reojo cómo Gael saca el móvil y me toma una foto. No hacemos más que sonreír.

Él, cuando empezamos a salir, siempre que me pintaba los labios en algún lado, me tomaba una foto. Decía que luego haría un collage con ellas, un tipo póster, que enmarcaría y colgaría en su estudio. Supongo que ese proyecto ahora está muerto. Así que una más no afecta en mucho.

— Listo — le digo guardando el labial en la bolsa — Vamos.

Él abre la puerta de la casa y me deja salir primero, un gesto que se me hace extraño, ya que la mayoría de las veces él me cerraba la puerta en la cara o me esperaba afuera. 

— Gracias — le susurro mientras paso.

— De nada, Amour — pronuncia, y yo, a pesar de que lo ignoro, sonrío levemente. Tenía meses que no escuchaba esa palabra de sus labios “Amour”. Así me llamaba porque al preguntarme qué labial llevaba el día que nos conocimos, le dije que era “Rojo Amour” y le gustó. Además, con ese acento en francés, se escucha delicioso, sobre todo cuando me hacía el amor.

Entramos al auto y de nuevo es silencio. Todo lo que posiblemente nos queremos decir se queda escondido hasta que algo nos obligue a hacerlo, como el accidente de hace dos días. Gael y yo somos dos bombas a punto de explotar, para bien o para mal, solo que no sabemos quién lo hará primero.

En casa de mis padres todo es paz y armonía; la cena ha salido de lujo, y como Adela estuvo platicando con mi padre todo el tiempo, casi no tuvimos que interactuar. Mi esposa se ve hermosa. Ese dije que tanto quería, enmarca peligrosamente esa línea de sus pechos, y me alegra que haya decidido cambiarse de blusa para mostrarlo. Tal vez fue una movida un poco baja, pero en este momento hago lo que sea por convencerla de que nos demos otra oportunidad y las opciones se me están terminando.

No cabe duda de que si en este momento me dijeran que harían realidad cualquiera de mis deseos, sería recuperar a mi mujer, a mí Adela, la que me regalaba sonrisas cada vez que me veía, la que me amaba sin temores. Ahora la abrazo y tiembla como una hoja, me acerco a ella y evita mi mirada, es como una joven asustada, ya no es la mujer segura. La veo y sé que la mayoría de estas respuestas las provoqué yo, con mis palabras y mis actos, y merezco que de alguna manera ella me diga, al final de estas vacaciones, que ya no me quiere más y que decide ser libre. Eso me aterra.

Veo que sale al jardín a tomar un poco de aire y aprovecho el momento en que por fin se encuentra sola para ir con ella. Solamente quiero abrazarla y decirle que todo está bien. Que nunca más volveré a ser el Gael que no le creía nada y le insultaba una que otra vez, que las frases como la que dije anteayer en el auto desaparecerán de mi vocabulario y que a partir de ahora solamente me dedicaré a amarla y a cuidarla.

Ella se encuentra con los ojos cerrados en la puerta, recargada. Supongo que se encuentra un poco cansada, ya que ya casi es medianoche, pero la fiesta acaba de empezar. Veo cómo frota sus brazos con sus manos y sonrío; mi Adela siempre ha sido friolenta y mis brazos siempre fueron su abrigo. Me acerco con cuidado y ella nota mi presencia. Supongo que es mi colonia.

 — ¿Todo bien? — le pregunto. 

 — Sí, solamente un poco cansada y llena, creo que comí mucho.  —Y sonríe. 

 — Ven — le digo estirando los brazos y ella ahora no se hace del rogar y se hunde en mi pecho. Su perfume, su cuerpo, su aliento en mi cuello, todo me es perfecto en este momento. Uno que debo cuidar porque se vuelve un tormento y hoy es Nochebuena. 

 —No sé si ya te lo dije, pero te ves hermosa esta noche, Adela —le susurro y aunque sé que ya se lo dije, quiero que lo escuche una y otra vez de mi voz. 

 —Ya me lo dijiste, pero gracias —Vuelve a contestar y se separa un poco— ¿Aún no sabes lo que quieres de regalo?  

“¡Claro que sé lo que quiero de regalo!”, pienso para mis adentros, te quiero a ti, tus besos, tus caricias. En eso, volteo y veo un muérdago arriba de nosotros. Levanto bien mi mirada provocando que ella haga lo mismo. 

