Las puertas del elevador se abren y el pasillo que me llevará a la única puerta que hay en el nivel me espera al fondo. Camino inquieto hacia allá y toco el timbre dos veces para, después, ver el rostro de Mar, tan pálido como el blanco de nuestra casa en Ibiza.

⎯ ¿Dónde está?

⎯ En su habitación, el doctor sigue con él ⎯ me anuncia.

Entro hacia el piso y un golpe de recuerdos viene a mi mente. De pronto, me vuelvo a sentir de seis años, corriendo por todo el lugar y jugando con mis juguetes favoritos. El sitio ya no está lleno de flores, como solía tenerlo mi madre, pero si excesivamente limpio debido al mantenimiento que mi padre le da al piso aunque no viva aquí.

Camino hacia la habitación de mis padres y toco dos veces para luego empujar la puerta. Me encuentro a mi padre sentado en el sofá, con el brazo descubierto y el doctor tomándole la presión. Tan solo sienten mi presencia se voltean; mi padre niega al verme.

⎯ Le dije que no te llamara ⎯ es lo primero que escucho.

El doctor me sonríe ⎯ David, ¡qué sorpresa! ⎯ me saluda ⎯, hace mucho que no te veía.

⎯ Doctor Pérez, como siempre tan simpático ⎯ saludo, para luego acercarme y agacharme para ponerme a la altura del rostro de mi padre. ⎯ Veme.

⎯ David, ya me revisaron los signos vitales. Si te recuerdo, Pérez es mi doctor desde hace años.

⎯ ¡Déjalo! ⎯ le pide Pérez ⎯ si ya sabes que él es mi mano derecha desde que tiene… ¿A los cuántos años aprendiste como tomar los signos vitales? ⎯ me pregunta.

⎯ A los doce ⎯ responde mi padre ⎯, y también aprendió a inyectarme.⎯ Sonrío, no sabía que mi padre recordara ese tipo de información. ⎯ Siempre supe que sería un gran doctor, sobre todo cuando me pidió hacer el curso de primeros auxilios cuando todos buscaban pasar los fines de semana en fiestas.

⎯ Entonces, ¿te lo dejo? ⎯ me pregunta Pérez.

⎯ Termina tu trabajo Pérez, que para eso te pago los honorarios que tienes ⎯ bromea mi padre.

Me pongo de pie ⎯ ¿Qué tiene?, ¿ha regresado? ⎯ pregunto, preocupado.

Pérez niega con la cabeza.⎯ Eso es muy pronto para decirlo, y lo sabes. Necesito enviarle análisis que nos digan si regresó o no.

⎯ ¿Qué le pasó?

⎯ Se le subió la presión.

Volteo a ver a mi padre y él niega con la cabeza ⎯ ¿Te has tomado la píldora?

⎯ David, no es nada…

⎯ Puede que sea por un disgusto o falta de reposo.

Ambos volteamos a verlo y él desvía la mirada ⎯ Por favor ⎯ murmura.

Suspiro.⎯ ¿Le vas a recetar algo?, yo me encargo a partir de ahora.

El doctor Pérez me da la receta, veo las píldoras y con letras grandes la palabra DESCANSO POR UNA SEMANA.

⎯ Sabes que eso no pasará ⎯ le murmuro.

⎯ Amenázalo con llamar a Fátima, verás cómo lo hace ⎯ me bromea. Al parecer el carácter de mi madre es bien conocido por todos.⎯ David, me voy. Cualquier cosa me llamas.

⎯ Sí, sí… ⎯ responde mi padre, para luego ponerse la mano a la altura de la frente y recargarse sobre su brazo. Pérez abre la puerta y la figura de Mar aparece frente a él. ⎯ Te dije que no lo llamaras ⎯ le reclama.

Mar me ve y yo niego con la cabeza, como si le dijera que todo está bien y que no tiene la culpa del carácter de mi padre. Después, ella cierra la puerta, dejándome solo con él en esa enorme habitación a la que tantas veces entré de pequeño.

Mi padre me ve ⎯ tú también te puedes ir, si gustas.

⎯ No, ya me arruinaste la noche ⎯ le contesto, para luego sonreír. ⎯ ¿Qué pasó hoy?

⎯ Nada.

⎯ Padre, no seas necio… Dime que estabas haciendo cuando te desmayaste.

Mi papá niega con la cabeza y luego suspira.⎯ Estaba enojado por una situación que no preví, es todo.

⎯ Debió ser algo grande, porque para tener la presión por los cielos no es algo ligero. Espero al menos que haya valido la pena la regañiza que les diste, porque el desmayo te pasó factura.

Abro el botiquín de primeros auxilios que mis padres tienen en su habitación desde que nos enteramos de las enfermedades de mi padre. Saco alcohol, una gaza y luego un ungüento. ⎯ ¿Debes cocerme? ⎯ me pregunta, mientras me echo alcohol en las manos para desinfectar.

⎯ No, es superficial… Madre lo notará.

⎯ Tu madre no debe saber esto, ya bastantes preocupaciones tiene.

⎯ Lo sabrá, no puedes escapar a Fátima Lafuente ⎯ le digo, y él se ríe bajito. Comienzo a limpiarle la herida con atención y puedo sentir la mirada fija de mi padre en mí. Trato de concentrarme, pero me es imposible, así que decido preguntarle. ⎯ ¿Qué pasa?

⎯ Nada ⎯ murmura.

⎯ Dímelo.

⎯ Me estoy acordando de esa vez que me desmayé por primera vez, ¿recuerdas?, estábamos tú y yo solos en la casa y sin titubear hiciste todo para reanimarme. Recuerdo que cuando desperté vi tus ojos asustados, pero, tu lenguaje corporal no lo comunicaba.

