Lila. 

El aire en la habitación parece denso, cargado con la tensión palpable que flota entre nosotros. Mis manos aprietan con fuerza las sábanas de la cama, mi cuerpo está agotado y dolorido después de 20 largas horas de estar en trabajo de parto. Cada contracción es como una ola que me arrastraba hacia un abismo de dolor y agotamiento, y aunque trate de mantener la compostura, las lágrimas no pueden contenerse. Ya no puedo más, estoy comenzando a rendirme. 

Antonio se encuentra a mi lado. Su rostro refleja una mezcla de preocupación y determinación. Sus manos cálidas sostienen las mías con firmeza, transmitiendo una sensación de apoyo que me reconforta en medio del caos de emociones que me invade. 

Mi familia espera en la sala de espera, ansiosos por recibir noticias. Puedo imaginar sus rostros llenos de preocupación y emoción mientras aguardan pacientemente. Pero en ese momento, todo mi mundo se reduce a la intensidad de las contracciones y a la presencia del padre de mi hija; al que nunca pensé que tendría a mi lado. 

—¿Cuánto más falta? —pregunto, mientras siento las contracciones cada vez más cerca. 

—Seguro que poco, mi Lila —contesta, y con una toalla mojada, me limpia el sudor—. Aguanta un poco más. 

—¡AGUÁNTALO TÚ! — grito, mientras una contracción punzante llega a mí—. Lo siento, lo siento —me disculpo—. No fue mi intención. Lo que pasa es que estoy agotada, no puedo más. Esto es un caos que no estoy preparada para asumir. 

Antonio sonríe. 

—No te preocupes. Tienes derecho a insultarme lo que desees. 

—No es eso… no es eso… —repito, porque otra más llega. 

Aprieto la mano de Antonio con fuerza y puedo ver en su rostro cómo se refleja el dolor. Sin embargo, no me dice nada. 

—Pensé que estaba lista para esto, pero no lo estoy. Es demasiado, es muy caótico. Yo no sé sobrellevar el caos como mi hermana o como los demás. 

—Sin caos, no hay cambio —contesta Antonio, con palabras suaves—. El caos es lo que nos lleva a crear cosas maravillosas, como a nuestra bebé. Sé que no es fácil y no puedo decirte que te comprendo por qué en realidad no lo hago. Pero, si no fuera por el caos que armé en mi vida, no estaría a tu lado. 

Grito de dolor, cuando una contracción pega fuerte. Tengo unas ganas de pujar enormes, pero no veo que alguien llegue a ayudarnos. El dolor es indiscutible, a pesar de la epidural que me han puesto. 

Antonio me mira a los ojos, llenos de amor y determinación, y en ese instante supe que estamos juntos en esto, y que no habrá nada que pueda separarnos ya. Si alguna vez lo alejé, ahora, me era imposible. Él se pone de pie y me da un beso sobre los labios. 

—Sé que lo sabes, pero, esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. Y vale la pena todo lo que pasé y pasaré. ¿Recuerdas que soñábamos con esto? 

—Sí, pero sin menos… ¡Ahhhhhhhh! —grito, apretando su mano. Antonio aguanta, y noto como su piel se pone roja. 

—Estoy aquí. No me iré —concluye. 

De repente, la puerta se abre y el doctor entra seguido de mi padre, quien será, como en todos los partos de la familia, el pediatra de mi bebé. El rostro del doctor es serio y bastante duro, pero, el de mi padre, es sonriénte y me trae tranquilidad. Él se acerca a mí, y antes de vestirse y ponerse el cubre bocas, me da un beso sobre la frente. 

—Mamá me manda decir que te ama, y que recuerdes lo chingona que eres. Y yo, te digo, que todo estará bien. 

—Lo sé —digo entre lágrimas. 

—Estás en las mejores manos, y, no hablo de las mías. —Y de reojo ve a Antonio. 

Él sonríe.

Mientras me dicen esto, el doctor revisa mi progreso y después de una contracción se pone de pie y anuncia: 

—Estás lista para pujar. 

—No, no lo estoy —expreso de inmediato, sintiendo un escalofrío recorriendo mi cuerpo—. Aún no, no… —De pronto, me siento abrumada y con miedo. Siento que el agotamiento hará que me desmaye. 

Volteo a ver a Antonio, quién se está preparando para el parto. 

—Tengo miedo le digo. Mientras las lágrimas corren por mis mejillas. 

Antonio toma mi mano con fuerza. 

—No te dejaré. Vamos a hacer esto juntos. Vamos a recibir a nuestra hija juntos. 

Siento otra contracción que no me permite contestarle. Sin embargo, cuando pasa, lo veo a los ojos y le confieso. 

—Me da miedo que te alejes de nuevo. 

—No lo haré. 

—No quiero que Mena te conozca si te irás de su vida, ¿entiendes? 

—No me iré —responde, tranquilo. 

—Júramelo. Júrame que no te irás de nuevo. Que siempre estarás con nosotras. Júramelo por ella, por mí, por esto. 

Antonio me ve a los ojos. 

—Te lo juro y si no es así, que el Dios en el que creas me arrebate la vida, de la forma más cruel que pueda pasarte por la mente —me jura. Y en sus ojos veo que es verdad. 

Con un último suspiro, me preparo para lo que viene. Entre el caos, las sábanas, las indicaciones y el dolor, noto la mirada de mi padre entre todas ellas y con una sonrisa, que se esconde debajo del cubrebocas, me da a entender que es mi momento. Que es nuestro momento. 

—Lila, en la próxima contracción, pujas —me indica el doctor. 

