Genaro nació en el seno de una familia adinerada que emigró de Francia directamente a la Nueva España. Desde joven, disfrutó de una vida privilegiada y llena de comodidades, rodeado de lujos y privilegios que pocos podían permitirse. No solo era rico, sino también increíblemente apuesto, una combinación difícil de encontrar. Siguiendo la tradición familiar, se destacó en una brillante carrera militar que lo llevó a ocupar posiciones de alto rango y reconocimiento.

Con una carrera estable y una fortuna que lo convertía en el candidato ideal para cientos de jóvenes aspirantes a esposas, fue Marianela quien atrajo su atención. Ella era todo lo que Genaro podría haber deseado en una pareja: hermosa, inteligente y con una gracia y elegancia que lo dejaron sin aliento. Lo que la hacía aún más atractiva era el hecho de ser la única hija de uno de los Generales más importantes de la Nueva España, además de ser hija de un destacado doctor militar, lo que le otorgaba un estatus aún más elevado en la sociedad.

Genaro no titubeó en pedirle la mano a Marianela, quien apenas estaba comenzando a explorar su vida social en los círculos más selectos de la Nueva España. La propuesta de matrimonio fue recibida con alegría y entusiasmo por parte de Marianela, quien había quedado cautivada por la nobleza y el encanto de Genaro desde el momento en que lo conoció.

Con la bendición de sus familias y el apoyo entusiasta de sus amigos y allegados, Genaro y Marianela se embarcaron en los preparativos para lo que sería una de las bodas más deslumbrantes que la Nueva España había presenciado. El día de la boda llegó, envuelto en una atmósfera de anticipación y emoción, con el sol brillando en lo alto y una brisa suave que susurraba promesas de un futuro lleno de amor y felicidad.

La ceremonia transcurrió con elegancia y solemnidad, con los votos de amor eterno pronunciados con fervor y devoción. Tras la boda, Genaro y Marianela comenzaron su vida juntos en una hermosa casa con jardín en la ciudad, donde disfrutaban de su amor y de la admiración de la alta sociedad.

Sin embargo, a pesar de tener todo lo que deseaba a su alcance, Genaro siempre sintió un anhelo por la aventura y la emoción que el mundo exterior tenía para ofrecer. Fue entonces cuando conoció el mundo del contrabando y el mercenarismo. Atraído por la promesa de aventura y riqueza, Genaro se lanzó de cabeza a este oscuro submundo, dejando atrás su vida de confort y seguridad.

Con el tiempo, se convirtió en un contrabandista hábil y un mercenario temido, acumulando riquezas y poder a medida que viajaba por tierras lejanas y peligrosas. Pero a medida que ascendía en las filas del mundo del crimen, Genaro comenzó a darse cuenta de las consecuencias de sus acciones.

La violencia y la traición que rodeaban su vida lo llenaron de remordimiento y arrepentimiento, y se vio consumido por la culpa de las vidas que había destruido en su búsqueda de poder y riqueza. Después de un último golpe fallido, Genaro se vio obligado a huir de las autoridades que lo perseguían.

Escapó de una redada en el campamento médico donde había sido llevado después de su fracaso, buscando refugio en las sombras de la noche. A pesar de haber disfrutado de la vida del contrabando, Genaro anhelaba volver a la vida de lujo y confort que alguna vez tuvo. Sin embargo, sabía que necesitaba dinero para escapar y comenzar de nuevo en otro país.

Su plan era aprovechar su muerte aparente para desaparecer sin dejar rastro, iniciar una nueva vida en Francia y dejar atrás su oscuro pasado. Pero para hacer realidad ese sueño, necesitaba capital, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para obtenerlo. Para eso, necesitaría de Marianela.

No era que Marianela hubiese sido parte del plan desde el inicio. La verdad es que su presencia le había venido como anillo al dedo al anterior general, y ahora, había hecho los arreglos para que ella pudiera participar y todo saliera a pedir de boca.

Sabía que Marianela no solo era una mujer bonita, educada y con gran estatus, sino que también era inteligente, aguerrida, con una gran valentía y, sobre todo, una de las mejores pistoleras que había conocido en su vida. Incluso, podría decirse que disparaba mejor que un soldado. Así que Marianela tenía el combo perfecto para llevar a cabo el negocio que le daría su libertad.

