(De regreso a Madrid – ENERO)

[GAEL] 

(Madrid) 

Después de pasar unas semanas en Málaga, Adela y yo hemos regresado a Madrid. Desde el primer encuentro que tuvimos en aquella habitación, que fue drásticamente interrumpido por mi sobrina, no hemos vuelto a tocar el tema, ni siquiera hemos hablado sobre ello. 

Sin embargo, me tranquiliza que la actitud de Adela no haya cambiado hacia mí, es decir, que no me haya empezado a ignorar o a mostrarse fría. Todo siguió igual y se vio reflejado en la fiesta de Año Nuevo, cuando a las 12 campanadas fue ella quien se acercó a darme un beso en los labios y me deseó feliz año.

No sé si ser completamente feliz con esa idea o sospechar que tal vez ella estaba feliz ese día porque sabía que en enero era muy probable que se divorciara de mí. No cabe duda de que entre más avanza esta relación, surgen más dudas que caricias y besos entre los dos.

En la van, ambos guardamos silencio. Adela está absorta en su móvil, contestando algunos mensajes, mientras yo la observo discretamente, preguntándome qué es lo que esconde dentro de esa hermosa mente que tiene. Sé que Adela es sumamente inteligente y le gusta analizar las cosas poco a poco. ¿Cuántas veces habrá analizado esta estrategia que está a punto de caer sobre los dos? No quiero contactar a mis abogados para saber si pronto estará en mis manos esa demanda de divorcio que me ha impulsado a ser el esposo que Adela necesita.

— ¿Quieres cenar? —le pregunto.

Ella se voltea y me sonríe.

 —No hay nada en la casa. — Y vuelve a enfocarse en su móvil.

— Tienes razón —contesto—. ¿Quieres ir a cenar al restaurante de Alfredo’s? Tengo ganas de una lasaña —añado, sintiéndome como un niño pequeño después de formular una pregunta incierta, y me volteo hacia la ventana, cerrando los ojos con la esperanza de que lo que he dicho no haya arruinado nada de lo que logramos en Málaga.

—Alfredo’s suena bien —escucho su melodiosa voz—. Tengo ganas de una pasta a la mantequilla con orégano.

Le sonrío al verla de nuevo. 

 —Entonces vamos, llamaré para reservar la mesa de siempre.

—Ok —contesta, y marco el número para hacer la reservación. Mientras hablo con la hostess y solicito la mesa, un pensamiento lleno de dudas vuelve a mí. ¿Será posible que su abogado le haya aconsejado que se comporte amablemente conmigo para hacer la transición más amigable, o realmente Adela quiere cenar conmigo?

― Dile que tengan lista una botella del vino tinto que me gusta —me pide, interrumpiendo mis pensamientos—. Tengo antojo de vino tinto.

― Sí, claro, amor —respondo, y vuelvo a llamar al restaurante para hacer el pedido. Quisiera cambiar la perspectiva de todo este asunto y ser más positivo, pero no me atrevo. Definitivamente, ya no conozco a Adela y desde mi posición, creo que es imposible hacerlo.

Minutos después, llegamos a Alfredo’s y la hostess nos está esperando en la entrada. Bajo primero de la van para luego ayudar a Adela a salir, a pesar de que no hay fotógrafos esperando por nosotros como en otras ocasiones. Ya tenemos bien ensayado lo que hacer, hasta el punto de hacerlo automáticamente. Ella se ajusta el abrigo y yo le ayudo a arreglar el cuello.

― Espera, Dela —le susurro mientras levanto un poco el largo cuello de su suéter y descubro que debajo lleva puesta la cadena del dije que le regalé en Navidad. Me alegra verlo, pensé que lo había guardado en la maleta.

― Gracias― me dice amable ― ¿entramos? 

Llegamos al lugar y nuestra mesa habitual nos espera, adornada con la botella de vino tinto que tanto le gusta a Adela. Aunque el restaurante está lleno, nuestra condición de celebridades nos permite ser conducidos por un camino donde nadie nos ve. De hecho, nuestra mesa está tan apartada que no hay nadie a nuestro alrededor y podemos cenar tranquilos. Nos sentamos, le sirvo un poco de vino y luego me sirvo a mí mismo.

― ¿Brindamos? —le propongo.