 — ¿Un beso? — me pregunta. 

 — No — contesto, aunque muero por besarla—. Quiero otra cosa de regalo. 

 —¿Y eso qué es? —murmura y empieza a temblar de nuevo. 

La pego a mí para tranquilizarla, aún no sé de qué, pero tengo la necesidad de hacerlo.

  —Quiero que me digas que nos darás una oportunidad  —le pido al oído— Quiero volver a ser lo que éramos antes de todo este enredo. 

Ella se queda callada y yo comienzo a besar su hermoso cuello, para después, suavemente rozar mis labios provocando que su piel se erice. Cierro los ojos disfrutando el momento y ella aprieta con sus manos uno de mis hombros dándome a entender que también lo hace. 

 — Gael  —susurra mi nombre y recuerdo la vez que la vi tocarse sobre la cama—. Sígueme la corriente, ¿quieres?  —y después ella besa mi cuello para después prenderse de mis labios y besarme con todas las ganas que trae acumuladas de mí. 

Ambos lo disfrutamos y como siempre nos entregamos al momento. Esto me está matando, pasé de sentir un poco de deseo por ella a volver a sentirlo todo cuando la veo y la beso. Me atrevo a subir mis manos a su rostro, tomarlo y seguir besándola sin límites. Su respiración y la mía se coordinan, y de nuevo me tiene prendido a ella. Adela podría hacer lo que quisiera conmigo, y yo gustoso lo aceptaría.

Nos alejamos un poco y siempre en ese último suspiro decimos la verdad de lo que sentimos — Gael — dice aún con los ojos cerrados.

 — Dímelo, Adela — le respondo.

— ¿Café? — escuchamos la voz de alguien que nos saca del trance. Volteamos y es mi madre sonriente.

— Sí, por favor — contesta Adela de repente, separándose un poco de mí.

Mi madre nos sonríe. — ¿Tú vas a querer un poco? — me pregunta.

— Sólo una taza — respondo educado.

Volteo y ella se encuentra acomodándose el abrigo, pero no, yo quiero seguir esto, volver a besarla, ver hasta dónde más podemos llegar. Siempre nos interrumpen y apagan el fuego con cubetas de agua.

— Creo que es mejor que entremos — me dice ella — Necesito un sorbo de ese café. Yo me encuentro de pie frente a ella y con la yema de sus dedos quita el labial rojo de mis labios — Como si nada hubiera pasado — murmura.

— Tal vez podamos borrar lo evidente, pero lo que sentimos se queda aquí — y le pongo el dedo índice de mi mano derecha sobre sus labios aún rojos.

Ella se aleja, dejándome de nuevo de pie, sobre la nada, pero esta vez mi pensamiento no es fatalista, es de esperanza. “Sígueme la corriente”, dice, y eso es lo que haré. Ambos iremos hacia el mismo lugar, solamente que aún debemos definir el rumbo, y es mi oportunidad de hacerlo. Entro a la casa y de nuevo vuelvo a estar solo. Adela se mezcla entre la gente y yo únicamente deseo estar con ella.

La fiesta terminó a las dos de la mañana, y después del ritual para acostarnos, ahora en este cuarto en casa de mis padres, solamente puedo mirar al techo y recordar el beso que nos dimos en el jardín, sus manos acariciándome, nuestros labios sincronizándose. 

Volteo, y ahí está ella dormida, dándome la espalda, con esa bata de seda color blanco que me trae los mejores recuerdos y el cabello largo, ahora suelto, que cae sobre su espalda. La pierdo, pero no quiero, la necesito, pero no me puedo acercar, y en un acto de valor y siendo esta mi última carta para convencerla de todo, acerco mi cuerpo a ella. Quito con cuidado el cabello de su oído y acerco mis labios.

— Adela — le susurro al oído — Adela.

Ella abre los ojos y voltea. Me ve cerca de ella y clava su mirada con la mía.

— ¿Qué quieres? — dice bajito.

La tomo entre mis brazos y la acerco más a mí, pegándola a mi cuerpo. — Te lo ruego — le susurro — Ahora, tú sígueme la corriente —Y sin decir más palabras, la beso.

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