La guarida de los forajidos era un lugar sombrío y oscuro, oculto en lo profundo de un bosque tupido y espinoso. Aunque la luz del sol apenas penetraba entre las ramas retorcidas, el ambiente estaba impregnado de una tensión palpable, alimentada por el murmullo constante de hombres con miradas furtivas y armas relucientes.
Rafael se encontraba en el corazón de este nido de delincuentes, cuidando al teniente recién operado día y noche. La sala principal, iluminada apenas por antorchas parpadeantes, estaba dominada por una gran mesa de madera gastada rodeada de hombres curtidos por la batalla y la vida en la clandestinidad. Mientras él limpiaba las heridas del general y administraba los medicamentos recetados, escuchaba a los forajidos hablar en voz baja sobre sus próximos asaltos y robos planeados, con la esperanza de escuchar alguna noticia sobre su hacienda o sobre Marianela.
Entre el murmullo constante de los hombres y el ambiente tenso que caracterizaba la guarida, Rafael no podía evitar que su mente divagara hacia su hogar y su familia. Extrañaba profundamente a Marianela y a su hija Ana María, y ansiaba desesperadamente saber que estaban bien. En medio de la oscuridad y el caos, su corazón anhelaba la calidez y la seguridad de su hogar, lejos de la violencia y la incertidumbre que rodeaba su vida actual.
Cada noche, mientras cuidaba al general herido, sus pensamientos se volvían hacia Marianela y Ana María. Se preguntaba cómo estarían, si estarían seguras y si pensarían en él mientras él estaba atrapado en esta situación desesperada. Deseaba poder comunicarse con ellas, asegurarse de que estuvieran protegidas y tranquilizarlas con la certeza de que él estaba haciendo todo lo posible para regresar a su lado.
En medio de la noche, cuando todos los demás estaban dormidos y el silencio reinaba en la guarida, Rafael susurraba palabras de amor y protección hacia su familia, enviando sus pensamientos y deseos a través del vasto espacio que los separaba. En esos momentos de intimidad silenciosa, encontraba consuelo en la certeza de que, aunque estuvieran separados físicamente, el vínculo que compartían era más fuerte que cualquier adversidad que pudiera enfrentar.
A pesar del aura de peligro que permeaba el lugar, Rafael encontraba cierto grado de comodidad en la rutina de cuidar al teniente y atender las necesidades médicas del grupo. El justiciero, el temido líder de los forajidos, lo trataba sorprendentemente bien. Aunque su presencia imponente y su mirada penetrante podían infundir temor en cualquiera, el Justiciero mostraba una faceta inesperada al tratar a Rafael con respeto y consideración.
Él le proporcionaba a Rafael todo lo que necesitaba para las curaciones, desde vendajes limpios hasta ungüentos especiales para acelerar la recuperación. Incluso se aseguraba de que Rafael tuviera acceso a las mejores comidas disponibles, llevándole platos elaborados que contrastaban fuertemente con la austeridad del entorno. A pesar de ser un líder de hombres violentos y despiadados, el Justiciero parecía tener un lado compasivo y generoso reservado para aquellos que lo merecían.
Sin embargo, no todo era tranquilidad en la guarida de los forajidos. Rafael podía sentir la tensión subyacente entre los miembros del grupo, la rivalidad y el descontento que a menudo surgían en las conversaciones en voz baja. A pesar de la aparente unidad frente a sus enemigos externos, había fisuras en la fachada de solidaridad, indicativos de conflictos internos y ambiciones individuales.
A medida que pasaban los días, Rafael se encontraba cada vez más atrapado en el mundo turbio de los forajidos, una situación que nunca habría imaginado para sí mismo. A pesar de su deseo de regresar a su vida anterior y dejar atrás este capítulo oscuro, se daba cuenta de que estaba profundamente involucrado en los asuntos de la banda y que su destino estaba ligado al de los hombres a los que cuidaba.
En cualquier momento, Rafael sabía que podía perder el favor del Justiciero, y enfrentarse a consecuencias desastrosas. Podía ser víctima de la ira de alguno de sus hombres, quienes no dudarían en tomar represalias si percibían cualquier signo de desobediencia o debilidad en él. O, peor aún, al estar en la mira tanto de las autoridades como de los enemigos del grupo, Rafael corría el riesgo de quedar atrapado en medio de un fuego cruzado, sin ser responsable de los crímenes que se cometían a su alrededor.
Tenía que seguir vivo. El justiciero le había prometido que, tan solo el general se aliviara, él podría regresar sano y salvo con su familia. Sin embargo, ¿cuánto tiempo sería eso? El teniente un día amanecía con fiebre que casi lo llevaba a convulsionar y otro, parecía que se iba a aliviar. Las condiciones en la guarida no eran óptimas para la recuperación de la operación, pero el hombre era fuerte, y estaba decidido a vivir; tenía un propósito.