― Por el año nuevo —responde, y chocamos nuestras copas. Mientras ella bebe, me observa con sus hermosos ojos, y yo hago lo mismo. ¿Será esta nuestra última cita juntos?

Después de ordenar al mesero, nos quedamos solos y en silencio. Es tan abrumador que la primera copa de vino se termina rápidamente, así que vuelvo a servirme otro poco.

― ¿Desde cuándo eres un admirador de vinos? —pregunta divertida.

―Desde que estoy contigo. Nunca había conocido a una chica que disfrutara tanto del vino tinto como tú.

― Es verdad, antes eras más de té y café ―comenta, riendo.

Su risa disipa un poco la tensión en el ambiente, y comienzo a relajarme, aunque aún no estoy seguro si debería bajar la guardia o mantenerme alerta.

― Vamos, Gael, relájate. Te noto tenso —me anima.

― Lo estoy —confieso—. Ya no sé cómo comportarme contigo.

Entonces, sin que lo espere, ella se cambia de lugar y se sienta a mi lado. Su perfume familiar llega hasta mí, dándome un sentimiento de paz con un toque de melancolía.

― La última vez que estuvimos aquí, no te comportaste tan bien como debías —dice, mordiéndose el labio.

― No, eras muy diferente, y la Adela que está a mi lado ha cambiado tanto que siento que es otra persona.

― Tal vez —contesta—. También yo la desconozco, así como lo hago contigo, Gael. Llevo un año viviendo con una persona cuyos pensamientos y motivaciones desconozco.

― Entonces, pregúntame qué pienso, Dela —le digo rápidamente—. Estoy dispuesto a hacer lo que sea para superar esto, para que me des otra oportunidad.

― Gael… —intenta decir algo.

― Pregúntame —le ruego, tomando sus manos—. Lo que sea, te lo prometo. Ya no habrá más dudas ni secretos entre nosotros. Te necesito, Adela. Durante un año, te he necesitado como a nadie más. No sabes cuántas veces me quedé frente a tu puerta solo para escuchar qué hacías, y cómo se me partía el corazón cuando te oía llorar por las cosas terribles que te decía.

Interrumpo mi confesión cuando el mesero llega con nuestra comida y la sirve sobre la mesa, nuestras manos aún están entrelazadas. Adela no puede sostener mi mirada por más de unos segundos y baja la suya.

― Gael, no creo que este sea el momento para hablar de estas cosas. Solo cenemos y podemos discutirlo en casa —me pide, pero tengo demasiadas cosas que decir y no puedo detenerme.

― He tomado la decisión de divorciarme de ti —las palabras salen de mis labios, y ella me mira.

― ¿Qué? —pregunta, desconcertada.

― Firmaré los papeles del divorcio cuando lleguen a mí en unos días. ¿Eso es lo que quieres, verdad? En este momento me doy cuenta de lo lamentable que es rogar por algo que tú no estás dispuesta a dar —respondo con amargura.

― Gael, espera… —empieza a decir, pero la interrumpo.

― No, no voy a esperar. Sé que en gran parte tuve la culpa, pero no puedo seguir tratando una y otra vez si tú no respondes. Además, tengo más dudas que respuestas, y no sé si pueda vivir tranquilo con ellas.

― Gael, espera… —insiste.

Me levanto de la mesa, mordiéndome el labio mientras siento que las lágrimas caen sobre mis mejillas.

― Sé que fui un idiota, Adela. Sé que no debí hacerte todo lo que hice, que desde hace meses debí tragarme mi orgullo e ir a buscarte, y no lo hice. Respondes a mis besos, pero luego no quieres hablar del tema, y eso me está volviendo loco. Estoy constantemente preguntándome si estás actuando, si lo que me dices o haces es parte de algún estúpido guion que tienes en la mente, si en verdad me amas o no. A veces quiero que te vayas, a veces quiero que te quedes.

Ella me observa detenidamente, y puedo ver cómo las lágrimas comienzan a caer por sus mejillas.

― Tienes el corazón tan roto como yo, y no importa cuántas terapias hagamos, creo que es algo irreversible. Te prometo que a partir de mañana no tendré más contacto contigo —sentencio.

Su rostro refleja confusión y rabia al mismo tiempo.

