[Gael]

Y aquí estamos de nuevo, furiosos y separados. Ella no me quiere ver, yo no quiero saber de ella. Un día más en el matrimonio Salvatierra -Carasusan. La diferencia esta vez es que hoy es nuestro aniversario de bodas y se supone que deberíamos, al menos, estar tranquilos. Pero no, volvemos a empezar mal, como este ciclo tóxico entre los dos que no se puede romper. ¡Lo odio!

Sin embargo, hoy debemos fingir de nuevo. Ir con mis padres de compras, ayudarles con la cena de Navidad y hacer todos los arreglos necesarios. Ambos sin poder soportarnos de nuevo. Lo admito, sé que tal vez fue mi culpa todo y que posiblemente le eché la culpa de algo que nunca fue su idea. Mi molestia fue saber que alguien nos había fotografiado sin nuestro permiso.

Manejo hacia casa de mis madres y Adela va en silencio. Ni siquiera me voltea a ver. Bajo las gafas de sol puedo ver los ojos rojos de tanto llorar. Confieso que esto es nuevo para mí. Ya habíamos tenido este tipo de discusiones, pero nunca la había visto llorar así.

— Gael, no sé si pueda hacer esto hoy — me dice de pronto — No tengo humor para fingir que vivo feliz contigo.

— Pues saca ese Globo de Oro, cariño, y hazme creer que en verdad me amas y sobre todo que estás feliz de estar conmigo — contesto fríamente.

Ella se quita las gafas y se limpia las lágrimas con un pañuelo.

 — Estoy tan lista para divorciarme de ti, ¿sabes? No puedo esperar para regresar a Madrid, empacar todas mis cosas y largarme de tu vida. ¡Nunca, nunca, nunca debí haberme casado contigo! — me dice enojada.

— Pues en primer lugar, yo nunca debí abrirte la puerta de mi habitación esa noche que fuiste a buscarme, ¿recuerdas? ¡La peor decisión de mi vida! — Volteo a verla con furia.

— ¡Por fin estamos de acuerdo en algo, Gael! — me grita — ¡Cuidado!

Entonces volteo y veo un auto frente a mí y muevo el volante para esquivarlo. La adrenalina pega en mi cuerpo y cómo puedo lo esquivo y nos salimos de la carretera quedándonos a un lado del camino.

— ¡Estás bien! — le digo de inmediato después de haber parado el auto completamente — ¡Estás bien! ¿Te lastimaste? — le pregunto y pongo mis manos sobre su rostro. Ella se encuentra asustada y puedo ver las lágrimas sobre sus mejillas — ¡Te hiciste daño! —La miro a los ojos.

— Estoy bien, estoy bien — me repite un poco dejándose llevar por el shock — ¿Y tú? — pregunta.

Las palabras no salen de mi boca y entonces la beso intensamente en los labios, aun con la adrenalina invadiendo mi cuerpo.

 — Me muero si te pasa algo — le confieso, separando mis labios en cada frase—. Nunca me lo perdonaría, Adela. Te amo, te amo con toda mi alma. — Y ella me sigue besando desesperadamente mientras los nervios se van con cada beso—. Te creo, te creo todo lo que me digas —sigo hablando—. Te creo que no hayas hablado a los paparazzi ayer, te creo todas y cada una de las cosas que me dijiste a lo largo de estos meses. —Ella se aleja de mí y me ve a los ojos atenta, su mirada asustada se cruza con la mía—. Nunca me acosté con nadie — le digo.

— ¿Qué? — me pregunta confundida.

No sé si es la adrenalina la que está haciendo de las suyas o el hecho de que ya no aguanto más todo esto que siento.

 — Nunca me acosté con nadie, todo lo que viste era actuado. Las chicas se prestaban porque yo les pagaba. Nunca te he engañado, Adela. Aunque te confieso que me lo propuse, nunca lo logré. — Y con esto siento que un gran peso se va de mi cuerpo liberándome de toda esa carga — Estoy perdidamente enamorado de ti, Adela Carasusan, y ya no soporto más esto.— Y la beso de nuevo con lo último que me queda de esta sensación de supervivencia.

— ¿Están bien? — escucho una voz afuera del auto y ella y yo nos separamos de inmediato— ¿Quieren que llame a una ambulancia? —dice el hombre que venía en el otro auto y que se ha acercado para hablar con nosotros.

—No, estamos bien —le digo bajando la ventanilla—. Estamos bien, solo fue un susto. 

— ¿Tu esposa está bien? Parece pálida, ¿no necesita un doctor? 

— No, estoy bien —contesta Adela—. Solo necesito tranquilizarme. 

— Vale, manejen con cuidado —nos dice y luego se aleja.

— Vámonos —habla Adela, separándose de mí y volviendo en sí—, vámonos antes de que alguien sepa quiénes somos y esto se vuelva un escándalo por nada. 

Entonces vuelvo a arrancar el auto y antes de continuar manejando volteo y la veo limpiándose las lágrimas de los ojos. Sé que tal vez mi confesión fue llevada por todo lo que acaba de pasar, pero ella sabe que fue sincera.