Al escuchar esas palabras, siento cómo el cansancio se va de mi cuerpo, y una ola de fuerza y determinación me invade. Antonio aprieta mi mano y en un quejido hondo y fuerte, pujo, tan fuerte como puedo. Siento cómo todo mi cuerpo se tensa hasta llegar a un punto en que ya no se puede tensar más. 

—Relájate —dice de nuevo. 

—Vamos, vamos muy bien —me anima, Antonio. 

—Ya no puedo, ya no puedo. —Es el cansancio hablando—. Siento que me voy a desmayar. 

—Solo es un poquito más. En unos minutos tendremos a nuestro bebé con nosotros, a nuestra Mena. Tal y como lo manifestaste aquella noche en el taller. 

—También manifesté unas vacaciones en la playa y hasta ahora no han llegado —bromeo, para después escuchar la indicación del doctor. 

—¡PUJA! 

—¡Estoy pujando, estoy pujando! —Expreso, mientras vuelvo a hacerlo. 

—Uno poco más, Lila. —Escucho la voz de mi padre—. Ya casi llega Mena, uno poco más. 

—¡PUJA! 

Entonces, pujo con toda la fuerza que me queda, dejando escapar un grito desgarrador que parece resonar en cada rincón de la habitación. El dolor se mezcla con la emoción, creando una sensación abrumadora que amenaza con consumirme por completo. Pero en medio de ese caos de sensaciones, hay un instante de calma, un silencio profundo y tenso que se extiende como un velo sobre la habitación. Es como si el tiempo se detuviera, como si el universo entero contuviera el aliento en anticipación de lo que está por venir.

En ese preciso momento, en medio de la quietud que lo envuelve todo, siento que mi vida está a punto de cambiar para siempre. En un instante, pasé de ser simplemente Lila, a ser Lila, la madre de Mena. Es el momento en que mi hija llega al mundo, el momento en que renazco como una persona completamente diferente. Es el destino dándome lo que más había deseado, el regalo más grande que la vida podría ofrecerme.

Y entonces, rompiendo el silencio con una fuerza arrolladora, el llanto de Ximena llena la habitación. Es un sonido fuerte, ensordecedor, abrumador, pero también está lleno de ternura y alegría. Es el sonido de la vida misma, anunciando la llegada de un nuevo ser al mundo. En ese momento, sé que no hay vuelta atrás. Soy madre, soy la madre de Mena.

Las lágrimas corren por mis mejillas mientras me sumerjo en la realidad abrumadora de la maternidad. Pero también hay una sensación de paz y plenitud que me envuelve, una sensación de haber encontrado mi propósito en la vida. Veo belleza, en medio del caos. 

—¡Mena, ha llegado! —expresa el doctor, mientras me muestra a mi hija ilumianda por las luces de la habitación. 

Antonio se encuentra conmovido hasta las lágrimas, un reflejo puro de la emoción que inunda la habitación. Aún aprieta mi mano con una fuerza suave, pero firme, como si temiera que al soltarme, toda esta intensa y abrumadora realidad pudiera desaparecer como un sueño efímero. 

En sus ojos, veo reflejados todos los sentimientos que yo misma estoy experimentando: asombro, miedo, felicidad, y sobre todo, un amor profundo e incondicional. Puedo decir, sin lugar a dudas, que en este momento, Antonio también está naciendo; no en el sentido literal como nuestra hija, pero sí como padre, como el pilar de esta nueva pequeña familia que acabamos de formar.

A pesar de las lágrimas que ruedan por sus mejillas, Antonio sonríe, una expresión de pura felicidad y asombro que ilumina su rostro. Es una sonrisa que he visto en contadas ocasiones, reservada para los momentos más genuinos y trascendentales de nuestra vida juntos.

—Somos padres —susurra con voz temblorosa, no una afirmación, sino como una maravilla. 

Mi padre se acerca con nuestra hija en brazos, y aun con el cubrebocas, puedo notar que sonríe de oreja a oreja. 

—Aquí está su hija —dice, con la voz quebrada—. Todo está bien, nació perfecta. 

En ese preciso instante, Antonio la toma entre sus brazos. Nuestra pequeña, de cabello castaño oscuro y piel suave, se encuentra tranquila y sana.  

—Los dejo. Iré a informarle a la familia —dice mi padre, para luego darme un beso sobre la frente—. Te amo. Disfruta este momento. 

—Gracias, papá —contesto. 

Mi padre se aleja y sale de la habitación. Las curaciones siguen, pero en este momento siento que solo somos nosotros dos. Antonio se acerca a mí y en un murmuro, me dice: 

—Hayat. 

—¿Cómo? 

—Es el segundo nombre que le pondremos: Ximena Hayat. Significa vida o gran existencia. Así se llamaba mi madre. 

—Ximena Hayat Canarias de Marruecos. Es un nombre hermoso. 

—Es el nombre de una sultana —responde, y me regala una sonrisa—. Te amo, Lila Canarias. Si ya te amaba antes, hoy te amo más que nunca. —Y después me da un beso sobre los labios, que me sabe a puro amor. 

13 Responses

  1. Hermoso, ese momento es magico. Que bonito. Me alegra mucho por ellos. Hermosos capitulos. Gracias gracias gracias por siempre complacernos. 🙏🙏🙏🙏🙏

  2. Que hermoso nombre y que bello significado para el segundo nombre. Bienvenida menita a la familia de los 101 apellidos mucho amor

  3. Este capítulo trajo a mi memoria el nacimiento de mis dos hijos, y no hay descripción más real de los sentimientos vividos, gracias Ana.
    Hermoso capitulo

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