― ¿Para eso me trajiste aquí? ¿Para decirme todo esto? —dice entre lágrimas—. ¿Para avergonzarme o algo así? ¿No podrías haberlo dicho en casa? ¿Querías exponerme?

― Sí, yo también puedo ser cruel, Adela —respondo.

― Pues lo estás siendo… solo te pedí que me esperaras, eso no significa que… —intentó argumentar, pero la interrumpo de nuevo.

― Yo también cambio de opinión tan seguido como tú lo haces…

― Gael, no tienes ni idea del porqué… —intenta explicarse, pero la interrumpo una vez más.

― No me interesa ya. Haz lo que desees —afirmo, levantándome.

― Entonces no entiendo para qué intentar comprendernos… no entiendo el porqué tratar de seducirme en Málaga y después de votarme en Madrid… lárgate —dice ella, con voz cargada de resentimiento.

Tomo mi abrigo y, sin poder mirarla de nuevo, la dejo sentada en el restaurante. Sé que ella tenía muchas cosas que decirme, pero ¿para qué escucharlas? Pretextos más, pretextos menos. Camino hacia la calle y el chofer me abre la puerta.

― No, tomaré un taxi. Espere a la señora Adela y llévela a casa —digo al chofer, y me encamino hacia una esquina, donde levanto la mano al ver que un taxi viene hacia mí. Me subo de inmediato.

― ¿A dónde lo llevo? —me pregunta el conductor.

― A esta dirección —le indico, mostrándole la dirección en mi móvil.

El conductor asiente con entendimiento y comienza a conducir hacia la dirección indicada. En ese momento, sé que estoy a punto de emprender ese horrible viaje con el alcohol que lamentablemente se ha vuelto demasiado común en mi vida últimamente. Voy a beber de nuevo por Adela, pero esta vez no porque piense que no me ama y me haya roto el corazón, sino porque la amo demasiado como para dejarla ir. Es una forma de redención por todo lo que le he hecho pasar.

***

(1 am)

Entro tambaleándome por la puerta de la casa. Mis pies apenas me sostienen, y mis manos apenas logran abrir la puerta. La casa está completamente a oscuras, y lo único en lo que puedo pensar es en el horrible desafío que representa la oscuridad para subir las escaleras.

― ¡Estúpida escalera! ―grito, sin preocuparme si Adela está dormida o no.

Cierro la puerta detrás de mí y dejo las llaves sobre la mesa cercana. ― Vamos, Gael, solo son 20 escalones ―me digo en voz alta y comienzo a avanzar hacia ellas. Estoy demasiado ebrio para darme cuenta de que no es normal que todo esté así, pero en ese momento, nada me importa. ― ¡Ya nada me importa! ―grito mientras subo los escalones uno por uno. ― ¡Sí! ―exclamo, feliz al llegar arriba sin ningún incidente.

Entro a mi habitación a tientas y enciendo la luz. Todo está como siempre, la enorme cama me espera, esa enorme y fría cama que ahora extrañará el cuerpo de la hermosa Adela a mi lado.

― Al diablo con todo ―declaro en voz alta mientras me quito el abrigo. Escucho algo que me alerta, y me llevo el dedo a los labios. ― Shhhhhh ―me reprendo a mí mismo en silencio. Pasan unos segundos y no vuelvo a escuchar nada. ― Estoy alucinando ―murmuro. ¿Acabo de escuchar a Adela decir mi nombre desde su habitación?

Sin obtener respuesta, continúo lo que estaba haciendo cuando, de repente, mi piel se eriza al escucharla de nuevo.

―¡Gael! ―grita en un tono que nunca había escuchado. Abro la puerta de mi habitación. ― ¡Adela! ―exclamo angustiado al ver una sombra negra salir de su cuarto y dirigirse hacia mí. Antes de que pueda reaccionar, recibo un fuerte golpe que me hace caer al suelo, incapaz de hacer nada.

**** 

― ¿Gael? ¿Gael? Despierta, te lo ruego ―escucho la voz de Adela entre sollozos―. Por favor, despierta.

Abro los ojos y un dolor de cabeza infernal me invade, al grado de que debo volver a cerrarlos para controlarlo. No sé si fue por el golpe o por la borrachera que traía encima.