— ¿Estás segura de que quieres ir con mis padres? Puedo llamarles y decirles que…

— Vamos, Gael, nos servirá un poco estar con tu familia — me dice un poco más tranquila. Con mucho cuidado vuelvo al camino y ambos nos quedamos en silencio el resto del trayecto.

***

El día con mis padres ha pasado más rápido de lo que creíamos y mucho mejor de lo que yo pensé. Adela, después del pequeño altercado, se tranquilizó conmigo y ya no volvimos a discutir, al contrario, se comportó normal y mientras los dos íbamos caminando haciendo las compras con mis padres dejó que la tomara de la mano como antes de empezar con este embrollo. 

De regreso a la casa, Adela no conversó, supongo que iba atenta al camino para que no ocurriera lo mismo que pasó por la mañana, y sobre todo porque ya era de noche. Venía nerviosa, lo supe porque bajé mi mano hacia la suya que venía recargada sobre su pierna y saltó. 

— Lo siento, no quería asustarte —le digo tranquilo— ¿Vas bien? 

— Sí, solo pon atención al camino —me pide y mueve la mano de lugar. 

Tomo el volante una vez más y manejo hasta que llegamos a nuestra casa. Después de guardar el auto en la cochera, aun sin hablarnos, entramos a la casa. 

Adela se dirige a la cocina y se sirve un vaso con agua. Comienza a tomar el agua a sorbos mientras yo la observo desde lejos. 

— ¿Es verdad lo que me dijiste en la mañana? — me pregunta—, lo de las chicas. Que nunca te acostaste con ellas. 

—Es verdad — digo sin más reparos. 

— Aun así, Gael, te acostaste con tu ex el día de nuestra boda, así que da lo mismo — me comenta con seriedad. 

—Eso también es mentira —le confieso y ella me observa atenta—. Lo que viste no fue verdad, Adela, también lo fingí.

Ella comienza a reír a carcajadas.

 —¿Estás diciendo que todo lo que vi ese día fue un teatro montado por ti? — habla, tratando de articular bien las palabras— ¿Me estás diciendo que todo lo que vi no fue verdad? Que cuando te vi revolcándose con tu ex, en nuestra habitación de bodas, ¿fue todo mentira? ¡Ay Gael por Dios! Ahora sí, ahora soy yo quien no te cree nada. 

— Pues así fue Adela, no lo hice y no lo pude hacer, ¿sabes por qué? —Y me acerco a ella—. Porque no puedo estar con otra mujer que no seas tú, porque desde el momento que estuve contigo supe que no quería estar con nadie más, porque soy adicto a tus besos, a tus caricias, porque eres la mujer para mí y ni siquiera yo, con todo lo que ha pasado, me he atrevido a buscarte en otros cuerpos.

De nuevo estamos tan cerca el uno del otro que la tensión se puede sentir y las miradas expresan de más. Sin embargo, ella se mueve a un lado y me deja ahí de pie sin responderme. 

—Me voy a dormir, muero de sueño y ha sido un día muy pesado — explica con frialdad, mientras camina hacia la habitación, dejándome como un idiota en medio de la sala. Sin más, camino hacia el estudio y me encierro. Necesito estar solo y pensar en todo lo que acaba de pasar hoy. 

*** 

Trato de concentrarme, pero me es imposible. Con todo lo que sucedió este día, no me fue posible ni siquiera sacar una melodía decente. Mis dedos danzaban sobre las teclas del piano, pero la música se desvanecía en el aire, fragmentada y sin coherencia. Estoy cansado, agotado de cuerpo y mente. Solamente quiero ir a la cama y sumergirme en el olvido del sueño, con la esperanza de encontrar algo de paz.

Con un suspiro resignado, me levanto del banquillo del piano y me encamino hacia mi habitación. Espero que Adela ya esté dormida; sinceramente, no tengo ganas de hacerle conversación ni de involucrarme en otra discusión sin sentido. Mi mente está abrumada y mi corazón cansado.

Antes de dirigirme a mi cuarto, decido pasar por la cocina en busca de un poco de agua para calmar mi sed nocturna. Pero justo cuando estoy por alcanzar el reposo momentáneo que anhelo, unos ruidos llaman mi atención desde la habitación principal.

— ¿Qué será eso? —murmuro para mí mismo, con mi curiosidad creciendo a medida que los sonidos persisten.

Trato de ignorarlos, de convencerme de que son simples crujidos de la casa, pero al escucharlos nuevamente, mi determinación vacila. Mi curiosidad supera mi cansancio, así que me aventuro acercándome lentamente a la puerta entreabierta, con el corazón latiendo con fuerza en mi pecho.

Con cautela, empujo la puerta y entro en la habitación, preparado para enfrentar cualquier eventualidad. Pero lo que encuentro del otro lado no es peligro, sino algo totalmente inesperado.

—¡Dios mío! —exclamo en un susurro, mis ojos ampliándose al máximo ante la escena ante mí.