Marianela se encontraba en su celda improvisada cuando Genaro la llamó. La mujer se puso de pie, se sacudió el polvo de la ropa y caminó sola hacia donde él se encontraba, después de amenazar a sus secuaces; no quería que la tocaran. A pesar de que Genaro sabía que Marianela era muy hábil, no la amagó como a Alfonso Cisneros, que, según escuchó, era también parte importante del plan que se traía entre manos.

La luz de las antorchas iluminó el rostro de la mujer, quien conservaba un rostro sereno. Marianela no dejaría que Genaro la viese asustada, o desesperada. Ella sabía que él podía ayudarla a encontrar a su marido, así que necesitaba saber qué necesitaba.

Genaro se acercó a ella con una sonrisa que no alegraba a nadie. Su nueva vida le había quitado la chispa de los ojos y la simpatía de su sonrisa. El parche en su ojo no solo le daba un toque de mercenario, si no que también era un recordatorio visible de que su vida era dura y sería difícil quitar esa piedra de encima.

—¿Cómoda en tu habitación con vista a la pared? —preguntó.

—¿Para qué me llamaste? —preguntó Marianela, sin rodeos.

Genaro sonrió.

—Eso es lo que me gusta de ti, Marianela. Siempre al grano, no te vas por las ramas. Tal vez, si te hubiese contado de mi nueva vida, hubieses sido una gran líder.

—Si no me dirás nada, me regreso a mi celda —habló con aún más firmeza, y se dio la vuelta.

Genaro la tomó del brazo.

—Tranquila, tranquila. Solo quería ver cómo estabas y ver si podía hacer algo para mejorar tu estadía.

—Lo que podría hacerme sentir mejor es que me dijeras qué quieres y después me dejes ir para buscar a mi marido.

—Entonces, ¿estás enamorada? —inquirió Genaro.

Marianela se paró firme y con determinación dijo:

—Sí. Y lo amo más de lo que pude amarte a ti.

—¡Uy!, eso dolió. —Se burló.

Marianela tomó un respiro profundo y trató de buscar a sus hombres en la oscuridad.

—Sé que los buscas.

—¿Dónde están?

—Los liberé hace días.

—¿Días?

Acaso Marianela llevaba tanto tiempo ahí.

—Sí. Solo que no por el camino por donde venían. Si no, por otro lado. Así que no podrán llegar a tu hacienda fácil, y dar la noticia de tu secuestro.

—Eres un bastardo. No sé qué vi en ti.

—Estatus, dinero y raza. Son parte francés y pensaste que en algún punto eso mejoraría la tuya. —Y mientras hablaba, tomó un mechón de su cabello negro—. Me hubiese encantado un hijo nuestro, con mi piel, mis ojos, pero con tu largo y bonito cabello.

Marianela hizo una mueca al recordar lo estéril que era, pero no dijo nada porque no quería enredarse en otros líos.

—En fin. —Genaro hizo una señal e hizo traer a uno de sus secuaces un vestido.

Cuando Marianela lo vio contra la luz de la antorcha, observó que brillaba. Era un vestido fino, de esos bordados con hilo de oro y de tela suave y manejable. Momentos después, los otros aditamentos se hicieron presentes.

—Supongo que te queda, ¿no? Todavía recuerdo tu rostro.

—Y, ¿qué harás con esto?, ¿vestirme para tenerme prisionera?

—No. Saldremos querida.

—¿Salir?, ¿a dónde?

—Le daremos una visita a tu amiga Catalina.

—¿Catalina? —preguntó de nuevo, bastante impactada.

—Así es. Resulta que está cerca de aquí, justo en cada de su hermano. Lleva ahí desde hace meses, porque según el aire del campo le hace bien para su embarazo.

—¿Está embarazada de nuevo?

—Sí. Al parecer, su marido no hace más que tenerla embarazada, para que ella deje de preguntar por la amante —agregó—. Pobrecilla.

—Y, ¿qué deseas?, ¿que vaya a verla para pedirle dinero?