⎯ Era un chaval de doce años, tampoco es que ver a tu padre desvanecerse, era algo que me gustara ⎯ le contesto.

⎯ Ese día estabas enojado conmigo, ya no recuerdo por qué.

⎯ Ni te lo diré.

⎯ Dímelo ⎯ insiste.

Dejo la gaza a un lado y tomo el ungüento entre mis manos ⎯ me atrapaste escuchando una canción de ABBA en la sala, de los discos de mi madre, te enojaste y me lo arrebataste. Yo, te dije cosas horribles y tú te enojaste. Te diste la vuelta, te cogiste de la pared y luego te desvaneciste. Estábamos solos en la casa porque mamá había llevado a Ainhoa a la ludoteca.

⎯ Cierto ⎯ admite.

Termino de ponerle el ungüento y me limpio las manos. Después reviso que todo esté bien y cierro el botiquín ⎯ le diré a Mar que te pida las medicinas que debes tomarte.

⎯ Gracias ⎯ admite.

Voy hacia la puerta y llamo a Mar para que venga por la receta. Después cierro la puerta y regreso hacia él. ⎯ Vamos a recostarte.

⎯ No, tengo qué…

⎯ Venga⎯ le interrumpo, para levantarlo del sofá y recostarle sobre la amplia cama. Mi padre se acomoda, le ayudo a quitar los zapatos y el saco y los dejo sobre el sofá. Por último, le apoyo con las almohadas para que se sienta más cómodo.

⎯ ¿Por qué haces esto? ⎯ me pregunta, cuando voy al sofá a sentarme.

⎯ ¿Hacer qué? ⎯ pregunto.

⎯ Esto, el venir aquí, ayudarme. Pensé que me odiabas.

Miro mi móvil para ver si hay algún mensaje de Luz y luego niego con la cabeza.⎯ No te odio, jamás lo he hecho. Simplemente que tú y yo aún no nos entendemos, es todo.

Mi padre sonríe.⎯ Ni siquiera me entiendo yo.

⎯ Pues, eso está jodido ⎯ respondo, para luego reírme bajito.

Él se acomoda, se quita el reloj que le regaló mi madre hace mucho y por unos minutos se queda en silencio. ⎯ ¿Te puedo hacer una confesión, pero como si fueras mi doctor? ⎯ me pregunta.

⎯ ¿Te aprovecharás de todos mis juramentos para desahogarte de algo que te atormenta?

⎯ ¿Puedo? ⎯ insiste, y yo asiento con la cabeza. Mi padre suspira y luego dice.⎯ Hoy, tuve miedo. Mucho miedo. Pensé que moriría. Estaba solo en mi oficina, cuando sucedió, y la imagen de mi padre muerto en los baños de la empresa vino a mi mente. No es la forma en la que quiero morir, menos con un hijo separado de mí y con la mujer de mi vida y mi hija lejos. Tengo miedo de que regrese de nuevo. Tú, que ves tanta muerte, tantos malestares y tantas malas noticias, ¿cómo le haces para lidiar con el miedo?

Me quedo en silencio, la verdad es que la confesión de mi padre me ha conmovido bastante. Sin embargo, creo saber la respuesta.⎯ Todavía la vida he tenido miedo, papá. Miedo de no ser el mejor hijo para ti, miedo de decepcionar a la única madre que conozco. Tuve miedo cuando Ainhoa casi muere ahogada en la playa cuando era pequeña, y tengo miedo ahora de muchos sentimientos y sensaciones nuevas que se han presentado en la vida. Sin embargo, aun así, me pongo de pie todas las mañanas y solo lo hago. Tomo la decisión de que el miedo no me paralice y me encierre, que no me venza. Sabes que siempre he sido bastante terco.

Mi padre se ríe bajito ⎯ como tu madre ⎯ murmura.

⎯ Tal vez ⎯ entonces me acerco a mi padre, me siento a su lado y tomo su mano ⎯ ojalá pudiera darte un tratamiento para vencer el miedo, algunas inyecciones o pastillas, pero, no hay. Solo te puedo decir que, la muerte llega cuando tiene que llegar, estemos listos o no. Así que lo mejor es dedicarse a vivir la vida, lo mejor que se puede, para que la muerte sea benévola con nosotros y, cuando llegue, te mire y diga: ese hombre no se merece morir en un baño solo, sino en su cama, rodeado de los seres que ama; y con un golpe de suerte, puede que sea así.

Mi padre suspira, aprieta mi mano, para luego cerrar los ojos ⎯ si regresa…

⎯ Aquí estaré yo para canalizarte y ayudarte ⎯ le tranquilizo.

⎯ Lo sé… ⎯ responde.

Mi padre comienza a bostezar, al parecer ya se siente mejor.⎯ Duerme, yo me quedo de guardia.

⎯ Pero, ¿no tienes que entrar a trabajar en unas horas? ⎯ me pregunta.

⎯ No te preocupes, mañana te llegan mis honorarios ⎯ bromeo, para luego apagar la luz de la habitación.

⎯ Gracias ⎯ me murmura, somnoliento ⎯ muchas gracias.

Me quedo a su lado hasta que cae profundamente dormido, y regreso al sofá para acomodarme y tratar de dormir un poco. Saco mi móvil y veo una de las tantas fotos que Luz y yo nos tomamos hoy y sonrío.

⎯ Sueña conmigo, necedades… yo soñaré contigo también ⎯ le murmuro, para luego poner mi alarma a las tres de la mañana y tratar de dormir un poco, aunque admito que la preocupación podría dejarme en vela el resto de la noche.

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