En el centro de la habitación, iluminada por la suave luz de la luna que se filtra por la ventana, está ella. Adela se encuentra recostada sobre nuestra cama, acariciando su cuerpo por encima de la bata de seda color rojo que se ha puesto hoy. Se ve tan hermosa, tan excitada que mis ojos no quieren quitarle la vista de encima, y estoy seguro de que no lo harán. 

Con cuidado, entrecierro la puerta y me recargo sobre el costado de la puerta. La observo a través de la ranura que ha quedado en la puerta. Esa imagen es para vivirse sin pestañar, no quiero, perderme detalles. 

Así que en un momento de valor, entro un poco más a la habitación para verla más de cerca. No sé si ella me ha escuchado, y si sabe que estoy ahí, está haciendo esto a propósito para probarme y llevarme al límite. 

Ella sigue acariciando su cuerpo, se detiene sobre sus pechos y comienza a jugar con ellos hasta que puedo ver sus pezones erectos del placer que ha de estar sintiendo por la seda acariciando su piel. La otra mano comienza a deslizarla hasta su ingle y sin pudor acaricia su intimidad. Un delicioso gemido se escapa de sus labios, y me trae recuerdos de todas las veces que los escuché cerca de mis oídos. 

Recuerdo que Adela no usa ropa interior para dormir, así que sé que todo lo que está haciendo con esa mano va directo al cuerpo sin nada que lo detenga. Puedo sentir mi cuerpo excitado, mi mente me pide que entre enseguida y la haga mía. 

Sin embargo, me limito a mi lugar. Encuentro un gran placer en verla desde acá, al grado de que comienzo a acariciarme, imaginando que soy yo quien la toca, la provoca y le da tanto placer. 

Adela no aguanta más, y en un movimiento se quita la bata, dejándola caer sobre el piso y descubriendo su cuerpo perfecto que me impresiona de nuevo; a pesar de haberlo visto por el espejo el día anterior.

 Las cobijas tiene el mismo destino que la bata, gracias al movimiento de sus caderas y sus piernas. Ella se acaricia suavemente con la yema de los dedos y juega con su intimidad de una manera espectacular; para después, regresar ese dedo a su boca y chuparlo de una forma tan excitante que me enciende más. 

Sus dedos acarician su punto de placer mientras hacen círculos, provocando sus gemidos. Yo, sin pudor, me sigo acariciando al compás de ella con mi erección aún adentro del pantalón y del bóxer; aunque pronto pienso liberarme de ellos. 

Después de unos momentos, no aguanto más, y desabrocho mi pantalón para después bajar mi bóxer a una altura lo suficientemente cómoda para mí y liberar mi erección que tomo en mi mano y comienzo a jugar con ella. 

Adela, sigue acariciándose lentamente, haciendo círculos con sus dedos, y con la otra mano aprieta uno de sus senos, a la vez que jala, con cuidado, uno de sus pezones. Yo la observo mientras me acaricio, mientras me imagino con ella en esa cama, haciéndole el amor, besándola, pasando su lengua por su intimidad, provocando esos gemidos. Siento su mano tomando mi cabello para dirigirme a las áreas donde le causa más placer. 

Ella mueve los dedos más y más rápido y los gemidos aumentan al grado de que son un poco más fuertes, creo que no le importa que la pueda escuchar, sus caderas se mueven rápidamente y su piel está completamente erizada. 

Mi mano sigue su ritmo, quiero venirme con ella, quiero que ambos sintamos este placer, aunque sea por nuestra cuenta. No puedo quitarle la vista de encima, puedo sentir cómo el orgasmo se va formando poco a poco y mientras la veo a ella buscando el suyo, entre gemidos escucho mi nombre.  

—Gael —pronuncia con la voz más sensual que he escuchado en mi vida y veo cómo su cuerpo se tensa y se deja llevar por el placer máximo mientras se aferra con una de sus manos a las sábanas de la cama. 

Yo hago lo mismo, me entrego al placer sin pudor y me vengo con toda la fuerza posible, ahogando mi gemido y cubriéndome con el bóxer mientras esa ola de placer me invade de los pies a la cabeza, haciendo que mis piernas tiemblen y que cierre los ojos disfrutando todo. 

 —Adela —susurro lo más bajo que puedo y después trato de tranquilizarme rápido para no levantar sospechas. 

Adela se queda un momento más recostada sobre la cama. Después de calmarse y moderar su respiración, se levanta con una cara de satisfacción que creo yo también tengo y se pone de nuevo la bata para ir al baño.

 Aprovecho que la habitación está sola, tomar rápidamente un bóxer nuevo y salir de ahí. Después, vuelvo a abrirla fingiendo que nunca pasó nada, aunque esta haya sido la experiencia más excitante que he vivido. 

Ella sale del baño y me ve con una cara de que acaba de hacer una travesura —¿Qué? —me pregunta tratando de esconder la sonrisa provocada por el placer. 

— Nada —contesto. Mientras entro al baño con la misma sonrisa. 

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