El tiempo parecía estirarse infinitamente para Rafael, como si cada día fuera una eternidad en sí misma. Sin embargo, a pesar de la monotonía y la lentitud del paso del tiempo, encontraba consuelo en las curaciones que realizaba, en su profesión que le recordaba quién era y en las conversaciones que mantenía con Fantasma, su fiel compañero y ahora guardaespaldas.
Fantasma se había convertido en una presencia constante en la vida de Rafael, una especie de ancla en medio de la tormenta que lo rodeaba. Todos los días, mientras realizaba sus tareas de enfermería con el general, Fantasma compartía con él las historias de las aventuras del grupo de forajidos, cómo habían llegado a formarse y el misterio que rodeaba al justiciero.
Según Fantasma, el justiciero había nacido en una familia adinerada y respetable, pero por alguna razón había caído en desgracia y había adoptado
su nueva identidad. Su motivación principal era la injusticia, y por eso se le conocía como el justiciero. Más que un simple delincuente, era un hombre que tomaba la justicia en sus propias manos, aunque a veces se le retratara como un asesino a sueldo. Esto provocó que Rafael comprendiera los motivos del justiciero, pero no sus métodos. La idea de secuestrarlo y obligarlo a curar a uno de sus hombres, no era algo que le agradara, Además, aún no entendía la razón por la que debía mantener vivo al Teniente, en lo que él recordaba, este hombre formaba parte del ejército realista, así que no entendía su uso; excepto que la guerra lo hubiese cambiado.
Así, pasó el tiempo, no supo sus días o meses, y por fin, el teniente despertó, mientras Rafael le cambiaba de nuevo los vendajes. La herida, casi estaba cerrada, pero aún había peligro de infección, por lo que tenía que ser supervisada con detenimiento.
El teniente abrió los ojos, la oscuridad del lugar hizo contraste con las antorchas que iluminaban su rostro. Pudo distinguir a Guerra, revisando detenidamente, mientras Fantasma se encargaba de aluzarlo.
—Tranquilo, Teniente, ya pasó el peligro —habló Rafael, mientras continuaba limpiando la herida—. Pasó unas noches bastante peligrosas, pero usted es fuerte como un árbol. Las superó todas.
El teniente trató de hablar, pero tenía la garganta tan seca que apenas pudo hacer un ruido. Rafael se acercó a su rostro y pudo distinguir la palabra “agua”.
—Pásale ese jarro con agua y darle con cuidado —le ordenó a Fantasma.
El hombre ensartó la antorcha sobre la pared, y fue hacia la jarra de agua para servirle un poco.
—Le he dado unas hierbas para que no sienta dolor. Sin embargo, el efecto pasará en unas horas y deberá tomar más. Se lo dejaré recetado.
El teniente tomó un sorbo de agua, y después comenzó a toser como loco.
—Tranquilo, ha pasado mucho tiempo sin bocado. Debe acostumbrar al cuerpo.
El teniente volvió a tomar. Esta vez lo hizo con menos prisa y más concentración. Sentía parte del cuerpo adormecido y el sueño le estaba ganando de nuevo. Sin embargo, no quería dormir. Él, deseaba mantenerse despierto, para averiguar lo que estaba pasando afuera.
—Afuera —dijo en un murmullo.
—¿Afuera? Sigue todo igual. Las noticias dicen que los insurgentes van tomando la ventaja.
—¿Años?
—No, Teniente. No creo que hayan pasado años, solo algunos días. Pronto le ayudaremos a levantarse y le daremos un buen baño. Al parecer, no ha tenido uno propio en meses.
Fantasma sonrió.
El teniente volvió a toser y le pidió más agua a Fantasma, con un movimiento de la mano. Después de dar algunos tragos, se aclaró la garganta.
—No cabe duda que eres talentoso, Guerra. Me salvaste una vez de la muerte, y ahora, lo haces de nuevo.
—En realidad solo hice mi trabajo y aún no lo salvo de la muerte. Esto puede infectarse hoy o dentro de meses. Puede morir.
—Aun así, lo lograste, no todos tienen el talento.
Rafael sonrió, le daba gusto que le dijeran que era talentoso en su oficio. Terminó de poner la venda y suspiró. La herida estaba bien, no olía a podrido y había una gran posibilidad de que durara así durante mucho tiempo.
—Bueno, en unos días podrá levantarse con ayuda de unas muletas. Por ahora, lo sentaremos para que comience a comer. Les he pedido que le cocinen un caldo de gallina.
—Gracias.
—Podrá hacer de todo, menos correr y caminar. Así que si piensa ir al campo de batalla, creo que no sería apropiado.
El teniente rio bajito.
—No se preocupe, Doctor. Todo lo que necesito, está aquí. —Y señalando su cabeza—. Espero que todo salga a pedir de boca —dijo eso, viendo a Fantasma.
Rafael trató de no preguntar para no involucrarse, pero su curiosidad pudo más y la pregunta se escapó de sus labios.
—¿A pedir de boca?