― Gael ―repite—. Estás bien ―me pregunta mientras llora desconsoladamente. Puedo sentir sus manos limpiando la herida de mi frente y sus lágrimas cayendo sobre mi cuello—. Lo siento mucho, en verdad lo siento ―dice una y otra vez.

― ¿Qué sientes? ―pregunto, luchando contra la confusión y el dolor.

― Siento lo que pasó. Yo llegué del restaurante y estaba duchándome cuando entró y me tomó del cuello, y… ―la voz de Adela se quiebra y yo, como puedo, me enderezo.

― ¿Quién? ―pregunto de nuevo, pero al verla me doy cuenta de que no es prudente que diga eso—. ¿Te hizo daño? ―pregunto alarmado al verla temblar—. ¿Te tocó? ―comento, empezando a asimilar la escena.

― No, no lo logró de nuevo ―confiesa.

― ¿De nuevo? ¿De qué estás hablando, Adela? ―pregunto, y ella vuelve a llorar sin poder controlarse. Ambos estamos afuera de la puerta donde caí por el golpe, así que me levanto como puedo y me recargo en la pared para luego tomarla entre mis brazos. Ella tiembla como una hoja y me siento completamente impotente. De pronto, a pesar de mi borrachera, muchas cosas empiezan a tener sentido; lo evidente está frente a mí y yo estaba ciego.

Observo su cuello y veo ahora las marcas sobre él. Los suéteres de cuello alto tenían un solo propósito, y lo que yo pensaba que era frío era miedo.

― Dime que estás bien, amor. Dime que no te hizo nada, que no te lastimó ―le ruego.

― No, no… logré defenderme. Si hubieras llegado más tarde no sé qué hubiera pasado, porque me tenía tomada de las manos, recostada en la cama, y… ―entonces, ella se recarga en mi pecho y comienza a llorar de nuevo—. Estoy harta de vivir así, Gael. Ya no quiero tener miedo, ya no quiero nada.

Lo más indicado sería preguntarle: “¿Por qué no me lo dijiste?”, pero es ilógico. Tal vez trató de hacerlo antes y yo simplemente no quise escucharla. Recuerdo sus “Gael, espera” en el restaurante, y me siento como un verdadero imbécil. Pensé que jugaba conmigo, y en mi coraje, le prometí que me divorciaría. Tal vez era ella tratando de sincerarse conmigo.

― ¿Cuándo pasó la primera vez? ―le pregunto.

― En noviembre ―confiesa de inmediato—. Estaba en mi trailer en el set cuando alguien me atacó, me pegó contra la pared y trató de abusar de mí mientras me tomaba del cuello. Estaba perdiendo el conocimiento cuando logré zafarme, y me golpeó en las costillas mientras estaba tirada en el piso. Uno de mis compañeros escuchó la situación y vino a verme. Desde entonces, me es imposible dormir. Tomo ansiolíticos y pastillas para dormir; si no, ya me hubiera vuelto loca.

Puedo sentir cómo mi brazo está completamente empapado, supongo que su cabello lo está aún. Me doy cuenta de que estaba bajo el chorro de la ducha cuando entró y la atacó. Solo el pensar que la tenía desnuda sobre la cama me llena de rabia. Imaginarme pasando sus manos sobre su cuerpo lascivamente mientras ella se defendía eleva mi instinto de protección a niveles que no pensé que llegarían.

El morado en su espalda, la lesión en su costilla, los cuellos altos… todo tiene sentido ahora. Tengo millones de preguntas que hacerle, pero sentirla llorar a mi lado, desesperada, solo me hace abrazarla más.

― Todo está bien, mi amor ―le susurro tiernamente—. Ya estoy aquí contigo, y te juro que no me iré ―le prometo, dándole un beso en la frente.

― No te vayas, por favor ―me ruega ella—. No me dejes.

― No, te juro que no lo haré, Adela.

Entonces, mientras ella se tranquiliza, lo único en lo que puedo pensar es en lo que le dije en el restaurante y en lo que hice después. El divorcio no es una opción en este momento, porque ella me necesita más que nunca. Si tan solo hubiera sabido todo esto antes, no hubiera firmado esos papeles que ponían fin a nuestra relación, lleno de rabia antes de irme a emborrachar al bar.

― Aquí me quedo contigo… ―le murmuro al oído, acariciando su brazo tiernamente―. No importa lo que pase, aquí me quedo contigo.

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