Genaro volvió a reír. El eco de su risa resonó fuerte en todas las paredes del lugar.

—No, no, no. No me interesa el dinero por caridad, lo que quiero, es tener algo que me saque de aquí sin escalas. Así que irás a casa del hermano de Catalina, y asistirás a la fiesta que dará mañana por la noche. Ahí, robarás los papeles que están en el despacho, los que llevan por nombre “La plata”, y me lo traerás.

—¿Es todo?

—Todo. Yo estaré afuera esperándote.

—Y, ¿qué recibiré a cambio? —inquirió Marianela.

Genaro abrió los brazos, como si fuese a abrazarla, pero solo lo hizo para reafirmar su próximo diálogo.

—Pues, encontrar a tu marido, ¿no?

—Pensé que sabías dónde estaba. —Recordó Marianela.

—Saberlo o averiguarlo. Lo importante aquí, Marianela, es que sí, tú me ayudas a mí, yo te ayudaré a ti. Me iré del país y tú regresarás a tu hacienda, como si nada hubiese pasado y con tu marido. ¿Te parece?

Marianela sabía que no tenía otra alternativa, así que simplemente asintió.

—¿Qué pasa si me descubren robando los documentos? —preguntó.

Genaro sacó una pistola de una de sus fundas, la cargó y se la dio.

—Dispara al corazón, Marianela. No querrás terminar en el paredón.

Marianela tomó el arma, la abrió y notó que tenía pocas municiones.

—Lo que me pides hacer es un suicidio. Sabes perfectamente que el hermano de Catalina es una persona pesada, importante, no creo que haya dos soldados protegiéndolo.

—Lo sé. Por eso es sumamente importante que obtengas esos papeles sin que te descubran. Venga, Marianela, puedes usar tus encantos para conseguirlo. Además, yo estaré cerca. Cualquier cosa voy a intervenir y te sacaré de ahí, sana y salva.

—No te creo… —dijo ella sin titubear.

Genaro, quien estaba haciendo un cigarro, lo selló para luego encenderlo.

—Tendrás que creer en mí. Y espero que lo hagas pronto porque, saldremos de inmediato hacia allá. El camino es largo y necesitas ducharte y arreglarte, pero lo harás a mitad del camino. Así que, tú me dices.

Marianela suspiró. Recordó el número de municiones en su arma y pensó que podría escaparse, solamente obtuviera esos papeles. Sabía que el hermano de Catalina tendría caballos, así que podría robarse uno y escapar hacia su hacienda, o continuar haciendo la búsqueda por su cuenta. Lo importante, era salir de ahí y averiguar otros caminos.

—Lo haré —contestó Marianela.

—Entonces, ¿qué esperamos?

—No, sin antes darme una garantía.

—¿De qué te ayudaré a encontrar a tu esposo?

—Así es…

—Lo haré. Lo juro por Dios. Lo que no te puedo garantizar es que él siga vivo.

La idea de que su esposo estaba muerto, le había pasado por la cabeza. Sin embargo, la esperanza no moría y ella lo buscaría hasta el final. Aun así, quería asegurarse de que si Rafael estaba muerto, tuviese una prueba.

—Bien. Entonces, me aseguraré de que esté muerto. No quiero otro milagrito como sucedió contigo —finalizó.

Marianela sabía que lo que le pedía Genaro era peligroso, sobre todo porque no tenía idea de cómo lo haría. Ella jamás había robado. Sin embargo, confiaba en que lo lograría, que su encanto le abriría las puertas de la casa del hermano de Catalina y que, después de ahí, sabría noticias de su esposo. Lo único que anhelaba, era regresar a la hacienda, con su hija y su esposo. Rogó porque este plan no interfiriera con sus deseos.

6 Responses

  1. Ese hombre ya no tiene palabra, pero pues no le queda de otra mas que hacerlo espero que no le pase nada =(

  2. Ay noooo y asi como asi creyó en la palabra de semejante loco. Bueno en ese tiempo era de honor la palabra pero por Dios, y creo que no tendria mas opciones de igual manera, yo no le crei ni miercoles. Que angustia. Y esa fiesta es la misma donde van los del otro bando?

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