—Haremos justicia por nuestra propia mano. Usted no sabe el plan que tenemos, doctor. Se hablará de esto por mucho tiempo.
—¡Vaya!, pues espero que todo salga bien —trató de deslindarse, Rafael.
—Iremos a la fiesta del político Diego de Jerez. Ese hombre ha estado quitando tierras que pertenecen a los campesinos, dejando a muchas familias en la miseria —explicó el teniente, con un tono firme mientras recuperaba la voz.
El político Diego de Jerez era conocido por su ambición desmedida y sus métodos despiadados para adquirir tierras y riquezas. Los campesinos de la región sufrían las consecuencias de sus acciones, viéndose obligados a abandonar sus hogares y sustento. También se decía que Diego de Jerez desviaba fondos para su campaña política, utilizando recursos que deberían haber sido destinados al bienestar de la población para financiar sus propios intereses. Esta práctica lo había convertido en una figura controvertida y polémica, pero al mismo tiempo lo había rodeado de una gran cantidad de dinero y poder.
—Pues, espero que no pretenda bailar, teniente —bromeó Rafael.
—No, pero sí robarle lo que nos quitó.
—No entiendo, usted es parte del ejército realista. Se supone que debería estar al lado de Jeréz, no en su contra.
—Era parte del ejército, hasta que el mismo Jerez me traicionó. La guerra, cambia a todos.
—A algunos —contestó Rafael, seguro.
El teniente se rió con fuerza, para luego toser. Parecía que los pulmones le saldrían del pecho. Fantasma le dio más agua.
—A usted también lo cambió la guerra, doctor. Lo que hizo en aquel campamento, se puede considerar como acto de desobediencia.
—Estaba haciendo mi trabajo. Mi juramento me lo indica. No es traición.
—Cómo usted diga. Sin embargo, pudo haberlo matado. Incluso, a mí también, y no lo hizo. Porque sabe que su misión va más allá de esto.
—¿Cree que quise ser doctor para atender forajidos? —preguntó Rafael, bastante divertido.
—No. Pero le gusta estar en medio de la batalla. Sentir la adrenalina. Saber que es peligroso lo que hace pero, aun así, lo hace.
—Estaba cumpliendo con mi deber.
—No todos los doctores lo hicieron. Usted parecía feliz.
Rafael levantó las cejas. Las afirmaciones de las personas, con respecto a su persona, le divertían mucho. Decía el Teniente que se veía feliz, si supiera que en ese punto de su vida le daba igual vivir o morir.
—Pues como usted crea, Teniente. Haga lo que desee, al fin y al cabo ya está listo. Si usted le quita todo el dinero a Jerez, no será de mi incumbencia. Yo solo quiero regresar a mi casa, con mi hija y mi esposa.
—Claro… ¡la tranquilidad del hogar! La extraño. Pero, ¿podrá usted vivir en paz después de lo que le acabo de contar?, o más bien, ¿El justiciero le dejará ir ahora que lo sabe?
Rafael por un momento dudó.
—Es un hombre de palabra, ¿no?
—Lo es —aseguró el Fantasma.
—Confío en que la cumplirá —aseguró, Rafael.
—Pero, ¿usted cumplirá su palabra de irse?
—Por supuesto que sí, no tengo nada aquí que me detenga… —Aseguró, Rafael.
El teniente se acomodó, recargó la cabeza sobre la almohada improvisada y suspiró.
—Pues, le deseo suerte, doctor. Espero que su liberación sea exitosa.
—Gracias —agradeció Rafael.
Aunque por dentro, comenzó a dudar. ¿Qué es lo que el teniente había insinuado? ¿Acaso, su destino sería morir en esa cueva?, o, ¿el justiciero cumpliría con su palabra? Supuso que solo el tiempo lo diría.
Ojalá estando ahí se entere lo de Marianela y ellos lo ayuden a rescatarla 🤞🏻🤞🏻🤞🏻
Ayyy nooo!! Liberen a Rafael, no pueden pagar un bien con su cautiverio, o será que Rafael los necesitará para recatar a Marianela???
Estoy al borde del colapso
😬😬😬😬😟😟😟🤐🤐🤐
Eso último ya suena a que la salida no está tan cerca 😕
Hay no doc usted le hubiese dicho no oigo, no oigo soy de palo tengo orejas de pezcado ahora porque sabe eso no lo van a dejar ir según se le entiende a ese hombre, que sufricion =(
Ay no ppr Dios. Siento que cada uno los usaron para su conveniencia poniendoles trampitas, a Marianela el otro prisionero le conto lo de Genaro y ahora este le cuenta al Dr.sus planes, por que? A cambio que se queden con cada bando? Cada bando los necesita porq son indispensables, el dr. Los cura y salva y Marianela pues Genaro la necesita no se si por su punteria y valentia o solo ppr vengarse de ella. No se. Pero no creo q se puedan librar tan facil de esos locos. 🤯😱🤯😱🤯